La novela Dora Bruder presenta, mediante una narración sensible, pulcra y conmovedora, la forma como en la capital francesa se borraron, suprimieron y desaparecieron las identidades y las personas de origen sefardí durante los tiempos lóbregos de la ocupación nazi en la Segunda Guerra Mundial.

 

Reseña: Judith Nieto*

Conceder cuerpo a una obra de ficción tras la experiencia del recuerdo es, al parecer, una de las constantes de la novela de Occidente. Para el caso, un ejemplo contemporáneo es el escritor francés, Premio Nobel de Literatura 2014, Patrick Modiano, cuyas novelas semejan una inaplazable cita con el recuerdo siempre resistente al olvido, según se lee en el común de sus páginas consagradas a impedir el desvanecimiento de la memoria.

Un viaje por la profundidad del espantoso recuerdo de los tiempos de la persecución judía en Francia, y de la pérdida moral luego de los hechos horrorosos que el mundo debe resistirse a olvidar, es el que emprende Patrick Modiano en su obra Dora Bruder (2009).

Dora Bruder. Patrick Modiano. 2009. Seix Barral, Barcelona, 127 pp.

Pues bien, además de su narrativa orientada por la brújula de la evocación, el autor adelanta un examen a otro de los hechos terribles cometidos contra el pueblo judío durante la Segunda Guerra Mundial, en particular contra su padre y contra su nación, Francia, ya herida de muerte por la mano nazi. Dicha herida se convirtió en obsesión y en motivo de creación literaria para este autor para quien es imposible el olvido de un periodo oscuro del siglo xx, mucho menos de un paria ocupado por la presencia de las tropas alemanas y sus huellas aterradoras; las mismas que hoy pueden repasarse en Dora Bruder.

De principio a fin, la novela avanza en una narración en primera persona en la que artísticamente se lee la confluencia de narrador y autor, juego que permite conocer algunos datos biográficos de su creador, quien, al unísono de la historia contada, despliega algún relato de su propia vida, en especial de su juventud en París. Esto lo hace sin omitir detalles de la vida pública francesa, sumida de manera despiadada, solapada y cruel en las deportaciones, persecuciones y muertes de judíos.

La línea de luto es sucesiva en una historia cuyo punto de partida es el aviso que el narrador lee en un ejemplar viejo del París-Soir, fechado el 31 de diciembre de 1941, que en la sección “De ayer a hoy” anunciaba: “Se busca a una mujer joven, Dora Bruder, de 15 años, 1,55 m, rostro ovalado, ojos gris-marrón, abrigo sport gris, pullover burdeos, falda y sombrero azul marino, zapatos sport marrón. Ponerse en contacto con el señor y la señora Bruder, bulevar Ornano, 41, París” (Modiano, 2009, p. 13). El aviso de desaparición de la joven remite a tantos titulares del mismo orden que hasta hoy son una noticia escalofriante en el panorama mundial.

La obra, un edificio de la memoria que indica huellas y señales, presenta, mediante una narración sensible, pulcra y conmovedora, la forma como en la capital francesa se borraron, suprimieron y desaparecieron las identidades y las personas de origen sefardí durante los tiempos lóbregos de la Ocupación.

En Dora Bruder hay una historia conmovedora, en la que el narrador enseña al lector una forma de procurar el alba de las palabras, tras la cual surgen los pasos que aspiran al encuentro con la hija de Cécile y Ernest Bruder. El título de esta novela es sorprendente por la capacidad de Modiano para crear a sus personajes, en particular a quien sabe conducir al lector por los rumbos de una historia dolorosa que expresa, en sí misma, la desesperación de los demás. Pensar y recordar constituyen nobles patrimonios de los que el narrador de esta obra es incapaz de despojarse. Tampoco se deshace de los lugares que reconstruyó tras ese nombre de mujer sobre el que se propuso la misión de buscarlo, de revivirlo; bien bajo un dato, bien en medio de los indicios ofrecidos por una geografía de la ciudad, revivida en sus andanzas, en sus esperas de domingos por la tarde, en días de búsqueda, marcados por un nombre en un periódico abandonado.

En esta novela, así como en el conjunto de sus obras, Modiano alcanza su ficción en una condición que lo lleva a recrear, vía la narración y la imaginación, el París que le tocó en suerte. Un París cercado y vagabundo. Un París cuya gente y paisaje de inmigrantes judíos es presa de un horror incapaz de impedir la conmoción en el lector. Lo que vivieron y padecieron miles de víctimas de la invasión nazi se vuelve recuerdo presente, obra del arte de contar en la que se cruzan el talento narrativo, la fuerza de lo imaginario y la belleza poética. Estos rasgos confluyen para alcanzar el fresco doloroso que es Dora Bruder.

Rehacer la vida de la protagonista, mediante la unión de retazos de información y de averiguaciones en oficinas públicas, llenas de tropiezos para los trámites, es posible y por obra de la persistencia; sea en el dato obtenido en una comisaría, en una escuela o en un internado, o quizás en los archivos de una estación de policía, la búsqueda es incesante y el narrador llega hasta el final en su recorrido.

 Así, espacio e historia son privilegiados por el autor para contar y presentar al lector el retrato vivo, descarnado y humano del sufrimiento de las víctimas; la mayoría de quienes muestra son mujeres jóvenes, de 14 a 17 años, entre las que se destaca Dora Bruder, la adolescente en quien Modiano se inspira y tras quien va para construir una novela que oscila entre el relato testimonial, la labor de un historiador, el persistente ejercicio de contar y la búsqueda paciente y callejera de un cronista. Todos estos oficios confluyen con la esperanza de levantar el acta notarial de una masacre, como bien se lee en el prólogo.

¿El final? Un vacío imposible de llenar, luego de la reconstrucción de los hechos, aun cuando puede confirmar quién era Dora Bruder, quiénes eran sus padres de procedencia judía y cuál fue su final. En compañía de su padre, con quien aparentemente se ha reencontrado: “[…] dejaron Drancy […] con mil hombres y mujeres más, en un convoy con dirección a Auschwitz” (2009, p. 126). ¿Qué vacío, qué aguijón sirvió de compañía al narrador y autor?, sobre todo luego de la muerte de su protagonista, convertida en emblema de las identidades de judíos desparecidos y eliminados hasta en sus más mínimos rastros, según voluntad deliberada de quienes llevaron a cabo el exterminio judío. ¿El vacío? El secreto con el que suelen partir los muertos, “un modesto y precioso secreto que los verdugos, las ordenanzas, las autoridades llamadas de ocupación, la prisión preventiva, la Historia, el tiempo —todo lo que nos ensucia y destruye— no pudieron robarle” (2009, p. 127). Este es el lamento final de la novela en la que, sin renunciar a la primera persona, se lee el tono desganado de su narrador, quien, según él mismo revela, no podrá saber nunca cómo fueron los días, las fugas y las compañías del personaje, incluido el derecho a la dignidad, que la protagonista no dejó sabotear, ni mucho menos robar, por parte de sus victimarios.

Patrick Modiano detiene sus ojos en Dora Bruder. Mirada que le permite pensar el mundo de afuera con la fuerza de la introspección. Ventanas del alma que le llevaron a construir el personaje con nombre de mujer, con vida de muchacha francesa, hija legítima de inmigrantes judíos. Personaje lleno de enigmas, de secretos como el que se llevó consigo con el color y rumbo de las cenizas. El mismo secreto que impidió escuchar su postrero ¡ay!, fluctuante, luto al viento…

 


Judith Nieto. Foto: Julián Roldán, Hacemos Memoria.

* Escritora. PhD en Ciencias Humanas, mención Literatura y Lingüística, Universidad Austral de Chile. Profesora del módulo: Concepto de memoria. Algunas nociones y reflexiones, en el Diploma en Memoria Histórica: Narrativas de la Memoria, ofrecido por el proyecto Hacemos Memoria de la Facultad de Comunicaciones de la Universidad de Antioquia.