La historia de Lo que no borró el desierto está contada mediante una prosa que enaltece la sencillez del lenguaje usado por la periodista Diana López para relatar el crimen de su padre y los alcances de la administración del miedo y de la muerte instaurada en la Guajira por alias ‘Kiko Gómez’.

 

Reseña por: Judith Nieto*

Es impensable una vida alejada del relato. Los seres humanos han hecho de la vida una historia que se narra una y otra vez, una historia sobre sí mismos o sobre otros que han sido partícipes de lo vivido. A la humanidad la asiste la necesidad de contar las historias ocurridas, atestiguadas, oídas o leídas, de saber de ellas, de darles vida de alguna forma y de hacerlas próximas, gracias al relato que conduce a su conocimiento para salvarlas de los escombros del olvido. Es desde esa necesidad que se construye el título Lo que no borró el desierto (2020), de la periodista y reportera del Caribe colombiano Diana López Zuleta.

Lo que no borró el desierto. Diana López Zuleta. 2020. Bogotá, Planeta, 371 p.

En una historia escrita en primera persona y sin escatimar en detalles de ningún orden, Diana López relata su empeño en la tarea de esclarecer quién ordenó matar a su padre Luis López Peralta, concejal de Barrancas, municipio ubicado en el departamento de La Guajira, Colombia, el sábado 22 de febrero de 1997. Un caso más de la compleja vida política del país y un homicidio en cuyas circunstancias ahonda la autora con el fin de “contar lo que mi papá no pudo decir durante sus últimos minutos” (López, 2020, p. 273).Un caso que convirtió en víctima y desde la niñez a quien se propuso, no solo contar lo ocurrido, sino comprender e intentar dar respuesta a las preguntas que durante su escritura aspiraban a encontrar la verdad acerca de este hecho al que marcó definitivamente su vida.

Así, al silencio definitivo de López Peralta le sucedió la investigación que años después se propuso adelantar su hija Diana, quien, aunque asaltada por momentos de miedo, no ahorró tiempo para escuchar largas horas de grabación de testimonios, asistir a las audiencias sobre el caso de su padre, leer miles de páginas del expediente judicial o adelantar la revisión de noticias y notas de periódicos ocupadas del crimen del concejal, quien entendía la política como un ejercicio de cercanía con los ciudadanos.

A sus diez años de edad, Diana López Zuleta perdió a su padre, víctima de sicarios que acabaron con su vida en la recepción del hotel Iparú, de su propiedad. Luego de veinte años de investigación, la Justicia llegó a esclarecer quién fue el autor intelectual del crimen: Juan Francisco Gómez Cerchar, conocido en el mundo político de la región y del país como ‘Kiko Gómez’, quien hoy purga una condena de cuarenta años por este homicidio.

El asesinato del concejal sucedió luego de que Luis López Peralta denunciara a través de la emisora del pueblo “y con nombre propio a Gómez Cerchar como autor de la quema de los archivos” (p. 264) del municipio de Barracas, donde ejercía su primer periodo como alcalde (1995-1997). “Acusar públicamente al alcalde fue su sentencia de muerte. Mi papá fue asesinado días después de aquellas declaraciones” (p. 264).

Desde entonces, la hija de López Peralta, aun siendo niña, empezó a tejer la historia que transformó en un relato que, más allá de las palabras, cumple con el autoimpuesto “deber de rescatar la memoria de mi papá”, como se lee en la narración de este hecho atroz. En  este libro que tiene alcances de crónica y también de novela , Diana López Zuleta, quien al crecer se hizo periodista, insiste en que no se repone de la muerte de su padre, a pesar de rehacer de principio a fin y en un tono íntimo, la historia personal, familiar y política de Luis López, quien además fue amigo de su asesino cuando ambos militaban en el Partido Liberal, “pero se convirtieron en rivales cuando mi papá empezó a forjar su propio destino y a rechazar todo tipo de corruptelas” (p. 266). Antagonismo que se acrecentó con el tiempo y se evidenció por completo cuando el denunciante se convirtiera en enemigo del alcalde y en una de sus futuras y definitivas víctimas.

En Lo que no borró el desierto hay una historia contada mediante una prosa que se amplía en la sencillez del lenguaje usado por la periodista cesarense, para relatar el crimen de su padre y los alcances de la administración del miedo y de la muerte instaurada en la Guajira por alias Kiko Gómez, uno de los más temibles dirigentes políticos del Caribe colombiano y quien, no obstante las numerosas acusaciones en su contra, fue alcalde de Barrancas durante dos periodos y gobernador del departamento de La Guajira desde 2011 hasta el 19 de febrero de 2014, cuando se vio obligado a renunciar a causa de las investigaciones que cursaban por este y otros crímenes que se le imputaban en esa época.

Cabe destacar que en Lo que no borró el desierto se hace notable una escritura sin estridencias, que permite leer, entre el suspenso y el horror, el prolongado relato no exento de lo biográfico y autobiográfico, dado que su contenido permite conocer la capacidad de la periodista para narrar su experiencia singular inscrita en su entorno social, político y de conflicto. “Yo necesitaba reconstruir toda la historia, así me doliera. Saber la verdad tal vez mitigaría el desconsuelo. Y contar la historia paliaría la impotencia que me oprime desde niña” (p. 277). Así, Diana López Zuleta consignó la respuesta al porqué llevar a las páginas este doloroso hecho de orfandad que la convirtió en víctima cuando apenas contaba con diez años.

Lo que no borró el desierto contiene un extenso relato que da cuenta de la lucha solitaria de la autora por esclarecer un pasado de pérdidas y lutos que inició con el asesinato de su padre y continuó cuando logró salvar ese crimen de la impunidad. Su vida había sido una sucesión de muertes: la primera, el crimen de su padre; al día siguiente, la muerte de su abuela materna; y, en poco menos de dos años, el asesinato de un tío paterno y el deceso de la abuela paterna. No obstante, en esta atmósfera luctuosa, la autora se llenó de valor para emprender sin descanso una batalla por que se hiciera justicia. Este fue un cometido que Diana asumió en soledad, dado que el miedo a las retaliaciones de Gómez Cerchar impidió a su madre y a sus siete hermanos acompañarla plenamente en la lucha por no dejar impune el homicidio de su padre, a quien ella todavía parece ver entre la multitud y quien motiva su constante evocación, pues en el  contenido del libro hay todo un trabajo de recuperación de la memoria familiar y, particularmente, de la historia del padre que la autora pierde en plena niñez. No en vano, en su trabajo investigativo la autora, que no suspende la búsqueda del padre asesinado, concluye así su relato de esta historia de memoria y piedad: “ y me lo he tenido que inventar. Doy la vuelta y sigo el camino, pero sé que la escena volverá a repetirse. Y en el camino, tu memoria papá” (368).

Leo Lo que no borró el desierto y veo inalterada la historia violenta de Colombia, país en el que el olvido rige mientras un surco de sangre lo recorre. Entonces para vencer la amnesia que impide que haya justicia, recomiendo la lectura de esta conmovedora narración de un homicidio que, al transformarse en relato, se convirtió en historia. De esa manera, Diana López Zuleta se concentra en el esclarecimiento de la muerte y en recuperar la memoria de su padre y con ello hace presente la importancia de resarcir el daño moral que la guerra ha ocasionado en la sociedad colombiana.

 

Las opiniones aquí expresadas pertenecen exclusivamente a los autores y no reflejan una opinión o posición institucional de Hacemos Memoria ni de la Universidad de Antioquia.


* Escritora. PhD en Ciencias Humanas, mención Literatura y Lingüística, Universidad Austral de Chile. Profesora del módulo: Concepto de memoria. Algunas nociones y reflexiones, en el Diploma en Memoria Histórica: Narrativas de la Memoria, ofrecido por el proyecto Hacemos Memoria de la Facultad de Comunicaciones de la Universidad de Antioquia.