La novela de Esther López Barceló retoma los hilos de la memoria de la Guerra Civil y el franquismo en Alicante, con acento en los silencios velados y en las mujeres de la posguerra. Esta reseña reflexiona sobre la vigencia de esos relatos en el presente de Alicante y España.

Por José Luis González-Esteban*

El 26 de abril de 1937, lunes, día de mercado, cientos de bombas comenzaron a caer sobre Gernika (Euskadi). “Todo el ferial ardiendo, todo era incendio. Todos temblando. ¡Cómo nos íbamos a imaginar que iba a suceder eso! ¡Todo un pueblo quemándose! ¡No podíamos hablar del horror que teníamos!”, dice un testimonio recogido en el libro Memoria colectiva del bombardeo de Gernika, de María Jesús Cava y otros.

El informe del gobierno vasco, titulado Relación de víctimas causadas por la aviación fascista en sus incursiones durante el mes de abril de 1937; el comunicado de Jesús Leiazola en Radio Euskadi, el 4 de mayo de 1937; los cincuenta testimonios directos registrados en diversos documentos originales de 1937 y otros posteriores, todos ellos confirmaron la cifra oficial de 1654 muertos y 889 heridos.

El bombardeo en aquel día de mercado sobre población civil indefensa fue obra de la Legión Cóndor de Hitler y la Aviación Legionaria de Mussolini, enviados como apoyo al militar golpista Francisco Franco en plena Guerra Civil española.

La contienda en España fue utilizada por los fascistas como un banco de pruebas de cara a la Segunda Guerra Mundial. En abril de 2022, coincidiendo con el 85 aniversario de los bombardeos y aprovechando la visita al Congreso de los Diputados de España del presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, el Legislativo aprobaba una Declaración Institucional de Reconocimiento a las Víctimas del Bombardeo de Gernika.

El Museo de la Paz y el Centro de Documentación del Bombardeo de Gernika son espacios de memoria referenciales sobre este suceso histórico, aunque que Max Aub, afincado en Valencia y director general de Bellas Artes durante la Segunda República, encargara a Pablo Picasso, a petición del Gobierno republicano, un cuadro que reflejara aquel horror fue el hecho diferencial para la proyección internacional de este episodio dentro del conjunto de la contienda civil española. Picasso pintó el Gernika en París entre mayo y junio de 1937, y este fue exhibido en la Exposición Internacional de París de aquel año. Durante los cuarenta años de dictadura de Franco, el cuadro se expuso en el Museo de Arte Contemporáneo de Nueva York, y la memoria de la masacre de aquel día de mercado en un pueblo vasco siguió reforzándose. Desde 1992, millones de personas de todo el mundo han visto el Gernika de Picasso en el Museo Reina Sofía de Madrid.

El bombardeo del mercado de Alicante también fue en un día soleado; el reclamo era que llegaba pescado fresco en tiempos de penuria, en plena guerra. A las 11:30 del miércoles 25 de mayo de 1938 comenzaron a llover bombas que acabaron con la vida de más de trescientos civiles, mujeres y niños. La aviación fascista italiana que apoyaba a Franco ejecutó aquella masacre que no tuvo un Gernika.

La novela sobre memoria histórica, con perspectiva feminista, de la escritora e historiadora alicantina Esther López Barceló, dibuja, como hizo Picasso, los trazos de la historia de un silencio que duró más de cuarenta años y que se asocia a aquel y otros trágicos episodios de un conflicto que afectó con especial crudeza a la ciudad de Alicante, último bastión republicano.

La autora de El arte de invocar la memoria y Cuando ya no quede nadie denuncia que España es un “país anómalo donde ningún torturador franquista ha pasado por el banquillo de los acusados” (entrevista en Eldiario.es, junio 2024). Los pocos espacios de memoria se diluyen en Alicante (Comunitat Valenciana) entre turistas, y la desmemoria gana terreno en el espacio público.

Como Pablo Picasso, Paco Roca (2023) dibuja magistralmente en formato cómic la represión franquista, le pone rostro con personajes reales relacionados con los fusilamientos posteriores a la Guerra Civil que convirtieron los muros del cementerio de Paterna (Valencia, Comunitat Valenciana) en una gran fosa común donde fueron sepultados más de 2200 represaliados del franquismo. Paterna se convirtió, gracias a la Ley de Memoria Histórica aprobada en 2007, en el epicentro de la lucha por la memoria en un país obsesionado por despreciarla. Prueba de ello es la muy reciente propuesta de Ley de Concordia, impulsada por el nuevo ejecutivo valenciano —formado por partidos de derecha y ultraderecha—, recurrida ya en el Tribunal Constitucional y que pretende suprimir la palabra “Dictadura”, eliminar el mapa de fosas comunes y quitar las subvenciones a asociaciones que llevan trabajando años en favor de la memoria democrática, por ejemplo, en la gran fosa común de Paterna o en otras muchas. Desde las universidades públicas de la Comunitat Valenciana (Alicante, Valencia y Castellón) se explica y alerta sobre esta reescritura de la historia, a través de una ley que se sujeta, ni más ni menos, que en una falsa equiparación entre dictadura y democracia.

Esther López Barceló, Paco Roca y otros continúan la estela del citado Max Aub quien en 1968, desde el exilio republicano mexicano, escribía El campo de los almendros, novela histórica que refleja con detalle y crudeza la puesta en marcha, nada más acabar la guerra, del primer gran campo de concentración en la ciudad de Alicante, donde acabaron cerca de 30 000 personas, civiles y militares que buscaban, sin éxito, la salida al exilio desde el puerto de Alicante hasta el norte de África. La noche del 28 de marzo de 1939, unos 3000 afortunados zarparon hacia Orán (Argelia) en el Stanbrook, capitaneado por el galés Archibald Dickson. Más de 15 000 personas se concentraron en el muelle alicantino sabedoras que el Stanbrook era su última oportunidad. Era, o subir a aquel barco, o seguramente acabar en el campo de (concentración) de los almendros, en un fusilamiento en el paredón de un cementerio o en una cárcel franquista. La historia del Stanbrook se contó recientemente de manera mágica en el cortometraje que lleva ese mismo nombre y que dirigió el cineasta Óscar Bernácer.

En el marco de la Ley de Memoria Histórica comentada y en el contexto del 85 aniversario de este episodio histórico, en el mismo punto del muelle de Alicante donde esas 15 000 esperaban un pasaje a Orán que representaba la supervivencia, se erigió un busto en memoria del capitán Archibald Dickson, quien abrió las puertas de su barco carbonero para salvar a esos miles de desesperados. Hoy, este espacio de memoria pasa inadvertido para el visitante y se vandaliza, sin reparo, día sí y día también.

Por eso y en estos momentos marcados por la involución de la memoria, la novela de Esther López Barceló, Cuando ya no quede nadie, es más necesaria que nunca, porque a través de conexiones necesarias y de una investigación exhaustiva, construye historias con personajes cercanos a sus propias experiencias familiares y a las de miles y miles de familias que sufrieron la guerra, la represión franquista y la revictimización a través del silencio impuesto y autoimpuesto.

Alicante no tiene un Picasso, pero sufrió un bombardeo bajo el mismo modus operandi, ejecutado por los mismos verdugos, con la misma tipología de víctimas y devastación similar. Alicante tuvo también a Dickson y su mítico Stanbrook y un maldito campo de concentración donde, entre almendros, acabaron miles de represaliados que no pudieron saltar el Mediterráneo hasta el norte de África. Alicante tuvo paredones y fusilamientos, ejecuciones sumarias y cientos y cientos de fosas comunes de condenados a muerte y cárceles en donde se apagaron tantas y tantas vidas, como la del “poeta del pueblo”, Miguel Hernández, que murió en la enfermería de la cárcel de la ciudad el 28 de marzo de 1942, tras ser torturado y con solo 32 años de edad.

El profesor e investigador José Luis Ferris, en Miguel Hernández, pasiones, cárcel y muerte de un poeta (2016) pone en valor a Pablo Neruda cuando dijo aquello que: “Hay que recordar a Miguel Hernández que desapareció en la oscuridad y recordarlo a plena luz es un deber de España, un deber de amor”. Y parece que López Barceló estuviera cumpliendo en su ópera prima con ese deber de amor del que hablaba Neruda, no solo con Miguel Hernández, que también se cruza en su novela, sino con todas y cada una de las víctimas de la represión franquista en Alicante, añadiendo a ello una mirada feminista que lanza un grito de rebeldía para romper el silencio estructural. Y lo hace conectando todos esos episodios, todo ese sufrimiento, todos esos lugares alicantinos a través de una madre que representa el amor a la suya propia.

El relato que transita por los capítulos, que incluye el impacto, la fosa y la exhumación, es, según la propia autora, un homenaje a “todas las mujeres que, por el hecho de serlo, sufrieron antes —y aún ahora— la violencia patriarcal que las obligó a sostener perpetuamente las vidas de los otros a través de renuncias y golpes”. Porque el objeto de esta novela de memoria no es otro que “las vidas quebradas de todas estas mujeres no fueran en balde y que sus nombres, sus saberes y cuidados no se borren nunca más de nuestra memoria”. El objetivo está cumplido.

Referencia:
Esther López Barceló. Cuando ya no quede nadie. Grijalbo. 2023.


Nota: Este texto fue elaborado como trabajo central en el XII Diploma en Memoria Histórica: Narrativas de la Memoria, que se ofreció en modalidad virtual entre mayo y julio del 2024.

* José Luis González-Esteban es profesor titular de Periodismo en la Universidad Miguel Hernández de Elche (Alicante) donde ejerce como vicerrector adjunto de Proyección y Comunicación Internacional. Es director del Seminario Permanente de Periodismo y Derechos Humanos y del Programa UMH-Espacio Seguro RSF para la Libertad de Prensa.