Desde 1991 el ELN ha tenido acercamientos o diálogos de paz con los diferentes gobiernos de Colombia, pero con ninguno ha logrado concretar un acuerdo para la terminación del conflicto. Un estudio del Cinep analizó estos desacuerdos e hizo propuestas para el diálogo entre esta guerrilla y el gobierno.

 

Por: Pompilio Peña Montoya

Foto: Flickr Brasil de Fato

Para concretar un acuerdo de paz entre el gobierno colombiano y el Ejército de Liberación Nacional (ELN), es fundamental que el grupo subversivo logre articular la participación y el poder de decisión de las diferentes estructuras que lo componen, y qué el gobierno pueda descentralizar sus instituciones para atender en los territorios los problemas económicos, sociales y políticos que causaron y prolongaron el conflicto armado. De esa forma lo planteó el padre Fernán González, analista del Centro de Investigación y Educación Popular (Cinep), quien coordinó el informe ¿Por qué es tan difícil negociar con el ELN? Las consecuencias de un federalismo insurgente, 1964 – 2020

Entender el federalismo bajo el cual opera el ELN sería la clave para que el gobierno llevara a cabo acercamientos más certeros con esta guerrilla “multiforme”, según palabras del padre González, ya que cada frente se concibe a sí mismo con un grupo casi autónomo que responde, principalmente, a las necesidades y conflictos de los territorios donde hacen presencia. Esta situación, explicó el sacerdote, permite entender porque, por ejemplo, en algunas zonas del país el ELN ha incursionado en el narcotráfico, pese a que históricamente la organización ha rechazado esta actividad ilícita como fuente de financiación.

Para profundizar en este tema, Hacemos Memoria entrevistó al padre González, quien en su investigación le recomendó al gobierno, además de pensar en un proceso descentralizado, superar la estigmatización a las comunidades que han tenido que convivir con este actor armado en sus territorios. Mientras que al ELN le recomendó repensar su relación con la sociedad civil, ya que en muchos territorios vulnera la autonomía de las comunidades, se impone de manera autoritaria y agudiza la estigmatización, exponiendo a las personas a la represión estatal y la persecución de los grupos paramilitares.

 

La investigación plantea que la dificultad para negociar la paz con el ELN radica en que este grupo subversivo no tiene un pensamiento homogéneo, pues está conformado como una confederación de proyectos regionales ¿Cómo entender las diferencias entre los frentes del ELN?

El ELN es una organización con gran autonomía en las diferentes regiones que responde a situaciones regionales muy distintas, y eso hace que no haya una articulación central que unifique a esas diversas motivaciones en un propósito común, en una estrategia común. Por ello creemos que no han podido dar un salto estratégico a nivel nacional.

Por otra parte, que sea una organización federal hace que la dirección nacional de la organización no represente la diversidad de sus grupos, en parte porque algunos no querían estar representados por esa estructura central porque eso debilitaría su autonomía. Entonces, digamos, eso hace que el ELN tenga dificultades en construir decisiones vinculantes. Podríamos poner de ejemplo lo que pasó con el atentado a la Escuela General Santander, que mostró la mentalidad del Frente Domingo Laín. La intención de este frente de mostrarse en lo que ellos llaman el ‘debate en caliente’, llevó a que tomara una decisión inconsulta que finalmente causó la ruptura de las negociaciones de paz con el Estado, y esto fue porque no estaban de acuerdo con decisiones del comando central. Lo mismo pasó con el secuestro de Odín Sánchez por parte del frente en el Chocó, desobedeciendo de nuevo el nivel central. Y lo mismo ha ocurrido con el negocio del narcotráfico, donde hay versiones diversas. La mentalidad original del ELN es un rechazo total de corte moral a este negocio, pero hoy hay frentes que, por razones pragmáticas y necesidad de recursos, se vincularon a este negocio, y esto pasa según las condiciones de cada región. Por lo que no se puede generalizar diciendo que el ELN es un cartel del narcotráfico, todo depende de las necesidades de cada zona.

Así podemos encontrar también grupos del ELN vinculados profundamente en la vida social de regiones con recursos provenientes del petróleo, de administraciones locales que desvían fondos y de negocios legales. Todo esto hace que sea muy difícil cualquier tipo de negociación con el ELN porque es una guerrilla multiforme.

¿En cuáles gobiernos se profundizo esta dificultad para negociar con el ELN?

Esto depende mucho de cada gobierno. Pero digamos, hay algo claro y es que desde el gobierno de Álvaro Uribe ha habido una incomprensión total del conflicto armado, no solo con el ELN sino en general con cualquier grupo que esté ligado a un pensamiento ideológico o político, ya que su gobierno redujo el conflicto solo a intereses relacionados con el tema del narcotráfico. Y esto se vio reflejado luego en la opinión del uribismo en el proceso de paz de Juan Manuel Santos y, ahora también, en las políticas de implementación del acuerdo con el actual gobierno de Iván Duque. Hay una negativa a reconocer el trasfondo ideológico y político de la lucha armada. Y si esto fue grave con las Farc, lo es mucho más con el ELN porque es más complejo y porque, entre otras cosas, está ubicado en las periferias, dentro de submundos políticos, económicos y culturales, y hace presencia en las fronteras con Venezuela y Panamá, así como en todo el andén Pacífico del país hasta Ecuador; en regiones con grandes dificultades y carencias. Por ello cualquier negociación que se hiciera con el ELN tendría que partir de un abordaje al territorio de forma diferencial.

Para mí, las negociaciones con las Farc y las fallidas negociaciones con el ELN serían una especie de estructura de oportunidades para que el país se piense las relaciones que existen entre las localidades con el estado central, con el fin no solo de hacer una conjunción más integral para llevar presencia institucional, sino también para superar esa estigmatización que tienen esas poblaciones, ya que fueron comunidades a las que les tocó subsistir con los actores armados y a las que les tocó sobrevivir a esa relación, en algunos sitios, negociando o resistiendo, adaptándose a su negociación. Pero cuando estas poblaciones protestan son estigmatizadas por estar vinculadas a la guerrilla, cuando en realidad lo que piden es atención del gobierno para que haga presencia en allí.

En parte todo esto ha ayudado a que el ELN crea que las vías democráticas están agotadas y eso hace que para ellos la única opción sea la vía armada. Esto quiere decir que hay una incomprensión profunda sobre las realidades de las regiones y creo que hasta que no se toque ese tema es muy difícil negociar. A esto se suma que el ELN no tiene una estructura que le permita tomar decisiones que sean acatadas por el conjunto de los frentes.

¿Cómo se ha visto afectada la población civil que por años ha convivido con este grupo en regiones apartadas del país?

Uno de los puntos fundamentales que encontramos en la investigación es lo que pasa con las comunidades. Nosotros hallamos que en esas regiones en donde el Estado no hace presencia, las comunidades lograron una gran capacidad de organización interna con autoridades formales que más o menos median en los asuntos y manejan las Juntas de Acción Comunal, el tema escolar y de servicios, precisamente para responder a la ausencia del Estado. En esta medida a muchas comunidades les tocó negociar con la presencia del actor armado, lo que las obligó a adatarse a la situación.

Uno de los problemas es que cuando el Estado recupera el dominio de estos territorios, esas comunidades quedan prácticamente estigmatizadas por haber convivido con el actor armado. Y cuando el Estado dice que recuperó el control de un territorio, lo que en realidad está diciendo es que recuperó la cabecera municipal y las veredas más cercanas, pero en las más alejadas esa autoridad estatal sigue sin aparecer. Uno podría decir que allí hay una especie de soberanía en vilo, pues la gente no sabe a quién obedecer. Esto pasa sobre todo cuando cambia el actor armado. Esto explica también un poco lo que pasa con las muertes de los líderes sociales, ya que comienzan a llegar nuevos actores que quieren controlar el territorio y encuentran líderes y organizaciones que obstaculizan su accionar. Así que es sobre las comunidades recae finalmente la violencia a causa del estigma. Esto se debe por una parte a las incomprensiones del Estado y, por otra, a que el ELN se inserta en esas comunidades, dejándolas expuestas a la represión estatal y, sobre todo, a la acción de grupos paramilitares.

Por último, ¿cuáles son aquellas recomendaciones, tanto para el ELN como para el gobierno, que pueden facilitar una agenda de diálogos de paz?

La primera recomendación que le hacemos al gobierno es separarse del lente que iguala el modelo ‘eleno’ con el ‘fariano’, y pensar relaciones mucho más directas con los problemas locales y regionales. Aquí el enfoque debe ser descentralizado, el Estado podría tener medidas, como la creación de agencias, para su intervención integral en las regiones. En ese sentido la paz debe ser territorial y pensada en relación con otras subregiones, para finalmente incorporar esas zonas periféricas al conjunto de la nación. Por eso es tan necesario desestigmatizar la protesta social y a las organizaciones comunales. Si se quiere hacer un plan de integración regional este tiene que contar con la gente. En ese sentido el Estado podría crear consejerías territoriales de paz y organizar esa administración a nivel local, cosa que hoy es prácticamente inexistente. Pensar por ejemplo en policía, corregidores, fiscales y jueces más móviles. En conclusión, además de medidas descentralizantes es necesario superar la estigmatización de los demás.

Frente al ELN creemos que debería repensar su relación con la sociedad civil y darse cuenta de las consecuencias que tiene su manera ambigua de insertarse en las regiones, pues su forma de actuar ha aportado al proceso de estigmatización y represión estatal que expone a las comunidades a la violencia de los grupos paramilitares. Creemos así que el ELN debe cambiar ese estilo de relacionamiento que dice representar, realizar el reconocimiento de la diversidad de otros grupos y evaluar las consecuencias de sus estrategias de penetración en los movimientos sociales, que muchas veces termina imponiéndose de manera autoritaria dentro de las organizaciones y en poblaciones con poca participación democrática.

Finalmente está la necesidad de que el ELN configure un organismo colectivo que sea representativo de la diversidad de grupos que tiene y que sea capaz de tomar decisiones vinculantes acatadas por todos ellos. Esto sería lo ideal.