Los relatos testimoniales, elaborados por la abogada Viridiana Molinares, surgieron a partir de una investigación académica que examinó las dimensiones de la violencia sexual ejercida por los paramilitares contra las comunidades diversas de la región Caribe.

 

«Cecilia tiene los senos grandes como dos cuencas llenas de leche para amamantar el universo. En sus noches de soledad, que son para ella algo habitual, mientras duerme empapada en sudor y lágrimas, se le escapan gritos implorando perdón. Ciertos días ella despierta sin recordar sus pesadillas; pero hay otros que la empujan a poner fin a su vida; en todos los casos llora, y si mira sus senos en el espejo, quiere cortarlos porque no le sirvieron para amamantar a su única hija, fruto de una violación colectiva, que le impuso como castigo a su lesbianismo un grupo de paramilitares en Valledupar».

Fragmento Las noches de Cecilia.

Cuerpos que cuentan. 2019. Viridiana Molinares.

 

Viridiana Molinares Hassan es escritora y profesora de Teoría Constitucional e Instituciones Políticas en la Universidad del Norte (Colombia). Doctora en Derecho Público y magíster en Literatura de la Universidad Autónoma de Barcelona (España). Foto: Universidad del Norte.

Por: Pompilio Peña Montoya

Imagen de portada: Silvana Pacheco

“Las noches de Cecilia” es una historia que narra las vivencias de una mujer lesbiana que desde su juventud sufrió la desaprobación de la sociedad por su condición sexual. Usando una prosa poética cuenta como un grupo de paramilitares abusó de ella con el fin de adoctrinar su cuerpo, en un acto cruel y humillante que la protagonista no supera, a pesar de los años. Para la abogada Viridiana Molinares Hassan, docente de la Facultad de Derecho de la Universidad del Norte, en Barranquilla, está fue la historia más impactante durante la investigación y producción de Cuerpos que cuentan, un libro de relatos testimoniales que también recoge las historias de Gaviota, María Fernanda, Richard, Cocó y Jesús, miembros de la población LGBTI del Caribe colombiano que fueron víctimas de la violencia sexual ejercida por paramilitares.

Este libro, se lee en su presentación, resultó “del ejercicio de convivir con las realidades y territorialidades de las personas lesbianas, gay, bisexuales, transgénero o intersexuales (LGBT) en contextos marcados por la guerra”. Para conocer más acerca de esta obra literaria de memoria, que aborda una realidad de la que poco se habla, la cual está atravesada por la estigmatización, la violencia, la desigualdad, la exclusión y el miedo, Hacemos Memoria habló Viridiana Molinares.

 

¿Cómo surgió la idea de relatar la historia de seis personas de la comunidad LGBTI que sufrieron violencia sexual?

Cuerpos que cuentan surgió al final de un largo proceso de investigación. En el 2014, junto a otros dos profesores, tuvimos la financiación de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (Usaid), para adelantar un proyecto de investigación que consistió en narrar casos de violencia sexual contra lesbianas, homosexuales, transgéneros y transexuales en el Caribe colombiano. Como la costa Caribe tuvo gran presencia paramilitar, nuestra hipótesis de investigación partió de la idea de que estos grupos utilizaron la violencia sexual en su proyecto moralizante y político. Dicho de una manera más cruel, utilizó la violencia sexual para que, por ejemplo, una chica lesbiana dejara de serlo, como un disciplinamiento del cuerpo diverso que no encaja dentro de la heteronormatividad.

Después de entregar los resultados científicos de esta investigación, consideré ir a otro estadio, y fue allí cuando surgió la idea de Cuerpos que cuentan. Tomé las entrevistas realizadas a las víctimas y las convertí en relatos literarios. ¿Por qué relatos literarios? Porque los artículos científicos los leemos entre académicos, y los relatos literarios son leídos por el público en general. La publicación de estos relatos me permitió alcanzar dos objetivos específicos. El primero, fue repara a las víctimas: cada una de ellas quiso que se publicara su relato con su nombre, como una forma de decir ‘esto me pasó en el marco del conflicto’, entre otras cosas porque no denunciaron ante la fiscalía por temor a represalias. El segundo, fue dejar un testimonio literario como insumo para la construcción de memoria social, para la historia.

¿Cómo fue el proceso de hallar a las personas protagonistas del libro?

Esa pregunta es clave, porque la violencia sexual en Colombia tiene protección a la intimidad de las víctimas, luego yo no tenía facilidad para ubicar a las personas que habían sufrido este tipo de violencia. En la Unidad de Víctimas están los registros cuantitativos: por departamento yo puedo ubicar cuántas personas de la población LGBTI se registraron, pero no se conoce qué tipo de violencia sufrieron. Entonces surgió un proceso supremamente interesante que fue unirme a la organización Caribe Afirmativo; fundación que en la costa trabaja para investigar, visibilizar y emitir señales de alerta cuando hay una afectación importante a la población LGBTI. Con la ayuda de Wilson Castañeda comencé a contactarme con algunas víctimas a quienes les contaba el objetivo de mi investigación, hasta que finalmente después de un proceso de empatía, aceptaron encontrarse conmigo y los profesores que en ese momento hicieron parte del proyecto.

Las entrevistas fueron semiestructuradas. Yo tenía básicamente dos preguntas: ¿Ha sido usted víctima de violencia sexual? ¿Quién infringió esa violencia y cuándo? Y a partir de allí me fueron contando sus relatos y yo iba haciendo otras preguntas.  En este proceso nos dimos cuenta que no solo los paramilitares utilizaron este tipo de violencia, también lo hizo la guerrilla, la fuerza pública y la población civil. Esto ocurre en la costa como una forma de supuesto disciplinamiento de las personas que no están dentro del binarismo masculino y femenino.

Debo decir que esta investigación me cambió la vida. Yo soy profesora de Derecho Constitucional desde hace muchos años en la Universidad del Norte, y siempre trabajo con el derecho a la igualdad desde la diferencia. Haber hablado con personas que incluso fueron testigos de homicidios de odio y verlas a su vez superando esos momentos de dolor y apostándole a la vida y a la reconciliación, me llevó a ser la persona que soy hoy. Yo sí creo que la reconciliación es posible.

En el fondo, ¿lo que usted quiere mostrar con este libro es que a pesar del daño de la violencia sexual es posible reconciliarse con la vida?

No fue fácil que los protagonistas del libro conversaran conmigo, hubo todo un proceso de conocernos. Por ejemplo, en el Carmen de Bolívar encontré toda una mixtura de mujeres y hombres de la comunidad LGBTI que fueron víctimas de violencia sexual y que al momento de la investigación estaban dedicados a la danza con un gran entusiasmo por la vida. Uno sentía que se habían reconciliado con la vida. Lastimosamente no sé cómo están en este momento, entre otras cosas porque la violencia se ha recrudecido, y sé por informes de prensa que nuevamente hay violencia en el Carmen de Bolívar.

En el Atlántico, para la época, encontré también cosas maravillosas, como homosexuales y mujeres trans que, a pesar de haber sido desplazados, eran activistas de la comunidad LGBTI. Encontré incluso el caso de una mujer muy afectada por la violencia que me dijo una cosa hermosa: “Como en la canción, tengo derecho a ser feliz y voy a serlo”. Así cierra una de las historias.

La violencia sexual en el marco del conflicto armado fue denunciada principalmente por mujeres y hombres ¿La comunidad LGBTI para la época se atrevió a denunciar?

La violencia sexual se denuncia, yo me atrevería a decir, en un 30 por ciento de los casos, lo que quiere decir que el índice de denuncia es bajo. Por otra parte, quienes más denuncian la violencia sexual son las mujeres, después, muy poco, los hombres, y en un porcentaje mucho menor la población LGBTI. ¿A qué se debe eso? A la revictimización y a que las estadísticas dan cuenta de que las denuncias abren procesos de investigación deficientes, sumado a que los índices de condena por delitos sexuales son muy bajos. Ahora, hay que marcar un antes y un después: el Acuerdo de Paz ha logrado un empoderamiento importante por parte de la población LGBTI. Ya, por ejemplo, ante la Justicia Especial para la Paz se han realizado audiencias de este tipo.

¿Ha vuelto a los territorios que recorrió durante la elaboración de Cuerpos que cuentan?

Hace cuatro años pensamos que el país iba a cambiar, que el Estado iba a llegar a los territorios donde nunca había hecho presencia, y que iba a llegar no militarizando, sino ofreciendo salud, educación y vivienda. Pero en Colombia eso no pasó y esos territorios que fueron ocupados por las Farc nuevamente están siendo ocupados por otros actores armados. De hecho, el libro fue posible precisamente porque para entonces se estaban dando los diálogos de paz y, entre otras cosas, había disminuido la violencia. Pero en este momento, en el que se ha recrudecido la guerra, no me desplazaría a esos territorios.

La guerra siempre se libra en el cuerpo. El cuerpo se tortura, se desaparece, se aniquila: se cuantifican los muertos. Pero haciendo esta investigación y hablando con estas maravillosas personas, entendí que ellos libraban no solo esa guerra, sino otra guerra, la guerra en la que se les violentaba socialmente en razón a la construcción de su identidad.