En las calles de este barrio de Medellín hay tres galerías de arte urbano al aire libre. Las imágenes guardan las memorias de lucha y resistencia de quienes han construido y habitado este lugar.

 

Por: Pompilio Peña Montoya

Imágenes: Cortesía

El barrio Santo Domingo Savio es un hervidero de arte con ambiente de pueblo. Está ubicado en el área más alta del nororiente de Medellín, por lo que desde sus casas se divisa la ciudad. En sus calles estrechas las personas caminan de manera continua, disputándose el espacio con el desenfrenado tránsito de buses y motos. En sus parques, los jóvenes bailan hip hop, los niños tocan la guitarra, los adultos mayores hacen gimnasia y, en la iglesia, los feligreses perfeccionan sus coros. En medio de este frenesí de vida comunitaria hay una serie de galerías con pinturas y grafitis que atrapan la mirada del transeúnte con sus formas y colores.

En las cuadras aledañas a la Biblioteca España y a la estación del Metrocable, es posible apreciar al menos cincuenta manifestaciones de arte urbano planeadas al detalle y con la firma expresiva de sus autores. Allí radica el significado que tienen estas obras para una comunidad que ha sido afectada por la violencia del conflicto armado.

En estas galerías cada pintura cuenta un relato y un sentir. Cristian Pulgarín es un guía turístico y conoce la historia que encierra cada grafiti. Él hace parte del Museo Urbano de la Memoria, un colectivo que tiene como propósito divulgar y conservar estos espacios, procurando dar a conocer las historias y los rostros de los fundadores del barrio.

Aquí, rodeada de pájaros, está la cara bonita de doña Domitila Moreno, quien llegó en 1964 cuando el barrio era un matorral, dice el guía. Más allá está la del fontanero que ayudó a planear el alcantarillado, don Jesús María Quiceno. En aquel muro está el perfil del padre Gabriel Díaz, ferviente seguidor de la teología de la liberación. Y, ocupando un muro de más de seis metros de altura, el rostro de María del Socorro Ospina, una aguerrida mujer que sindicalizó a las madres que servían al Bienestar Familiar, por lo que fue perseguida y sufrió varios atentados.

Según Cristian Pulgarín, el Museo Urbano de la Memoria, que funciona desde el 2018, cuenta en la actualidad con tres galerías. La primera de ellas es Mi territorio, compuesta por diez murales. Su recorrido comienza en un costado de la iglesia, en un callejón que linda con el polideportivo. El primer grafiti es una representación del conflicto armado que asedió fuertemente a la comunidad durante las décadas del noventa y principios del dos mil, cuando las milicias, las bandas y el Bloque Metro de las Autodefensas se disputaron el territorio.

Este es el primer mural de la galería Mi territorio del Museo Urbano de la Memoria en el barrio Santo Domingo Savio de Medellín.

En este periodo de violencia ocurrieron cerca de setecientos asesinatos, relata Cristian Pulgarín. Por eso, en esta galería hay un mural amarillo que tiene una lista con los nombres de algunas de las personas que fueron asesinadas en este barrio. Encima de esta lista hay una cruz hecha con 16 ladrillos de diferente tamaño, los cuales fueron donados por familias que lloraron en este lugar el homicidio de un ser querido.

La segunda galería se llama La independiente y se renueva el 20 de julio de cada año. En la actualidad está compuesta por cerca de 20 grafitis de diferentes artistas que expresaron en sus obras situaciones de independencia y libertad. En esta exposición participa, entre otros colectivos, Grafiti Suicida Crow. Sus artistas quisieron plasmar el sentimiento de libertad que les genera crear dibujos, colores, formas, símbolos y letras en paredes que pueden ser apreciadas por cualquier transeúnte.

La diversidad de formas y matices que tiene esta segunda galería hace del paseo un placer para los sentidos. La caminata pone al visitante ante una exhibición de sentimientos de tenacidad asociados a la vida urbana: rostros alegres, frases agresivas y motivantes en ambientes barriales.

La tercera galería es llamada Otras voces. Está compuesta por siete grafitis que fueron pintados frente a la estación Santo Domingo Savio del Metrocable. Estas obras proyectan un complejo panorama de significados populares que se acoplan perfectamente con la arquitectura de escaleras, pasadizos y callejuelas que tiene el sector. Uno de los dibujos más llamativos fue hecho por el artista Kens, quien plasmó a su modo lo que representó la cancha de fútbol de Fabricato, escenario donde compitieron equipos como el Deportivo Independiente Medellín y el Atlético Nacional antes de que el Estadio Atanasio Girardot entrara en funcionamiento.

En este punto, Cristian Pulgarín explica que los dibujos expresan realidades de otros territorios que tienen un vínculo con Santo Domingo: “Para esta galería hacemos un proceso curatorial cada año con el fin de elegir las propuestas que hacen los artistas, y así renovamos el museo, dándole lugar a nuevas expresiones”.

 

El nacimiento de un museo

David Ocampo, director del Museo Urbano de la Memoria, manifestó que “la Fundación Trash Art, de la que hace parte el museo, nació en el 2014, en Guarne, con el fin de recopilar historias que trajeran consigo el sello de la memoria de habitantes de ese territorio. Quisimos que nos contaran sus vivencias, ya que muchos de ellos eran desplazados y llevaban luchas populares. En el 2018 la fundación se trasladó a Santo Domingo y creó las galerías”.

Desde su creación Santo Domingo ha sido un barrio receptor de víctimas del conflicto armado colombiano. Por ello este lugar tiene una amalgama de culturas rurales que en la actualidad se conjuga con expresiones de arte urbano de colectivos juveniles.

En su labor, los jóvenes artistas se han propuesto recuperar y conservar, a través de la imagen, la historia figuras destacadas que experimentaron con rigor la violencia y que dejaron su impronta como fuente de inspiración para otros líderes de Santo Domingo. Es el caso del sacerdote Iván Moreno, un activista que fortaleció valores comunitarios en los primeros pobladores y que se encargó de conseguir el terreno para construir el primer colegio.

Su historia es singular y bien conocida. El padre Moreno ayudó con sus propias manos a mezclar el cemento que compactó las aulas, e incluso logró conseguirse un laboratorio de química proveniente de un seminario religioso que iba a cerrar sus puertas. Cuando llegó al barrio con un camioncito repleto de tubos de ensayo, probetas, elementos químicos, mecheros y microscopios, Santo Domingo contó por primera vez con un colegio que daba clases de laboratorio para estudiantes de grado sexto a once. El padre también intervino en conflictos entre bandas y también entre vecinos, por lo que hasta nuestros días sus luchas son tema de conversación alrededor de un café o una cerveza.

Estas y otras historias son contadas por los guías del Museo Urbano de la Memoria, en recorridos en los que también es posible saborear comidas callejeras como empanadas, helados y salpicones, mientras se disfruta de un ambiente cargado de músicas. Para conocer más sobre este proyecto y sus visitas guiadas, las personas pueden comunicarse con el Museo Urbano de la Memoria al número: 350 595 3116.