Hablar del Catatumbo y sus conflictos también es hablar del medioambiente, de los campesinos comprometidos con la pervivencia del territorio. Hablar del Catatumbo es hablar de historias como la de Aníbal Castillo.

Por: Ángela Martin Laiton – Pacificultor

Me llamo Aníbal Castillo, tengo los ojos grandes y rápidos como los de una pequeña ave, un bigote espeso y blanco que cubre parte de mi cara morena. Camino lo más recto que puedo, casi siempre estoy vestido con ropa de trabajo: las botas pantaneras y el machete en la cintura para la jornada. La historia que viene a continuación es la mía y también la de muchos campesinos que vivimos en el Catatumbo. La historia de quienes hemos visto todo en esta tierra y la seguimos amando.

Nací en un pueblo que se llama Cachira, en Norte de Santander, ahí crecí y a los 17 años salí de la casa. Después de estar seis años en otros territorios, regresé al departamento para volver a radicarme junto a dos hermanos. Llegamos a trabajar al municipio de Cucutilla, ahí nos hicimos famosos cultivando lulo, una fruta que hasta ese momento se había trabajado muy poco en ese lugar, nuestro éxito fue creciendo hasta convertirnos por un tiempo en exportadores hacia Japón. Luego, vino una enfermedad que nos acabó con el lulo, y yo digo gracias a Dios eso lo acabó, sino nosotros hubiéramos acabado con una montaña que hoy es el Parque de Sisavita, declarado patrimonio natural del país, queda pegado con el páramo de Santurbán donde están las lagunas de Quelpa, laguna verde, y otras. Pero, bueno, como le cayó esa enfermedad al lulo que no quedó ni para un fresco, entonces ahí tuvimos que salir y yo decidí venirme para La Gabarra a raspar coca. Duré un año administrando una finca coquera. Todo eso ocurrió hace treinta años y mucho he vivido y aprendido desde entonces.

Tiempo después, me contrataron para venir a administrar una finca en Campo Dos, y ahí ya nos radicamos definitivamente en el Catatumbo. En esa finca trabajamos con ganado durante seis o siete años, también fue el lugar en donde se desmovilizaron los paramilitares el 10 de diciembre de 2004. Yo estaba ahí, viví esos años de la violencia más dura del paramilitarismo. Es una historia difícil, que nos remueve en lo profundo, pero hay que decir algunas cosas: hablar de todo el flagelo, el desplazamiento, el marginamiento, el robo de ganado, como trataron a la gente; de todo ello siento que nos acostumbramos a vivir en el conflicto. Hoy uno escucha el tema del conflicto y le parece que eso es una mentira ¿cierto?, porque uno lo ha vivido tanto que ya no le para muchas bolas a los muertos, que en Tibú matan, que en La Gabarra matan, que en Campo Dos matan, que en muchas partes matan.

Hoy (es vergonzoso decirlo, pero es así) se dice que la región del Catatumbo está en el primer lugar de cultivo de uso ilícito en el mundo. Eso es preocupante para las personas que estamos trabajando todo el tiempo en cómo construir paz en el territorio, eso nos pone en el centro de todos los grupos al margen de la ley y también del mismo Estado. Estar en ese primer lugar también genera una deforestación desmedida en el Catatumbo, acabando con caños, quebradas, ríos, o sea ya no importa la vida sino el dinero.

Después de esa desmovilización empezó a trabajarse la palma, fue el gran boom de la palma en el Catatumbo. Ahí ya no seguí trabajando en esa finca, nos fuimos a Campo Dos porque habíamos comprado una casita, pero uno es de campo y mi señora es de campo, entonces no nos amañamos en el pueblo. En el 2006, surge la oportunidad de comprar esta tierra donde hoy vivimos y empezamos a trabajar en el proyecto de palma. Desde ese momento usted va al banco a que le presten plata para hacer un cultivo de yuca, cacao o plátano y le ponen mil problemas. Pero si va a sembrar palma, le dicen que cuánto necesita, es más, hasta le prestan plata para comprar tierra. Quiero detenerme a hablar un poquito del tema de la palma porque es un cultivo que ha traído gran desarrollo, pero también ha traído muchas dificultades porque ha venido mucha gente de afuera, empresarios y terratenientes a comprar grandes cantidades de tierra. Ellos compran 1000, 2000, 3000 hectáreas y no tienen el cuidado que tenemos nosotros, los pequeños productores que cuidamos el cañito, cuidamos la quebrada, que este bosquecito hay que dejarlo porque hay que tener reserva dentro de la finca. Ellos no. Con sus máquinas acaban con todo, hay ejemplos muy claros de una empresa grande que ha secado humedales, los drenaron para sembrar el cultivo de la palma.

Muchos, cuando ven mi finca, dicen que está llena de maleza, de monte, pero me gustaría que vieran el humedal que estoy cuidando. Desde hace tiempo se viene trabajando de una forma tan desmedida en el cultivo de la palma, que se viene acabando con los humedales, con los ríos, con los bosques. Unos bosques que eran nativos, que jamás se habían tocado, hoy se están tumbando con el cultivo de la palma aquí en los valles del Catatumbo. Arriba en la parte alta también está la tala, se viene haciendo un desastre con el cultivo de coca, se está acabando con los bosques, se está acabando con todo, rozan los nacimientos de agua, no se respetan las márgenes de los caños, ni de las quebradas. Lo que hoy venimos haciendo es un desplazamiento de fauna, por ejemplo estamos desplazando los armadillos, las guartinajas, los venados, les estamos quitando el hábitat, su bosque. Muchos de esos animales están emigrando y otros salen a hacer daños a los mismos cultivos. Creo que ha traído un desarrollo, pero ha sido desmedido, brutal. Se quiere es la plata, la camioneta de último modelo, la moto más cara, el celular gama alta y pensamos que esa es la solución: la plata. No pensamos en una solución ambiental, en la vida, en el agua, en los bosques, en todo lo que realmente tiene esta zona.

Mi nombre es Aníbal y soy campesino catatumbero, defensor de los humedales, los bosques y los ríos. Junto a otras personas estamos trabajando por un bien común y queremos seguir en esa lucha por la defensa del territorio, para que todos pensemos que este Catatumbo puede ser mejor, para que pensemos que entre todos podemos cambiar los problemas que tenemos. Pero ese cambio no lo hace ningún presidente, ningún gobierno, ese cambio lo generamos nosotros los campesinos, ese cambio lo genera el cultivador de coca cuando empiece a pensar que otra región es posible sin los cultivos de uso ilícito.

 


*Este texto fue publicado originalmente en la primera edición del periódico Pacificultor, en noviembre de 2020.