Las luces de los proyectores que cada semana llenan con textos e ilustraciones los edificios de países latinoamericanos ‒Chile, Uruguay, Brasil y Colombia‒ son prueba de que la protesta social está viva en este lado del mundo.

 

Por Karen Parrado Beltrán, De la Urbe, edición 100

Imagen de portada: protesta de luz en Montevideo. Foto: Vecinas de los Muros.

La cólera, eso es lo que busca contagiar el rostro descompuesto del presentador de noticias que le grita a una audiencia sin rostro: “No los voy a dejar en paz. ¡Quiero que se enojen!”. Enojo, rabia, cólera. El presentador, que en realidad es el protagonista de la película Network, un mundo implacable (1976), es, en sí mismo, la indignación proyectada a través de los televisores.

Una imagen es todo lo que necesita la cólera para transmitirse. “Quiero que se levanten ahora y vayan a la ventana, la abran, saquen su cabeza y griten: ‘¡Estoy muy enojado y ya no lo aguantaré más!’”, vocifera el presentador Howard Bale descolocado de furia frente a la cámara, mientras intenta despertar a una sociedad anestesiada por la depresión económica y la inestabilidad social que dejó la participación de Estados Unidos en la guerra de Vietnam.

Santiago de Chile. Foto: cortesía Delight Lab

Parece que 45 años después, decenas de proyeccionistas latinoamericanos hubieran escuchado a Bale y se hubiera encendido así un enojo lumínico continental.

Los colectivos de América Latina que desde hace seis meses encienden proyectores en diferentes ciudades tienen una cosa en común: emiten luz para no callar. Estos grupos espontáneos de proyeccionistas han consolidado una nueva ola de indignación, luego de que el coronavirus encerrara ‒también‒ la onda expansiva de las protestas de finales de 2019 en Chile, Ecuador, Argentina y Colombia.

Latinoamérica ha sido un escenario complejo en la pandemia y ha dejado decenas de imágenes con el mismo potencial ensordecedor de rabia del presentador de Network. Apenas unas semanas después de decretada la cuarentena en Colombia, por ejemplo, empezaron a circular imágenes de trapos rojos colgando de ventanas y balcones en casas de barrios periféricos de Bogotá y Medellín, amplificando el grito de auxilio ante el hambre de familias pobres a las que la cuarentena condenaba el doble.

“Hambre” fue la primera palabra que proyectó el colectivo chileno Delight Lab en el centro de Santiago durante la cuarentena. “Las personas salieron a protestar porque estaban pasando hambre, eso fue el lunes”, recuerda Octavio Gana, cofundador del colectivo.

Ese lunes 18 de mayo, en la noche, Octavio y su hermana, dueños de un estudio de diseño ‒y quienes hacen proyecciones artísticas desde hace once años, algunas en apoyo a causas indigenistas mapuches‒, alistaron su proyector y estamparon con luz la palabra “Hambre” en la torre Telefónica, en plaza Italia, un espacio emblemático de la movilización social chilena y en donde se han concentrado desde las Jornadas de Protesta Nacional, en medio de la dictadura de Pinochet, hasta las últimas manifestaciones multitudinarias de octubre de 2019.

Por los días de la proyección de Delight Lab, Chile casi alcanzaba los 890 muertos por covid-19, luego de que el país reportara su primer caso el 3 de marzo. Pero, además, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) había advertido que 600.000 chilenos no tenían garantizada su seguridad alimentaria antes de la pandemia, así que cuando el país se enfrentó a los efectos más severos del coronavirus, los cálculos del hambre por parte de la FAO aseguraban que en Chile había un millón de personas con hambre.

“Estábamos muy preocupados porque se hizo una represión fuerte a las protestas de la gente por parte de la policía y porque la gente se expuso a contagiarse y no estaba llegando la ayuda”, precisa el chileno en una llamada desde Santiago. Al día siguiente de la proyección, cuenta Octavio, “un diputado de derecha incitó a perseguirnos por haber proyectado. Se lo tomaron supermal, como que estábamos haciendo un llamado a la violencia”.

Lo que pasó después fue la censura: el 19 de mayo en la noche, mientras proyectaban la palabra “Humanidad” en la torre Telefónica, llegaron los carabineros y la Policía de Investigaciones de Chile escoltando un vehículo que transportaba focos de luz gigantescos con los que borraron la palabra. La escena incluía también una camioneta sin placas.

Esa noche Octavio no durmió en su casa pues temía por su vida. “Uno se acuerda de lo que le contaban los papás de la dictadura y de los militares y, como hay ahora militares en la calle [por el toque de queda decretado en la pandemia], da miedo”, dice.

Bogotá. Foto: Diana Ojeda @diana.oj3da

“Primero tienen que enojarse”

El enojo de las Vecinas a los Muros (@vecinasalosmuros) explotó en 2019, cuando un grupo de amigas y vecinas empezó a reunirse para marchar y hacer “pegatinas” en contra de la actitud “fascista” del establecimiento uruguayo. “Acá estábamos en el período electoral y en el contexto regional se venía una avanzada bastante fuerte de discursos conservadores”, dice una de las vecinas que habla en videollamada.

La oleada de gobiernos de derecha en el continente era notable al finalizar 2019. Jair Bolsonaro, presidente de Brasil; Jeanine Áñez, presidenta interina de Bolivia luego de lo que muchos califican como un golpe de Estado contra Evo Morales; Mauricio Macri, que cerraba su periodo presidencial en Argentina; Sebastián Piñera, en Chile, e Iván Duque, en Colombia, cumplían un año en el poder.

Esas mujeres, que pidieron no ser citadas individualmente con sus nombres sino simplemente como “las vecinas”, se unieron para gritar indignación e inconformismo con carteles y, luego, cuando llegó la pandemia, con luz. Su primera proyección en la cuarentena de Montevideo amplificó un mensaje contundente: “Que el aislamiento sea físico pero no afectivo”.

El 20 de mayo, Imágenes del Silencio, un colectivo que trabaja por mantener viva la memoria de los desaparecidos de la última dictadura uruguaya, las contactó y juntos se unieron a la 25.a Marcha del Silencio, una de las más multitudinarias del país y que cada año transita por la 18, la calle principal de Montevideo. Su juntanza, cuando casi un tercio de la humanidad estaba confinada, fue un acto de reinvención.

Las vecinas llegaron al Monumento a los Detenidos Desaparecidos de América Latina, donde empieza la marcha, y proyectaron las primeras imágenes sobre la escultura. Usaron las proyecciones para diseminar la movilización por las vecindades. Crearon un vídeo con los rostros de los desaparecidos, aprovechando el vasto archivo de Imágenes del Silencio, y lo compartieron por redes sociales a todo aquel que quisiera proyectar desde su casa. Incluso armaron un mapa de proyecciones para cubrir el recorrido habitual de la marcha en tiempos precovid.

“Y fue impresionante porque creo que nunca hubo tanta presencia.  Como que todos los vecinos se acercaban, hay muchas fotos de vecinos sentados en sus reposeras y mirando ese momento. Fue muy bonito”, agrega otra de las vecinas.

 

“Saquen la cabeza por la ventana y sigan gritando”

El martes 7 de julio la prensa mundial anunció que Jair Bolsanaro, presidente de Brasil y uno de los jefes de Estado que más ha minimizado los impactos del nuevo coronavirus, había dado positivo en el test de covid-19. Dos días después, en la noche del 9 de julio, el colectivo @projetemos proyectó sobre un muro medianero del barrio Botafogo, en Río de Janeiro, un mensaje con efecto strober: “Bolsonaro testa negativo para presidente”.

Los mensajes de los colectivos proyeccionistas en Brasil han tenido como foco la crítica directa hacia el gobierno de Bolsonaro. Para principios de agosto, el país superaba los 100.000 muertos por covid-19 y era el segundo en el mundo con las cifras más altas de decesos. “Este es un movimiento social, es un pueblo queriendo hablar”, dice Mozart Santos, uno de los fundadores de Projetemos.

Rio de Janeiro. Foto: cortesía Atento e Forte.

La pandemia no solo aisló el mundo y las relaciones como muchos nunca antes habían experimentado, también expandió otras formas de conectarse. Una especie de rizoma virtual encausado por la luz. “Hoy es el día 108”, dice Juliana Cretella al teléfono, una de las proyeccionistas de @projetofalandopelasparedes. “Todas las noches estamos proyectando; todas, sin falta”. Ella y su marido proyectan desde el barrio Consolação, en São Paulo. Frente a su casa hay un muro blanco con una puerta pequeña, y en ese lugar su marido ha proyectado videoartes y mappings desde 2012. Un día, cuando la pandemia empezaba a impactar a Brasil, decidieron proyectar: “Fora Bolsonaro”, y el mensaje tuvo resonancia entre sus amigos.

“Los mensajes varían, hay días que estamos más para arriba de ánimo, otros en que estamos más autoayuda o un poco más tristes, es una comunicación muy rápida”, reflexiona Juliana. Considera que sus mensajes son políticos, aunque la mayoría del tiempo tengan un lenguaje moderado y de optimismo más que de confrontación hacia el Gobierno.

Habitar un país con desigualdades sociales históricas, con estructuras criminales en los barrios y con un discurso de derecha gobernando el país ha hecho que las proyecciones brasileñas tengan la indignación en su identidad. “No sé si alguien puede hablar de que vivimos en una democracia de verdad. La democracia no está consolidada, está en crisis”, asegura Daniel Miranda en el teléfono.

Daniel, del colectivo Atento e Forte, le compró un proyector barato a un amigo en abril. Desde entonces amplifica mensajes a la hora de los cacerolazos de Río de Janeiro en rechazo a la gestión de Bolsonaro. “Para aumentar más esa indignación de todo el mundo. La pandemia ha hecho más evidente la incapacidad del gobierno de Bolsonaro”, apunta. No solo lo dice como ciudadano, Daniel trabaja como funcionario administrativo en el sector de la salud por lo que conoce desde adentro la crisis sanitaria y social desatada por la covid-19 en su país.

Los mensajes de luz que deja junto con su esposa en la pared vecina, dice, son “una forma de humanizar y de conversar a partir de lo que está en un muro”. Y los mensajes son rabia, reivindicación, luz, color… “Usa máscara como un marica, no como un fascista”, proyectaron el 8 de julio. También ironía, sarcasmo, realismo… “Mi empatía golpea en fascista y se devuelve”.

 

“Griten y sigan gritando”

Un domingo de abril, Felipe Tabares, investigador social, y dos amigos vecinos, la cineasta Laura Mora y el músico Sergio Parsons, subieron a la terraza del viejo edificio en que viven, en el barrio Laureles de Medellín, para escuchar música y proyectar vídeos en una pantalla de oficina. Esa noche nació La Nueva Banda de la Terraza, uno de los colectivos proyeccionistas de Colombia.

“En un momento, un ventarrón quebró el trípode base de la pantalla y ese fue el error que suscitó todo, porque al frente teníamos toda la fachada plana de un edificio”, cuenta Felipe. Entonces abrieron un Power Point y empezaron a escribir frases. “Todo está muy raro”, fue una de las primeras.

Medellín. Foto: cortesía La Nueva Banda de la Terraza

En Medellín la aparición de una “nueva banda” con el nombre de “la terraza” es un hecho significativo, pues a mediados de los años noventa La Terraza era, quizá, la banda criminal más violenta de la ciudad, reconocida por sus vínculos con paramilitares y sus “servicios” ofrecidos al mejor postor. Su huella en la historia reciente es tal que, pese a que muchas veces las autoridades de Medellín han dicho haberla desmantelado, algunas de sus redes y sus negocios perviven.

Ahora, La Nueva Banda de la Terraza es un colectivo de casi 50 personas proyectando simultáneamente desde distintos puntos de Medellín. “Somos varios combos que tenemos intersecciones”, precisa Maritza Sánchez, periodista y una de las proyeccionistas. Esas intersecciones tienen que ver con el pensamiento crítico, el feminismo y la movilización social, especialmente con situaciones críticas de la actualidad como la violencia y la corrupción.

“Es una mierda que haya tantas razones cada semana para seguir movilizándonos, ¡no puede ser que no podamos expresarnos de algún modo! Para mí La Nueva Banda de la Terraza es una posibilidad de sacar de lo íntimo toda la rabia y la impotencia”, señala Maritza. Y ese sentimiento ha dejado golpes de opinión sobre los muros, como los mensajes en rechazo a los feminicidios, al asesinato de líderes sociales y a las recientes masacres de jóvenes en el país; o en apoyo a causas como el Día del Orgullo LGTBIQ o a decisiones como la de la Corte Suprema de Justicia de ordenar la detención domiciliaria del expresidente Álvaro Uribe.

Es un sentir similar al de otros colectivos colombianos, como Streetdente, en Bogotá, para el que las proyecciones son la posibilidad de seguir alimentando la llama de la movilización social latente desde el 21 de noviembre (21N) de 2019, luego de una insatisfacción colectiva con el Gobierno y su incumplimiento de los acuerdos de paz. “Proyectar es como seguir habitando la calle”, dice uno de los streetdentes que prefiere reservar su nombre.

“No queremos tener una ideología o algo así, sino que tenemos la función de comunicar desde la digna rabia. Somos parte del antídoto ante el veneno informativo que ha dejado el virus”, apunta otro de los integrantes de ese colectivo. Durante los meses de pandemia, Streetdente ha hecho dos proyecciones: “Banderas rojas”, el 31 de mayo, en solidaridad con el hambre que pasan los barrios pobres Bogotá, y “Llama al 1312”, el 25 de junio contra la violencia policial.

En general, la identidad de los colectivos que proyectan en Colombia es la rabia, las ganas de manifestar desacuerdos, por eso muchos acuden a la gráfica social y a los mensajes contestarios que señalan injusticias y desigualdades sociales, además de violencias estructurales manifestadas en los titulares de noticias sobre muertes y escándalos políticos cada semana. “Hay un monotema [la pandemia] que está dominando todo y se dejó de hablar de un montón de cosas que también venían pasando”, subraya Felipe Tabares.

Aunque también hay lugares de proyección un poco más tangenciales, como los de Toquica, un estudio de diseño que proyecta en Bogotá para visibilizar los trabajos de artistas y diseñadores afectados por el cierre del sector cultural en la pandemia. Andrés Toquica, uno de los fundadores del estudio, proyecta ilustraciones, animaciones y textos de colegas en el edificio de seis pisos que está en construcción frente a su apartamento, en Chapinero.

“Creo que todo lo que se hace es político”, dice refiriéndose a las proyecciones. “Pero nuestro enfoque es más el arte y el diseño, sin decir que no estamos cuestionando cosas a veces”, precisa. No proyecta para denunciar, esencialmente, sino para propiciar espacios alternativos de exposición del sector cultural, ahora que los museos y las galerías están cerrados y que las ayudas estatales son insuficientes para frenar la quiebra de muchos espacios culturales.

Estén en la parte sur o al norte del continente, sean más frenteros con sus expresiones políticas o un poco más colaterales, nazcan de la esperanza o de la rabia, los proyectores de Latinoamérica están despiertos. Atentos, fuertes. No solo tienen los muros para gritar con luz, crecen en Instagram con cada proyección que fotografían y postean: 9519 seguidores de @lanuevabandadelaterraza, 32.100 de @projetemos, 5529 de @vecinasalosmuros…

“Pero primero tienen que enojarse. […] Saquen la cabeza por la ventana y sigan gritando. Griten: ‘¡Estoy muy enojado y ya no lo aguantaré más!’ Griten y sigan gritando”, exhorta de nuevo el presentador desde la pantalla, y los proyectores latinoamericanos gritan una rabia de luz.

 


Este artículo fue publicado originalmente el 12 de octubre de 2020 para la edición 100 del periódico De la Urbe, aquí.