El periodista y docente Jorge Iván Bonilla analizó la política editorial de algunas fotografías que registraron hechos del conflicto armado, y la manera como esas imágenes pueden contribuir al presente para no caer en los mismos errores del pasado.

 

Por: Pompilio Peña Montoya

Jorge Iván Bonilla.

¿Qué nos dicen las imágenes con las que por años se registraron hechos de violencia? Esta pregunta se la hizo el docente de la Universidad Eafit, Jorge Iván Bonilla, con el fin de escribir La barbarie que no vimos: fotografía y memoria en Colombia. En el libro, este periodista y comunicador, con doctorado en Ciencias Humanas y Sociales, desarrolla nueve apartados en los que expone puntos de vista y reflexiones sobre fotografías de prensa que, en su momento, expusieron el horror y la deshumanización derivados del conflicto armado, a menudo tomadas bajo contextos paradigmáticos.

Hacemos Memoria habló con Bonilla para profundizar sobre el contenido de este trabajo, cuyo fin último, expresó, es generar conciencia en el lector acerca de la importancia de propiciar reflexiones y espacios con un diálogo de reconciliación y paz.

 

¿Cómo surgió la idea del libro?

Llevo alrededor de 20 años estudiando el rol de los medios de comunicación en procesos de guerra y paz, y siempre me interesé en conocer más sobre el papel de la imagen, en los modos de representar, de contar o de dar cuenta del conflicto armado, sobre todo en asuntos de dolor, de sufrimiento, de esperanza, de alegría. Me preguntaba por las emociones que veía en esas imágenes, emociones que más allá de la noticia, hablaban de las personas y su dolor. Sentí que tenía una deuda y quise desarrollar una idea, pero no tenía las herramientas para hacer un análisis de la imagen. Esto se dio después gracias a que comencé un doctorado en la Universidad Nacional, entonces me metí de lleno en la imagen, con más juicio, con mucha más literatura teórica y metodológica.

El título del libro daría a entender, a un lector desprevenido, que encontrará allí una especie de ranking de imágenes duras, pero no es así

No. Parte del título lo tomé de un informe especial de la revista Semana del 2007, que se tituló La Barbarie que no vimos, en el que la revista explicó que la atrocidad cometida por los actores armados no había sido lo suficientemente alertada, avizoraba y mostrada en los alcances mismos de las tragedias. El informe se centró en la barbarie paramilitar, concretamente en el modo de operar de esta organización a la hora de cercenar cuerpos, de mutilar. Allí había imágenes de fotorreporteros como Jesús Abad Colorado y Natalia Botero. Me quedó sonando ese nombre. Pero, lo que yo quiero es hacer una reflexión sobre la necesidad de volver a mirar, con otros ojos, imágenes que representaron acontecimientos que, en su momento, no supimos o no quisimos mirar, y que ahora nos invitan a reflexionar sobre cómo podría ser este país de no haber conflicto.

El libro está compuesto de varios ensayos, acompañados de 77 fotografías, la mayoría de ellas registradas entre 1988 y 2005 ¿De qué tratan algunas de estas reflexiones?

En la primera parte hago toda una reflexión teórica expresada en un diálogo con la intelectual Susan Sontag, quien reflexionó sobre la fotografía. Esta se da a partir de cinco conjeturas que tuvo la ensayista con la imagen: el tema del realismo; la estetización; la fotografía como un dispositivo ausente de narración (por lo que la fotografía interpela a los sentimientos y no a la razón); el exceso y la saturación de imágenes en la creación de una opinión pública saturada, pasiva y narcotizada; y, la quinta idea de Sontag, que es una crítica sobre cómo somos espectadores a distancia del dolor ajeno, pues las noticias nos llegan sin ningún compromiso político, ético o moral, ya que solo somos espectadores de los naufragios de otros.

Estas ideas abonan el terreno para la segunda parte del libro, que hace un análisis de las imágenes con que la prensa ilustró 29 masacres, entre 1998 y 2004. Pero ello no lo hago para decir cómo cubrió la prensa, sino para conocer la política visual de esta clase de hechos en Colombia, y me di cuenta que es la de los números, la de los caídos, la de los humillados, donde las muertes son simples estadísticas.

Luego hago un análisis de perpetradores y de víctimas. Tomo la imagen, por ejemplo, de Salvatore Mancuso, publicada en el 2004, cuando este jefe paramilitar estuvo en el Congreso. Y esta imagen la contrapongo con una reflexión que hago sobre una imagen de Yolanda Izquierdo, una de las primeras líderes de tierras que murió asesinada en el 2007 cuando comenzó todo este proceso de reclamación de tierras en Córdoba. Y la del alcalde del Roble, Sucre, Eudaldo Díaz Salgado, un alcalde que, en el 2003, recién electo Álvaro Uribe como presidente, en uno de los primeros consejos comunales dijo que lo iban a matar, y así fue. En este capítulo no hay imágenes de sangre, pero en ellas el horror se anuncia.

Luego trabajé un capitulo que llamé Símbolos, en el que analicé la foto de Ingrid Betancur de 2007, cuando las Farc la grabaron como prueba de supervivencia y de ahí los medios sacaron un fotograma, donde ella está sentada en un banco en medio de la selva. La analicé como si fuera una imagen icónica, ya que tiene todas las características de las imágenes de los santos mártires de la época medieval. Este mismo ejercicio lo hice con las fotos que se conocen de los policías y los militares prisioneros de las Farc, en una especie de campo de concentración, que los medios compararon con los campos de los nazis.

Hago después un trabajo sobre el modo en que se mostraron los triunfos del Estado cuando atacaron a los miembros del secretariado de las Farc, a alias ‘Raúl Reyes’, a alias ‘Jorge Briceño’, a alias ‘Alfonso Cano’. Estas muertes se evidenciaron con imágenes grotescas porque, evidentemente, fueron imágenes al servicio de la propaganda, en las que el enemigo no tiene humanidad.

Y el último capítulo del libro es un análisis sobre cuál fue la política visual de los falsos positivos en la prensa colombiana y cómo se han mostrado los desaparecidos.

¿Cree usted que el uso de este tipo de imágenes que muestran el conflicto en Colombia ha cambiado en las últimas décadas?

Hoy hay más sensibilidad con la manera cómo se presenta el horror y la muerte en el conflicto armado colombiano. Hoy hay unos perímetros más claros frente a las víctimas, su dignidad y humanidad. De hecho, a partir del año 2000 llegó a Colombia un modelo que tiene que ver con el modo cómo Estados Unidos presentó las guerras que tenía alrededor del mundo, y que se dio sobre todo con el conflicto en Vietnam. Y es que no se podía mostrar el horror, ni los cuerpos muertos, ya que la atrocidad podía volver a la opinión pública en contra de la guerra. Así que éstas se comenzaron a mostrar de otro modo en los medios de comunicación, a través de infografías, simuladores, cifras y, en general, con realidad aumentada. Eso ocurrió en el caso colombiano. De hecho, la muerte de ‘Alfonso Cano’ en el Cauca se mostró con mucho menor morbo y horror que la de ‘Raúl Reyes’ y el ‘Mono Jojoy’. Con Cano hubo un cuidado mucho más riguroso para no mostrar el horror. Y esta idea se ha replicado con otras operaciones.

¿De qué tratará su próximo trabajo?

En mi próximo trabajo quiero centrarme en los fotógrafos, hombres y mujeres, entre otras cosas porque tenemos muy buenos fotorreporteros con una sensibilidad ejemplar. Tengo un banco de cerca de 1.500 imágenes que logré recopilar en muchos años. Tengo algunas vigentes, otras que ya no están, de periódicos regionales y nacionales. Quiero escoger unos seis fotógrafos para conocer sus puntos de vista, lo que los hace tan diferentes y auténticos.

 


La barbarie que no vimos. Fotografía y memoria en Colombia

Ciencia política

Colección: académica
Autor: Jorge Iván Bonilla Vélez
Medellín, 2019
ISBN: 978-958-720-607-4
Pasta rústica, 17 x 24 cm
435 páginas
$70.000

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