El pasado de esta joven, quien es madre de dos hijos y protagonista de la película Amparo, está marcado por el desplazamiento, la violencia barrial y el deseo profundo de consolidar un hogar.

 

Por: Pompilio Peña Montoya

Imágenes: cortesía Melissa Torres

Sandra Melissa Torres no sabe por qué le pasó lo que le pasó, a pesar de que apenas si veía películas y novelas, y nunca mostró interés por el mundo audiovisual, las cámaras, la actuación y los guiones cinematográficos. De hecho, hasta el rodaje de la película Amparo, en la cual fue protagonista como actriz natural, los únicos papeles que había adoptado eran el de una madre empeñada en sacar adelante a sus dos hijos junto a su esposo, el de una empleada en almacenes de dispositivos eléctricos, y el de una hija, hermana y sobrina divertida.

De hecho, hasta el 14 de julio del 2021, Melissa solo era reconocida por sus vecinos en el barrio Sol de Oriente, un sector en lo más alto del noroccidente de Medellín, circundado por calles empinadas y serpenteantes. Ese día, varios medios de comunicación informaron desde Francia que Melissa había ganado el premio a mejor actriz en la Semana de la Crítica del Festival de Cine de Cannes por su participación en Amparo, largometraje dirigido por el antioqueño Simón Mesa Soto.

En esta película, Melissa protagoniza a una madre soltera que busca impedir el reclutamiento de su hijo por parte del Ejército, hecho que la obliga a enfrentarse a un establecimiento violento y corrupto.

Luego de obtener el premio empezaron las entrevistas de farándula a orillas de la playa de Cannes, recuerdos que se unieron a los guardados en París, donde se tomó fotos junto a la Torre Eiffel, el Museo del Louvre, los paseos peatonales del río Sena, el Arco del Triunfo y, por supuesto, la Avenida de los Campos Elíseos en pleno verano. Estas postales de ensueño hoy forman un collage que pegó en un cuadro de Icopor en la pared de su cuarto.

De Cannes también se trajo un afiche de la película que no ha podido enmarcar por falta de dinero y el diploma que le fue otorgado por su talento oculto. A su regreso a Colombia, en el aeropuerto, la recibieron como una estrella de cine y de camino a su casa su familia la invitó a tomar chocolate con quesito en un mirador de Las Palmas.

“Yo le enviaba fotos a mi familia por el grupo de WhatsApp cuando llegaba a un lugar, es que no me creía estar caminando por esas ciudades cuando yo ni siquiera conozco el Parque Arví, que tengo ahí cerquita de la casa, ni había montado en avión”, comentó Melissa, quien añadió: “me he sentido bendecida porque en menos de tres años me salió lo de la película, mi esposo logró conseguir un lote y ahí vamos construyendo la casa de a poquito, y mi familia está más unida que siempre”.

 

Crecer entre la violencia

Melissa nació el 16 de enero de 1990, en la casa de una partera en el municipio de Sabanalarga, occidente de Antioquia. Semanas atrás sus padres habían huido de la violencia paramilitar en Dabeiba, donde tenían una parcela y criaban a seis hijos. Melissa no tenía más de una semana de nacida cuando la familia Torres, en cabeza de su padre, Jesús Albeiro Torres, decidió recorrer 123 kilómetros hasta Medellín para arribar con unas cuantas pertenencias al morro Pan de Azúcar, uno de los siete cerros tutelares que rodean la ciudad y que para principios de los 90 estaba siendo ocupado por desplazados del conflicto armado.

“Yo aprendí a caminar descalza en ese cerro. En la casa que mis papás construyeron el techo era de zinc y las paredes de bolsas y tablas; era una casa grande que mi papá iba mejorando, haciendoles trabajos de electricidad a los vecinos que le pagaban con materiales. Después mi papá comenzó a vender buñuelos y mi mamá se ocupó de crear una guardería en el morro. Aún recuerdo el sabor a Bienestarina”, dice Melissa, refiriéndose al complemento nutricional que el Estado les entregaba a las familias para mejorar la alimentación de sus hijos.

De esos años Melissa tiene recuerdos bellos, salvo por un hecho, la muerte de su hermano Fredy, mayor que ella un año. Según su madre Margot Pineda, Melissa y Fredy tenían un enorme parecido y eran inseparables. Él moriría poco antes de cumplir los tres años por complicaciones gástricas debido al consumo de agua contaminada cuando la familia Torres apenas comenzaba a adaptarse a su nuevo vecindario. Lea también: Siete lugares que habitó el crimen y que aún se conservan

Durante poco menos de diez años, los Torres criaron en el Cerro Pan de Azúcar a sus siete hijos: Luz, Martha, Óscar, Liliana, Wilson, Melissa y Nely, que irían construyendo su propia vida.  En 1999, 140 familias que ocupaban el cerro fueron reubicadas por el gobierno en nuevas viviendas situadas abajo en la montaña, en los barrios Sol de Oriente e Isaac Gaviria. A los Torres les asignaron una casa de 2,5 metros de ancho por 12 de largo, en un primer piso, que por años sirvió de retaguardia a los pistoleros que habían tomado como campo de batalla la cancha de fútbol junto a la casa, hoy la Unidad de Vida Articulada Sol de Oriente. En esa época, Melissa sería testigo de la violencia que cobró la vida de muchos de sus vecinos, entre ellos de un primo suyo.

Sandra Melisa junto a su esposo José Vanegas y sus dos hijos: Juan José y Emiliano, el bebé de la casa.

Por otra parte, la vida personal de Melissa tuvo sus propias adversidades, perdió cuatro veces cuarto de primaria y solo estudió hasta sexto de bachillerato. Estas fueron algunas de las razones que tuvo en cuenta su padre para oponerse a celebrarle los quince años. Sin embargo, doña Margot con la cooperación de algunos parientes recolectó el dinero para la fiesta. Melissa, además, corrió con otra suerte: por esos días un carretillero que pasaba por la casa llevaba exhibiendo un hermoso vestido de quince que terminó casando en su cuerpo como si lo hubieran confeccionado para ella. Su madre pagó por el traje ocho mil pesos.

Cinco meses después de sus quince, Melissa quedó embarazada de su novio José Vanegas. Por esos días su padre les advirtió a las mujeres de la casa, a sus hijas, no quedar preñadas si no querían terminar en la calle y recibir una “muenda”. Con José llevaba saliendo un par de años, luego de que él la invitara a un bolis de cien pesos una tarde calurosa a la salida de la escuela y le lanzara coqueteos. También hacía calor la vez que fue a buscarlo a su casa para contarle que estaba en cinta y que no tenía la menor intención de regresar a su casa, sino de vivir con él como una familia.

 

El casting: una oportunidad de recrear la vida propia

Un par de semanas antes de comenzar a hacer casting para la película, Melissa pasó encerrada y deprimida por perder un empleo en un almacén de cadena. Uno de sus hermanos, que había desarrollado actividades proselitistas en el barrio, había logrado pactar diez empleos a cambio de sus servicios propagandísticos. El único requisito era que los elegidos respondieran un cuestionario que les llegaría al correo electrónico, uno de cuatrocientas preguntas.

“Era principios del 2019, yo llevaba viviendo en casa de mi suegra desde que quedé embarazada de Juan José, es decir, hacía 12 años, y mi otro hijo, Emiliano, tenía un añito largo. Yo venía pidiéndole a Dios un trabajito. Llevaba desempleada un año y pasábamos una situación difícil. Además, buscábamos la manera de irnos a vivir independientes, cuando mi hermano me propuso el trabajo que perdí por no responder la encuesta”, contó Melissa.

Años atrás, ella había laborado en un almacén de venta de dispositivos eléctricos, a donde llegó recomendada por el propietario de una empresa de jeans al que conoció por casualidad luego de salir del edificio del Servicio Nacional de Aprendizaje (SENA), donde le dijeron que no podía acceder a ninguna capacitación por no tener su bachillerato terminado. Desilusionada, Melissa vio a este hombre almorzando en un restaurante y le preguntó si conocía a alguien que necesitara trabajadoras “para lo que fuera”. El hombre le dio empleo cortando la tela sobrante de los pantalones, pero Melissa no resistió una semana, las manos comenzaron a dolerle y la deuda que había adquirido para costearse el transporte la mortificaba. Por esa semana le pagaron 3 mil 500 pesos. Tomó el dinero y conteniendo las lágrimas salió de allí. Semanas después el hombre la llamó para proponerle trabajar en un almacén. Así conoció a doña Beatriz, quien pronto le tomó aprecio, la puso a firmar contrato y le dio la oportunidad de terminar su bachillerato.

“Por eso me dolió tanto perder ese empleo que me tenía guardado mi hermano”, comenta Melissa, quien, para sacarse ese mal sabor de estar pensando en la encuesta no respondida, una tarde decidió salir del encierro para asistir a una reunión escolar y vio a un joven con lo que parecía ser una sofisticada cámara que llamó su atención.

—Muchacho, ¿Usted quién es? —le preguntó Melissa sosteniendo en brazos a su hijo Emiliano.

—Trabajo para una película, estamos buscando a Amparo.

—¿Quién es Amparo?

—La actriz.

—¿Se les perdió en este barrio?

—No, estamos haciendo casting.

—Ah, ya. Usted si es de buenas. Aquí no más hay un montón de mujeres.

Las mujeres de las que hablaba eran madres que habían asistido a la misma reunión escolar que ella. El joven le dijo que Amparo debía ser una mujer de barrio, de entre 30 y 35 años de edad. Melissa le rogó que la dejara hacer el casting, pues para entonces contaba 28 años. El hombre, finalmente, le indicó sentarse en una butaca, le señaló el lente de la cámara y le pidió que se presentara.

«Hola, mi nombre es Sandra Melissa Torres Pineda, mi número de celular es 300 735…, vivo aquí en Sol de Oriente con mi familia, tengo dos hijos y…» Melissa se quedó mirando al joven por si tenía que agregar algo más y enseguida sintió los mocos de Emiliano, se los limpió y escuchó decir el hombre detrás del aparato: “Es todo, muchas gracias”.

Le contó a sus hermanos y papás que había hecho un casting para una película de cine y cada uno, en tono divertido, hizo su acote. “Mi familia se puso a reírse de mí. Me decían que seguro buscaban a una mujer alta y yo mido solo 1,53, acuerpada, con senos grandes y como yo soy de senos pequeños, pues jaja, mejor dicho. Todos nos reímos. Mi esposo me dijo, ‘mi amor, yo sé que eso va a ser para usted’. Y yo, delante de todos para ponerlo en ridículo, dije: ‘Mírenlo. ¡Ay! Tan lindo, qué pesar, ya quisiera usted tener una estrella de cine como mujer’. Y mi familia juaaa, juaa, y le metimos unos calvazos”.

Ocho meses de verdadero casting seguirían a aquel episodio, ocho meses en los que en ningún momento le dijeron a Sandra Melissa si actuaba bien o mal. En una ocasión le propusieron que hiciera de una madre que implora a un vecino, con bajas intenciones, que le preste algo de dinero para llevar a su bebe enfermo al médico, y a la primera, Melissa lloró de verdad al traer a su mente experiencias personales. Cuando la escena terminó, Melissa dirigió su mirada a los rostros perplejos y conmovidos de la producción de la película.

Sandra Melissa y Simón Mesa recibieron de parte del alcalde de Medellín Daniel Quintero, un reconocimiento por la película Amparo.

Transcurrió el tiempo. Una tarde recibió una llamada y la citaron a un lugar al que nunca había ido: un centro comercial en una zona exclusiva. No pensaba ir. El poco dinero con que contaba estaba reservado para comprar la comida del almuerzo y la cena. Finalmente, su esposo la transportó en moto. En realidad, la habían citado en lo que parecía ser un restaurante, y Melissa se preguntó qué papel interpretaría esta vez. De pronto, vio una gran cantidad de caras sentadas alrededor de una mesa. Escuchó una voz que le dijo: “Felicitaciones, ¡eres Amparo!”.

“No cabía de la felicidad. Me invitaron a comer y pedí una bandeja paisa; llevaba años sin comerme una. Pero no vendían. Me dio más pena cuando miré la carta de las comidas y todas llevaban nombres extraños. Alguien me recomendó una sopa, y… ¡Ay Dios mío! Era una sopa blanca dentro de un pan, muy rica. Y yo que llevaba años comiendo solo arroz, huevo y frijoles”, recordó Melissa.

La película Amparo fue estrenada a finales de noviembre del 2021 en el Festival Mirada de Medellín, obteniendo gran acogida entre el público. Melissa, por su parte, recibió un reconocimiento de la Alcaldía que le otorgó una beca para estudiar artes escénicas. Ella insiste en que no sabe por qué le pasó lo que le pasó, pero este bello episodio le despertó el deseo de seguir haciendo de su vida una película con un final feliz.