Gonzalo Sánchez, exdirector del Centro Nacional de Memoria Histórica, reflexiona sobre el viraje que tendría que hacer la Comisión de la Verdad en el contexto de la pandemia y del incremento de la violencia.

 

Por: Comisión de la Verdad

Foto: Comisión de la Verdad

Hablemos de Verdad es un espacio que amplía las conversaciones necesarias alrededor de la tarea de la Comisión de la Verdad. En este espacio, diferentes voces nacionales hablarán sobre lo que espera el país del informe final, las verdades que se necesitan, los retos para construir un relato nacional sobre el conflicto armado y la verdad para otros futuros posibles. Si bien las personas entrevistadas contribuyen a un debate amplio y pluralista, sus respuestas no son reflejo de la posición de la Comisión de la Verdad.

En la tercera entrevista de Hablemos de Verdad, Gonzalo Sánchez, Premio Nacional de Paz 2016 y quien dirigió el Centro Nacional de Memoria Histórica, reflexiona sobre el viraje que tendría que hacer la Comisión de la Verdad en el contexto de las dos situaciones que aprisionan a las colombianas y los colombianos: la pandemia y el incremento de la violencia.

Hay una comisión de la verdad en Colombia tratando de esclarecer nuestro pasado en medio de una pandemia. ¿Cuál cree que es el reto en este contexto?

La Comisión es una entidad que, por su naturaleza, está conversando con la sociedad y tiene que hacer eco a las demandas, a las expectativas, a los límites que le impone la propia sociedad. La pandemia obliga a repensar la tarea, definir prioridades, obliga a definir, finalmente, la ruta. Esto cambia el sentido del informe, las condiciones en las que se produce y obliga a pensar muy bien en el manejo de las expectativas, la divulgación, la apropiación, los mensajes que hay que mandar. El debate público ha cambiado, lo que podríamos llamar, las prioridades discursivas. El gran eje en este momento no es la verdad, no es la justicia, es la supervivencia, la contención de los efectos dramáticos que va a tener esta crisis y que van a ser duraderos. En esas condiciones el centro del eje del trabajo de la Comisión deja de ser el pasado y tiene que volverse más un registro del presente, esto le está exigiendo una intervención sobre el presente y le está generando unas expectativas de propuestas del futuro.

Hay que tener en cuenta cómo esto ha roto el espacio social tal como se venía presentando. Veníamos de una fase de expansión de la movilización social y de la movilización democrática no solamente aquí en Colombia sino también en el continente y en otras muchas partes del mundo y de repente pasamos del cacerolazo al tapabocas. Entonces el foco de atención va a ser el hambre, la salud, la violencia o, puesto en otros términos más generales, las exclusiones y la violencia. En estas condiciones, el informe de la Comisión tendría que ser como una especie de manifiesto de futuro, por la vida, un manifiesto por la paz.

¿Y las condiciones de producción que mencionaba?

Primero están las limitaciones de salud para la movilidad que ponen contexto; segundo, los actores armados están desaforados matando líderes sociales y excombatientes. Hay un contexto simultáneo de pandemia y de expansión de la violencia, incluso con la aparición de nuevos actores. Ya no es momento de recoger más información, sino de procesar y de resignificar lo que se tiene. El otro elemento que también hay que tener en cuenta es que va a haber una estrechez creciente de los recursos, no solamente de los recursos internos, sino de los apoyos internacionales. Esto es un fenómeno planetario, pues todo el mundo está en afanes de mover sus recursos para las mayores urgencias, y pronto los financiadores internacionales seguramente se van a mover a zonas más críticas y desprotegidas, como el África

¿Cómo evalúa el contexto en el que el país recibirá el informe?

Tenemos varios elementos: Primero, la percepción de inacción del Estado.

Segundo, ya el país comienza a moverse en horizonte de elecciones para el año entrante; entonces la polarización va a seguir incrementando. Ese escenario de polarización o ‘repolarizacion’ obliga a que el informe tenga que pensarse en función de la reconciliación, a contracorriente de ese contexto polarizante que va a ser el contexto dominante. La Comisión debe ser un escenario para la reconciliación, para el presente y para el futuro del país. Tiene que sembrar una semillita de esperanza para que la gente pueda atravesar este desierto tan complicado en el cual estamos. A la Comisión le queda año y medio, tiene un déficit cronológico, entonces tiene que reinventarse para responder a las expectativas sociales. No es para alarmarse. Si se tiene claro ese horizonte, un año es suficiente.

Tercero, la presión cotidiana por el desmonte y por la desnaturalización de los acuerdos y de todo el andamiaje institucional para darles desarrollo. La Comisión trabaja en un ambiente hostil desde el punto de vista político.

Por último, el informe llegará en medio de un escepticismo sobre lo que pueda significar en término de transformación social, en un país que, como lo hablamos al comienzo, tiene su foco de atención totalmente alterado. Las propuestas de las campañas políticas seguramente van a ser de cómo resolver los problemas críticos de sobrevivencia de la población.

Esto debe llevar a la Comisión a eliminar la angustia por agotarlo todo. La sentimos también nosotros como Grupo de Memoria y como Centro de Memoria Histórica: atender a todas las víctimas, identificar la responsabilidad de todos los actores, estudiar todas las modalidades de violencia, ir a todas las regiones. Ese es siempre un motor de acción, pero uno nunca agota todo.

Es decir, valorar y significar lo que ya hay, como dijo antes

Hay mucha información disponible aportada por las comunidades, las víctimas, la academia los investigadores, los exiliados. Es decir que no es que la Comisión se va a quedar de repente sin la materia prima para poder trabajar. Hay una enorme materia prima disponible. Por tanto, hay que aceptar que la interacción puede ser ilimitada, que nunca vamos a estar al día, ni en cifras ni en la documentación posible o deseada. Yo creo que este contexto empuja mucho más las exigencias de la Comisión a poner el énfasis en la convivencia, más que en el esclarecimiento. Es decir, más en el futuro y en el presente que en el pasado.

En consecuencia, más que buscar información, el esfuerzo es darle sentido, nuevos sentidos a lo ya construido, y como decía inicialmente, esto hace que el informe tenga que ser un manifiesto, es decir, que sea un informe muy propositivo, interpretativo, y de resignificación de lo acontecido, pero también de proyección del futuro.

Aquí la pregunta por la tarea democratizadora de la verdad es crucial: cómo hacer que a la verdad se la pueda sentir como dando respuesta a lo que pasa. Por ejemplo, la Comisión tiene que estar en capacidad de alertar sobre los riesgos de autoritarismo que hay latentes en la sociedad para responder a la pandemia. En el plano mundial, es evidente en el caso de Trump o Bolsonaro, pero lo podemos sentir también aquí en lo cotidiano. Hay una dosis de autoridad que es necesaria, pero que esto se convierta en tendencia irrefrenable puede ser muy complicado.

Hay una especie de medicalización del poder y de la sociedad. El poder es cómo el gran médico que nos cuida a todos, y el poder comienza a verlos a todos como enfermos reales o potenciales, como objeto de control de cuerpos y de nuestras relaciones sociales. Entonces ese “Gran Médico”, que es el poder, comienza a tener una enorme proyección invasiva sobre lo cotidiano personal y sobre lo cotidiano social. ¿Qué hacer frente a esto? ¿Y qué hacer frente al encierro en el que nos sentimos como individuos y como sociedad, encerrados por la pandemia, por la violencia y por la conjunción de los dos? Creo que la Comisión y el informe también tiene que responder y asumir el carácter de un manifiesto emancipatorio, es decir, tiene que ser un mensaje muy fuerte sobre cómo liberar a la sociedad de la doble prisión en la que se encuentra: la de la guerra, que sigue siendo un hecho, y la de las consecuencias de la pandemia, que todavía no sabemos qué tanto pueda llegar a durar.

La Comisión tiene que recuperar un discurso liberador para quienes sufren de manera mucho más dramática las consecuencias de la pandemia, otra vez: más que el esclarecimiento debe estar enfocada en la capacidad trasformadora.

Al principio habló de la apropiación del informe. ¿Qué hacer con la baja expectativa que hay alrededor de la existencia de la Comisión y de ese informe final?

Yo creo que está en las manos del mandato y de la Comisión misma la solución. Quizás la Comisión se ha enfocado mucho, como cualquier institución, en ser innovadora. El contexto, quiérase o no limita las ambiciones. El sello estará en el nuevo sentido que le den al acumulado. Lo que puede tener algún efecto es la fuerza de los mensajes que se manden a la sociedad. Eso no es fácil, pero la Comisión tiene todas las capacidades para hacerlo, tiene todas las antenas en las regiones, en las comunidades, en los diferentes grupos sociales.

¿Cuáles son los tres o cuatro mensajes claves para que Colombia salga de esa doble prisión que he señalado? Creo yo que es donde va a estar la posibilidad de una incidencia fuerte y una receptividad muy fuerte en la sociedad. Si la Comisión, en lugar de plantearse otros informes de esos de 300 y 500 páginas, se plantea uno de 150 que puede ser leído por todo el mundo, con cinco mensajes muy fuertes en términos de propuestas de futuro, creo que habrá más oídos para escucharla y valorarla, y para que la Comisión cumpla su tarea del momento en la sociedad que nos tocó vivir: interpretar.

 


Este artículo fue publicado originalmente el 20 de junio de 2020, aquí.