La exdirectora de este lugar de memoria piensa que esta entidad perdió el rumbo, en parte, por la falta de compromiso y los manejos que le han dado distintos alcaldes. Tercera entrega del especial: El incierto futuro del Museo Casa de la Memoria.

 

Por Camilo Castañeda Arboleda

Lucía González hoy comisionada de la Comisión de la Verdad. Foto: Comisión de la Verdad

El Museo Casa de la Memoria de Medellín fue “pensado como un dispositivo pedagógico y político para la ciudad, un dispositivo para devolver la pregunta sobre por qué somos tan violentos y por qué no paramos esta guerra”, recordó Lucía González Duque, directora de la institución entre 2013 y 2015, quien opina que hoy el Museo está desconectado de ese propósito y que su mirada está puesta en otros intereses y no en las víctimas, que deberían ser su centralidad.

En entrevista con Hacemos Memoria, González dio a entender que la dirección de esta entidad se convirtió en un botín político, lo que para ella cuestiona éticamente el valor que le dan los gobernantes a este lugar de memoria.

 

¿Cuáles fueron los principales retos que enfrentó cuando asumió la dirección del Museo Casa de la Memoria de Medellín?

Cuando yo llegué había una crisis muy grande. Se le advirtió en todos los tonos al alcalde Aníbal Gaviria que el Museo no estaba incluido en el plan de desarrollo. Había un comité asesor desde el período de Alonso Salazar que era interdisciplinario, con gente de cooperación internacional, de organizaciones sociales, de víctimas, que hizo una campaña muy fuerte para que el Museo se incluyera en el plan de desarrollo y no se incluyó, lo que dio cuenta de las dificultades o de la incapacidad de entender el lugar de un museo de la memoria en una ciudad.

Una vez inició el período de la alcaldía de Aníbal hubo una disputa muy difícil entre la Secretaría de Cultura y la Secretaría de Gobierno por no tener el Museo Casa de la Memoria, no querían tenerlo, porque si lo tenían debían sacar un presupuesto. Esa fue la primera gran dificultad y hubo un presupuesto relativamente precario y disputado a esas dos secretarías.

Por otro lado, la construcción del edificio fue perversa, el edificio se hizo con muchas precariedades porque en ese gobierno —el de Alonso Salazar— tampoco hubo una respuesta real y sensata a las enormes dificultades arquitectónicas y constructivas que tenía el edificio.

Aun con esas dificultades, creo que logramos la tarea más importante que era posicionar la misión del Museo y que las víctimas sintieran que realmente era una respuesta a su demanda y que esa era su casa. Ellas siempre dijeron que querían una casa para ellas, se concibió la idea como casa museo y logramos que sintieran que ese espacio les pertenecía y que era un espacio desde el cual podían hablar. Logramos que no fuera solo un museo, sino que fuera un lugar de diálogo, de debate, de pensamiento y configuramos una red de organizaciones comunitarias que asumieron a la tarea a través de Memorias en Diálogo.

La idea era sacar la tarea del Museo de la caja blanca y convertir esto en un tema de ciudad, convocar a muchas organizaciones sociales y yo creo que tuvimos el Museo lleno todo el tiempo, con universidades, con organizaciones sociales, organizaciones de base, víctimas, excombatientes, en una actividad muy vital de poner el tema de la reflexión de lo que nos ha pasado como sociedad, porque este no puede ser un museo solo para los extranjeros, porque este no fue un museo pensado para el turismo, fue pensado como un dispositivo pedagógico y político para la ciudad, un dispositivo para devolver la pregunta sobre por qué somos tan violentos y por qué no paramos esta guerra.

¿Cuáles otros logros importantes alcanzó durante su gestión como directora?

Logramos tener una junta directiva mixta donde las víctimas tenían espacio, en un ejercicio por defender el Museo de la manipulación política o de la politiquería, por defender la autonomía que necesita y que responde a la autoridad moral que le compete a un museo de las víctimas.

Creamos una asociación de amigos del museo para extender la tarea a otros sectores, estaban entidades públicas, entidades privadas, organizaciones sociales y de víctimas, universidades públicas y privadas, Bancolombia, ISA, Isagen, Ecopetrol, el Instituto Popular de Capacitación (IPC), la corporación Región.

Y creamos un modelo de administración después de una discusión muy amplia; yo hubiera querido que fuera una entidad mixta en la que el sector privado también se hiciera cargo del Museo y lo quisiera como propio, en parte para que no estuviera al vaivén de los cambios políticos, pero eso no se logró. Pudimos convertirlo en una entidad descentralizada con más posibilidades de manejo desde la parte administrativa y presupuestal.

Sin embargo, el gobierno siguiente —el de Federico Gutiérrez quien nombró en la dirección a Adriana Valderrama— hizo un nombramiento que de todas maneras era una cuota política. Lo mismo este alcalde —Daniel Quintero quien nombró en la dirección a Jairo Herrán Vargas—. Este se convirtió en un cargo que se entrega en un favor político, lo que no descalifica a las personas necesariamente, pero sí pone en duda el valor que le dan los gobernantes a estos lugares, cuando un lugar del dolor, de la guerra, de las víctimas es un botín político, por supuesto hay que hacer una pregunta ética y profunda: ¿En qué lugar está esto que puede convertirse en un botín político? Eso tiene un reflejo en muchas de las acciones que se hacen porque, por supuesto, ya la mirada no está en el centro: las víctimas, sino en otros intereses.

Desafortunadamente, ese comité de amigos que se había armado tan plural, tan interesante, porque a las instituciones les hace mucha falta otros que pregunten desde afuera y miren desde afuera, que enriquezcan y se apropien, también lo cerraron, se consideró que no era necesario tener amigos y se cerraron los procesos comunitarios que extendían el trabajo externo en el territorio.

Yo sí creo que el Museo perdió mucho su curso. La directora anterior, Catalina Sánchez, hizo un esfuerzo muy grande por recuperar la centralidad de las víctimas, de lo político en el sentido más amplio de la pablara, la pregunta por la guerra, por el ser humano, por la sociedad y la posibilidad de abrir debates en la ciudad que se habían cerrado muchísimo en el período del alcalde Federico Gutiérrez que tuvo como directora a Adriana Valderrama.

Respecto al nuevo director, Jairo Herrán Vargas, ¿qué opinión tiene?

Esperemos a ver qué pasa con esta decisión que, como digo, es burocrática. Yo no descalifico a la persona que nombraron porque no conozco sus capacidades, no sé qué tan capacitado está para este cargo. Lo otro es que la asignación de recursos en este plan de desarrollo municipal fue muy inferior a lo que hoy el país necesita, en relación con la reflexión que tiene que poner en cuanto a una guerra que no somos capaces de mirar. No hemos podido parar y estamos ante una ciudad que continúa en un nivel de violencia muy alto que tiene que ver también con la ilegalidad, porque posiblemente la violencia cambie las formas, es decir, no sea tan violenta, pero hay formas como la coacción, el impuesto, el control territorial de los negocios, que alimentan el conflicto armado.

Creo que esta administración tiene un compromiso muy grande en cuanto a pensarse cuál es papel del Museo y cuál es el papel de la Alcaldía en relación con un conflicto que sigue vigente y de una ilegalidad que es el alimento del conflicto armado.

¿Cómo se asegura entonces la sostenibilidad bajo este modelo de administración y gestión en el que se encuentra el Museo?

Creo que la sostenibilidad más grande la da la apropiación social del Museo en la medida en que sea necesario y sea importante para la sociedad. Una entidad que no es importante para la sociedad, hasta puede tener recursos y no termina siendo relevante.

Lo otro es que necesitamos gobernantes con un nivel de reflexión mucho más profundo sobre lo que nos pasa, sobre la obligación que tiene un estado de producir una reflexión y de producir un estado de cosas distintas a las que nos habituamos a vivir, y eso se hace desde la cultura que también tiene muy poco presupuesto. Creo que no hay una comprensión completa de la cultura, que no se trata de una secretaría de artes, es una secretaría que debería promover transformaciones culturales que son esenciales a una sociedad como la paisa, que además ha sufrido embates tan fuertes como el narcotráfico que transformó su cultura y que es una sociedad en la que sabemos que hay transformar unas herencias: el amor por el dinero, un problema de desigualdad, un problema de noción del otro, ahí hay cosas que la cultura tiene que transformar y un museo como estos tiene que estar hecho para generar niveles de conciencia, lo que requiere ponerlo en el centro de una administración. Pero, qué hacemos pues con gobernantes que no se hacen esa pregunta, cómo les ayuda uno a profundizar sobre eso.

Creo que hay que abrir un debate público constructivo, poner el tema en el Concejo de la ciudad, que se entienda para que es un museo de la memoria, que en cualquier otra parte del mundo es una entidad totalmente valorada. Federico Gutiérrez, por ejemplo, no le concedió ninguna importancia al tema, sino que redujo la Unidad de Atención a Víctimas cuando todavía tenemos la herida abierta y una guerra vigente. ¿Dónde están las prioridades? ¿En qué punto, respecto a eso, se encuentra el Museo?

¿Cuál es el mayor desafío que enfrenta el Museo hacia futuro?

El reto más grande es permanecer vigente y desde el pasado profundizar en el presente y abrirle preguntas duras a la ciudad sobre lo que hoy está viviendo. Lo digo porque me da la impresión de que podrían bajar las cifras de criminalidad, pero no las de ilegalidad. Siento que esta es una sociedad que sigue controlada por los grupos armados, que tiene un nivel de infiltración altísimo, que el tema de drogas ilegales es altísimo. Como dice Jorge Giraldo, de alguna manera, esa ilegalidad es funcional a los gobiernos porque produce empleo, renta y seguridad, entonces estamos frente a unos sistemas muy complejos y hay que seguir preguntándonos qué más vamos a hacer; qué tiene que ver con esto la educación, cómo logramos que en la escuela se haga una reflexión profunda sobre la violencia y los modelos de los grupos armados que resultan ser tan llamativos para los jóvenes, cómo trabajamos el tema de la equidad, hay muchas preguntas que hacerle a esta ciudad.

 


El Museo Casa de la Memoria aún no está terminado: Cathalina Sánchez

Museo Casa de la Memoria de Medellín. Foto: cortesía del museo.

 

La construcción de la segunda etapa del Museo y la asignación de un presupuesto que le garantice estabilidad, son las dos principales deudas que tiene Medellín con este lugar de memoria. Primera entrega del especial: El incierto futuro del Museo Casa de la Memoria.