La construcción de la segunda etapa y la asignación de un presupuesto que le garantice estabilidad, son las dos principales deudas que tiene Medellín con este lugar de memoria. Primera entrega del especial: El incierto futuro del Museo Casa de la Memoria.

 

Por Silvia Luz Gutiérrez

Un recorte presupuestal al Museo Casa de la Memoria de Medellín, derivado de las medidas tomadas por la Alcaldía para enfrentar la pandemia COVID-19, es el principal desafío que enfrentará la nueva dirección de esta institución a juicio de Cathalina Sánchez Escobar quien dirigió el Museo hasta el pasado mes de mayo cuando el alcalde Daniel Quintero le pidió la renuncia.

Cathalina Sánchez Escobar, directora del Museo Casa de la Memoria de Medellín entre enero de 2019 y mayo de 2020.

Para Cathalina Sánchez, esta situación profundiza varios de los problemas históricos que ha tenido el funcionamiento de este lugar de memoria, como la falta de un presupuesto que cubra todas las necesidades; la inestabilidad laboral del equipo de trabajo que está compuesto en un 95% por contratistas; y la construcción de la segunda fase del Museo que se quedó en el papel desde su fundación.

Este tipo de situaciones generan preguntas acerca del impacto que pueden tener las decisiones administrativas en los procesos de memoria de la ciudad; en la articulación del Museo con las víctimas, las organizaciones sociales y las comunidades; y en la estabilidad de la institución.

Para analizar lo que ha ocurrido con el Museo y reflexionar sobre los desafíos que hoy enfrenta, entrevistamos a los cuatro directores que ha tenido esta institución; al entrante director, Jairo Herrán Vargas, quien asumió el cargo este 23 de julio; y a víctimas y representantes de organizaciones sociales de la ciudad. De este trabajo surge el especial periodístico El incierto futuro del Museo Casa de la Memoria, que en esta primera entrega publica la entrevista a Cathalina Sánchez.

 

Cathalina, ¿qué se encontró cuando llegó al Museo Casa de la Memoria de Medellín?

Un mundo desconocido, mejor dicho, frente a todo lo que es realmente el Museo, yo no conocía sino la puerta. Me encontré una entidad muy querida por la ciudad, pero sobre todo un equipo consolidado y comprometido. Me encontré el mundo de la administración pública, yo como abogada tengo una teoría de lo que es, conozco el derecho administrativo, pero otra cosa es ser la ordenadora del gasto, ser la representante legal de la entidad, empezar a entender todos esos procesos.

Tenía muy claras dos cosas: una, que no se podía cerrar el Museo durante el empalme, los procesos debían continuar. Dos, que era fundamental un trabajo real con la comunidad, porque encontré fragmentación en el relacionamiento con las organizaciones sociales y de víctimas. Y eso, tengo que reconocerlo, fue una gran sorpresa.

Por lo demás, encontré una organización chiquita, con un presupuesto muy justo, pero muy organizada, muy recursiva y muy creativa en la manera cómo se administraban los recursos, con un excelente cumplimiento de indicadores porque la mayoría las metas del cuatrienio iban cumplidas, lo que me pareció muy interesante y motivador porque quiere decir que sí había una apropiación de los procesos.

¿Cuáles fueron los principales retos de su administración?

Definitivamente el relacionamiento, el fortalecimiento de lazos y el acercamiento a las organizaciones que se habían perdido, las mismas que estaban al origen del Museo, por ejemplo, la Corporación Región y el Instituto Popular de Capacitación (IPC) que fueron tan emblemáticas, sin desconocer a Conciudadanía, Viva la Ciudadanía y otras que estuvieron en el momento de formación del Museo. Estaban completamente alejadas, no habían vuelto a trabajar ni con ni por el Museo, no había identidad de principios. Yo sentía que el reto más grande era ese: una reconstrucción de los lazos que se habían roto con la comunidad.

¿Cuáles eran las dificultades administrativas?

Administrativamente había retos que incluso sigo identificando y tienen que ver con presupuesto y personal. El 95% de las personas que trabajan en el Museo son contratistas, y a mí me parece que eso es muy delicado, complejiza la continuidad de los procesos y la proyección o estabilidad de la entidad, porque solamente somos siete funcionarios: dos de libre nombramiento y remoción, uno que tiene contrato de trabajo y los otros cuatro que son de carrera administrativa. Ahí hay un reto muy grande porque en una entidad tan pequeña como el Museo eso puede generar inestabilidad en la continuidad de los procesos. Cada cuatro años se vuelve como a empezar, y hay que tener en cuenta que la construcción de memoria necesita tanta confianza, cercanía y tacto, que romper drásticamente los vínculos con las comunidades es perjudicial.

¿Cuál es la realidad presupuestal?

El museo depende 100% de las transferencias internas que se hagan, generalmente provienen de EPM y eso genera dificultad en los recursos. El presupuesto es muy preciso y para este cuatrienio mucho más, y ese  será un gran reto para la nueva administración.

Por eso es necesario gestionar recursos externos de cooperación internacional o nacional, porque con lo asignado no alcanza y, en este momento, el Museo necesita actualizar tecnológicamente la sala central y realizar una actualización temática.

Este año estábamos en conversaciones para participar en convocatorias de la ONU y una convocatoria de la Red Latinoamericana de Lugares de Memoria. No sé qué tan complejo vaya a ser ahora esto con la COVID-19, puesto que las prioridades a nivel mundial se volcaron a la contingencia de la pandemia.

También hay una cosa que se había empezado a pensar el año pasado y es cómo hacer que el Museo genere sus propios recursos. Decir que se va a auto sostener es muy ambicioso, pero si se puede decir que va a empezar a generar recursos: alquilar el auditorio, alquilar un espacio para que se ponga una tienda o un café, hacer consultorías que puedan ser remuneradas, empezar a tener un sello editorial que le permita vender sus publicaciones, eventualmente un cobro de entradas a visitantes extranjeros.

¿Comparado con otros lugares de memoria en el mundo, cuáles son esos aspectos a resaltar del Museo?

El Museo es nuevo y pequeño, pero alcanza a ser reconocido internacionalmente por la dinámica que maneja: por el trabajo con la comunidad, porque es un trabajo en el que las comunidades se reflejan en los contenidos que produce, y por sus metodologías en la construcción participativa de memoria, en la mediación y en los procesos de acompañamiento que se hacen desde la pedagogía para los colegios, las cátedras de las universidades y el trabajo en territorio.

Y una cosa que también es muy interesante es que éste es un museo de memoria que no maneja artefactos ni objetos, sino que todo lo trabaja  a partir de la metáfora, de la alegoría y del proceso con el arte. Además el banco de testimonios también es una locura. En este momento, el Museo de Historia Americano está haciendo un trabajo sobre la historia de los migrantes y está hablando con el Museo Casa de la Memoria de Medellín sobre cómo ha sido el proceso de recolección de testimonios, cómo se archivan, cómo la gente accede a ellos, porque la historia oral no es algo que sea muy común como archivo.

¿Por qué es importante la existencia y permanencia de esta entidad en una ciudad como Medellín, en un departamento como Antioquia o en un país como Colombia?

Antioquia y Medellín han sido muy tocadas por el conflicto armado y una serie de violencias innombrables. Uno asocia a Medellín con la violencia de los años ochenta y noventa con la llegada narcotráfico, pero realmente Medellín es una ciudad receptora de desplazados internos donde hay todo tipo de violencias asociadas al conflicto, y es indispensable que las entendamos y las comprendamos para que las podamos solucionar, para que podamos tener de verdad una ciudad reconciliada y en paz.

A nivel de Colombia, el Museo es el primer museo de memoria que existió en el país. En Colombia existe una necesidad imperiosa de comprender qué fue lo que nos pasó, por qué nos pasó, dónde estaba cada uno de nosotros cuando eso pasó y sobre todo qué hacemos para que esto no vuelva a ocurrir, porque solo cuando entendemos que ese contexto de violencia y de conflicto está presente en nuestra sociedad, podemos pasar a la construcción de paz.

¿Qué opina de la estrategia  Medellín Abraza su Historia?

Más allá del nombre y de todas las posiciones que pueda haber frente a la estrategia Medellín Abraza su Historia, pienso que es necesario que la ciudad se pose frente a su historia, reconozca el pasado y analice su presente para que pueda tener un futuro mejor. Nosotros como medellinenses sí necesitamos cuestionarnos sobre qué pasó y por qué, pues el narcotráfico nos marcó y sigue estando vigente, y necesitamos entender cuál fue el papel que nosotros jugamos o estamos jugando en esa situación y cómo contribuimos a que eso cese, para mí es fundamental.

¿Cuál fue la participación del Museo y qué ha pasado con esa estrategia?

El Museo lo que hizo fue un acompañamiento desde lo temático y desde los aspectos de memoria en esa construcción que lideró la Secretaría Privada de la Alcaldía de Federico Gutiérrez. La idea es que esa estrategia no se abandone, pero por el momento está en pausa.

A principio de año en el Museo nos habíamos planteado la necesidad de hacer una activación del Parque Memorial Inflexión. Sentíamos que teníamos esa responsabilidad con la ciudad, que se contara el problema del narcotráfico desde la voz de las víctimas, sin amarillismo, sin sensacionalismos, que se hiciera con todo el rigor y profesionalismo que caracteriza al Museo Casa de la Memoria.

Entonces habíamos pensado en crear dos visitas guiadas a la semana para hacer toda una mediación, una explicación, no solamente de lo que es el parque sino de lo que implica todo el fenómeno del narcotráfico; estábamos empezando a pensar en las estrategias desde una responsabilidad social para que ese parque no quedara  abandonado como en la mitad de la calle, pero llegó la pandemia y tuvimos que concentrarnos en otras cosas.

¿En que quedó la segunda etapa del Museo Casa de la Memoria?

En el lenguaje interno eso ha cambiado, entonces ya no estamos hablando de una segunda etapa, estamos hablando de la terminación de la sede, no es que le haga falta una segunda parte, sino que el Museo aún no se ha terminado como estaba concebido.

La terminación de la sede es fundamental porque el Museo ha crecido impresionante, ya no damos a vasto, no cabemos; y no hablamos de los administrativos, hablamos de que ya no tenemos espacio ni para recibir a la gente. El Museo necesita más espacios para acoger a su gente, a sus víctimas, a sus organizaciones, para poder realizar los talleres, incluso, para poder explotar todos los recursos que tenemos, por ejemplo, los testimonios que tenemos, ¿dónde los va a escuchar la gente?, que bueno tener una sala audiovisual donde las personas se puedan sentar con su pantalla, con sus audífonos a ver o escuchar los testimonios.

Tratamos de que la terminación de la sede quedara en el plan de desarrollo de la actual Alcaldía, pero una vez más con la COVID-19 las prioridades, obras, proyectos y recursos tienen una destinación a la reactivación económica, entonces el Museo fue castigado en ese sentido porque en el plan de desarrollo no quedó consagrada la terminación de la sede.

¿Qué implica  el recorte de presupuesto para esta entidad?

Podemos responder de dos maneras: una, voluntad política y otra COVID-19. Cuando leímos el plan de desarrollo y vimos el programa de gobierno del alcalde estábamos muy contentos porque dijimos: le llegó el cuarto de hora al Museo. Si la paz va a estar en el centro, si las víctimas van a estar presentes en toda la administración y el Museo es el que recoge, le llegó el cuarto de hora. Nos generaban también expectativas pronunciamientos que se hacían en el plan de gobierno: el anuncio de que habría una gerencia de paz, la puesta en marcha del Concejo Municipal de Paz, porque el Museo es la entidad que articula todas esas temáticas, además actúa de manera cooperativa con los diferentes actores.

Al principio nos habían aprobado el presupuesto que habíamos pedido, los mismos 21 mil millones de siempre. En marzo llegó la contingencia por la pandemia y eso generó, obviamente, una alteración de prioridades, unas necesidades que nadie había planeado. Entonces ahí, se hace una priorización, una redistribución de recursos y al Museo le recortaron. El problema es que ese recorte lo dejó por debajo del mínimo necesario para funcionar, es una cosa muy retadora porque el Museo necesita mínimo 4 mil millones de pesos por año para funcionar y en este momento no los tiene. Eso implica que va a tener que recortar personal o tirar por la borda algunos proyectos o procesos que se habían pensado. Pero lo más grave es decirles a las víctimas no hay plata, no lo puedo hacer, eso es súper complejo.

¿Cuál sería el panorama ideal?

El panorama ideal sería un presupuesto que le permita funcionar y que se prevea la terminación de la sede. Esto último creo que se puede negociar porque ahí hay unos recursos comprometidos del sector privado antioqueño y del Viceministerio de Turismo que tiene el dinero reservado, lo que quiere decir que a la administración le toca poner una parte y eso se puede hacer durante los 4 años, en este primer año ya no porque la prioridad fue la COVID-19, pero en los otros tres años se pueden gestionar esos recursos. Con un poquito de voluntad y gestión yo pienso que se puede lograr.

A pesar de la contingencia por la pandemia, ¿Qué Museo entrega?

Un Museo sólido, estable, con un fuerte relacionamiento y lazos estrechos con la comunidad, y con reconocimiento local, nacional e internacional. Un Museo que supo responder a la altura y con todos los calificativos de innovación y prontitud a la contingencia de la COVID-19. Cerramos las puertas, pero inmediatamente activamos los recorridos virtuales, recorridos guiados, talleres, generamos podcast, cine foros virtuales, el club de lectura, conversatorios, conmemoraciones virtuales.

La pandemia nos mostró de lo que somos capaces y nos permitió saldar unas deudas que teníamos en unos espacios que no estábamos visitando y que también son necesarios. Ahora, con la reapertura, el Museo no solo tendrá que ampliar su oferta presencial sino también la virtual, porque las estrategias virtuales han tenido una gran acogida y sobre todo nos han permitido llegar a públicos que no van al Museo porque no están en la ciudad.

 


Hay problemas del Museo que no son mediáticos: Adriana Valderrama

Sala permanente del Museo Casa de la Memoria de Medellín. Foto: cortesía del museo.

 

La dificultad para contratar un equipo permanente de profesionales y la necesidad de actualizar la sala principal asumiendo las transformaciones que ha tenido el conflicto armado, son asuntos que preocupan a la exdirectora del Museo. Segunda entrega del especial: El incierto futuro del Museo Casa de la Memoria.