Sentado en la vieja mecedora, después de una larga faena, Porfirio Jaramillo miró con ternura los puños de arroz guindados de las vigas del techo. “La cosecha no pudo ser mejor, la suerte nos está cambiando”, le dijo a su esposa, hijas y nietos la noche del 28 de enero. Por fin, el hambre parecía cosa del pasado. Nadie presagiaba el desenlace que tendría ese día.
Por: Juan Arturo Gómez Tobón – Estudiante de Comunicación Social – Periodismo
Sentado en la vieja mecedora, después de una larga faena, Porfirio Jaramillo miró con ternura los puños de arroz guindados de las vigas del techo. “La cosecha no pudo ser mejor, la suerte nos está cambiando”, le dijo a su esposa, hijas y nietos la noche del 28 de enero. Por fin, el hambre parecía cosa del pasado. Nadie presagiaba el desenlace que tendría ese día.
Tres fuertes golpes a la puerta retumbaron en el rancho. Doña Anselma abrió y uno de los dos hombres que llegaron a su vivienda, sin mediar saludo, preguntó por su esposo: “¿Se encuentra don Porfirio Jaramillo Bogallo?”. Él salió desde detrás del quicio de la puerta donde se guarecía y les dijo: “Soy yo. ¿Para qué les soy bueno?”.
“Somos de la Unidad Nacional de Protección. Están planeando un atentando contra su vida. Tiene que venir con nosotros. En la carretera nos esperan dos carros con la seguridad”, respondió el hombre.
Para Jaramillo, no había más opción que proteger a su familia. Su esposa le pasó, con disimulo, sesenta mil pesos que representaban todos sus ahorros. Al momento de la despedida, su pequeña nieta le preguntó: “Abuelito, ¿por qué lloras?”; él le respondió: “Cosas de la vida, cosas de la vida”.
Al llegar a la carretera, dos hombres los esperaban en sus motos encendidas. Todos se percataron del engaño al ver que el grupo se perdía en la noche. A Porfirio se lo llevaron en una de esas motos, sentado entre dos hombres, y a pocos metros lo escoltaban los otros dos.
Tenía la piel color marrón, como la tierra por la que murió. Era un hombre de mucho oído y pocas palabras. Por culpa de la violencia paramilitar, en 1995 abandonó El Consuelo, su terruño de veintisiete hectáreas en la vereda Guacamayas, de Turbo. Con su ‘recua’ de hijos y nietos tomó rumbo hacia Tierralta, Córdoba. Allí, a pesar del fuerte trabajo, cada día había menos comida en el plato.
Aunque sabía que no iba ser fácil, en 2014 tomó la decisión de volver a su parcela y levantar un rancho. El predio había sido vendido de forma irregular por una persona a la que Jaramillo le confió su cuidado cuando tuvo que salir desplazado. Ahora era un extraño en la tierra que le pertenecía.
A las pocas semanas de su retorno, las paredes de plástico de su vivienda fueron rasgadas en tajos con un cuchillo. Las amenazas arreciaron cuando inició el proceso de reclamación ante la Unidad de Restitución de Tierras. Cultivos destruidos, cercas cortadas, intimidaciones. Por Guacamayas corrió el rumor: “Si el viejo Porfirio no se va, lo van a matar”.
Una semana antes de ese 28 de enero, apareció un papel bajo su puerta. Lo amenazaban de muerte si no abandonaba la parcela. Denunció ante la Fiscalía y la Policía, y dijo que entre los responsables estaría un hombre conocido con el alias de El Cura.
Jaramillo era miembro del Consejo Comunitario de La Larga Tumaradó y servía de enlace a la organización Tierra y Paz. Un vocero de esa ONG, que agrupa a víctimas reclamantes de tierras en Urabá, explica que en esa zona “hay un grupo de empresarios, ganaderos y políticos que están en contra de la reclamación de tierras, ellos cuentan con unos mercenarios conocidos como Ejército Antirrestitución de Tierras. Jaramillo llevó su caso a la Unidad Nacional de Protección, pero al momento de su muerte estaba en etapa de evaluación”. Según la Unidad de Restitución de Tierras, actualmente en Urabá hay 7.109 solicitudes de reclamación de tierras y solo 176 han sido resueltas desde el inicio del proceso. “Mi papá murió esperando una respuesta que nunca llegó”, dice su hija.
El 22 de abril, el vicepresidente de la República, Óscar Naranjo, reconoció en una visita a la región que “el problema de seguridad en Urabá está íntimamente ligado a la restitución de tierras”. El cadáver degollado de Porfirio Jaramillo fue encontrado pasada la medianoche del 29 de enero, cerca de su parcela, en la vía que de Chigorodó conduce a Nuevo Oriente.
Nombre: Porfirio Jaramillo Bogallo.
Fecha del asesinato: 29 de enero.
Condiciones del crimen: Una semana antes de su asesinato, Jaramillo denunció una amenaza de muerte. La noche del 28 de enero, cuatro hombres llegaron a su casa, se presentaron como miembros de la Unidad Nacional de Protección y se lo llevaron con el argumento de ofrecerle seguridad. Un día después, su cuerpo apareció degollado a cinco kilómetros de ese lugar.
Hipótesis: Un funcionario de la Alcaldía de Turbo, la ONG Tierra y Paz, la familia y allegados de Jaramillo coinciden en que su asesinato fue en el contexto del proceso de restitución de tierras. Su reclamación se encuentra en etapa de microfocalización y, para el momento del crimen, ocupaba junto a su familia el predio objeto de la disputa.
Liderazgo: Reclamante de tierras y enlace de la ONG Tierra y Paz en la vereda Guacamayas de Turbo.
Contexto regional: En Urabá existen actualmente 7.109 solicitudes de reclamación de tierras y solo 176 casos han sido resueltos desde el inicio del proceso. Allí hacen presencia las Autodefensas Gaitanistas de Colombia (denominadas por las autoridades como Clan del Golfo), organización formada luego de la desmovilización de las AUC. Los reclamantes de tierras también han denunciado la existencia de un ‘Ejército Antirrestitución’ financiado por opositores del proceso.
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