El 7 de agosto de 1999, dos sicarios asesinaron a Gustavo Marulanda, estudiante de filosofía de la Universidad de Antioquia. El líder estudiantil denunció amenazas de un grupo que se identificó como Autodefensas de la Universidad de Antioquia. En 2007, el exjefe paramilitar Éver Veloza García, alias ‘HH’, reconoció su responsabilidad en el crimen.

Por: Daniela Jiménez González

Los inicios de agosto de 1999 fueron, para la Universidad de Antioquia, una suerte de desangre. La muerte le llegó primero, el 6 de ese mes, a Hugo Ángel Jaramillo, administrador y propietario de la cafetería de la Facultad de Derecho, asesinado en el interior del campus. Al día siguiente, con la Ciudad Universitaria aún perseguida por la sombra del temor y la incertidumbre, dos sicarios en motocicleta le dispararon a un estudiante de Filosofía, quien había estado denunciando las amenazas contra su integridad y la de otros compañeros por parte de un grupo paramilitar. El estudiante se llamaba Gustavo Marulanda y todavía su imagen reposa en los murales y pintas de las paredes de la Universidad.

Mucho se ha contado de la historia de Gustavo —o de Marulo, como solían llamarlo cariñosamente algunos de sus cercanos—, incluso desde la mística de sectores políticos, desde la figura icónica del líder que fue ejemplo a seguir. Pero, ¿quién era ese joven que había crecido en un barrio popular de los años ochenta y noventa? Porque Gustavo, sin duda, vivió en otra ciudad distinta, una Medellín rebelde con todos sus matices, con presencia armada, en la que las milicias se consolidaban al igual que los sindicatos, en la que aumentaba a diario el número de desplazados por la violencia. Y este pasado en el barrio, su perfil aguerrido y su buen discurso —desde su época como estudiante del colegio Marco Fidel Suárez— lo hicieron acreedor de un bagaje político, de una efervescencia y de un apasionamiento por los derechos humanos que llevaría consigo hasta la Universidad de Antioquia. Allí, desde muy temprano se perfilaría como un líder.

Pero la Universidad de Antioquia no era ajena a estas transformaciones y, también, sufría una cadena marcada de cambios en los años noventa, especialmente la emergencia del paramilitarismo y su presión por tomarse los espacios de la institución.

Los sectores tradicionales del Movimiento Estudiantil se preguntaban sobre su papel como universitarios. Los académicos, inmersos también en estas dinámicas, comenzaron a cuestionarse su rol: ¿intelectuales que se quedaban en la esterilidad de la academia o intelectuales públicos que ponían su conocimiento al servicio de las demandas sociales?

Gustavo era una condensación de todo eso: de su militancia, de los cambios de la ciudad que bullían aceleradamente, los cuales él abanderaba siempre y cuando fueran legítimos desde su discurso político. Por eso, el marcado acecho de la violencia entre los años 1996 y 1998 no solo terminó avasallando a todo el mundo, sino también a Marulo.

En los pasillos de la Universidad, Gustavo Marulanda conoció a Jesús María Valle, profesor, abogado y defensor de derechos humanos, quien lo acogió casi como un hijo y con quien empezó a trabajar en la denuncia del paramilitarismo. Juntos ganaron enemigos poderosos. Entonces, bajo la persecución de estos sectores que querían callarlos, Jesús María Valle fue asesinado en su oficina del Edificio Colón, en el centro de Medellín, en febrero de 1998. Y Marulo, como comentaban entre sus allegados, también empezó a morir ese día porque, en medio de la desazón, parecía no sentir temor, aun con las amenazas que lo seguían permanentemente a todos lados. Por el contrario, se hizo más visible: continuó con las denuncias del paramilitarismo.

El clima de tensión en la Universidad de Antioquia se agudizaba. Casi todos los líderes estudiantiles huyeron. Vivían en la nostalgia. Una generación huérfana de historia en la que no pudieron contar lo que habían presenciado porque les tocó salir corriendo. Y, con todo y eso, Gustavo se quedó. Permaneció, incluso sabiendo que lo iban a matar.

Por eso, cuando asesinaron a Marulanda, el Movimiento Estudiantil también se sintió disminuido, acorralado. Y con él, la lista de asesinatos en la Universidad de Antioquia siguió creciendo.

Tantos años después, los muros de la Alma Mater aún resguardan historias como la de Marulo. Y aunque su rostro esté fijado en el bloque 16, el Administrativo, a Gustavo, ¿quién lo recuerda?

Quizás, podría pensarse que su memoria pervive porque hay miedo todavía, como también perdura el afecto de parte de algunos de sus compañeros que lo recuerdan más como un amigo que como un líder. También podría pensarse que la memoria se ha opacado entre la indiferencia de las nuevas generaciones que crecieron en una ciudad distinta. Pero, finalmente, es una memoria dividida: los que han decidido olvidarlo, los que aún recuerdan a Marulo en homenajes e investigaciones, desde la palabra o el discurso, y los que reconocen esta historia en la medida en que la siguen contando.