En el barrio Nuevo Milenio de San Andrés de Tumaco, Nariño, los jóvenes viven en un contexto hostil. Entre tantas dificultades, Neisy Tenorio, Pedro Luis Dájome y Leonardo Castro crearon Afromitu, un grupo de rap que denuncia las injusticias de su realidad y cuestiona los poderes que alimentan las violencias en ese municipio del Pacífico colombiano.
Por Carlos Alberto Murillo Porras y Jorge Escobar Banderas
Foto: Afromitu
En el 2001, Sonia Yaneth de la Cruz Quiñones, cansada de los problemas familiares, abandonó su casa en un caserío en la ribera del río Guajalo y emprendió el viaje por el afluente que desemboca en el océano Pacífico, con sus cuatro hijos: Albeiro, Mabis, Alexis y Leonardo Castro, quien para ese momento tenía cinco años.
Llegaron al barrio Nuevo Milenio, un asentamiento informal en la zona continental de Tumaco, que en esos primeros años del siglo XXI crecía a medida que llegaban campesinos afrodescendientes que huían de la guerra entre paramilitares, guerrilleros y soldados de la fuerza pública.
Leonardo pasaba los días con la familia, al cuidado de su mamá, en las orillas del río, jugando por los potreros y entre los árboles de la selva, pues en la vereda no había ningún centro educativo al que pudieran asistir los niños pequeños. Por eso, él se sorprendió cuando entró a la escuela, donde se vio obligado a compartir con otros niños; una situación que le pareció agobiante.
La historia de Leonardo es similar a la de muchos de sus vecinos del barrio Nuevo Milenio; por ejemplo, Pedro Luis Dájome, de 23 años, nació en el casco urbano de Tumaco, pero cuando era un niño su familia se fue a vivir a las orillas del río Mejicano, un cuerpo de agua que se escurre desde las montañas del Macizo Colombiano y entrega sus aguas al Pacífico en territorio tumaqueño.
En las zonas donde se criaron Leonardo y Pedro Luis, las casas son de madera, los pobladores afrodescendientes se dedican a la pesca y sobreviven con el cultivo de sus propios alimentos. Son caseríos ubicados en medio de una gran riqueza natural, pero marginados por el Estado, que no atiende las necesidades de sus habitantes y solo llega con sus fuerzas armadas para hacer la guerra a las insurgencias y a los cultivadores de coca. Allá no hay centros de salud, las pocas carreteras son de tierra y el acceso a la educación es un lujo.
En el 2011, Pedro debía iniciar sus clases de secundaria, pero la escuela de la vereda no ofrecía ese nivel de formación. Por eso, cuando tenía doce años, su mamá se vio obligada a dejar la zona rural y a buscar un mejor futuro para él en el casco urbano de Tumaco.
El barrio Nuevo Milenio, estigmatizado desde su fundación debido a que la administración municipal de Tumaco lo consideró ilegal, por tratarse de un sector poblado por campesinos que llegaron desplazados por la guerra, fue el lugar en el que las vidas de Pedro Luis y Leonardo se cruzaron.
Las violencias en Tumaco
En los últimos años del siglo XX y los primeros del XXI se vivió una crisis humanitaria en el Pacífico nariñense por cuenta de las violencias perpetradas por el Comando Conjunto Occidental de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia —FARC—, el Ejército de Liberación Nacional —ELN—, el bloque Libertadores del Sur de las Autodefensas Unidas de Colombia —AUC—, grupos del crimen organizado dedicados al narcotráfico y las fuerzas armadas del Estado.
Según estadísticas de la Unidad para las Víctimas, entre 1987 y el 2018, por causa del conflicto armado, 141 021 habitantes fueron expulsados de Tumaco y obligados a desplazarse hacia otras regiones de Colombia; a la vez, este municipio recibió a 108 612 víctimas del desplazamiento forzado.
Fue a principios del 2000 que a barrios periféricos como Nuevo Milenio llegaron los mismos actores armados que expulsaron del campo a la población: las FARC, el ELN, el bloque Libertadores del Sur de las AUC y bandas dedicadas al narcotráfico. Los jóvenes fueron los principales afectados por la presencia de estos grupos, pues eran reclutados y también eran las principales víctimas de los asesinatos.
Y veinte años después la violencia no cesa. Ni siquiera tras las negociaciones entre el Estado y los grupos armados ilegales. En el 2005, cuando se desmovilizó el bloque Libertadores del Sur de las AUC, grupos residuales de paramilitares que se dedicaban al narcotráfico se enfrentaron por el control del negocio ilegal. Entonces los homicidios aumentaron.
En el 2015, cuando las FARC decretaron un cese unilateral al fuego como parte de las negociaciones con el Estado, hubo una disminución considerable de los homicidios en Tumaco. Pero tras la firma del Acuerdo Final de Paz en noviembre del 2016, grupos disidentes que se autodenominaron como Guerrillas Unidas del Pacífico, Resistencia Campesina y Frente Oliver Sinisterra se enfrentaron por el control del territorio y del negocio de la cocaína, y los homicidios nuevamente se dispararon.
En el 2007, la congregación católica de Misioneros Combonianos llegó a Nuevo Milenio con la intención de ofrecer alternativas a los jóvenes, quienes vivían en medio de las violencias que azotaban al barrio y a Tumaco. Así nació el Centro Afro Juvenil de Tumaco, un lugar que ofrece a hombres, mujeres, niños, niñas y adolescentes formación en música, circo, teatro, danzas ancestrales y elaboración de murales. También se imparten clases sobre la gastronomía local y quienes llegan a la casa se sumergen en el mundo de los procesos sociales liderados por la juventud.
Uno de los primeros que llegó allí fue Leonardo Castro, quien a los once años empezó a asistir a clases de teatro y, al tiempo, se interesó por las acciones de incidencia social que se gestaban en el Centro Juvenil Afro. “A mí lo que me hizo caer en cuenta de que yo estaba en una situación o en un contexto difícil fue ese proceso juvenil. Para mí, cuando mataban a alguien, pensaba que eso era normal”, recordó Leonardo.
Desde que se abrió el Centro Afro Juvenil los gestores se han preocupado por ofrecer procesos de formación que, además de proteger a los jóvenes, ayuden a preservar el patrimonio musical de los pueblos afrocolombianos, como el currulao y la juga, que se consideran la contribución africana más fuerte a los habitantes de la región Pacífica de Colombia. A estos cursos llegan jóvenes de la comunidad interesados en aprender a tocar instrumentos tradicionales, como el conuno, el bombo, la marimba y el guasá. También llegan otros atraídos por aprender sus danzas. En el 2015, el Centro Afro Juvenil ofreció un taller de rap y música urbana que rompió con la oferta tradicional que tenían y captó la atención de varios muchachos, entre ellos Pedro Luis y Leonardo.
Otra interesada fue Neisy Tenorio, quien trabajaba con la Pastoral Social de la Diócesis de San Andrés de Tumaco; ella se ofreció inicialmente para colaborar en la logística del taller y terminó escribiendo canciones. Neisy, una mujer enérgica, espontánea, audaz y con una impresionante vocación de servicio a las comunidades, tenía como tarea ayudar a diligenciar las listas de asistencia y repartir los refrigerios, y poco a poco se fue integrando al taller hasta asumir el rol de compositora. “Ahí me puse a escribir con ellos, a encontrarle el sentido a la música, a expresarnos. En ese taller hablamos mucho de lo que era la problemática de nuestro Tumaco, nuestras necesidades, y yo también les ayudaba mucho a los chicos a poder ver esa realidad”, recuerda.
Como resultado de los talleres de rap y música urbana, algunos de los participantes, entre ellos Pedro Luis y Leonardo, que se emocionaron con la actividad, tuvieron la idea de crear un grupo. Neisy se ganó la confianza de ellos y por eso la invitaron a vincularse.
Así dieron vida a Afromitu, un nombre que resultó de la combinación de las palabras afro, mi de Nuevo Milenio y tu de Tumaco.
Desde el primer día, la agrupación le canta a la vida, al barrio Nuevo Milenio de Tumaco y a los derechos humanos. En ese taller de rap los muchachos crearon dos canciones a partir de un ejercicio en el que hablaban de los problemas que les afectaban en sus vidas cotidianas. La primera se llamó Humanicemos la salud, y la segunda, Le decimos no a la violencia.
De acuerdo con Pedro Luis, las canciones son el resultado de sus vivencias y de cómo comprenden su realidad. En el 2015, cuando se llevó a cabo el taller, había una confrontación en Tumaco en la que se veían involucrados grupos del narcotráfico, la guerrilla de las FARC y la fuerza pública. El control que ellos ejercían sobre los barrios era tan fuerte que limitaban la movilidad de los habitantes.
Neisy siente un aprecio especial por la canción Le decimos no a la violencia, pues para ella es el primer himno del grupo, debido a que tiene un mensaje contundente; relata la historia de los integrantes de Afromitu y expresa sus sentimientos sobre las violencias que han vivido en Nuevo Milenio.
Le decimos no a la violencia,/ a los atentados, crímenes, reclutamientos forzados,/ decimos no a la violencia,/ al poder, a la fuerza pública que vulnera los derechos,/ decimos no,/ la violencia genera más violencia.
Neisy explica que después del taller vinieron momentos de experimentación para componer nuevas letras y crear otras canciones. Como parte fundamental de ese proceso dice que el grupo hace ejercicios de investigación y documentación de las problemáticas del barrio. Muestra de ello es la canción La paz sí es posible, un tema que compusieron en el 2020, en plena pandemia, y con el que buscaban denunciar los hechos de violencia que se desataron en Tumaco después de la firma del Acuerdo Final de Paz. Según los integrantes de Afromitu, los compromisos del acuerdo con las comunidades no se han cumplido, y en Tumaco, como en muchos lugares de Colombia, se rearmaron grupos de disidencias que desafiaron de nuevo al Estado y que se enfrentaron a otros grupos para controlar las economías ilegales.
En el camino que Neisy, Pedro Luis y Leonardo han recorrido con Afromitu desde el 2015 se han encontrado con una realidad difícil de cambiar. Ellos, por su formación artística y por sus experiencias personales, han cuestionado la violencia que ocurre en Tumaco, la denuncian en sus canciones, reflexionan sobre sus causas y consecuencias, pero cotidianamente encuentran que los jóvenes, sus vecinos y amigos, engrosan las filas de los grupos armados y, al tiempo, son víctimas de las balas. A pesar del dolor que causa, todo ese entramado es visto en Nuevo Milenio como algo normal, una idea que los de Afromitu quieren desmontar con su arte, a pesar de que son conscientes de lo difícil que es dicha tarea.
Las letras de las canciones de Afromitu son el grito desesperado de las nuevas generaciones de tumaqueños, a quienes ante la incertidumbre del futuro les toca desplazarse a buscar oportunidades en otro lugar. En los temas musicales ellos describen de manera crítica esos problemas cotidianos que los llevan a los límites, que los expulsan, y cuestionan los poderes que sostienen la guerra y que impiden mejorar las condiciones de vida en Tumaco. Esos gritos en los cantos de Afromitu, en las danzas, en los espectáculos de circo y en las obras de teatro del Centro Afro Juvenil son luceros en medio de la oscuridad que producen la violencia y la desatención del Estado.