En agosto de 2001 hubo luto en las universidades públicas de Colombia por el asesinato del profesor jubilado de la Universidad del Atlántico, Jorge Adolfo Freytter. La memoria de este crimen de lesa humanidad refleja la violencia que aún afecta a las universidades.

 

Por Esteban Tavera

Foto: Asociación Jorge Adolfo Freytter Romero

El 29 de agosto de 2001 en la vía que de Barranquilla conduce a Ciénaga fue hallado el cuerpo sin vida de Jorge Adolfo Freytter Romero, docente jubilado de la Universidad del Atlántico. Deportista, padre de familia, lector, salsero y sindicalista. Todo eso era el profesor Freytter, quien fue desaparecido, torturado y asesinado a manos de las Autodefensas Unidas de Colombia con apoyo del Grupo de Acción Unificada por la Libertad Personal (Gaula) del Ejército y la Policía. El caso fue declarado crimen de lesa humanidad en enero de 2020 por la Fiscalía.

El secuestro del profesor Freytter ocurrió en la tarde del 28 de agosto. “Mi papá venía de la Universidad, se bajó del bus y cuando iba caminando, a saludar a mi hermano menor, unos hombres armados lo agarraron y lo montaron a un carro”, recuerda su hijo Jorge Enrique Freytter Florián. Luego se sabría que el vehículo en el que se lo llevaron era una camioneta Toyota Hilux que atravesó casi todo el sur de Barranquilla, desde el barrio San Isidro, en donde estaba su casa, hasta una bodega ubicada a un costado del río Magdalena, en límites entre los departamentos de Atlántico y Magdalena. “Allí lo tuvieron durante más de 24 horas aplicándole todo tipo de torturas”, revela Jorge Enrique, quien para esa época tenía 15 años.

En el momento en que secuestraron a su padre Jorge Enrique estaba en el colegio. Se enteró de lo ocurrido cuando llegó a su casa y, en la sala, vio desconsoladas a su mamá y una tía. “Paradójicamente, la primera autoridad que llegó a atender la denuncia de mi madre fue el Gaula de la Policía. Cerraron la calle, tomaron los testimonios, les pidieron a mi madre y mi hermano menor que miraran unas fotos y reconocieran a unas personas. Luego dijeron que estaban haciendo unos operativos en Malambo, un municipio cercano, porque tenían información de que allí los paramilitares tenían unas células durmientes”, cuenta.

Años después, en medio del compromiso que asumió por desnudar el entramado de poder que acabó con la vida de su padre, Jorge Enrique se dio cuenta de que todo lo sucedido ese día hizo parte de un espeluznante plan de impunidad, en el que estuvieron directamente involucrados los mismos organismos del Estado que llegaron hasta su casa para ofrecerle ayuda a él y a su familia.

El 29 de agosto, la policía encontró el cuerpo del profesor Freytter abandonado en un sector de la vía que comunica a Barranquilla, Atlántico, con Ciénaga, Magdalena. El cadáver tenía claras muestras de tortura y fue hallado sin camisa, con pantalón y sin un zapato. “Cuando yo vi la foto en El Heraldo, de cómo encontraron a mi papá, sentí lo que es el terror del Estado. Fue una escena terrible ver a un hombre que era muy deportista de la manera en que lo dejaron”, expresa Jorge Enrique.

Según documentó el periodista Yohir Akerman en su columna de opinión del 2 de febrero de 2020: ‘Lecciones de un homicidio’, publicada en el diario El Espectador, para la época en que ocurrió el asesinato del profesor Freytter en Barranquilla funcionaba un grupo conocido como “Red Cóndor”, que estaba integrado por agentes del DAS, la Policía y el Ejército. Esta Red se dedicaba a hacer inteligencia y a coordinar acciones armadas con el Frente José Pablo Díaz del Bloque Norte de las Autodefensas Unidas de Colombia, comandado por Rodrigo Tovar Pupo, alias ‘Jorge 40’, en contra de profesores y estudiantes de la Universidad del Atlántico. Ver: Víctimas del Caribe rechazan el nombramiento de Jorge Rodrigo Tovar

Ese modus operandi habría dejado más víctimas al interior de la Universidad, pues de acuerdo con el Radicado 1096 expedido por la Fiscalía 76 Especializada contra las Violaciones a los Derechos Humanos y al Derecho Internacional Humanitario, correspondiente al caso de secuestro del profesor Freytter, estos asesinatos fueron sistemáticos y en ellos participaron agentes del Estado como  Flower Arngency Torres y Germán Antonio Sáenz, ambos sindicados por el asesinato del profesor Freytter y hoy prófugos de la justicia.

 

Crimen de lesa humanidad: una lucha jurídica

La sistematicidad en los asesinatos a miembros de la comunidad universitaria del Atlántico y la participación de agentes del Estado fueron dos de los principales argumentos para que el caso de Jorge Freytter fuera declarado crimen de lesa humanidad por la Fiscalía, lo que posibilita, entre otras cosas, que el proceso de investigación judicial no prescriba hasta no esclarecer suficientemente el hecho. Ver: La Universidad del Atlántico avanza hacia su reparación colectiva

Pero esta victoria tomó años de lucha jurídica encabezada por Jorge Enrique y el Colectivo de Abogados José Alvear Restrepo (Cajar), que reunieron argumentos sólidos para demostrar que lo ocurrido en la Universidad del Atlántico fue un plan sistemático orientado a acabar con el pensamiento crítico del cual el profesor Freytter fue una víctima más.

Como producto de esos años de indagación, en 2019 Jorge Enrique presentó el libro Universidades públicas bajo SOSpecha, que escribió junto al profesor Miguel Ángel Beltrán y a la periodista María Ruíz, en el cual se detalla la forma en que las universidades públicas del país han sido objeto de exterminio. También compiló el material probatorio necesario para llevar el caso hasta la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, la Justicia española y la Comisión de Derechos Humanos del Parlamento del País Vasco, donde vive como exiliado.

La acción sistemática de muerte contra estudiantes y profesores, de la que habla Jorge Enrique, también acabó con el grupo de amigos de su papá. Así lo confirma el docente jubilado Álvaro Sequeda cuando recuerda los días posteriores al crimen: “el sepelio de Jorge fue concurrido porque él era una persona muy querida, pero en las caras de todo el mundo uno podía ver el miedo. Ya sabíamos que había una estructura criminal muy poderosa acabando con la Universidad, y luego de eso empezaron a matar a otros compañeros y amigos nuestros. Nosotros éramos un grupo de cuatro personas muy cercanas, pero de esos solo quedo vivo yo”, relata Sequeda.

Las otras dos víctimas que refiere este docente fueron Óscar de Jesús Pallares y Ricardo Silva, también asesinados en razón de su actividad política. Los cuatro eran amigos de militancia. Freytter, Sequeda, Pallares y Silva se conocieron en la década de 1970 cuando fundaron el colectivo estudiantil Antorcha del cual hicieron parte hasta 1973, cuando se vieron obligados a disolverlo porque desde ese entonces el Estado les pisaba los talones.

Sequeda recuerda que en ese momento “llegó la información de que había organismos de seguridad del Estado que tenían información nuestra en unas carpetas, por eso acabamos con Antorcha. Luego de eso, cuando fue el auge de los movimientos estudiantiles, nos vinculamos al Frente de Estudiantes Universitarios a través del cual Jorge fue elegido representante ante el Consejo Superior Universitario”.

Esa militancia que empezó en los setentas mantuvo un vínculo entre Sequeda y Freytter que sólo se rompió el día en que los paramilitares acabaron con la vida de Jorge Alfredo. “Unas semanas antes de que lo mataran, estuvimos allá en la casa del barrio San Isidro tomándonos unas cervezas. También nos vimos unos pocos días antes, cuando salió de una detención en la que lo interrogaron. En ambos encuentros, él me dijo que me necesitaba de nuevo en la Universidad para luchar juntos, que él haría lo posible por verme volver”, recuerda Sequeda.

Agrega que los viajes que de jóvenes hacían a Santa Marta, la ciudad donde nació Jorge, les habían permitido forjar una relación muy fuerte entre ellos y sus propias familias. “A veces íbamos con la excusa de pescar pero cuando menos nos dábamos cuenta estábamos por allá en Minca, en la Sierra Nevada. Jorge nos invitaba a dormir en la casa de él, por eso íbamos. Nos decía, ‘vean, ustedes saben que eso allá no es muy grande pero si quieren nos acomodamos’. Y uno de joven es menos complicado. Nosotros le decíamos que listo, que si algo nos acomodábamos en los carros de la casa. Como el papá de Jorge era mecánico mantenía muchos. Y así era, llegábamos allá, nos invitaban a comer y nos dormíamos en los carros del taller”, cuenta Sequeda.

Actualmente, la Familia Freytter y la Agencia de Defensa Jurídica del Estado, se encuentran adelantando un proceso de conciliación en el que, como medidas de reparación, se contempla la posibilidad de construir relatos de memoria sobre la vida de todas estas personas que murieron a manos del Estado y los paramilitares. Pero antes de cualquier cosa, para Jorge Enrique es indispensable que se descubran los nombres y rostros de los orquestadores de la violencia que se apoderó de las universidades públicas colombianas. Por eso ya la información del caso está en manos de la Jurisdicción Especial para la Paz y de la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad.