Según la epidemióloga, la pandemia por la Covid-19 dejó en evidencia la desigualdad económica en el mundo. La distribución de las vacunas y la dependencia farmacéutica entre países acentuaron dichas disparidades.

 

Por Hacemos Memoria

Imagen: Flickr Santiago Sito

Epidemióloga Marcela Vélez. Foto: cortesía.

Desde la llegada y expansión del virus Covid-19, la humanidad puso sus esperanzas en la creación de vacunas que pondrían fin a la pandemia. A más de un año de haberse aplicado el primer biológico en humanos, países como Estados Unidos y algunos de Europa tienen más vacunas que ciudadanos, mientras que países de África y América Latina se han quedado sin suministros para cubrir a su población.

Para conocer acerca de la manera en que se viene dando la distribución de las vacunas en América Latina y los impactos que esto tiene en los derechos humanos, Hacemos Memoria habló con la epidemióloga Claudia Marcela Vélez, quien es candidata a PH en Política de Salud de la Universidad McMaster en Canadá y autora del informe Covid-19: vacunación en América Latina y el Caribe, presentado por la UNESCO.

 

En América Latina es frecuente ver países sin suministros para vacunar a sus poblaciones, lo cual no sucede en América del Norte o en Europa, donde los países tienen más vacunas que ciudadanos, ¿a qué se debe esa desigualdad en el acceso a las vacunas?

Las actuales vacunas  contra Covid-19 están en Estados Unidos, en Inglaterra, en Alemania, en general en países europeos y de Norteamérica. Estos, inmediatamente hicieron la producción, empezaron a retener las vacunas para su población. En principio uno dice: sí, parece sensato, considerando que ellos las producen, pero ocurre que además se quedaron con una proporción mayor de la que necesitaban.

Hubo una repartición entre países ricos y se hizo evidente la distribución mundial de la riqueza, la cual se desnudó con la situación de la pandemia. Europa estaba con coberturas de vacunación de alrededor del 56 por ciento y algunos de sus países incluso tenían vacunaciones cercanas al 80 por ciento, mientras que el promedio de la vacunación en América del sur es del 35 por ciento, en África de alrededor del 10 por ciento y en el mundo, en general, de alrededor del 15 por ciento. Es decir, se notan las desigualdades en las regiones; las que tienen más recursos, las que normalmente tienen más poder, las que tienen la producción y las que tienen los tratados de comercio se quedaron con una mayor proporción y a los países pobres nos quedaron pocas.

Específicamente en América Latina tenemos 35 por ciento de cobertura de vacunación, aunque hay países como Uruguay, Chile y otros en la región que tienen una gran cobertura. Sin embargo, hay otros como Haití, Venezuela o Bolivia que tienen una cobertura de vacunación muy escasa. Eso es una muestra de la desigualdad y la inequidad a todo nivel y si usted mira los países internamente, eso mismo se refleja allá, tal cual.

América Latina no tiene una producción de los biológicos, las vacunas llegan desde Europa y América del Norte, ¿por qué existe esta dependencia del norte y de los grandes laboratorios?

Sí existe una dependencia de muchísimos países, tanto en África como en América Latina, incluso en países de Europa y Asia. Tenemos una dependencia de medicamentos y dispositivos médicos que es tremenda. Los países que se consolidaron en esta industria tienen los recursos para la investigación, para hacer ensayos clínicos, lo que es tremendamente costoso, pero en nuestros países la inversión en investigación es muy pequeña, realmente nosotros tenemos unos presupuestos de investigación que no son comparables con los que ellos manejan.

En términos de vacunación hay otro plus, por ejemplo, en la producción de vacunas contra polio, sarampión o rubéola, hubo países que tuvieron soberanía e independencia en la producción. Sin embargo, después de toda esta ola de reformas de la política neoliberal en los años ochenta, mucho de eso se eliminó de los países porque no era competitivo. Por ejemplo, producir una vacuna de polio en Colombia no era competitivo en contraste con importarla de países que la producían a muy bajo costo. 

Ahora, queda en evidencia que hay cosas de las que los países no deberían depender, como la comida, las vacunas o los medicamentos, porque que estos últimos también escasearon en medio de la pandemia, pues los países que los producen tenían sus servicios de salud abarrotados y los medicamentos los guardaron para ellos, así que países como los nuestros, que solamente compran, se quedaron en una situación crítica.

Otro asunto interesante es el tema de la obligatoriedad de la vacuna. Por una parte, es posible afirmar que una persona que no tenga la vacuna puede ser un riesgo para la comunidad, pero, por otra, se dice que ni el Estado ni los empleadores privados tienen por qué imponer la vacunación a la fuerza, ¿usted cómo analiza este asunto?

En América Latina este tema sí que es más complejo. Primero tendríamos que tener vacunas suficientes y disponibles para todo el mundo porque si no, ¿a quién vamos a obligar, si ni siquiera tenemos cómo proveerlas? A mí me parece que es un fracaso de la salud pública tener que obligar a alguien a estas alturas de la humanidad. La vacunación implica comunicar bien, educar, asistir, mirar estrategias. A veces al hablar de educar, la gente imagina entregar un volante en el que explican un tema y eso es todo, ‘si me entendió bien y si no, bueno’, pero no se trata de eso, sino de un esfuerzo voluntario, decidido, organizado y coordinado para resolverle al otro la duda que tiene sobre una intervención en salud.

En cuanto a la inmunidad de rebaño de la que tanto se ha hablado, ¿cómo van las proyecciones de acuerdo con el informe que usted presentó a la Unesco?

Cuando se hicieron los planes de vacunación se pensó en la famosa inmunidad del rebaño del 70 por ciento, entonces muchos planes de vacunación estaban dirigidos a eso, a alcanzar esa meta, pero según estos estudios que presentamos a la Unesco es probable que para alcanzarla, si es que existe, vamos a necesitar 85,90 por ciento de la población vacunada. Estamos en déficit en cuanto a lo que se había proyectado, además se ha visto algo muy importante que habrá que enseñarle a los países de altos ingresos y es que en esta situación lo efectivo parece ser vacunar, cubrir a un grupo más grande de la población más rápidamente y no que estén ellos súper vacunados y el vecino del sur con solo una dosis para el 40 por ciento de la población.