Valentín hace embarcaciones coloridas que viajan por todo el río Catatumbo, su trabajo es famoso en el territorio. Es un firmante de paz que construye embarcaciones para comunicar a los habitantes de las dos orillas del río.

 

Por: Ángela Martin Laiton – Pacificultor

Fotos: Pacificultor

En las tardes de lluvia como la de hoy veo crecer el río Catatumbo, que pasa frente a mi taller en La Gabarra. Aquí suenan vallenatos viejos a decibeles altos, contrastan con las gotas de lluvia que golpean contra el techo de zinc y el ruido de la cortadora contra la madera. Regresé después de cinco largos años, sesenta y un meses estuve recluido en la cárcel Modelo de Cúcuta. La experiencia más difícil de mi vida fue estar preso, tener que estar todo el tiempo sometido. Me llevaron a mitad del 2011, la Fiscalía llenó un expediente donde decía que yo era narcotraficante, financiero del Frente 33 de las FARC. La verdad desde mi perspectiva es otra, sé hacer las canoas más famosas de La Gabarra. Y sí, estuve vinculado con la organización trabajando sus embarcaciones. Nunca ingresé en las filas.

Mi historia inicia en Contadero, Norte de Santander, dicen que allá nací, pero no sé dónde queda ese pueblito, luego fui bautizado en Tibú y criado en la región del Catatumbo. Empecé a trabajar la madera en 1987, pero ya lo que es cuestión de canoas, embarcaciones y demás lo empecé en 1997. Ahí he ido evolucionando a medida que pasa el tiempo. Tengo la tez morena y la piel tersa, uso lentes para trabajar y cuando hablo tengo la calma de quien sabe esperar mucho tiempo, quizás porque lo he hecho.

Fui a la escuela, pero solamente pude hacer hasta tercero de primaria. En aquella época mi papá era bastante chapado a la antigua, él me decía que para qué lo hacía, que él no había estudiado y que ahí estaba. Hice hasta tercero con el esfuerzo de mi mamá. Mi papá se llamaba Alejo Sanguino y mi mamá Luisa Villamizar. Después me fui para Venezuela a trabajar, en ese entonces tenía 14 años, allá trabajé dos años en ganadería y aserrío de madera con motosierra. De allá me regresé nuevamente a La Gabarra y comencé a estudiar por mi cuenta. Estudiaba en la nocturna y trabajaba en el día, ahí comencé a trabajar en la cuestión de la madera en una carpintería, me fui iniciando hasta que aprendí. Logré sacar la primaria y ahora que estoy en proceso de reincorporación estoy estudiando de nuevo. Este año termino el bachillerato, si Dios quiere.

A mí el que me enseñó la carpintería fue don José Abel Pérez, que tiene un taller muy popular en el pueblo, justo al lado del puesto de salud. Trabajé con él ocho años, aprendí todo lo que sé de carpintería. Después me fui al Ejército, corría el año 1990. Para resumir, yo andé más que la mala suerte, estuve en La Gabarra, en Tibú, en Cúcuta, Bucaramanga, Bogotá, también en Israel y Egipto. La suerte me acompañaba en esos días. Me mandaron para Israel terminando ese año y comenzando 1991 volví a Colombia, estuve seis meses. Allá hay un batallón del Ejército colombiano, en la Península del Sinaí, todos los años mandan personal. Bueno, en aquella época enviaban por buen comportamiento, ahora no mandan soldados razos, solo profesionales y los mandan por resultados. Mi trabajo en el desierto consistía en prestar guardia, hacer patrullajes por el desierto. No me gustaba mucho, en el verano hace mucho sol y en el invierno mucho frío.  Hice dos tours, uno por Egipto y otro por Israel, conocí los lugares por donde anduvo Jesucristo y en Egipto conocí las pirámides y la esfinge de Tutankamón.

Cuando regresé a Colombia, después de esa aventura, me fui para Venezuela, allá duré un tiempo pescando y trabajando madera, pero mi mamá murió ese 1 de noviembre de 1991, me devolví a La Gabarra y no regresé. Luego, me casé, estuvimos diez años juntos y tuvimos cinco hijos. Las cosas se complicaron con la entrada de las Autodefensas aquí. Nos separamos, ella ahora vive en Cartagena, allá están mis hijos: dos hombres y tres mujeres.

Vivo en el casco urbano de La Gabarra, me levanto a las cinco de la mañana todos los días, me baño, tomo un tinto, la verdad nunca desayuno, pero a las 11 en punto me voy a almorzar y luego vuelvo a continuar con la rutina del día. Hacer una embarcación implica, primero que todo, elegir buena madera, luego prepararla, todas las piezas vienen pequeñas y uno tiene que ensamblarlas para organizar el tablón completo, después de que tenga los tres tablones organizados, entonces se hacen cortes y se empieza a armar, luego se pinta al gusto del cliente.

El secreto de una buena embarcación es el pegante, antes trabajábamos con uno venezolano que es muy bueno, pero ya no se puede comprar por el costo. Ahora trabajamos con uno colombiano que necesita un proceso diferente para que la calidad del trabajo sea la máxima.

Después de que dejé de trabajar en carpintería, que ya no trabajé más con José, conocí a Jorge Ortiz y le dije que yo quería aprender a hacer barquetas. Él me dijo que me daba unas explicaciones para que comenzara y las primeras que hice no me quedaron tan bien, pero ya después se regó la fama de canoero y mucha gente me busca. Nunca pagué publicidad, los clientes llegaron siempre por la fama de mi trabajo. Soy cuidadoso, pulido y dedicado.

Cuando regresé de la cárcel no encontré nada de la vida que dejé: ni familia, ni casa, nada. Una amiga me hizo el favor de guardarme un par de cosas, lo único que servía era mi escritorio viejo, por eso lo colgué en el techo de mi taller. Me gusta verlo y pensar que antes hubo una vida, que el camino me trajo hasta aquí y que lo único que no me abandonó fue lo que aprendí. Mientras estuve en la Modelo, hice tres cursos en el SENA, saqué el técnico en Carpintería, saqué otro de aglomerados y otro de seguridad industrial.

Ahora, como firmante de paz, he tratado de hacer crecer mi proyecto productivo, generar algunos trabajos en un lugar marcado por tanto dolor, como La Gabarra. El proceso de paz con la comunidad para mí no ha sido difícil porque ya mucha gente me conocía. Pero sí hay muchas personas a las que se les ha dificultado mucho, sobre todo a quienes estaban directamente en las filas. Necesitamos solidaridad y compromiso con los acuerdos, la paz es un proceso de atención y cuidado, es como construir una canoa que soporte la lluvia y el caudal del río.

 


*Este texto fue publicado originalmente en la segunda edición del periódico Pacificultor en abril del 2021.