De manera poética, la novela Los derrotados ilustra lo acontecido en una época cuyo pasado ya es historia de cartilla; la génesis y el accionar del Ejército Popular de Liberación (EPL), así como de otros grupos protagonistas de la violencia política en Antioquia y Medellín a finales del siglo XX.

Reseña: Judith Nieto*

Muy seguramente, todo escritor se ubica frente al papel o la pantalla con el propósito de decir algo acerca de su realidad, aquella que procura transformar cuando hace público lo pensado y escrito sobre una idea, un hecho o una preocupación que se le vuelve una urgencia, casi obsesión de su existir. Tal vez, ese sea el caso de Pablo Montoya, autor de títulos como Los derrotados, para quien su mundo es el de las palabras, en un territorio desde el que levanta su morada para contar acerca de tantas luchas emprendidas y frustradas, así como de los anhelos asfixiados y frecuentes, en un país de cosechas oscuras donde la palabra “esperanza” apenas se pronuncia.

Los derrotados. Pablo Montoya. 2012. Sílaba, Medellín, 183 p.

De ahí que leer las obras del escritor y profesor universitario Pablo Montoya sea hacer un recorrido por un tiempo que, aunque haya pasado, deja el rastro del recuerdo, de ese sitio, de ese sueño fallido, de esa historia a la que hay que volver, no obstante, la frustración de la que en ella se habla. Así, en Los derrotados se pasa la página para volver a quienes les fueron apagados los sueños cuando apenas iniciaban; en especial, para enterarse de quién era Francisco José de Caldas, un personaje cuya vida y obra son reconstruidas bellamente, de una forma nunca reconocida, mucho menos narrada por la historia oficial. La prosa de Los derrotados muestra aquello que movía la vida de este militar, quien conocía el aroma de las orquídeas además de los rumbos verdaderos de la libertad, así como de otros hechos que sirven de esencia y escena temática de esta ficción lograda por el escritor colombiano.

Además de Francisco José de Caldas, habitante del virreinato de Nueva Granada hasta 1816, la novela Los derrotados permite conocer a tres personajes más: Santiago Hernández, Pedro Cadavid y Andrés Ramírez, revolucionarios del siglo XX, e identificar aspectos trascendentales de aquellas vidas transcurridas, así como su trasegar por la añoranza que solo les deparó derrotas. Son ellos cuatro: un militar sabio y naturalista, un botánico, un fotógrafo y un escritor, para quienes el sueño de una república libre y justa siempre ocupó un lugar sobresaliente.

Los derrotados sirve como fuente interesante e ilustrativa de lo acontecido en una época cuyo pasado ya es historia de cartilla, no solo para las generaciones que no vivieron los hechos ni siquiera convertidos en relato, sino también para quienes hayan tenido alguna remota noticia de los motivos por los que se gestó parte del conflicto armado del siglo XX en Colombia, en general, y en Antioquia, en particular.

Dos aristas sobresalen en esta narración de alcance histórico y de ficción: la primera, relacionada con la reconstrucción biográfica pormenorizada del ‘Sabio Caldas’, y la segunda, que se ocupa de los altibajos sediciosos de la hoy extinta guerrilla del Ejército Popular de Liberación (EPL). Uno y otro momento avanzan en la novela gracias a una interesante labor narrativa tras la que se cuenta una historia de sueños, luchas y derrotas vividas por el mencionado personaje histórico y por tres jóvenes que le apostaron al sueño de la revolución, pero sin renunciar a sus pasiones: la botánica, la fotografía y la literatura.

En Los derrotados, Pablo Montoya logra su fino tejido narrativo en la confluencia de la poesía, el ensayo, la biografía y las cartas, apoyos que le permiten trasegar con la palabra por el pasado lejano y reciente de Colombia, como una forma de mostrar que las decadencias de antes son los declives de hoy. No importa si quienes son objeto de la derrota son hombres sensibles a lo que vivieron los habitantes de un territorio al que inexplicablemente ha llegado, para quedarse, la peor de las violencias.

Tal vez sea por lo anterior que el narrador retrata, entre otros, a un militar naturalista y sabio tan interesado por la libertad de los pueblos como por el reconocimiento del verde de todos los matices y, con estos, de aquello que guardan dichas tonalidades. “Caldas reconoce que el verde de la tierra será siempre un color vinculado a la nostalgia. Una ilusión tramada con la luz que aproxima al presente, pero que está unida ineluctablemente al pasado. Mientras que el color que define en estos tiempos [al Virreinato de] la Nueva Granada es otro […]. El rojo de las traiciones que asolan al reino desde que brotó. Roto en mil pedazos, el anhelo de la libertad” (Montoya, 2012, p. 23). Es el color rojo con el que desde entonces se tiñe el fracaso de las pasadas luchas independentistas, cuya imposible salida no trajo algo diferente a un legado para el eterno desencuentro por el que pagan los derrotados que desde entonces transitan por la geografía nacional.

Momentos diferentes transcurren en procura de puntos de encuentro en la novela, que se leen en una alternancia de capítulos dedicados al sabio naturalista con inquietudes independentistas y a jóvenes del siglo XX, en una sucesión de apartados que abordan, entre otros aspectos, la naturaleza del territorio del Virreinato de la Nueva Granada, la del Liceo Antioqueño, y la de los tres revolucionarios y amigos. Este último escenario, en las orillas del cerro El Volador, lugar que por tanto tiempo albergó a maestros y estudiantes, hoy contadores de otras historias, se constituye en la obra como un espacio amplio explorado por el narrador para contar lo sucedido con una generación y, en particular, con Hernández, Cadavid y Ramírez, precursores de una historia de sueños congelados en una imagen fotográfica y de quimeras que sirven de guía y razón para luchas y afanes con los que conviven estos derrotados.

Lo interesante de esta publicación es la forma como se obtiene el diálogo entre un pasado lejano y un pasado próximo, de un tiempo de próceres y lapsos revolucionarios, y de épocas hechas presente por obra del recuerdo, que confluyen en la realidad de un texto de ficción. Es esta una manera de significar una realidad siempre dramática, porque trágicas son sus gentes, portadoras de una historia cargada, hasta hoy, de emociones tristes y de derrotas.

Para el logro de Los derrotados, su autor acude a una amplia búsqueda documental de diversas fuentes como cartas, diarios, documentos de archivo, noticias y apuntes, conjunto de materiales que sirve para reinventar vidas e historias como las aquí narradas. Esta pesquisa permite que la orientación de la obra tome el rumbo de una narración paralela para dar cuenta de la génesis y el accionar del Ejército Popular de Liberación (EPL), así como de otros grupos protagonistas de la violencia política en Antioquia y Medellín a finales del siglo XX. Es la forma como se detalla, gracias al arte narrativo, esta otra historia: la de las vicisitudes, la de las desapariciones y la de las desesperanzas que aún nos asisten.

Los derrotados es, pues, una novela que se lee con la vivencia que cuenta y con la historia que recuerda. La historia de Los derrotados es, no hay duda, una novela de flores y de desaparecidos.

 

Las opiniones aquí expresadas pertenecen exclusivamente a los autores y no reflejan una opinión o posición institucional de Hacemos Memoria ni de la Universidad de Antioquia.


Judith Nieto. Foto: Julián Roldán, Hacemos Memoria.

* Escritora. PhD en Ciencias Humanas, mención Literatura y Lingüística, Universidad Austral de Chile. Profesora del módulo: Concepto de memoria. Algunas nociones y reflexiones, en el Diploma en Memoria Histórica: Narrativas de la Memoria, ofrecido por el proyecto Hacemos Memoria de la Facultad de Comunicaciones de la Universidad de Antioquia.