En la búsqueda de su hijo, a quien los paramilitares desaparecieron en el Meta hace 18 años, Nidia Mancera ha sufrido el dolor de la ausencia y la revictimización institucional, además de amenazas, secuestro y tortura.

 

Por: Jenny Moncada

Fotos: Jenny Moncada – Sebastián Fagua

“Esta camisa azul perteneció a mi hijo, la usó el 31 de diciembre del 2002, el último diciembre que compartimos, llegó a las once y media de la noche, puso carrangueros y bailamos hasta el amanecer, ese fue el día más feliz de mi vida. El más triste fue el 1 de marzo del 2003”, expresó Nidia Mancera, la madre de Deiber Castaño Mancera, de 24 años de edad, quien fue desaparecido en la madrugada de ese primero de marzo luego de salir de su casa ubicada en el barrio Covisan de la ciudad de Villavicencio, capital del Meta.

Han pasado dieciocho años desde que Debier salió de su casa a las cinco y media de la mañana y se subió a una moto de color verde que estaba estacionada en frente de su casa. Desde entonces jamás se volvió a saber del muchacho. Tiempo después se supo que el día de su desaparición Debier acompañó a Iván Sánchez, un joven que conoció días atrás por medio de un amigo, en un viaje al municipio de Granada donde este último pretendía visitar a su abuelo que estaba enfermo. Pero en el camino ambos fueron desaparecidos. Esta es la poca información que ha podido recolectar Nidia, quien se enteró de la desaparición de su hijo quince días después, debido a que ella vivía en una vereda del municipio de Vista Hermosa (Meta) en la cual había escaza cobertura telefónica, dificultades de transporte ocasionadas por el mal estado de la vía y restricciones de movilidad a causa del conflicto armado.

“Salí de mi finca dejando todo, tardé varios días en salir del municipio, había combates entre la guerrilla y el Ejército, en esa época uno no salía cuando quería sino cuando podía. Me tocó salir como disimulándole a la muerte”, relató Nidia. No fue la primera vez que esta mujer campesina tuvo que abandonar su territorio, pues desde que estaba en el vientre de su madre, la guerra le arrebató a su padre, quien fue desaparecido en el departamento del Tolima, mientras recogía café en la finca familiar. “En todo pensé menos que fuera mi hijo, fue un dolor muy fuerte darnos cuenta que era Deiber al que habían desaparecido… hacía ya dos años había prestado su servicio militar en la Policía, en los pozos de Cusiana en Arauca, desde entonces nunca lo llevé al campo, por seguridad y protección lo dejé acá en la ciudad con mi madre”, recordó Nidia, quien agregó que cuando Deiber terminó el servicio militar, ella, con los pocos recursos económicos a los que podía acceder, le pagó un curso de vigilancia que le permitió trabajar en una empresa de seguridad privada durante un tiempo.

Nidia llegó a Villavicencio en busca de su hijo. En la vivienda donde éste vivía encontró que las pertenencias de Deiber estaban revueltas, lo que daba cuenta del desespero de su abuela por hallar algún indicio acerca del paradero de su nieto. Entonces sintió un vacío que con el paso de las horas se convirtió en una ausencia insoportable. Ante esta realidad, comenzó a buscar información entre parientes, conocidos y vecinos, y al no encontrar respuestas, enfocó sus esfuerzos durante más de cuatro meses en visitar hospitales, cementerios y cárceles. Sin saberlo, Nidia Mancera resultó ser, en sus propias palabras, la investigadora, la detective y hasta la fiscal del caso de la desaparición de su hijo.

El 17 de julio del 2003 Nidia llegó a la Fiscalía, lugar en el cual fue interpelada por el fiscal por no haber radicado con inmediatez lo sucedido. “Señora, ¿qué se le perdió, se le perdió el hijo? Porque si hubiera sido una mascota hubiera venido al otro día a poner la denuncia”, le dijo el Fiscal, a lo que ella respondió: “Doctor, ¿usted sabe de dónde vengo?”. Mientras aprieta fuerte sus manos en señal de impotencia, esta madre se llena de frustración y continúa su relato con voz fuerte, aunque pausada y entrecortada: “La verdad nunca había pisado una inspección, ni una fiscalía, ni había puesto una denuncia, por eso cuando uno la pone, a veces no sabe ni qué dice o cómo tiene que hacer”.

Desde entonces, ante su mala experiencia en la Fiscalía y la falta de claridad acerca del procedimiento a seguir, Nidia, al igual que muchas otras víctimas, recorrió diferentes instituciones del Estado con la esperanza de poder encontrar a su hijo. Agotada por este trasegar, Nidia describe en una palabra su experiencia: humillación, “se aprovechan de la ignorancia, de que uno es campesino, de que uno no sabe nada de leyes, es una grosería lo que hace el Estado, muchos funcionarios no saben qué es la Ley de Víctimas, qué hacer con un desplazado. Uno se siente humillado”.

En medio del trasegar institucional esta madre soportó el dolor por la ausencia de Deiber, pero además enfrentó amenazas de parte de personas no identificadas; frecuentemente vigilaban su casa, hasta que una madrugada dos hombres entraron y le ordenaron subir a una camioneta. Nidia en su instinto de madre por encontrar a Deiber, accedió. “Fui llevada por la vía a San Martín, hasta la entrada de una finca, fue un secuestro por más de 18 horas. Estos hombres después de hablar por teléfono y de enterarse que el patrón no estaba, recibieron la instrucción de regresar. A media noche, me torturaron y me arrojaron de la camioneta, a unos metros de la entrada del municipio de El Castillo. Recuerdo que, en medio del pánico, gateaba para poder escapar. Me indicaron correr o sino moriría”.

Ni las advertencias, ni los atentados, mucho menos el secuestro, la tortura y las dolencias físicas que le ocasionó un cáncer de seno que desarrolló su cuerpo fueron suficientes para que cesara su búsqueda. Luego de cinco años desde aquel primero de marzo, encontró una respuesta: “Quienes desaparecieron a mi hijo, fueron paramilitares del bloque Centauros” de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), afirmó Nidia.

Deiber hace parte de los 495 casos de desaparición forzada en medio del conflicto armado denunciados en el Meta en el 2003, uno de los años con mayor incidencia de este crimen de lesa humanidad en la historia del departamento, según cifras del CNMH citadas en el Pacto Regional por la Búsqueda en el Departamento Meta. De acuerdo con dicho pacto, el conflicto armado ha dejado más de 120 mil personas desaparecidas en Colombia. De éstas, el 60 por ciento se concentra en nueve de los 32 departamentos del país: Antioquia, Meta, Magdalena, Valle del Cauca, Cesar, Santander, Caquetá, Norte de Santander y Putumayo. El Meta, el segundo departamento más afectado con el 6,6 por ciento de las desapariciones del país, reporta 8.724 personas desaparecidas, secuestradas y reclutadas entre 1958 y 2016 según datos del CNMH. El mayor incremento de casos en este departamento ocurrió en el periodo comprendido entre los años 2000 y 2005, que coincide con la consolidación del paramilitarismo en Colombia y su posterior desmovilización.

En el Meta, luego del 2005, cuando los grupos paramilitares iniciaron un proceso de desmovilización bajo la Ley 975 también conocida como Ley de Justicia y Paz, ex integrantes de las AUC, entre ellos Luis Arlex Arango, alias ‘Chatarro’, revelaron ante los fiscales de Justicia y Paz la existencia de dos fosas comunes con víctimas de desaparición forzada en la finca Matupan ubicada en el municipio de San Martín. En este lugar las autoridades hallaron los restos de Iván Sánchez, quien acompañaba a Deiber el día de su desaparición.

Con base en este hallazgo, la Fiscalía 35 Seccional de la Unidad Segunda de Vida de Villavicencio, profirió la solicitud de apertura de instrucción y la vinculación al caso a Luis Arlex Arango, alias ‘Chatarro’; Manuel de Jesús Piraban, alias ‘pirata’ o ‘don Jorge’; y Miro Urrea López, alias ‘Miro’ o ‘Marco’ por los delitos de desaparición forzada, secuestro, homicidio agravado y porte ilegal de armas, siendo víctima en este proceso Deiber Castaño Mancera.

13 años después de la desaparición de Deiber el Estado colombiano declaró a Nidia Mancera como víctima del conflicto armado, pero para que eso pasara, contó ella, “tuve que recolectar todas las pruebas y luego de encontrar el cuerpo del joven Iván me creyeron, les demostré que la desaparición de mi hijo no era un invento, antes de eso ellos me consideraban loca”.

Sin embargo, la lucha de Nidia aún no termina, pues hasta ahora no ha podido encontrar a su hijo, por lo que su proceso de búsqueda continua y en ese camino ha encontrado un apoyo en el Movimiento de Víctimas de Crímenes de Estado capítulo Meta, en el cual conoció más mujeres que viven la misma situación y que, con el fin de reconstruir memoria, fundaron el grupo de teatro El Tente. En dicho espacio teatral, esta mujer y sus compañeras han debutado en diferentes escenarios con obras que tratan sobre el flagelo de la desaparición forzada en el país.

Como parte de este proceso, Nidia consigna en cuadernos de memoria las fotos de Deiber, los mensajes y los sentimientos que ha experimentado en su trabajo de búsqueda desde el día que su hijo desapareció. Además, comparte su experiencia en diferentes espacios con el propósito de generar conciencia acerca de la búsqueda de los desaparecidos y la necesidad de construir la paz en Colombia. Por eso concluyó: “Perdí a mi hijo, pero Dios me ha regalado muchos hijos a lo largo de este camino de búsqueda. Me gusta trabajar con jóvenes, ir a las universidades, colegios y escuelas a contar mi historia. Me llena de esperanza que piensen en un futuro distinto, sin violencia, un país de solidaridad, amor y mucha paz”.