Río muerto es una novela de memoria y de alcance fúnebre. Este título lleva a la ficción la realidad de la violencia que padece el país donde, por vía del autocastigo que se infringen sus víctimas, parecen ahuyentarse el dolor y el horror que les dejó la pérdida.

 

Reseña por: Judith Nieto*

La memoria es uno de los recursos más importantes de un narrador, quien alcanza la construcción literaria a partir de un ejercicio de composición y del poder de la palabra recreada, a través de la narrativa o de la poesía: una forma de reaccionar contra el olvido. Todo escritor se ocupa, por obra de la memoria, de pasar su época por la ficción, poniendo el énfasis donde la literatura puede y tiene que hacerlo. Esta labor permite penetrar en la armadura confusa de personajes portavoces de una realidad profunda y, precisamente, es ese el trabajo de memoria filtrado por la literatura, con recursos que sobrepasan el contexto real, como el que adelanta Ricardo Silva Romero en su última novela, Río muerto.

El novelista y columnista Silva Romero transformó en novela un relato que escuchó de un compañero, durante un viaje en carro de Zipabá a Bogotá, mientras soportaba un embotellamiento vehicular, uno de esos que por más que se maldiga más se prolonga, y más esquiva la posibilidad de imaginar la ciudad a la que se quiere llegar.  En medio de la lánguida espera y con el tema de conversación ya agotado, el escritor escuchó a su compañero de viaje, quien le dijo: “Yo voté contra la paz del plebiscito aquel, porque voté contra todos los verdugos”, y él, en su voz de narrador, agrega en la novela: “Y como le respondí que yo había votado a favor por las mismas razones por las que él había votado en contra, porque quería que alguna guerra de estas empezara a acabarse, se puso a contarme la novela que voy a contar, tal como la voy a contar y tal como la va usted a leer” (p. 7).

Río muerto.
Ricardo Silva Romero. 2020. Bogotá, Alfaguara, 156 p.

Río muerto narra un homicidio ocurrido en Belén del Chamí, un sitio sin ubicación en la geografía del país, porque puede ser cualquier lugar del territorio nacional donde a diario ocurren asesinatos que pasan a engrosar la estadística de la impunidad. La víctima de este crimen, cometido por parte de un grupo armado al mando de alias “Triple Equis”, es Salomón Palacios, el mudo, un padre de familia que, luego de los tres tiros que acabaron con su vida, a pocos pasos de su casa, pareció no “haberse ido”, no obstante el ritual de sepultura que su esposa y sus dos hijos llevaron a cabo en medio de la negrura que fue haciéndose noche. Después de este solitario ritual, el espectro de Salomón Palacios hizo presencia constate en su casa. Era la forma como el espectro del padre buscaba que Hipólita, su esposa y sus hijos, Maximiliano y Segundo, abandonaran Belén del Chamí, pues sus vidas estaban en riesgo.

Río muerto es una novela de memoria y de alcance fúnebre. Este título lleva a la ficción la realidad de la violencia que padece el país donde, por vía del autocastigo que se infringen sus víctimas, parecen ahuyentarse el dolor y el horror que les dejó la pérdida. Así sucede con la reacción de la viuda, quien, al perder violentamente a su marido, va de verdugo en verdugo y, entre improperios y gritos, pide que la maten a ella y a sus hijos. De ese modo vive su duelo la desesperada Hipólita, la osada mujer del mudo Palacios, la temeraria madre, la angustiada viuda, la que, obstinada en someter a sus hijos a su funesta elección, quisiera invocar la oscuridad en la que se sume hasta perder su cordura.

Me detengo en la interesante construcción del personaje de Hipólita, pues su carácter desafiante y altanero, además de su irracional proceder, hace pensar que, al contrario de la fortaleza que aparenta, lo único que la sostiene es la debilidad, el miedo de morir y de que mueran sus hijos; sentimiento que se materializa al final de la novela, cuando se lee: “Y el corazón se les resucitó en el pecho cuando escucharon a Segundo pidiendo piedad” (p. 140). No es deseo de muerte lo que exhibe Hipólita, hay, sí, una espera, la de alguien que la salve, y lo hace Segundo, el hijo menor, el niño de quebradizo comportamiento, el único que no evitó la presencia espectral de su padre y que leyó el papel —era la forma como se comunicaba el padre— en el que Salomón había escrito: “aquí estoy y […] usted es más fuerte que ellos” (p. 153).

Sí, el personaje fuerte de Río muerto es Segundo, gracias a su aspiración de seguir con vida, que lo faculta para salvar a su madre y a su hermano del injustificado afán de una muerte inmerecida. Tal vez, la conexión ininterrumpida con el espectro de su padre permitió al hijo de ocho años resolver el drama siniestro y mortífero en el que se empeñó su madre luego del asesinato de su esposo.

Leo Río muerto y vuelvo a la tragedia Hécuba, de Eurípides, particularmente en el tema de la crueldad que se atribuye a Hécuba, quien obra de esta forma para defenderse ante el asesinato de Polidoro, su pequeño hijo. Algo similar sucede con Hipólita en la novela de Silva, quien pretende resolver el drama de la pérdida de Salomón acudiendo a la crueldad. Pero no es por esa vía que se conjura un hecho violento, porque quedan la memoria y la imaginación para dar, sino una solución, una salida de no retaliación y no repetición. Por eso, el autor que se abstiene en su novela de otros “sacrificios”, prepara para ella un final de vida, un cierre musical lejos del grande nubarrón que se alza en el cielo, aquel que evoca La creciente, el pasaje vallenato reiterado en la novela. Así concluye Río muerto.

No hay duda, la última producción de Ricardo Silva Romero recuerda la fúnebre realidad colombiana, que tantas narrativas han descrito y que ahora cuenta la novela Río muerto, obra publicada por Alfaguara en abril del 2020, conseguida del hilo de la fábula que un día narró Segundo, el hijo menor de los Palacios, y que le permitió al escritor contar con detalle la verdad no oficial y mostrar en clave de ficción una de las dolorosas realidades que hoy saturan a Colombia.

 

Las opiniones aquí expresadas pertenecen exclusivamente a los autores y no reflejan una opinión o posición institucional de Hacemos Memoria ni de la Universidad de Antioquia.


*Escritora. PhD en Ciencias Humanas, mención Literatura y Lingüística, Universidad Austral de Chile. Profesora del módulo: Concepto de memoria. Algunas nociones y reflexiones, en el Diploma en Memoria Histórica: Narrativas de la Memoria, ofrecido por el proyecto Hacemos Memoria de la Facultad de Comunicaciones de la Universidad de Antioquia.