La construcción de paz en los territorios del Catatumbo surge desde las pequeñas historias que se tejen en la vida de los campesinos. Esta es la historia de Nidia Castillo y su experiencia como campesina y profesional agrónoma.

 

Por: Ángela Martin Laiton – El Pacificultor

Cuando llegamos a su casa nos estaban esperando con el almuerzo, un pollo sudado que probablemente llevaba muy poco tiempo de muerto. «¿Sí le gusta el pollo sudado?», me preguntó. Asentí con la cabeza. Entonces, se volteó a lavar un plato en esa cocina de campo de la que brotaba el olor a guiso y me dijo: «¿Sabía que es sudado porque mi mamá bregó para cogerlo?», soltó una risa estridente y me sirvió.

Nidia Castillo nació y creció en el corregimiento de Pacelli, municipio de Tibú, en Norte de Santander. Su familia desde siempre ha estado dedicada a la siembra de cacao, plátano y yuca. Durante el viaje por la carretera destapada que conecta al corregimiento con el municipio hablamos de historias familiares, de las dificultades que existen en un territorio fronterizo con Venezuela, con una extracción constante de petróleo y llena de actores armados. La historia de la familia de Nidia es, probablemente, la de muchas familias campesinas del Catatumbo.

Lo primero que Nidia supo de sí misma fue que le gustaba estudiar, entró al colegio Horacio Olave Velandia a los nueve años y en ese primer curso obtuvo una mención de honor. Es una mujer tranquila y sonriente que va haciendo bromas con cada historia que cuenta, pasó toda la primaria y la secundaria en ese centro educativo. Incluso, fue parte de la primera promoción de bachilleres del colegio. «Siempre fui muy buena estudiante, siempre fui muy inteligente. En secundaria me fue muy bien, en noveno me fui cuatro meses a estudiar a Cúcuta porque en el colegio todavía no habían aprobado décimo y once. Pero, luego me regresé para apoyar al colegio porque hicieron apertura de esos dos grados y necesitaban estudiantes que los cursaran», dijo.

Cuando se graduó sabía que quería seguir estudiando, pero su familia no contaba con los recursos. Entonces, su papá le propuso esperar un año para ahorrar y tratar de enviarla a la universidad. Durante ese año Nidia trabajó en la finca junto a su papá y aprendió todo del trabajo de la tierra con él. «En ese tiempo aprendí a ordeñar, yo no sabía, no es que sea difícil sino que hay que saber agarrar la teta. Mi papá nos enseñó a rozar potrero con machete, a charapear cacao (cortar la maleza), y con baldes, pretales y canastos ayudábamos a recoger cacao. Así se me pasó el año ayudándole».

En el 2009, la carrera técnica  en Administración de Empresas Agropecuarias fue promovida por el SENA en Campo Dos, Nidia se inscribió y su familia le consiguió donde vivir porque de Pacelli hasta allá hay al menos tres horas y media. «Allá vivía una comadre de mis papás y les dijo: sí, a la muchacha yo la conozco y es juiciosa y todo, dígale que venga. La hija de ella iba a hacer la misma técnica, entonces yo me fui. Me quedé por dos años en Campo Dos. Terminamos esa técnica en diciembre de 2011». Cuando se graduó, regresó a vivir a la finca de su familia.

Un día, mientras Nidia barría la cocina, su papá llegó de la parroquia para contarle que el sacerdote le había hablado sobre unas becas que estaban ofreciendo para que jóvenes del Catatumbo se formaran profesionalmente. Para ese entonces Nidia estaba segura de querer estudiar Ingeniería Agronómica, justo la carrera que cubría la beca. El problema estaba en la ubicación de la universidad: Yopal, Casanare. «Y mi papá me dijo: no, pero mire que usted no va a estar sola, eso va a ser como un internado y usted va a estar allá con todos los muchachos. Y, bueno, pues era la carrera que yo ya me había propuesto. Entonces me llamaron a la entrevista en Tibú, nos hicieron una evaluación de matemáticas y una entrevista para revisar la parte social. Luego, nos dijeron que dentro de 15 días nos avisaban por correo si quedábamos o no».

Después de trabajar por cuatro meses recogiendo el corozo de la palma en Campo Dos, para tener recursos y poder comprar las cosas que requería el viaje, Nidia viajó a Yopal junto a nueve compañeros. Era la primera vez que iba a estar tan lejos de la casa y aunque estaba segura de querer educarse la decisión de irse fue muy difícil. «En ese momento me vine para la finca y mi papá tenía unos ahorros, completamos y me fui. Pero recuerdo tanto que mi papá me ayudó a bajar la maleta en la mula y yo lloraba desconsolada por ese camino».

Nidia contó con nostalgia que esa también fue la primera vez que se subió a un avión. Monseñor Omar Alberto Sánchez les consiguió el transporte hasta Bogotá, desde allí él mismo los llevó hasta la vereda Mata Pantano en Yopal. «Él iba parando y nos iba mostrando, recuerdo tanto que nos mostraba unas garzas y nos decía miren estas son muy típicas de aquí del llano. Unas garzas más bonitas como rojitas».

Nidia estuvo cuatro años y dos meses interna en la universidad, estudiaban de lunes a viernes en horarios intensivos, la primera noche que llegó lloró con desconsuelo, unas lágrimas secundadas por la compañera de habitación que recién conocía. Habló de la soledad de sus días en la biblioteca, doblando los esfuerzos de las clases porque sentía que su educación básica no estaba al nivel de la de sus otros compañeros. «Cuando yo tenía dos meses de estar en la universidad estuve por venirme, yo dije no, no puedo. Además, hubo personas que se devolvieron porque dijeron no, yo no aguanto esto. Entonces un día llamé a mi mamá y le dije que me quería ir y ella me dijo que no, que me aguantara y que hiciera amigas para distraerme. Y yo dije bueno, pero ya estoy aquí para qué me voy a ir y me aferré a que tenía que estudiar».

El día que se graduó, se vistió de blanco y en las fotografías sostiene el diploma con una sonrisa que pareciera desborda la imagen. Para graduarse escribió una tesis sobre los cultivos de piña en el Catatumbo. De eso hace al menos cuatro años, Nidia volvió a Norte de Santander y desde entonces trabaja en la Pastoral Social de la Diócesis de Tibú, acompañando los proyectos productivos en fincas de distintos municipios. También apoya los proyectos de su papá en Pacelli, con orgullo camina entre el cacaotal y me cuenta las enfermedades que puede tener el cacao, las semillas diversas que hay y el cruce que han hecho los campesinos catatumberos con ellas, el cacao en el Catatumbo es muy especial y desde hace varios años, por su calidad, se ha convertido en producto de exportación.

La finca de don Rubén, el papá de Nidia, trabaja con trucha, piña, cacao y plátano; desde la parte alta en el piñal se ven las montañas entre tonos azules y verdes del Catatumbo. Desde ese rincón, Nidia, la ingeniera agrónoma, sueña con un territorio libre de cultivos de uso ilícito y engrandecido por la labor asociativa de los campesinos con los que trabaja.

 


*Este texto fue publicado originalmente en la primera edición del periódico Pacificultor, en noviembre de 2020.