Una investigación de la Universidad de Antioquia recopiló los relatos de 23 maestros que, durante décadas, ejercieron su profesión en medio de la confrontación de los actores del conflicto armado en cuatro municipios del Oriente antioqueño.

 

Por: Daniela Jiménez González

Fotos: cortesía de los investigadores

Durante los días de verano de 1990 en El Bosque, corregimiento de Puerto Venus del municipio de Nariño, el profesor Gustavo Álvarez iniciaba su jornada a las dos de la tarde y solía terminar a las once de la noche. El horario irregular era una estrategia para evadir las horas de mayor calor. Una noche de 1993, a eso de las nueve, un enfrentamiento armado que ocurrió cerca de la escuela lo hizo lanzarse al piso con los niños para esquivar la balacera. El cruce de disparos se prolongó por dos horas durante las cuales el maestro y sus alumnos estuvieron tirados bocarriba en el piso, mirando las luces del techo y tratando de hacer chistes para amortiguar el miedo y pasar la mala noche. “Eso era pasen y pasen balas. Nos quedamos ahí encerrados hasta que, ya por ahí a las once, llegaron los papás por ellos. Es de lo más casual, yo recuerdo esas historias y me digo: yo no sé si sería capaz de volver a vivir eso, pero, en ese momento, había espacio para los chistes”, recordó el profesor.

El relato del profesor Gustavo y de otros 22 maestros que se consolidaron como docentes en el Oriente de Antioquia en los periodos de mayor recrudecimiento del conflicto, fueron recogidos en la investigación de grado Rastros y rostros del maestro rural: Narrativas de sus gestos pedagógicos en medio del conflicto armado en el Oriente lejano de Antioquia, elaborada por Mariana Palacio Chavarro, Daniel Posada Vélez, Laura Mira Correa y Alber Julián Restrepo Mejía, estudiantes del pregrado en Licenciatura en Lengua Castellana de la Universidad de Antioquia.

El objetivo de este trabajo de grado, que contó con la asesoría de Diela Bibiana Betancur Valencia, candidata a Doctora en Educación, fue aproximarse a los relatos de los maestros rurales con sus dificultades y aciertos en medio del conflicto armado, y a sus apuestas de bienestar para las comunidades. Con la sumatoria de historias, de acuerdo con los autores, fue posible comprender la realidad y cotidianidad  del  maestro  en  medio  de  la  contingencia  de  la  guerra y reconocer la magnitud de sus aportes en los territorios antioqueños más azotados por el conflicto armado.

Para comprender esta realidad, los investigadores recorrieron las veredas de cuatro municipios del Oriente lejano de Antioquia: Sonsón,  Argelia,  Nariño  y  San  Carlos.  En su trabajo de campo identificaron pequeñas acciones, desplegadas por los maestros en el territorio, en medio de la disputa de los actores armados. Luego consiguieron sistematizar estos aportes como diferentes gestos pedagógicos, siendo enfáticos en que un gesto pedagógico de un maestro no será idéntico al de otro. Los investigadores definieron estos gestos como las pequeñas acciones, discretas acaso, que tienen los maestros para hacer frente a circunstancias adversas.

Como parte de la metodología, los investigadores participaron en las actividades escolares de los territorios donde, como la historia del profesor Gustavo, conocieron otras experiencias de vida, entre ellas la de Fabiola Pérez, quien fue docente en el municipio de Nariño entre 1997 y 2005. Ella contó que cuando estaba como maestra en la vereda La Linda, tuvo que presenciar cómo los actores armados volaron todos los puentes del sector: “Yo estaba en clase con los niños cuando volaron el puente de La Linda, ahí cerquitica, eso se sintió un estruendo muy horrible y volaron cenizas, piedritas, puras esquirlas de roca hasta el salón y nos llenaron los ojos, las cabezas de arena. Los niños ahí mismo se bajaron del puesto y se hicieron debajo de las ventanas, así, en los muritos”.

Otro relato fue el de Omar Montes, quien recordó que la primera escuela donde trabajó en Argelia quedaba en una vereda ubicada en la parte alta de la cordillera que comunica con Sonsón, por ahí había un camino que los grupos armados utilizaban para movilizarse. Era en San Pedro Arriba, en el 2001. “Uno siempre andaba con temor; por ejemplo, la primera semana que yo llegué a la escuela para mí fue muy dura porque yo llegué y tuve un guerrillero parado toda una semana. Se paraba en la puerta del salón y no me hablaba, yo trataba de seguir en lo que estaba, pero lo tuve ahí toda la semana. Vivía en la escuela porque yo no podía salir diario, es una vereda que caminando a Nariño son tres horas y no podía usar esos deshechos porque estaban minados”, contó Omar.

 

Una guerra que modificó el oficio

El profesor en el ambiente rural, de acuerdo con Mariana Palacio Chaparro, estudiante de Licenciatura en Lengua Castellana y coautora, se convirtió en los días más crudos del conflicto en un líder social, reconocido en su comunidad incluso para labores que no le atañían. “Hay una relación muy estrecha con el profe, generalmente sabe quién es la familia del niño, cómo es, tiene muy buen conocimiento de la vida de sus estudiantes. Le consultan al profe decisiones personales y de la comunidad”, explicó Palacio Chaparro.

Para el estudiante Daniel Posada Vélez, la palabra con la que identificaron a los docentes del Oriente antioqueño fue “toderos”. Estaban 24 horas, fuera de la jornada, conviven con agentes como grupos armados y son mediadores. Además, “Pienso en lo que lleva un profesor en su mochila. En su maleta no llevan un computador, sino una libra de arroz para complementar el desayuno de los estudiantes”, anotó.

Como explicaron los investigadores, el conflicto modifica totalmente el oficio del maestro y lo pone en el dilema de si se queda en su comunidad, de si permanece en su escuela, o si se va. Detrás de esa decisión está también expectante la comunidad. “Eso lo vimos con las historias de muchos docentes con los que conversamos. Recae en ese profesor, en cierta medida, esa decisión no solo personal sino de lo que pasará con la comunidad en la que trabaja. Además, el profe siempre espera que lleguen estudiantes a sus salones. Y, en muchas de esas historias, veíamos que las personas iban dejando de llegar o cada vez llegaban menos. Ahí, por decisiones gubernamentales, las escuelas y las plazas se van cerrando y el profesor, en últimas, tiene que migrar”, añadió Posada.

Por su parte, la profesora Diela Betancur indicó que cuando hablaban con los profesores ellos reconocían que estaban muertos de miedo en esos territorios, pero que en ese temor tan grande también se encontraban con unos dilemas complejos y era que ellos no podían dejar sus puestos de trabajo, lo que equivaldría a abandono de cargo y podría acarrear sanciones disciplinarias. Ellos tenían que estar en las comunidades, aunque sentían que estaba en riesgo su vida.

De otro lado, las comunidades se cohesionan alrededor de la figura del maestro, sino que también se convierten en soporte para ellos. Algunos profes decían que los escritos de los niños en las tareas o las visitas de las madres a la escuela les permitían tener esa seguridad o esa confianza de que estaban acompañados y los motivaban a no abandonar la comunidad. “Es una relación muy bella en cómo ese cuidado del vínculo les permitía, tanto a las comunidades sostenerse, como también a los maestros, que se sentían valorados. Es un asunto de abrazar la vida entre todos cuando hay tanta amenaza alrededor”, dijo Betancur.

Para Laura Mira, si bien se podría pensar que en medio del conflicto las acciones deben ser muy grandes, lo que se encontró durante la investigación es que no era ahí donde estaba la potencia de la labor docente, sino que estaba en las pequeñas acciones, incluso en aquello que ellos percibían como poco importante o trascendente. En medio de la hostilidad de la guerra, gestos como organizar con cierta regularidad una merienda con las mamás, sentarse a ver un programa de televisión y a partir de ahí movilizar la palabra, o irse a caballo a buscar a los chicos que por miedo habían abandonado la escuela, fueron algunas de esas pequeñas acciones que en la comunidad tuvieron grandes repercusiones.

 

Los que ponen el cuerpo y el corazón

Durante la investigación, explicó Daniel Posada, “nosotros notamos que los profesores tenían un lado muy espiritual, uno los escuchaba diciendo que le pedían a Dios. La mayoría tenía un lado espiritual muy marcado, recurrían a la oración, a rezarle a algún Dios y le pedían que los mantuviera con vida y a salvo”.

Otro aspecto que identificaron los investigadores, fueron las acciones emprendidas por algunos maestros, como el coraje de tomar posición frente al actuar de los actores armados como lo hizo la profesora Betty Loaiza en San Carlos, donde un general del Ejército le pidió que reuniera a los niños, a lo que ella respondió: “no voy a reunir mis niños. Si quieren, yo toco el timbre que ellos salgan, usted los llama, y el que le preste atención. Mire lo que dice la pared de mi espalda, le dice al Ejército, dice que es un territorio y una zona franca de paz”, narró en su testimonio la docente. Este tipo de actuaciones, concluyó Laura Mira, muestran que «cada gesto tiene ese tono personal y fue la forma en la que el profe, desde su forma de ser, reaccionó. El diálogo que busca al otro y es punto de encuentro».

El gesto es el chispazo que surge en el cuerpo del profe para mitigar lo que pasa afuera. Como cuando, en medio de una balacera, todos en el suelo, lo único que se le ocurrió hacer a Gustavo fue contarles chistes a los alumnos que tenía agachados en el suelo. De montaña a montaña, en medio de la confrontación, la escuela queda en medio. “Ahí es donde decimos que esos gestos son un toque personal de ellos mismos”, manifestó Daniel Posada.

“Si bien nosotros conversamos con 23 profesores, esta es la voz de muchos profesores que esperan ser escuchados. Nadie se ha tomado el tiempo. Ellos también han tenido su espacio para pensar si contaban o no, callaron durante años eso que vivieron”, recordó Alber Julián Restrepo. El investigador enfatizó en que el trabajo les permitió reconocer que un profesor, en esas acciones pequeñas, no planeadas, a veces no es consciente de que puede cambiar la vida de sus estudiantes. Pero con estos gestos, como el diálogo o un abrazo, protegieron sus vidas y las de sus comunidades.