A pocos días de las elecciones regionales preocupa la seguridad de líderes políticos y sociales en buena parte del país. “El miedo y la amenaza de muerte están a la orden del día. Unas circunstancias que dan cuenta de una sociedad que elige constreñida”.

Por: Judith Nieto*

Cuesta creer que hoy, con casi dos décadas de este siglo que avanza de forma veloz, todavía se mire como enemigo a quien aspire a un cargo de elección popular según lo dispone el sistema democrático colombiano. La campaña electoral para las próximas elecciones regionales, a punto de concluir, da cuenta clara de esta afirmación; es así como la diatriba, la amenaza, el atentado, la muerte y la masacre fueron las constantes de un proceso cuyos resultados conoceremos en la tarde del 27 de octubre.

Escenas marcadas por el atropello verbal y físico, que rayan —como se acaba de expresar— con la persecución y muerte de candidatos, familiares de estos, de ciudadanos y de la fuerza pública, fueron noticia permanente transmitida a través de los diferentes medios y redes sociales a lo largo de las campañas electorales de gobernadores y alcaldes por quienes se sufragará en este 2019. Dichos acontecimientos muestran cómo en Colombia —y esto es algo histórico— la mentalidad tribal emerge cada vez que aparece el otro, ese otro que piensa diferente, ama diferente y cree diferente; ese otro convertido, por quienes no comparten su singularidad, en peligroso, amenazante, inconveniente y temido. Entonces, es al otro con derecho a ser elegido al que hay que eliminar, y si se puede hacer de forma definitiva, mejor.

Desde luego que son muchos los factores que agravan el ambiente de violencia política nacional: divergencias de pensamiento, presencia de grupos ilegales, crimen organizado, competencia política, entre otros. Las estadísticas son sorprendentes: según el diario El Espectador, apoyado en el seguimiento a la violencia política previa a los comicios de este mes realizado por la Misión de Observación Electoral: “[Se presentaron] Por lo menos 101 asesinatos, 259 amenazas, 51 atentados, seis casos de secuestro y tres de desapariciones” . Datos preocupantes y que no pueden dejar de lado el objetivo de persecución y muerte del que fueron objetos los líderes sociales amenazados y asesinados, en particular en este 2019.

Estas son estadísticas del horror de un país que firma la paz, pero sin dejar de apostar a la guerra. Hechos que demuestran cómo aquí continúa la supremacía de la fuerza por encima de lo demandado por la ley. En consecuencia, lo que ha sobrevivido es el miedo generado por diferentes actores interesados en continuar acrecentando el catálogo de horrores de la confrontación, más que en el desvanecimiento de esta.

El miedo y la amenaza de muerte están a la orden del día en este proceso previo a las justas electorales. Unas circunstancias que dan cuenta de una sociedad que elige constreñida. De una sociedad poco educada políticamente y, en consecuencia, distante, casi desprovista del uso racional que implica estar en condiciones de votar. Lo que permite colegir que, en el país, parte de la sociedad en capacidad de sufragar está alejada de la Ilustración; por el contrario, se ha instalado en un presente marcado por “diversas formas de progreso”, pero aferrada a la nostalgia de un pasado nada mejor que el tiempo actual. Es una comunidad proclive a ser asistida por el miedo infundido desde el lenguaje; ese miedo que la paraliza para actuar con libertad, para respetar al diferente y para vivir en democracia. Es el miedo que hoy, diecinueve años después de iniciado este otro enrarecido siglo, muestra que elegir, en lugar de ser una oportunidad, es una aventura, porque el miedo es el patrón y la muerte es el riesgo.


*Profesora de la Escuela de Microbiología de la Universidad de Antioquia.
Correo electrónico: judith.nieto@udea.edu.co.

Las opiniones aquí expresadas pertenecen exclusivamente a los autores y no reflejan una opinión o posición institucional de Hacemos Memoria ni de la Universidad de Antioquia.