El 17 de enero de 2001, Eva Rivero, habitante del municipio de Ovejas, fue testigo de la llegada de población desplazada del corregimiento de Chengue, tras la masacre perpetrada por paramilitares del Bloque Héroes de los Montes de María. Después de lo que vio, escuchó y sintió ese día, tuvo la necesidad de hacer algo para contar lo que había pasado en su municipio.

Por: Lina Flórez

Fotos: Mauro González

La madrugada del 17 de enero de 2001, integrantes del Bloque Héroes de los Montes de María, al mando de Rodrigo Mercado Pelufo, alias ‘Cadena’, ingresaron a Chengue, corregimiento de Ovejas, Sucre, sacaron de sus casas a los habitantes y los llevaron a la plaza donde asesinaron a 27 personas. Luego, prendieron fuego a las viviendas y desplazaron a los que quedaban amenazándolos de muerte si regresaban al lugar.

El 15 de marzo de 2011, la masacre de Chengue fue declarada delito de lesa humanidad por un fiscal de la Unidad Nacional de Derechos Humanos y Derecho Internacional Humanitario. Foto: Mauro González

Más tarde, el casco urbano de Ovejas recibió a la población desplazada del corregimiento de Chengue. Las mujeres con sus hijos caminaron largas horas hasta llegar a la troncal de occidente que pasa por ese municipio. Sobre esa troncal, en una de las entradas al pueblo, está la casa de Eva Rivero, una ovejera de 68 años que recuerda ese día como uno de los más tristes que ha vivido.

El impacto de ver los camiones con las víctimas, de escuchar los lamentos y las historias de todas las personas desplazadas que pasaron por su casa aquel día, le ocasionaron una tensión emocional que derivó en insomnio. Desde entonces, cose cada noche y con sus manos empezó a dar forma a las historias que escuchó sobre Chengue.

Dieciocho años después de aquel acontecimiento, conversamos con ella sobre cómo la costura se convirtió no solo en su manera de liberar la tensión emocional, sino también de hacer memoria sobre aquella masacre que marcó a los habitantes de la región de los Montes de María.

Eva Rivero, descendiente de sirios y libaneses que llegaron al Caribe colombiano entre finales del siglo XIX y comienzos del XX, ha pasado su vida entera en Ovejas, municipio en el que tuvo a sus tres hijos y donde se hizo famosa por sus quibbes, una herencia de la cocina árabe. Foto: Mauro González.

¿Cómo surgió la idea de hacer un cuadro tejido sobre la masacre de Chengue?

Como vivo sobre la carretera, cuando pasó el caso del 17 de enero del 2001, vi que la gente estaba llegando y junto a la casa mía, en la esquina, se quedaron un poco de pasajeros. Ahí llegó una señora desesperada dando gritos y llorando, entonces yo le pregunté:

— ¿Pero qué le pasa?

Y ella me contó:

—No, pasa es que allá en mi pueblecito, en Chengue, hubo una masacre.

— ¿Pero cómo va a ser?

— ¡Ay no mija, ahí nos acabaron a toditos!

— ¡Anda!

Y como la vi tan desesperada le fui a dar un poquito de sopa.

—No, a mí no me provoca nada—, respondió

—Entonces tómese una pastilla relajante

Porque cuando eso, aquí, en Ovejas, era pura bomba y bomba y bomba, atacando el pueblo, y yo no dormía de noche. Entonces, fui a donde el médico y me dio unas pastillas. Por eso yo pensé, le voy a dar una de esas pastillas. Ella se la tomó con un agua de panela que tenía. Ya casi era la hora del almuerzo.

Ya cuando se le estaba pasando, tenía rabia. Había dejado todo, la finca y los animales, todo. Entonces, tenía rabia y decía: “¿Para qué sirvió que nos reunieran? ¿Para qué sirvió?”.

La guerrilla los reunía a ellos y les decía: «nadie puede decir el nombre, solo pueden decir en la casa roja, en la casa verde, la casa amarilla… el que vende la yuca es en la casa del corredor de cemento, el ñame en la casa de palma». Y les decían: «aquí se van a presentar algún día los paramilitares, entonces, ustedes no tienen que dormir, ustedes tienen que estar velando, porque el día menos pensado se presentan y los van a coger de sorpresa. Entonces, ella llorando: “Vea, eso no valió casa verde, casa roja, casa azul ni nada ¿por qué no estuvieron resguardando el pueblo si sabían que algún día iba a suceder esto?”, decía la señora llorando a gritos en la casa mía. Así me nació hacer ese cuadro. Ahí fue donde yo comencé a coser.

¿Por qué un tejido para contar esa historia?

Me concentré en la historia de la señora desesperada dando gritos porque eso fue muy horrible y yo me llené de mucho dolor después ver los muertos. Por eso es que a mí me nació ponerme a hacer las figuritas. Eso fue como una distracción hacer toda esa escena. Ya cuando me cansaba, a la una o dos de la mañana, me acostaba más relajada porque yo sufrí, yo me llevé eso muy a pecho.

Cuando crecí aquí no había eso. Aquí había mucho respeto, mucho amor. Por eso lo de la masacre me dio muy duro y eso era como una terapia. Cuando hacía una figurita, me sentía relajada.

¿Cuánto tiempo le tomó hacer todo el cuadro?

Duré más de un año. Cosía de noche y no lo dejaba ver de nadie por miedo. Uno vivía con tanto miedo porque alguien pudiera decir que yo estaba haciendo eso… yo creo que me hubieran matado. Aquí, en Ovejas, nadie me conoce ese cuadro. Yo no lo mostraba.  Inclusive los hijos míos no lo conocen, porque pensaba que me iban a regañar: «¡ay!, que yo cómo me atrevo a hacer eso…».

Pero me ponía a pensar: cuando me muera puede que los nietos o los bisnietos lleguen a conocer lo que pasó aquí, en Ovejas, en Sucre. Puede que yo ya no exista, pero que alguien, los niños, los nietos, conozcan la historia. Y como fue en tela, eso dura mucho.

A veces lo que no se hace, no se escribe, se olvida. Entonces, es mejor tener historia para que no vuelva a pasar. Yo pido mucho que más nunca vuelva a pasar eso.

¿Cómo fue el proceso de coser cada una de las figuras del cuadro?

Cada noche era una figurita, todo a mano, porque el trayecto es muy pequeño para coserlo en máquina, entonces, tiene que ser a mano.

Con las casas, creo que hay 48 figuritas. Hay árboles, casitas, las personas, los animales, los burritos que vienen con las cargas. Yo también les pedía cabellos a las personas cercanas. Les decía: regálame un pedacito de cabello que voy a hacer un bordado en un pañuelo, entonces, me daban el pedacito de cabello porque el mío es blanco canoso. Por eso las figuritas de las personas tienen el cabello natural.

A las siete de la noche comenzaba y me acostaba a la una de la madrugada. Lo tenía que hacer como escondida, porque cuando eso estaban los paras mandando y estaba también la guerrilla. Me acostaba cosiendo y a la vez me relajaba haciendo eso. No quería pensar porque yo vi los muertos que trajeron y desde eso a mí se me alteraron los nervios. Desde esa vez quedé tomando pastillas para dormir.

El cuadro La sombra de la muerte, de Eva Rivero, muestra las escenas de la masacre de Chengue y el desplazamiento de su población. Foto: Mauro González.

Esta costura se convierte hoy en día en un relato de memoria de lo que sucedió en el corregimiento de Chengue, un relato que Eva Riveros construyó y conservó esperando el momento en el que pudiera hablar de ello y darlo a conocer a otras personas.