Hay muchas formas de evocar las lecciones de la profesora María Teresa Uribe. Un sinnúmero de balances nos lleva a recorrer los senderos de sus contribuciones teóricas, metodológicas, históricas.

Por: Adriana González Gil
Profesora Instituto de Estudios Políticos de la Universidad de Antioquia

Hay muchas formas de evocar las lecciones de la profesora María Teresa Uribe. Un sinnúmero de balances nos lleva a recorrer los senderos de sus contribuciones teóricas, metodológicas, históricas. Una mirada a su trayectoria nos permite ver la articulación perfecta entre el rigor investigativo y la misión docente. Enseñar le era propio y la generosidad con el conocimiento, su más grande atributo. Pero hoy, simplemente, quiero nombrar el universo que nos mostró cuando se preguntó por la ética en una sociedad como la nuestra. Casi treinta años atrás María Teresa señalaba que precisamente en los momentos de crisis emergía la pregunta por la ética. Y llevaba sus preguntas al desafío que suponía en Colombia la construcción de lo público y la imperiosa necesidad de transformar nuestras prácticas políticas. Treinta años atrás, cuando la vorágine de la guerra sentenció muchas veces que estábamos “tocando fondo”, cuando el escepticismo sobrevino a las expectativas frustradas del cambio constitucional, cuando ese pacto social no erradicó las violencias, María Teresa encontró nuevas formas de abordar un viejo problema, renovó sus preguntas y nos invitó a volver la mirada sobre las condiciones históricas de una violencia endémica que inhibía la construcción de lo público. En ese horizonte buscó las razones que podían explicar nuestra incapacidad para darle trámite no violento a los conflictos.

Sí, treinta años atrás, la profesora María Teresa invitaba a buscar una vía que permitiera la construcción de una ética ciudadana en un país que seguía privilegiando el camino de la guerra en lugar de transitar hacia la transformación de la política; un país en el que la lógica de la imposición impedía avanzar en procesos de concertación; ese país en donde la exclusión de sectores amplios de la población mostraba los límites de la participación, la representación, el reconocimiento y la inclusión del otro. Exploró las condiciones que en medio de la violencia podían explicar las paradojas y ambigüedades de una tendencia a prácticas transaccionales, pactos implícitos, discursos ocultos, límites difusos entre la legalidad y la ilegalidad, retóricas pacifistas y demandas de seguridad afincadas en prácticas guerreristas.

Escuchar a María Teresa en esos momentos, anticipar la proyección de sus planteamientos, valorar el alcance de sus contribuciones a la reflexión sobre la ética pública, constituía una ocasión privilegiada al escucharla, y una lección de vida cuando nos invitaba a través de sus palabras a volver sobre asuntos cotidianos, vivenciales. Para María Teresa, más allá de nuevos referentes teóricos, se trataba de aprender a observar, azuzar los sentidos, volver la mirada y avanzar sobre la explicación de fenómenos y procesos que situaran en primer plano la transformación de nuestras prácticas políticas y socioculturales. Nos instó a examinar la cotidianidad de los individuos, de hombres y mujeres en su día a día; nos mostró la importancia que tiene comprometerse con posturas coherentes que orienten nuestras prácticas. Sus lecciones en esta materia invitan a una reflexión permanente sobre los desafíos de una transformación que empieza en el individuo, transita por los espacios domésticos y compromete cada acción y cada práctica cotidiana en función de la construcción colectiva de lo público.

Ahora que resulta inevitable asumir su ausencia, la imposibilidad de acudir a ella para escucharla, no podemos olvidar el compromiso que tenemos de leer nuevamente sus palabras y constatar la grandeza de su trabajo, vigente, precisamente, en estos días de nuevas turbulencias. Hoy, como hace treinta años, la relación amigo-enemigo se reinstala en el ejercicio de la política, trastoca los valores ciudadanos y condiciona el trámite de los conflictos. Nada más oportuno, entonces, que recuperar sus enseñanzas, volver sobre el sentido de lo público y coadyuvar a la construcción de una ética ciudadana.