Las investigaciones de la profe María Teresa Uribe, “la voz dulce de la verdad amarga”, tienen mucho que decirnos de nosotros mismos, de los colombianos.

Por: Adrián Restrepo Parra
Profesor del Instituto de Estudios Políticos de la Universidad de Antioquia

La violencia como problema. Esta afirmación es punto de partida y de llegada en la obra de la profe María Teresa Uribe de Hincapié. De partida porque la realidad del país, especialmente las violencias vividas a finales de los años ochenta y noventa, llevaron a universidades como la de Antioquia a crear dependencias académicas para investigar lo que para el momento era considerado el fenómeno de la violencia. La profe hizo parte de esa generación encargada de investigar la violencia en la ciudad, el departamento y el país.

Es también punto de llegada porque es una conclusión a la que arribó sobre la situación política de Colombia. Para una parte del país la violencia es y ha sido una solución, el primero de los recursos. La profe nos mostró con sus investigaciones que para ciertos sectores sociales la violencia es una salida a los conflictos. Y no solo eso, la violencia ha sido usada regularmente para crear un orden político. Uno que, en la situación del país, conjuga Constitución democrática y participativa con altos índices de homicidio, con guerras declaradas entre Estado, guerrillas, paramilitares y otras organizaciones armadas.

La profe para comprender el aparente desorden generado por las guerras colombianas del siglo XX y XXI hizo una indagación histórica desde finales del siglo XVIII. Ella encontró un hilo recurrente en la historia de la conformación como nación, Estado y democracia: la violencia. Una Colombia usando continuamente la violencia para modelar el orden político. Para entender este protagonismo de la violencia, la profe tomó como referente analítico la soberanía. Siguiendo a Hobbes, teórico del Estado soberano, mostró la diferencia entre la guerra como acción y el estado de guerra. El primero remite a la confrontación abierta y directa, el campo de batalla, o como diría ella a “las ciudades destruidas y el terror pintado en los rostros de los sobrevivientes”.

El estado de guerra, por su parte, consiste en la voluntad permanente y no declinable de entrar en batalla, de ejercer la violencia hacia el contradictor. En palabras de la profe los estados de guerra expresan la disposición para “lograr el propio interés sometiendo por las armas y la sangre derramada a todos aquellos que se interpongan en el camino”. Los estados de guerra transitan hacia la guerra como acción, de las palabras de la guerra a la guerra como hecho. Esta situación remite a una soberanía no resuelta, puesta en cuestión por poderes armados que disputan el ejercicio de la dominación-sujeción. Cuando prevalece el estado de guerra, cuando la soberanía está en vilo, todos tienen el poder que da la violencia.

Esta reflexión de la profe María Teresa la condujo a postular dos tesis comprensivas de las violencias colombianas: 1. La naturaleza de las confrontaciones armadas y de la violencia molecular en Colombia, expresa estados de guerra prolongados y devela la existencia de verdaderos dominios territoriales, contraestatales o paraestatales, que no solo mantienen en vilo la soberanía del Estado, sino que van configurando órdenes de facto con pretensiones también soberanas. 2. Las soberanías en disputa permiten afirmar que el conflicto armado colombiano se enmarca en las guerras por una construcción nacional.

La profe, manteniendo la crítica, tomó distancia de las fórmulas hobbesianas que algunos políticos quieren implementar para construir soberanía. Lo hizo porque ese camino estataliza la guerra, otorga preponderancia a la violencia como medio para construir un nosotros. Ella consideraba que, a partir de la Segunda Guerra Mundial, el uso de la violencia, especialmente para alcanzar fines políticos, empezó a ser repudiado internacionalmente. Ese repudio está basado en las víctimas. El uso de la violencia durante periodos prolongados deja un número importante de víctimas y también deja víctimas de distintos sectores de la sociedad. En la guerra los muertos no son solo de uno de los bandos o de los bandos en confrontación, además mueren inocentes. Colombia no es la excepción.

Cerrar la puerta de la violencia, que no sea una solución sino un problema, ha fortalecido los sistemas democráticos. La violencia debería ser el último de los recursos del Estado. La violencia contradice el ideal democrático de la participación de los plurales y la concepción de resolver los conflictos por medios pacíficos. En consecuencia, la profe María Teresa consideraba que una de las formas de conjurar los estados de guerra consiste en el ideal democrático de concebir la soberanía como representación fundada en los acuerdos, en los consensos, en la cooperación de fuerzas sociales de diverso orden. Presupone la acción ciudadana orientada a participar de lo público.

Las investigaciones de la profe María Teresa Uribe, “la voz dulce de la verdad amarga”, tienen mucho que decirnos de nosotros mismos, de los colombianos. Gracias profe por su legado.