Miles de niños han engrosado las filas de los grupos armados ilegales en sesenta años de conflicto. Muchos se han desvinculado. Este es el testimonio de uno de ellos.

Por Lucas Ferraz y Víctor Casas*
Foto: Natalia Botero

Recuerdo que salí del colegio y mi teléfono sonó. Era Danilo, uno de los comandantes de las FARC. “Tu hermana está muerta”, me dijo.

Mi hermanita tenía 18 años. Él dijo que, unos días antes, un personaje se voló de la guerrilla y regresó con el Ejército. Mi hermanita se estaba bañando en el río Samaná. Él le disparó. No fue una herida letal pero murió ahogada.

Yo en ese entonces estudiaba actuación. Como tenía las llaves del teatro me fui y me desahogué en el escenario. Fui a mi casa aguantándome todo lo podrido que estaba por dentro. A mi mamá no le pude decir porque estaba muy enferma. Hacía unos 10 años la habían operado del corazón y ya le estaba fallando la válvula que le pusieron. Mi novia, que por esos días tenía dos meses de embarazo, fue quien aguantó mi llanto.

Ese día nunca se me va a olvidar. Yo había acabado de llegar, estaba acostado y mi mamá iba a salir con una prima, entonces me dijo: “Voy a dejar el celular, si la niña llama, que diga dónde está para ir a recogerla”. Cerró la puerta y me puse a llorar. Yo tenía todo adentro. Como todos los hermanos que se amaban, peleábamos mucho.

Después del llamado de Danilo, mi mamá siguió preguntando por la niña casi a diario. Lloraba todas las semanas. Estaba mal física y psicológicamente, hasta que la volvieron a operar del corazón. Ese fue otro momento duro porque los médicos me decían que era más fácil que se muriera a que quedara viva. Estuvo casi tres meses en el hospital hasta que finalmente se recuperó. Nunca más me volvió a preguntar por mi hermanita. Ella inconscientemente sabía que estaba muerta, pero no lo aceptaba. Esos meses en la clínica como que le borraron el casete.

Ese tema nunca se volvió a tocar. Una vez la llamaron del Ejército, la citaron, le mandaron una carta. Yo fui a la cita y cuando los tipos me dijeron que mi mamá tenía derecho a la verdad. “¿Y no importa el derecho a la vida y a la integridad física y mental de una persona?”, les dije yo. Porque donde mi mamá se hubiera dado cuenta, automáticamente se moría.

A mi hermana la mataron en San Luis. Creo que la enterraron en el cementerio de San Francisco, sin identificar. Igual no es algo que me preocupe porque finalmente es un cuerpo, es materia. No importa dónde esté el cuerpo de cada persona, la energía es la que nunca se va a extinguir.

Menos mal no tengo prejuicios religiosos para pensar en eso. Ojalá que esté bien, en la tierra, al lado de un árbol, o qué se yo.

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Yo nací en Cocorná, un pueblo que queda a dos horas y media de Medellín, donde estoy desde los cinco años. Siempre he vivido con mi mamá y vivía con mi hermanita. A mí papá lo veía muy de vez en cuando, él nunca estuvo muy pendiente de la familia.

El recuerdo más viejo que tengo de la guerrilla fue un disparo. A un hombre que estaba limpiando un fusil se le descargó. Yo era muy pequeño, creo que tenía cuatro años. Recuerdo que me ponía a jugar con otros niños, con palitos, como si estuviéramos en un combate. Unos eran la guerrilla y otros el Ejército. Y así, nos poníamos a correr entre las rocas y por los potreros.

En Granada hay un corregimiento que se llama Santa Ana. En los años 90 y principios del 2000, hasta que se montó Álvaro Uribe, era un pueblo con mucha presencia de la guerrilla. Allá vivían el abuelo y los dos tíos. Nosotros siempre íbamos a visitarlos.

Desde que tengo conciencia, siempre tuvimos relación con la guerrilla. Me acuerdo de una vez que pasaron por la casa saludando. Otra vez estaba en un campamento muy grande, al lado de Santa Ana. La guerrilla había cogido unos carros con mucha mercancía, ollas, tapetes, güevonadas que empezaron a repartirle a todo el pueblo.

Mis dos tíos eran de las FARC desde la adolescencia. Cuando empezamos a frecuentar la zona, ellos eran comandantes de compañía, tenían grados de responsabilidad. De menor a mayor, la organización tenía el comandante de escuadra, comandante de guerrilla, comandante de compañía, de frente, de bloque, y arriba de todos, los miembros del secretariado.

Una tía, hermana de mi padre, también era de las FARC. Ella fue guerrillera durante 18 años, hasta morir en una acción del Ejército. Yo la conocí allá, cuando tenía 14 años.

Nosotros queríamos mucho a los tíos. A uno casi nunca lo veíamos. Era muy militar, poco ilustrado, pero con una sagacidad enorme. Y el otro se preocupaba más por la familia, era emocionalmente más sensible y llamaba para que lo visitaran, entonces con él nos veíamos con mayor frecuencia. Recuerdo que cuando empezaron a salir los billetes de 50 mil pesos, sacaba y nos daba a mi hermanita y a mí. Ahora está en la cárcel. A mí me da mucha rabia eso porque es una persona muy buena. Estuvo 18 años en la guerra, pero es de esa gente que no quiere hacerle daño a nadie. Mi mamá siempre ha estado muy pendiente de él. Yo le mando cositas de vez en cuando, no he ido a visitarlo porque no me queda tiempo, pero sí, él es de esas personas que uno dice: “lástima que esté en la cárcel”.

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Una vez me tocó una toma. Fue la de Granada, no sé si ustedes se acuerdan. Fue muy sonada. No me acuerdo muy bien la fecha pero fue en un diciembre porque en vacaciones era que íbamos. Yo tenía 9 años. Cuando llegamos guardamos los bolsos en una cafetería y mi mamá nos dijo que fuéramos a buscar a una amiga de ella. En esas, al poco tiempo, explotó un carro bomba. Yo me acuerdo que huyendo de toda la cosa llegamos a un lugar, como a la entrada del pueblo. Hubo mero enfrentamiento y pasamos la noche en una casa donde nos dejaron quedar. Es que eso empezó como al mediodía y a las 5 de la mañana todavía se escuchaban disparos.

Cuando todo terminó pudimos volver a la cafetería. Las maletas las rescatamos de debajo de los escombros. Parte del local estaba destruido. Después, cogimos un carro y nos fuimos para Santa Ana. El tío mío se enojó mucho porque no le avisamos que íbamos. Y caímos justo cuando ellos hicieron esa toma, con todo lo que pasó después.

Mi mamá no era de la guerrilla. Ella simplemente quería a la familia y por eso iba a visitar a mis tíos, entonces nosotros la acompañábamos. No tenía ninguna influencia política, de hecho estudió como hasta tercero de primaria y no sentía simpatía por ningún grupo. Todo siempre estuvo ligado a lo familiar. Mi papá tampoco era de la guerrilla, él era campesino, un agricultor. Tenía tierra
por Cocorná. Pero cuando lo mataron, lo hicieron pasar por guerrillero.

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Cuando yo me metí en la guerrilla, mi mamá se dio cuenta enseguida, pero no me dijo nada. Yo siempre fui un tipo muy libre, y siempre estuve cerca de la agrupación. Crecí rodeado de ellos. Por eso ni me acuerdo de cuándo me metí.

En la guerrilla se rumbea muy poco, dos veces al año, si mucho. Solo se festejaba el día del cumpleaños de las FARC, el 27 de mayo, y la Noche Vieja. Y como yo caía justo en diciembre, me tocaba. Aunque no era muy de bailar, prefería quedarme hablando con los camaradas de cuestiones políticas.

Yo nunca sentí ningún tipo de influencia por parte de los guerrilleros en mi formación. He leído mucho marxismo pero no por la guerrilla. El único libro que me recomendaron fue uno de Arturo Álape, pero ni siquiera me acuerdo del título. Todo lo que he leído ha sido por mi cuenta. A nivel político siempre he sido muy formado. Allá en la selva aprendí mucho solo mirando lo que pasaba. Algunas veces enseñé a leer y a escribir a quienes no sabían. A la gente le dan una educación marxista leninista, y yo, ideológica y emocionalmente, soy anarquista, pero racionalmente tiendo a no ser nada.

En la selva siempre tenías que estar listo para la confrontación. A veces extendías la ropa donde le diera el sol, pero si sentías un avión tenías que ir a quitarla para que no se viera desde arriba y no nos bombardearan. Vos podías tener la edad que tuvieras, pero estabas consiente de que era una guerra.

¿Qué es lo peor de la guerra? La preocupación y el estrés. Como cuando un compañero caía. Como me tocó con mi hermanita. Yo nunca pensé en vengarme, ¡jamás! Yo creo que aquí nunca deberíamos vengar nada.

Sólo me vengaría de los mosquitos. Uno de los peores recuerdos fue cuando estuve 15 días en una zona donde había muchos mosquitos. Por la mañana me levanté, me miré la cara y tenía uno que otro espaciecito en blanco, el resto estaba lleno de puras picaduras y puntos rojos. Picadas sobre picada. Era una cosa horrible y me puse a llorar. Fue en unas vacaciones del colegio, la idea era quedarme 15 días y no estuve sino una semana.

En otra ocasión me dieron un calibre 38 para ir con otro guerrillero por un mercado. Nos fuimos porque yo estaba tan aburrido que si no hacía algo iba a salir corriendo. Es que yo ya estaba loco sin hacer nada. No tenía ni un libro. También iba por leña o me ponía a hacer chontos, que son los huecos donde vas a hacer tus necesidades. Y así, cosas de la guerrilla que no me tocaban, pero las hacía porque me aburría.

En un par de veces fui con dos compañeros míos de Medellín, con los que tenía mucha confianza. No fue premeditado. Simplemente les dije: “Vamos pa’l monte”. La familia de uno se dio cuenta porque él le contó a su hermana y ella lo echó al agua. Nos distanciamos solo por unos días. Pero seguimos siendo muy cercanos. Es que yo siempre he creído que es mejor tener amigos que dinero.

Con el otro fui en dos veces. Una vez amanecimos en un campamento y otra vez en una casa civil. Obviamente no los llevaba con ninguna intención de que se quedaran, sino de que tuvieran una perspectiva más cercana.

Justo en estos días vi una frase en Facebook que decía algo como: “El lobo siempre va a ser malo si solo escuchamos la versión de Caperucita”. Es precisamente eso, hay que conocer un poquito de todo porque en ambos lados hay cosas malas y cosas buenas, pero uno lo tiene que ver con sus propios ojos, no puede juzgar lo que no conoce.

Un día el Ejército me llegó a ofrecer hasta 500 millones de pesos por información. Por mucho tiempo un comandante me estuvo buscando. Me encontré con él como tres veces, quería que le dijera dónde estaban los campamentos, que le entregara al comandante Danilo, al que finalmente mataron en el 2009; pero yo nunca me moví por dinero, prefería estar muerto que venderme.

Como seguían encima de mí, decidí buscar ayuda en el gobierno para desvincularme. Fui al ICBF (Instituto Colombiano de Bienestar Familiar) a pedir ayuda. En ese entonces yo vivía con un muchacho que había perdido las manos y se había venido de la guerrilla. Él fue el que me dijo: “vaya, que así usted se libera de problemas”. Finalmente decidí meterme en el programa. Además, yo conocía a la psicóloga y la trabajadora social de él porque iban mucho a visitarlo. De hecho, ellas terminaron siendo mi psicóloga y mi trabajadora social. La primera vez que me hablaron, me tomaron una declaración sobre el vínculo que había tenido con la organización. Por ese entonces hacía muy poquito que yo había vuelto de pasar dos meses en el monte.

Fue por medio de unos desmovilizados que también pude hablar con el tipo que mató a mi hermanita. Me dijo que era de la Fiscalía pero yo no le creí, sabía que no era así, que se había volado de la guerrilla. Me mostró unas fotos. Me preguntó si la reconocía. Era ella, tenía un disparo en el hombro. La foto fue tomada el día de su muerte, el 28 de agosto del 2008.

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Yo siempre decía: hacé las cosas, pero debés saber por qué las estás haciendo. Cuando mi hermanita se fue para la guerrilla, a los 14 años, lo hizo porque le gustaba la vida guerrillera. Estuvo casi un año pero la echaron porque tenía aptitudes impensables para alguien que quiere hacer la revolución: Si había una marcha, se sentaba porque no quería andar. Cogía el fusil de bastón y como estaba con el tío, no lo veía como una figura de autoridad, entonces la echaron para la casa. El mismo tío le dijo que se fuera.

A los seis meses ella contactó al comandante de frente, que era el superior del tío mío, y le pidió que la dejara volver. Él le dijo que sí, pero con la condición de que tenía que comprometerse con la causa. Entonces se volvió a ir, incluso dejó los estudios tirados.

Después de eso no conversamos mucho. Me llegó a contar muy pocas cosas. Una vez me dijo que habían volado una torre de energía o me contaba de la convivencia y de la gente que yo conocía. La última vez que hablé con ella, ya sabía por qué carajos era que estaba allá y tenía un fusil al hombro. Cuando se murió me dolió en el alma, pero me sentí feliz de que hubiera muerto haciendo lo que quería. En este mundo donde la libertad es un imaginario, ella fue una persona libre.

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Tengo 23 años y hace cinco estoy fuera de las FARC. Estoy trabajando y estudiando en la Universidad de Antioquia. Pero todavía no cumplí mi sueño.

Mi sueño de libertad es salir de Colombia, viajar, mochiliar. Prácticamente estoy acá por mi mamá y por mi hijo. Él apenas tiene cinco años. La mamá del niño también estuvo en la guerrilla, pero yo la conocí cuando ya estaba fuera del grupo. Es mayor que yo pero se ve joven y bonita. Recuerdo que siempre decía: “yo no me voy a meter con un niño”, y vea, terminó teniendo un hijo conmigo.

En la actualidad no estamos juntos, pero nos llevamos bien. El niño pasa conmigo de viernes a lunes y el resto de la semana con ella. Yo siempre hablo con él, compartimos poco pero hablamos mucho. Quisiera que él razonara por sí mismo, que pensara por sí mismo. Eso es importante. Lo que me preocupa es que él es muy parecido a mí, una persona muy sensible, es pequeño pero tiene una gran capacidad de pensar.

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En Colombia todos hablan del proceso de paz, pero a mí me parece horrible que digan eso mientras haya personas muriendo de hambre. Las cosas no son tan sencillas. Nuestro conflicto tiene dos partes y cada una tiene un nombre: una es legal, la otra es ilegal. Hay equívocos de todos los lados.

La guerrilla nació para hacer un cambio social, pero se desvió. Y el Estado ha hecho cosas más graves, pero sabe manipular. Los hechos históricos son las circunstancias. No estoy de acuerdo con la guerrilla, ni con la guerra, ni con los sectores armados legales como el Ejército. Todos se han equivocado.

Tenemos que acabar con el conflicto, al menos para ver lo que pasa. Ojalá sea un cambio para el bienestar de todos los colombianos. No es el caso de quitarles a los ricos para darles a los pobres, pero necesitamos de un camino para que todos estemos bien. Mientras el rico no comprenda que el pobre es el que hace la casa donde vive, los zapatos que se pone; que cultiva la comida que se come y que incluso se la sirve, no podemos avanzar.

La paz, como la violencia, es un concepto con muchos significados. ¿Para mí qué es la paz? La paz es que nadie muera de hambre.

 


*Este artículo fue publicado originalmente en 2015, en El Retrovisor, Revista del Taller de la DW Akademie de Periodismo Sensible a los Conflictos y Memoria Histórica en cooperación con Hacemos Memoria de la Universidad de Antioquia.