Sobre este lugar, en el que debió erigirse una estatua al cacique Pubén, pesa una disputa histórica entre quienes ven el morro como un símbolo de la fundación de Popayán y quienes lo consideran un lugar sagrado desde antes de la conquista española.

 

Por: Pompilio Peña Montoya

Imagen de portada: Gráfica Criolla

En la cima del Morro del Tulcán de Popayán, simulando un monolito prehispánico, se aprecia hoy el rostro del cacique Pubén dibujado con pinturas en el enorme pedestal que, hasta el 16 de septiembre del 2020, sostuvo la estatua del conquistador Sebastián de Belalcazar, fundador de la ciudad, derribada por miembros de la comunidad indígena Misak en el departamento del Cauca. Jóvenes de los colectivos artísticos Grafica Criolla y Entre Cuerpos, se tomaron este lugar en junio pasado, desplegaron un performance a modo de ritual, revolvieron colores y trazaron el rostro de este líder con el fin de “resignificar” un lugar ceremonial que está en disputa desde principios del siglo XX.

La decisión de tumbar el monumento se dio en el marco de la Asamblea Permanente que el pueblo Misak sostuvo en septiembre del año pasado, la cual declaró una sentencia histórica contra de Sebastián de Belalcazar, Pedro de Añasco y Juan de Ampudia, quienes participaron activamente del exterminio de los pueblos indígenas de esta región del país durante su campaña conquistadora que comenzó alrededor del año 1535. Fue así como en reconocimiento de una justicia a la memoria del horror que vivieron sus antepasados, decidieron tirar abajo la imagen del español.

Mercedes Tunubalá Velasco, líder del pueblo Misak y alcalde del municipio de Silvia, Cauca, explicó a Hacemos Memoria que la ofensa contra las comunidades indígenas de ese departamento no solo parte del hecho del homicidio de cientos de sus antepasados en medio de la conquista española, sino también del agravio que significó que la estatua ecuestre de Belalcazar fuera erigida en el Morro del Tulcán, quizá el lugar ceremonial más importante que tuvo el pueblo pubenense, liderado por el cacique Pubén, asesinado pocas semanas antes de que Belalcazar fundara Popayán el 13 de enero de 1537. “Poner la representación de un hombre sobre las tumbas de nuestros antepasados en un lugar sagrado en donde se veneraron los dioses, ha significado una ofensa para todos, y queremos que el país lo sepa”, comentó Mercedes Tunubalá.

Paradójicamente, en el lugar donde hoy está el pedestal vacío debió ubicarse una estatua del cacique Pubén, esculpida en piedra por el maestro Rómulo Rozo (que por entonces vivía en Yucatán, México), como fue planeado en 1936 por la Junta Cívica de Popayán con el propósito de conmemorar los 400 años de la ciudad. De otro lado, la estatua de Belalcazar, encomendada en medio de la conmemoración al artista español Victorio Macho, debía ocupar la Plaza de San Francisco, en un lugar cerrado. Pero al final la estatua del cacique nunca se erigió y la estatua de Belalcazar terminó instalada en el Morro del Tulcán.

La historiadora Beatriz Quintero Espinosa, directora del instituto de investigaciones históricas José María Arboleda Llorente de Popayán, aseguró que hasta el momento no se han logrado descubrir las razones por las cuales la estatua del cacique Pubén no llegó a concretarse, aunque algunos historiadores aseguran que se debió a problemas presupuestales, a pesar de que incluso se conoce una réplica pequeña (ver imagen de abajo). Lo cierto es que la estatua de Belalcazar adquirió forma y fue instalada en un emplazamiento en el Morro de Tulcán en circunstancias que aún son estudiadas.

La historiadora aseguró en la charla Arqueología, historia y arte, organizada por la Universidad del Cauca, que esta decisión incluso fue mal tomada por el escultor Victorio Macho, puesto que alteraba el concepto inicial de la obra y ocupaba un lugar sagrado para los pueblos indígenas, cuya diversidad cosmogónica y cultural solo sería reconocida 54 años después en la Constitución de 1991, que el Estado está obligado a proteger las riquezas culturales de la nación.

 

La memoria del morro

El Morro del Tulcán, con una base de cinco hectáreas, sigue guardando muchos misterios, entre otras cosas porque modificaciones posteriores a la llegada de los españoles alteraron su estructura inicial. También debido a que las tumbas que guarda en su interior fueron objeto de saqueo. Lo cierto es que, según Hernando Javier Giraldo, historiador de la Universidad del Cauca, lo que se conoce sobre la estructura del morro se debe a una investigación llevada a cabo en el año 1957 por el arqueólogo Julio César Cubillos. Sus excavaciones permitieron comprender que en realidad el morro es una pirámide con dos montículos artificiales que datan de entre el año 800 d.C y el Siglo XIII d.C.

Cubillos, quien excavó 14 tumbas, algunas en el tope y otras en la zona norte de la montaña, observó que los dos costados de cien metros de largo del morro fueron resultado de la acción humana. Estas colinas descansan en varias capas de tierra de diferente color y una de ellas cuenta con adobes de diferentes colores y tamaños, los más pesados de 25 kilos. También descubrió que el material de los bloques y la tierra utilizada no es de la zona y concluyó que las formas de las sepulturas excavadas tienen similitud con tumbas en otros cementerios indígenas de Popayán, compuestas por un pozo y una cámara con profundidades de hasta seis metros.

Giraldo añadió que “esta es una de las más grandes estructuras prehispánicas construidas en el norte de Suramérica que muestra la coordinación de una gran fuerza de trabajo y sugiere la existencia de una comunidad de gran complejidad social y política. Contamos con información histórica y material que parece indicar que sitios como el Morro de Tulcán pudieron ser el lugar de las viviendas de una élite guerrera en Popayán, pero esto está en discusión”.

Frente al contexto histórico que envuelve este lugar y los pueblos indígenas que precedieron la conquista, el antropólogo Diógenes Patiño afirmó a Hacemos Memoria que “Popayán se fundó, como ocurrió con muchas otras ciudades, a través de la guerra, sometiendo a los pueblos indígenas; conocemos refriegas entre españoles e indígenas en el Valle de Pubén, en las zonas de Puracé y Tierradentro, y en otras zonas del norte del Cauca. De hecho, estás guerras hoy persisten bajo otros contextos. El Morro del Tulcán es el lugar más importante que ha sobrevivido a nuestros días, lo digo porque sabemos de la existencia de al menos otros seis lugares que se perdieron con la expansión de la ciudad. La visión de subyugar estas poblaciones continuó sin oportunidad de tener representación política, y así pasó durante la independencia en 1810 y la construcción de la República, la Constitución de 1886 y buena parte del siglo XX”.

Con la fundación del Consejo Regional Indígena del Cuaca (Cric), en febrero del 1971, los pueblos indígenas comenzaron a luchar con mayor fuerza por el reconocimiento de sus derechos, entre ellos el de poseer propiedad colectiva y justicia propia. A su vez, se dan a la tarea de reconstruir su pasado histórico mientras padecen el conflicto armado. Según Edgar Alberto Velasco, miembro del pueblo Misak, la caída de la estatua del conquistador, que dio pie a que también fuera derribada la estatua de Belalcazar en la ciudad de Cali el pasado 28 de abril, se debió a que “desde el pueblo Misak hemos exigido justicia histórica, pero ni el gobierno nacional ni la comunidad internacional se han pronunciado, por lo cual se decidió tomar la sentencia y tumbar a Belalcazar, por ser símbolo de la violencia, la esclavización y la colonización”.

Velasco añadió que este acto de derribo también tuvo como propósito darle a conocer al país y al mundo que en el territorio del Cauca, como en departamentos vecinos: “Ocurrieron hechos históricos que fueron silenciados premeditadamente con el fin de imponer una historia donde los héroes suelen ser envueltos en valores patrióticos cuando en realidad estos personajes cometieron toda tipo de bajezas en sus campañas, lo que en la actualidad se ha convertido en una desvaloración de su identidad, de sus peticiones y sus creencias. El hecho de que la estatua de Sebastián de Belalcazar hubiera sido puesta allí, en el Morro del Tulcán, es muestra de un carácter colonialista que no ha terminado”.

Mercedes Tunubalá coincidió con Velasco y añadió que en el momento actual de reconocimiento de las memorias de los pueblos,exigir una resimbolización de lugares, como el Morro del Tulcán, es un paso en el largo camino de reconocimiento de los derechos de los pueblos ancestrales y de respeto a sus valores en torno a creencias religiosas, en las que se venera al sol, a la luna, a las plantas y, en general, a la Pachamama (la madre tierra), deshonrada con actos de violencia que desarmonizan su consistencia vital con los seres humanos.

Jóvenes de los colectivos artísticos Gráfica Criolla y Entre Cuerpos pintando, en junio del 2021, la imagen del cacique Pubén en el pedestal donde estaba ubicada la estatua de Sebastián de Belalcazar derribada por los indígenas. Foto: instagram Gráfica Criolla.

Para Diógenes Patiño, es necesario que esta clase de lugares ancestrales de los pueblos indígenas sean considerados constitucionalmente símbolos de la identidad nacional, por lo que deben ser estudiados y restaurados para conservar la memoria de las etnias, todo ello bajo políticas patrimoniales inclusivas. El docente añadió: “Para unos, la estatua de Belalcazar y el Morro del Tulcán constituyen un centro turístico vinculado a la fundación de la ciudad; y para los indígenas Misak el morro es un lugar sagrado y ceremonial emblemático por preferencia. Por eso creo que hoy necesitamos un diálogo concertado, en el que se pueda decir que, para una parte de la sociedad, estos símbolos patrimoniales tienen un sentido cuya historia hay que conocer”.

De hecho, frente a la situación que vive el Morro del Tulcán, Mercedes Tunubalá informó que las Autoridades Indígenas del Suroccidente Colombiano (Aiso) tienen una mesa de trabajo con representantes del Ministerio de Cultura, la Gobernación del Cauca, la Alcaldía de Popayán y una serie de profesionales y estudiosos del tema, con el fin de diseñar acuerdos que permitan a las comunidades ancestrales exigir la protección de su patrimonio cultural. “Lo primero que queremos es que hagan investigaciones profundas de arqueología y de antropológica, de la vida social y económica del pueblo que habitó este territorio antes de la llega de los españoles, esto con el apoyo del gobierno nacional”, indicó la representante de los Misak, quien añadió que aún se discute la posibilidad de ubicar en el Morro del Tulcán una estatua del cacique Pubén.

El Morro del Tulcán hoy sigue siendo visitado como punto referente del turismo de la ciudad, y como centro cultural y escenario de expresiones artísticas lideradas por jóvenes de colectivos como Grafica Criolla y Entre Cuerpos, quienes aseguran que en sus intervenciones “hacemos un llamado al reconocimiento de nuestras verdaderas raíces ancestrales y a la apropiación de espacios públicos que ameriten un cambio”.