En entrevista con Hacemos Memoria, la socióloga Verónica Giordano manifestó que las posturas negacionistas en América Latina crecen de la mano de los gobiernos de derecha, que desconocen la existencia de conflictos y enarbolan el discurso del consenso para excluir a sus contendores.
Por Esteban Tavera
Foto: cortesía Verónica Giordano
En Brasil, Argentina, Perú, Colombia y El Salvador, un término que toca una fibra bastante sensible para América Latina amenaza con instalarse: el negacionismo. De acuerdo con la investigadora argentina Verónica Giordano, una muestra de la manera como se expresa este concepto en la actualidad puede hallarse en la postura asumida por miles de personas ante la pandemia por la COVID-19, en medio de la cual líderes políticos, deportistas y ciudadanos del común niegan los consensos científicos entorno a la prevención y cuidado de la enfermedad, e incluso ponen en duda la existencia de la misma.
Para explicar mejor el concepto, agregó Giordano, se deben observar las estrategias políticas de la derecha, en las que varios hechos hacen evidente el giro negacionista que atraviesa la Región. En Brasil, el pasado 31 de marzo, al tiempo en que organizaciones sociales conmemoraban un año más desde el inicio de la dictadura militar que se instauró en ese país desde 1964, y que produjo miles de violaciones a los Derechos Humanos, tal y como lo investigó la Comisión Nacional de la Verdad; el presidente Jair Messias Bolsonaro, salía de la casa de gobierno para saludar a algunos de sus seguidores con la frase “hoy es el gran día de la libertad”. La expresión cayó muy mal entre los miles de víctimas de los crímenes del Estado, sobre todo porque ese presidente, al igual que algunos de sus más cercanos asesores, ha elogiado públicamente los “avances” que produjeron las dictaduras de Brasil y Chile.
En Argentina, en febrero pasado, el presidente Alberto Fernández propuso la creación de una Ley que sancione el negacionismo, como respuesta a declaraciones de distintas personalidades políticas, entre quienes está el expresidente Mauricio Macri y el excandidato presidencial Juan José Gómez Centurión, quienes han puesto en duda la cifra de 30 mil personas desaparecidas durante la dictadura militar que vivió ese país entre 1976 y 1983.
En Colombia, el mismo debate se presentó desde el momento en que se anunció la llegada del historiador Darío Acevedo a la Dirección del Centro de Memoria Histórica. El nombramiento desató una discusión entre el nuevo director y varios movimientos de víctimas, organizaciones sociales y líderes políticos, que acusaron a Acevedo de ser un negacionista del conflicto armado. Ante esta acusación, en su discurso de posesión, el nuevo director del CNMH dijo: “Aquí se ha hablado en estos días de varias nociones como revisionismo histórico y negacionismo, sin que la gente en su mayoría entienda que son nociones aplicadas a experiencias muy diferentes a la nuestra”.
Pero ¿se puede hablar de una ola negacionista en el Continente? Para abordar esta pregunta conversamos con la socióloga Verónica Giordano, directora de la Maestría en Estudios Sociales Latinoamericanos de la Universidad de Buenos Aires, quien publicó recientemente la investigación Luchas memoriales y estrategias de poder de las derechas en América Latina hoy, en la que analiza las luchas por la memoria en Colombia, Perú, Argentina y Brasil.
En un artículo publicado por usted en compañía de la investigadora Gina Paola Rodríguez, se analizan los casos de Colombia, Perú, Argentina y Brasil para hablar de las luchas por la memoria. ¿Qué rasgos en común encontraron en los cuatro casos?
Esa publicación hace parte de mis reflexiones sobre las derechas en América Latina. En esos análisis, lo primero que hice fue un mapa de cuáles son las derechas que están gobernando y cuáles están en la oposición. Ese es un primer campo de distinción.
En esa publicación trabajamos con las derechas que están en el gobierno: Perú, Colombia, Brasil y Argentina, que hasta hace poco tenía un presidente de derecha. Ahí es posible rastrear dos grupos: gobiernos que se insertan en sistemas políticos partidarios de larga tradición de predominio de las derechas, que es el caso de Colombia y de Perú. Y gobiernos, como los de Brasil y Argentina, donde las derechas no tuvieron esa continuidad en el poder.
Pero, a su vez, una gran discusión surgió cuando se habló de las “nuevas” derechas. Ese prefijo “neo” o ese adjetivo “nuevas” nos está hablando de condiciones históricas diferentes, pero no de lo primordial, de esa identidad de derecha, que es justamente una fuerza política que se erige bajo el supuesto de negar su condición de clase y, por tanto, negar el conflicto de clase, que es el que alimenta, en definitiva, el campo de la política.
Entonces cuando tratamos de analizar qué traen de nuevo estas derechas, la pregunta es: ¿nuevas respecto de qué pasado? Las derechas de los dos grupos se erigen contra pasados distintos. En el caso de Argentina y Brasil, contra la ola progresista, contra el éxito de Lula y contra el Kirchnerismo. Mientras que en Colombia y Perú, ese éxito del progresismo no está y entonces el pasado contra el que se erigen es contra las fuerzas populares que reivindican imaginarios asociados a la inexistencia de una reforma agraria, que es el imaginario de la década de 1970. Por un lado, la dictadura institucional de las fuerzas armadas en Argentina y Brasil, y por el otro lado, el conflicto armado en Perú y Colombia.
También se pueden sistematizar algunas similitudes por fuera de estos grupos. Por ejemplo, en Perú y Argentina prima la idea de reconciliación nacional, pero esta apareció cuando ya hubo judicialización del proceso, entonces es necesaria la reconciliación porque ya fueron juzgados y eso hace que el olvido no sea posible.
Mientras tanto, en países como Colombia y Brasil, el negacionismo tuvo una impronta fuertemente academicista, es decir, recurrieron a otras estrategias no jurídicas de la reconciliación, puesto que lo jurídico todavía no es una herramienta necesaria.
¿Se podría decir entonces que estamos ante una ola negacionista en el Continente?
Sí, pero para poder llegar a esa afirmación es necesario considerar el ciclo de avances de las derechas en América Latina, lo que podríamos englobar en la categoría de giro a la derecha. En mis investigaciones vengo plateando un ciclo que arranca en 1989 y que coincide con una fase de generalización y consolidación del neoliberalismo en el mundo y en la región.
A partir de ese año, la característica de las expresiones de derecha es que asumen el formato democrático. Yo sigo mucho la conceptualización del filósofo alemán Franz Hinkelammert, que muy temprano, en 1988, antes de estos ciclos de giro a la derecha, hablaba de la democracia instrumental y le atribuía una serie de característica que no era solamente la procedimental en términos de elecciones, sino que le atribuía un conjunto de elementos entre los que señalaba el utopismo dialógico.
Ese utopismo de las democracias actuales, en manos de las derechas, es lo que está asociado a esta actitud negacionista, que obviamente está oculta en el vocabulario porque las derechas tienen esta particularidad, por lo menos en este ciclo de democratización en América Latina, no se asumen como derechas. Y así como no se asumen como derechas, tampoco asumen una de las características más sobresalientes que les está asociada, que es el negacionismo.
Justamente el nuevo director del Centro Nacional de Memoria Histórica en Colombia, cuestionado por varias organizaciones sociales porque algunas de sus posturas niegan la existencia del conflicto armado, dijo en su discurso de posesión que no pueden acusarlo de negacionista porque esa es una experiencia europea ¿Usted qué piensa de eso, se puede hablar de negacionismo en este contexto?
Es fundamental que cuando periodizamos a América Latina tengamos en cuenta la posición de dependencia que tenemos frente a Europa y Estados Unidos. Por lo tanto, las periodizaciones europeas, así como no deben ser implantadas directamente, sin mediaciones, tampoco deben ser rechazadas de plano. En ese sentido, las derechas no pifian al mirar lo que sucede en Europa pero sí, creo yo, utilizan esta estrategia, que también es negacionista, de pretender una historia separada, lo que forma parte de estos mismos recursos simbólicos a los que apelan para ejercer la dominación.
Para construir hegemonía, sabemos que se debe construir un vocabulario común y un sentido común, y entonces no alcanza con mirar las armas de la política en términos estrictamente de política electoral, sino que también es necesario mirar estas otras estrategias no electorales. Es decir, los medios de comunicación concentrados, pero también las ONG y las fundaciones a partir de las cuales labran unos pensamientos que luego diseminan como sentido común.
Así como toda fuerza política tiene que crear un mito de origen, estas derechas encuentran en estas creaciones discursivas, que van labrándose en diferentes niveles, su mito de origen. En el nivel de los derechos humanos, aparece el negacionismo, pero también aparece en consensos científicos. En la pandemia está pasando lo mismo.
En Colombia, el cambio de gobierno y de dirección en el Centro Nacional de Memoria ha significado un viraje de la política de paz que ha dejado de conciliar con algunas víctimas para enfocarse en otros sectores, como ganaderos y empresarios. ¿Esto tiene algún correlato en el continente?
Lo que creo que hay detrás de ese tipo de manifestaciones es un interés de reproducción de clase que va quedando al desnudo. Esto se me hace muy visible en la pandemia: “la economía versus la vida”. Es cómo, o salvas la economía o la salud. Y Ahí se juega el mismo desprecio por la vida.
En Argentina, por ejemplo, un momento jurídico clave fue cuando en los juicios por crímenes de lesa humanidad, se empezó a avanzar contra los delitos económicos. Ese fue el punto más álgido del negacionismo de la derecha. En última instancia, lo que se estaba defendiendo era no revisar los crímenes que involucraron al empresariado en la trama de violencia instaurada en el Estado durante la década de 1970. Por eso digo que lo que hay allí es una necesidad de proteger intereses económicos que colocan a la vida y la muerte en un espectro diferente, ya se trate de fuerzas progresistas o de derecha.
¿Podríamos encontrar actitudes o rasgos que engloben a estos gobiernos negacionistas?
Sí. En primer lugar, en el año 1989 hubo un rasgo que se generalizó, fue que estas derechas dejaron de apelar a la doctrina de Seguridad Nacional, a los formatos dictatoriales, a los sistemas autoritarios para gobernar, y abrazaron a la democracia liberal. Desde 1989 hasta aquí no es que no haya habido golpes de Estado, sabemos que Honduras, Paraguay, Brasil y recientemente Bolivia han tenido golpes de Estado, pero esos golpes no instauraron dictaduras como las conocimos en las décadas de 1970 y 1980. Lo que hicieron fue buscar artilugios judiciales para validarlos en términos constitucionales y democráticos.
La otra característica que las engloba es el utopismo dialógico, es decir, la utopía de la gran armonía. En el año 1989 el neoliberalismo asume esta cara de consenso de Washington y la idea de consenso viene muy bien para interpretar el clima de ideas que engloban a estas derechas en la región. Privilegian el consenso sobre el conflicto. Es más, niegan el conflicto.
Estas dos características engloban a los gobiernos de derecha de América Latina a partir de 1989: abrazar la democracia en términos instrumentales, que significa proponer la idea de consenso y gran armonía como vertebradora del brazo político, con una fuerte impronta de transparencia, que es la herramienta a partir de la cual se ejerce el poder político y la exclusión del enemigo político.
En su artículo de investigación usted señala que en todo este proceso negacionista el derecho ha jugado un papel muy importante, ¿a qué se debe esa centralidad?
Aquí me parece que se debe comprender que el derecho es la institución por excelencia en la que el Estado condensa el monopolio de la violencia en manos del Estado. Y esto es algo que hay que tener en cuenta porque el Estado se vale de dos instrumentos sobre los que ejerce poder monopólico. Uno es la violencia física y el otro es la violencia simbólica. Entonces, en términos jurídicos, la disputa por el vocabulario o por la definición de los crímenes y de las sanciones es, en definitiva, una manera de subordinar a las disidencias a través de la ley.
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