«Relicarios» de Erika Diettes estará en la Sala Temporal Norte del Museo de Antioquia hasta el 16 de abril del 2017. Después de «Río Abajo» y «Sudarios», la artista caleña continúa el tema del duelo en esta obra. John Cárdenas, psicólogo clínico y periodista, nos muestra cómo esta exposición dignifica a las víctimas e invita a reflexionar sobre el horror de la guerra.
Por John Cárdenas Orrego
Fotografías: John Cárdenas Orrego
¿Tiene usted una reliquia?
¿La conserva en el cajón de su mesa de noche, en el armario?
¿Ha heredado usted una cadenita, argolla, reloj, prenda de algún familiar?
Si su respuesta es sí, permítame decirle que es afortunado, porque ese objeto acompaña a su alma, le recuerda que usted tiene que ver con esa persona y mientras usted viva será garante de su legado y tal vez se encargará que después de su muerte otro reciba una herencia.
Existen otras reliquias que son valoradas y hasta divinizadas. Las de los santos, esas personas que por su creencia y su actuar en concordancia, se destacaron y son referentes e intermediarios entre los devotos y su Dios. Hay peregrinaciones y las personas van a rezarle a una urna o una custodia donde hay un vestigio de su vestuario o de su cuerpo.
Los relicarios convierten los objetos que allí se conservan en algo sacro. Son piezas importantes que dan cuenta de una persona, de un momento histórico; dicho en síntesis, los relicarios son archivos de memoria.
En Colombia hay muchas, muchísimas familias que han padecido y padecen el dolor de la desaparición forzada o muerte de alguien del grupo familiar, huellas o declaraciones de los asesinos permiten que entre rastrojos se encuentren objetos, una prenda de vestir, un accesorio: anillo, gafas, billetera, cadenita, gorra, pantalón. Fosas comunes que se socavan y se separan huesos de restos de ropa, y estos objetos encontrados indican que el ser querido desaparecido ha sido desterrado de este mundo.
Ese objeto adquiere un valor supremo, portador de una verdad difícil de procesar: la muerte de esa persona.
Comienza la pena y las almas a penar. El tiempo interrumpido deja el alma y el cuerpo inmerso en una especie de burbuja donde nada ocurre y pasa de todo. Tener que enfrentar la muerte exige mucho, a veces todo.
Es tal el impacto que las víctimas quedan en shock. Para no sentir, no re-sentir, no pensar, no recordar. En la nada, lo mas cercano a estar muerto. Este estado no es eterno y toca ir asomándose a la realidad de a poco. Estar en duelo, enlutado para luego tener cómo soportar la realidad y estallar la burbuja para poder seguir sintiendo la vida.
Ese tiempo no tiene tiempo. Depende de muchas cosas poder mirar el mundo sin ese ser que ya no está. Hay que despedirse de los besos, abrazos, conversaciones, planes. La muerte se lleva al muerto y uno se muere un poco o del todo.
Aliviarse de ese estado requiere sensatez, reflexión, coraje y compañía. Por eso dicen que lo más difícil es para los que quedan en este mundo teniéndoselas que ver con el fin.
Cuando la certeza de que esa persona que te amaba está muerta, surge un dolor que trasciende el cuerpo, no está en ningún órgano, no se ve en un examen de laboratorio o una radiografía, está en el alma. Un muerto, los muertos, nuestros muertos están con nosotros hasta que lo permitamos.
Las almas están con nosotros, nos han enseñado a temerles, nos han dicho que hay que enterrar el cuerpo y con él nuestro afecto. Error. Las almas de nuestros muertos con las almas de nosotros los vivos, hacemos este mundo.
Esa muerte obligada que interrumpe ciclos deja a dolientes como ánimas en pena tratando de huir del espanto terrible de esos monstruos que acaban con la vida. Claman por un tiempo que permita continuar el camino por este mundo.
El olvido es el destierro y con él, también de los que quedamos aquí, errantes.
Después del mutismo y el silencio, viene la memoria y con ella el sentimiento y la posibilidad de verbalizar lo vivido.
Recordar un evento y convertirlo en relato permite dejar constancia del hecho. Una historia que se construye con la memoria del doliente puede atravesar por diferentes versiones. Uno recuerda con rabia y en otro momento se cuenta el hecho apoyado en la moral y se juzga y se disculpa y luego, haciendo conciencia de sucesos, puede contar un relato explicativo, objetivo. No hay una memoria, hay muchas memorias. Entre relato y relato va quedando una historia que puede dar cuenta de lo sucedido.
Los seres humanos somos los únicos que enterramos al semejante. Con la guerra ese acto se impide y con él la posibilidad de darle un lugar a nuestro muerto y a nuestro dolor. Un lugar dónde poner el vacío del que no volverá.
Erika Diettes, una caleña antropóloga, comunicadora, fotógrafa, ha venido acompañando a las víctimas de la guerra y ha encontrado una manera de hacer algo con esta realidad. Rio Abajo es una obra fotográfica que hace un homenaje a los vestigios de los asesinados encontrados en el río. Sudarios es una serie de retratos de mujeres víctimas de esta guerra estampados en seda traslúcida. La artista se convirtió en alguien importante para las víctimas, porque ella sabe qué hacer con los muertos queridos. A voluntad le fueron llegando los objetos preciados que dan cuenta de una vida interrumpida. Fueron seis años de investigación y estudio, el trabajo logró que Erika y su equipo encontrara la fórmula ideal para crear un material traslúcido, denso en el que las piezas quedaran sostenidas y permanecieran en el tiempo.
Así se crea la obra Relicarios. La artista y las víctimas encontraron como soportar y sostener el dolor.
Dentro de una urna transparente hay un cubo translúcido en el que flota la reliquia de un muerto, uno de tantos miles que ha dejado esta guerra en Colombia.
Relicarios es una obra singular, atípica en los géneros que se quiera clasificar. Es obra, es mensaje, es registro y archivo. Es concepto matérico. Es un limbo terrenal del que nos tenemos que hacer cargo así no queramos enfrentarlo.
Relicarios nos cuenta los efectos de la guerra. Nuestros muertos son sagrados y sobre ellos nos corresponde construir caminos posibles, esta obra exige estar vivo y consciente para que cada uno de los relicarios invite a guardar silencio para poder escuchar y asimilar la perdida, la rabia, la tristeza. En un relicario se puede conservar eternamente la memoria de una persona. Adquiere una valor sacro.
En Relicarios hay una práctica, una acción en duelo. El duelo no es el tema. El duelo significa que aún no se ha ido, que no se ha reparado, que no ha encontrado su lugar ni en la tierra, ni en el alma…ni en el cielo.
Los vivos no descansan en paz y por ende el ánima. Por eso el Museo de Antioquia acoge esta obra y antes de que se abrieran las puertas al público, el museo hospedó a las víctimas durante dos días para estar juntos y conversar, llorar, relatar y recordar la prenda donada para luego estar en silencio al pie de su relicario. Asistieron de muchas zonas del país: Guajira, Chocó, Valle, Cauca, Antioquia; 210 personas, 165 relicarios y con ellos muchas historias necesarias para los que seguimos vivos, esos que la guerra no mató y tendremos que hacer algo para intentar que el horror no se repita.
El Museo de Antioquia acoge esta obra de manera especial. Colombia vive una contingencia política nacional decisiva y el museo como espacio contemporáneo de arte asume una posición frente a ella. Relicarios obliga sentir este país e invita a reflexionar muy en serio nuestra posición con respecto al horror de la guerra y al parecer su perpetuidad en nuestros territorios y nuestros corazones.
Asistir a esta exposición es una oportunidad singular para reflexionar, escucharnos y acercarnos a nuestra situación como ciudadanos. Relicarios exige que cada uno se disponga a bajar la cabeza, ver, leer, sentir y pensar en nuestras víctimas, razón necesaria para que todos queramos erradicar la guerra de nuestro suelo y podamos mirar al cielo sin miedo.
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