En esta reseña, la escritora y profesora Judith Nieto analiza el recién publicado libro de Helena Uran Bidegain, sobre su búsqueda personal de los porqués y las verdades detrás de los hechos ocurridos hace cuarenta años en el Palacio de Justicia.
Por Judith Nieto
Foto de portada: Colección Viki Ospina, Archivo de Bogotá
Tal vez una de las experiencias más significativas para el ser humano, entre las innumerables que ha vivido a lo largo de todos los tiempos, sea la de recordar y, junto a ella, el acontecimiento del olvido. Memoria y olvido pueden entenderse como dos actos que acompañan de forma constante la existencia: permiten preservar los hechos pasados o, en caso contrario, deshacerse de aquellos que ocurrieron en un tiempo similar, dejaron huellas indeseables y, por eso, es preferible eliminarlos y relegarlos al mundo de la pérdida. Así, conservar o suprimir el pasado mediante estos ejercicios ha sido una tarea ejemplar de la humanidad, una manera de construir y pensar la historia. En ese gesto de hacer presente el pasado —resultado de la antinomia memoria-olvido— se origina la historia.
La memoria se entiende no como un anaquel en el que reposan quietos los recuerdos, sino como una forma de procurar el diálogo con las imágenes, los lugares, los testimonios y las palabras que un protagonista, situado en el presente, intenta destejer del pasado con el hilo nudoso y esquivo del recuerdo.
Es lo que se propone Helena Uran Bidegain al compartir con los lectores la génesis de la historia de Deshacer los nudos. Mi Camino entre los relatos de la masacre del Palacio de Justicia (2025). Un ejercicio de escritura posible gracias a lo que ella, como autora, aún alcanza a leer en las paredes, en las grietas de los muros y en “las huellas del pasado” que permanecen en silencio; una reserva que también hoy debemos rescatar como expresión viva de la memoria, y no como un intento de ocultar lo sucedido hace ya cuatro décadas.
Se trata de una publicación que surge de los hechos ocurridos el 6 y 7 de noviembre de 1985, en la que su autora teje un diálogo entre la memoria, la historia, el testimonio y los lugares, así como otros elementos. Estrategias de las que se vale Uran Bidegain para construir —o mejor, reconstruir— a partir de las fuentes orales y los documentos impresos, el relato de cómo, dónde, con y sin quiénes se protagonizaron los aterradores sucesos que marcaron el comienzo de un noviembre luctuoso e imposible de olvidar para los colombianos.
Las interlocuciones presentes en Deshacer los nudos conducen al lector por un texto escrito en primera persona, que busca dignificar a las víctimas de los siniestros acontecimientos que iniciaron y continuaron luego del asalto al Palacio de Justicia, pero también buscan “que la sociedad se sienta convocada, se involucre y entienda que esto también es su historia” (p. 105). Una historia atravesada por miedos y silencios, pero que merece ser recordada porque, parafraseando a Todorov, el pasado constituye el fondo de nuestra identidad; carecer de ella es quedar expuestos a la amenaza, a la parálisis.
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Pero, además de convocar a la sociedad a hacer memoria de los sucesos que marcaron un punto de quiebre en la historia de la violencia en el país, en el título mencionado —publicado en su primera versión por Penguin Ramdon House—, la autora invita a reflexionar sobre “El reverso de la historia —el lado que se ha querido negar— es lo que me propongo hacer visible. Porque quienes tuvieron las armas —de un lado y del otro— seguirán disputándose el relato, usándolo como botín de guerra” (p. 103).
Y es que los relatos al igual que los hechos que permiten su construcción no admiten apropiaciones: pertenecen a quienes, luego del desastre dejado por la toma y retoma del Palacio de Justicia —en este caso—, se han dispuesto a recoger escombros y pesares destejidos de los silencios para, después, permitir que quienes no estuvieron presentes puedan conocer lo ocurrido, ojalá sin sesgos y de viva voz, como se procura presentar en Deshacer los nudos.
De igual manera, hay algo más que actúa como una de las misiones del trabajo investigativo de Helena Uran, quien procura arrojar un poco de luz sobre las sombras que aún recaen en estos terribles sucesos. Ello la conduce a precisar y destacar la búsqueda que se consigna con claridad en el título mencionado y que reza así: “Pero si se revisa a fondo, el relato oficial tiene huecos, contradicciones, silencios demasiado estratégicos. Y era sobre eso que yo intentaba poner un poco de luz. Eran esos nudos, esos relatos minuciosamente armados los que me interesaba por fin desenredar” (p. 152).

Es su manera de insistir en lo que hasta hoy se conoce como la “historia” de lo que, sin temor, puede nombrarse como la inmolación del lugar y de la institución judicial en Colombia, hecho que ha dado origen a lo que hoy predomina como relato contraoficial sobre los sucesos de esas dos fechas ya mencionadas, que dejaron una ruina humana, material y moral sobre el Palacio de Justicia de los colombianos. Es lo que se lee como intención subsidiaria en este libro.
El contenido de la publicación en la que se concentra el presente comentario se expone en 170 páginas, sin contar las hojas de agradecimientos y referencias. La primera parte, “Caminar sobre las huellas del pasado”, consta, a grandes rasgos, de un relato que entrecruza vivencias de la autora, encuentros personales con el presidente y vicepresidente de la Corte Suprema y las visitas al nuevo Palacio de Justicia hasta entonces despojado de “cualquier recuerdo explícito de los hechos, sin referencia al dolor de […] quienes habían vivido ese infierno” (p. 15). Un capítulo que, para el lector, sugiere una pregunta legible desde las palabras de su autora: ¿cómo hablar del pasado en un lugar reconstruido, pero que no alude al doloroso pretérito de las víctimas allí sacrificadas?
Luego, en la segunda parte del libro, titulada “Las huellas del victimario”, se narran otros momentos insólitos de lo que le ocurre a la autora, quien en 2020 visitó el Museo Casa del Florero mientras investigaba para su primer libro Mi vida y el palacio (2020). El contenido de este capítulo puede sintetizarse en una sola frase: el encuentro con “el silencio impuesto por el horror” (p. 41). Algo próximo a una forma de volver sobre los pasos imparables de lo allí vivido, los mismos que parecían no detenerse en esta apuesta por hacer memoria.
El capítulo tres, “Génesis de un discurso”, revela la construcción de un relato histórico soportado en el “discurso del miedo y del odio” (p. 58), como una forma de no dar lugar a la verdad y de proteger a los verdaderos responsables de los hechos sucedidos en el noviembre siniestro de hace cuarenta años.
De otra parte, el capítulo cuatro, “La historia de otros”, da cuenta de las vivencias que tuvo la autora tras los encuentros con algunos victimarios del conflicto armado colombiano —entre quienes estaban miembros de la guerrilla y del paramilitarismo—, experiencias que Uran tuvo mientras asumió el cargo de “asesora en medidas de no repetición” para el Ministerio de Relaciones Exteriores.
Los lugares ocupan la esencia del capítulo cinco, “Memoria espacial”. El topos en la obra guarda una profundidad bien explorada por la autora, para quien “más allá de los discursos, había algo profundo: el espacio. Porque los lugares, como los cuerpos heridos, incluso después de ser inhumados, conservan las huellas del horror y la memoria” (p. 103). Se trata de un capítulo vital que muestra cómo casi la totalidad de la publicación está atravesada por los lugares y la memoria, los cuales, a través de ellos, no dejan de contar lo vivido.
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Ahora, las partes finales del libro, expuestas en los capítulos seis y siete, titulados respectivamente “Ahora la historia la cuentan otros” y “La verdad en una cárcel militar”, se concentran en revisar desde el presente “lo que implica tocar la memoria viva de un país que no ha hecho las paces con su pasado y que hace memoria desde los que han empuñado las armas” (p. 116). Evocación que opaca, o mejor, desconoce a las víctimas, quienes, con dificultad y a prueba de esfuerzos, han logrado un lugar visible en medio de una historia que aún “lucha” por desconocerlas. Son capítulos que recuerdan a Todorov quien señala en su libro Los abusos de la memoria que “Ninguna institución superior dentro del Estado debería poder decir: usted no tiene derecho a buscar por sí mismo la verdad de los hechos […]. Es algo sustancial a la propia definición de la vida en democracia: los individuos y los grupos tienen el derecho de saber; y por tanto de conocer y dar a conocer su propia historia; no corresponde al poder central prohibírselo o permitírselo”.
Y como conocer la historia es un derecho, en el capítulo final, “La verdad en una cárcel militar”, se profundiza en el horror sobre el que se construye este relato, donde es posible leer y casi escuchar la voz de uno de los victimarios, quien, desde su propio testimonio y sin conmoción alguna, relata cómo fue su participación en los hechos que hoy, cuarenta años después, el país conmemora con una turbación inalterada.
Leo Deshacer los nudos. Mi camino entre los relatos de la masacre del Palacio de Justicia y siento urgencia de recomendar esta publicación que se empieza a difundir en el país, porque en sus páginas se ocupa de la memoria histórica, de la memoria plural de tantas víctimas, la que desde la enunciación de su autora “debe ser entendida como una herramienta para romper con la impunidad y educar en democracia” (p. 47).
Sin duda, las páginas de este libro nombran desde la memoria y nos permiten volver la mirada hacia la remembranza de los cuerpos que todavía nos duelen, de los nombres que, como colombianos, seguimos conservando legibles; obra del abecedario con el que prolongamos el relato inacabado de su injusto final. Un relato en el que el silencio plural de las víctimas no cesa de contar. Acontecimientos que desde entonces hacen parte de las iniciativas de memoria nacionales y locales, como es el caso de Hacemos Memoria de la Universidad de Antioquia; por esta razón, los conmemoramos y los leemos en las publicaciones motivadas por el recuerdo de quienes, injustamente y como consecuencia de un horror que el Estado pudo evitar, hoy están al otro lado de la vida.
Judith Nieto es escritora, coordinadora académica de la Cátedra Lectores y Lecturas y profesora del Diploma en Memoria Histórica y Narrativas de la Memoria de la Universidad de Antioquia. Correo electrónico: judith.nieto@udea.edu.co
