La profesora Judith Nieto sintetiza en esta reseña el libro testimonial de Antún Ramos Cuesta, Bojayá. Relato del sacerdote que sobrevivió a la masacre, como “una noche que se deja leer”, un relato de valor civil que logra transformar la memoria en narración.

Por Judith Nieto*
Foto de portada: Manuela Echavarría Cuartas

Una noche que se deja leer. Así puede sintetizarse Bojayá. Relato del sacerdote que sobrevivió a la masacre (2025). Este es un título de reciente publicación del sello Sin Fronteras Editorial, entre cuyas páginas aparece narrada una experiencia de primera mano, a manera de verdadero testimonio, que toma el carácter de documento histórico al contar hechos en retrospectiva y del presente, acorde a este tipo de escritos. 

Desde su “Preludio” esta publicación pone al lector frente a páginas logradas por un testigo de excepción de los hechos de barbarie, que dejaron abierta la herida causada a Bojayá del 1 al 4 de mayo de 2002, cuando un combate entre paramilitares y las FARC destruyó la iglesia de Bojayá, donde se refugiaban civiles, ancianos, niños, mujeres y madres embarazadas. Esto, por obra del accionar de un mortero manipulado por jóvenes paramilitares y de una pipeta, “una tercera pipeta” —dice el autor— activada por las FARC, en una arremetida que también acabó con el barrio Pueblo Nuevo donde estaban apostados combatientes guerrilleros.  

Desde Tutunendo, en Chocó, el padre Antún Ramos Cuesta narra en primera persona un relato de destrucción, miedo y muerte ocurrido en la iglesia de Bojayá (Diócesis de Quibdó) que presidía el religioso hace 23 años. El templo se encontró en la mitad del combate y fue destruido el 2 de mayo hacia las 11:30 de la mañana por la acción irracional de las FARC, como se lee en el apartado “La parábola de Antún”. Así, desde el comienzo del libro el valiente y sobreviviente sacerdote declara: “Mi nombre es Antún Ramos Cuesta y escribo esto para que quede en la memoria”. Su declaración confirma que solo la narración salva la memoria del pasado y con ello, este representante de la iglesia aclara que narrar es saber qué hacer para redimir, conservar la memoria. 

El contenido de Bojayá. Relato del sacerdote que sobrevivió a la masacre se expone en 150 páginas, sin contar las hojas de registro gráfico y fotográfico del desastre. La primera parte, titulada “La masacre en mi memoria”, consta de dos prólogos escritos por el expresidente Juan Manuel Santos Calderón y por el escritor Ricardo Silva Romero, respectivamente, y dos capítulos centrales que narran los hechos, el drama y las experiencias de las itinerancias que una población en ruinas y el autor-narrador tuvieron que soportar entre sobrevivientes y cadáveres, balas, explosiones, la selva y el río Atrato que permitió el desplazamiento de quienes buscaban protección.  

Imágenes del libro Bojayá. Relato del sacerdote que sobrevivió a la masacre.
Fotografías de la obra Bojayá. Relato del sacerdote que sobrevivió a la masacre.

Luego, en la segunda parte del libro, titulada “Que la paz sea contigo, conmigo, con nosotros”, se narran otros momentos conmovedores como el reencuentro del autor con su padre en Quibdó y su traslado a una casa de reposo sacerdotal en La Ceja (Antioquia), donde, movido por la culpa y las preguntas generadas por este sentimiento, sostuvo que “Los días eran mucho más llevaderos que las noches […]. La noche, en cambio, era un suplicio”.  Entre interrogantes autopunitivos y no obstante su labor ministerial, el sacerdote llegó a sentirse culpable, pues para él: “No es posible vivir con el peso de un remordimiento”. Se lee en la misma página donde están consignadas algunas preguntas: “¿Cómo explicar que la pipeta haya caído exactamente en el altar, donde ubicamos a los niños, las mujeres embarazadas y los ancianos? ¿Y si hubiera regresado por más heridos? ¿Y si hubiera pedido que los niños fueran puestos en otro lugar?”. Este tipo de interrogantes indican que, para el religioso, los pasos imparables del horror vivido parecían no detenerse, agravados con eventos de su salud mental afectada que lo obligaron a ponerse en manos de especialistas, quienes se ocuparon de tratar los síntomas del estrés postraumático luego de la tragedia de Bojayá.  

En las páginas finales del libro se cuenta cómo Ramos Cuesta tuvo que salir al exilio, pues luego de su servicio como sacerdote y líder de la comunidad de Bojayá, sobrevino un plan del establecimiento para acabar con su vida. “Para ese perro ya tenemos un plan” recoge un grafiti en la publicación. De otra parte, en el epílogo se lee el contenido de dos conmovedores subtítulos: “Una voz que clama desde la selva” y “Palabras del papa Francisco ante el Cristo negro de Bojayá”; y para cerrar la obra, “Imágenes que han quedado”, sección donde el lector se acerca al perturbador retrato de ataque y destrucción, o mejor, trozos de la esencia descarnada de la realidad consignada en el libro.  

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Acorde con lo anterior, la publicación trae un relato en un lenguaje al alcance de cualquier lector y consigue una reconstrucción viva de los hechos que dejaron 119 muertos, quienes, víctimas de impensables y siniestros enfrentamientos, pasaron a ser una estadística lejos de cualquier duelo, pues hasta hoy, el miedo no ha permitido “cerrar el duelo por sus muertos”. Así lo afirma el autor de este duro relato, quien sabe contarnos lo sucedido como fue tal como fue, según lo expresa Ricardo Silva Romero, segundo prologuista de esta revelación de memoria, historia y narración. 

En este punto conviene anotar que el título de la obra tejida por el sacerdote Ramos Cuesta, entre hilos de tristeza y palabra viva, debe leerse con calma y sentir su contenido, así ello genere sobresaltos y llanto por la crudeza de lo narrado con la urgencia de la sobrevivencia por parte de quienes milagrosamente están a salvo de las balas. Una forma de acoger esos pasajes se lee en el “Día 2” de la escalofriante confesión del padre Antún, donde se da cuenta de aquello que se tiene que hacer para sobrevivir en una guerra que no nos deja de rondar:  

“No hubo tiempo para el desconcierto. Supe de inmediato que mi trabajo era empezar a llevar heridos hacia la casa de las Hermanas, pues ellas que tienen conocimiento de enfermería, podrían ayudarlos. Y en este punto lo que recuerdo son las imágenes de algunas personas intentando ayudar a sus familiares heridos en medio de la tormenta de balas que continuaba, y me recuerdo a mí mismo pensando rápida y torpemente a quién debía ayudar, quién estaba en condiciones de ser curado, y luego cargando varios heridos, ayudándolos a atravesar el espacio entre la iglesia y la otra casa, sin pensar en las balas. Como estaba descalzo y el asbesto roto y las esquirlas de la destrucción regadas por el piso de la iglesia me lastimaban los pies, decidí quitarle al cuerpo de un hombre que murió con la explosión, y que calculé tenía más o menos mi misma estatura, las chancletas que llevaba para poder calzarme en medio del desastre. Era un colaborador de la iglesia, quien después de muerto, me brindó su última ayuda para poder empezar a evacuar los heridos”. 

A sabiendas de que el anterior fragmento no es exclusivo de memorias que narran lo que ha dejado la confrontación en Colombia, se interpreta aquí que su contenido presenta una intertextualidad con obras como Todo lo que tengo lo llevo conmigo (2022), donde la escritora rumano-alemana Herta Müller narra la persecución sufrida por los alemanes rumanos en tiempos de Stalin: “En el campo hemos aprendido a retirar los cadáveres sin horrorizarnos. Los desvestimos antes de que llegue el rígor mortis, necesitamos sus ropas para no helarnos, y nos comemos el pan que el muerto ha ahorrado. Tras exhalar el último aliento, la muerte es un beneficio para nosotros”, cuenta un pasaje de esta novela. Es innegable y sorprendente la clara aproximación con el fragmento previamente referenciado de Bojayá. Relato del sacerdote que sobrevivió a la masacre. Así, en uno y otro impreso, centrados en narrar la memoria y la historia profundamente individual de dos protagonistas sobrevivientes de conflictos ocurridos en geografías y tiempos diferentes, aparecen testimonios similares que dan cuenta de la degradación de la confrontación y de cómo los sobrevivientes se ven obligados a tomar prendas o alimentos de las víctimas y valerse de “estos singulares legados” para salvar a quien está en condiciones de ser curado o socorrido.  

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Leo la publicación procedente de la voz y la escritura del padre Antún Ramos Cuesta y aprecio el gran valor en el logro de la narración que alcanza, pues, gracias a este recurso, no se desperdicia lo contado por este testigo legítimo, quien a partir de su experiencia lleva a páginas en tono conmovedor la historia ocurrida a él y a su comunidad.  

Leo Bojayá. Relato del sacerdote que sobrevivió a la masacre y me queda claro que transformar la memoria en narración evita poner en riesgo de pérdida y de olvido el acontecimiento pasado. 

Finalmente, como obliga el ejercicio de escribir reseñas, repaso las páginas de la publicación que en menos de un mes alcanzó su segunda edición, tarea que me impela a acudir, a modo de paráfrasis, al escritor español Juan José Millás, quien considera que este tiempo presente que vive la humanidad remite a una brutalidad física y moral más insoportable que la selva, como aquella sufrida en mayo de 2002 en Bojayá. En síntesis, se trata de un acontecimiento histórico de la violencia colombiana que, gracias al gran logro narrativo del padre Ramos Cuesta, quien se atrevió a contar aquello que fue tal como fue, salva del olvido y por obra de la memoria una historia de dolor colectivo en clave profundamente individual.  


Las opiniones aquí expresadas pertenecen exclusivamente a los autores y no reflejan una opinión o posición institucional de Hacemos Memoria ni de la Universidad de Antioquia. 

* Judith Nieto es escritora, coordinadora de la Cátedra Lectores y Lecturas, profesora: del Instituto de Filosofía de la Universidad de Antioquia y del Diploma en Memoria Histórica: Narrativas de la Memoria. Correo electrónico: judith.nieto@udea.edu.co.

Esta reseña fue presentada el 16 de septiembre de 2025 en el módulo “Apuntes, preguntas y conceptos en torno a la memoria” del Diploma en Memoria Histórica: Narrativas de la Memoria, ofrecido por Hacemos Memoria.