El padre Antún Ramos Cuesta acaba de publicar su libro de memorias Bojayá. Relato del sacerdote que sobrevivió a la masacre, de la Editorial Sin Fronteras, que será presentado en la Filbo el próximo 10 de mayo. Aquí un fragmento de “Preludio. La parábola del padre Antún”.
Por Antún Ramos Cuesta*
Mi nombre es Antún Ramos Cuesta. La primera vez nací en Bagadó, Chocó, el 28 de agosto de 1973, hijo de César Ramos y Carmelina Cuesta. La segunda vez nací en Bellavista, Bojayá, el 2 de mayo del 2002, a mis 28 años, hijo de un Cristo roto, de una iglesia destruida y de niños y mujeres y hombres muertos.
Mi nombre es Antún Ramos Cuesta, tengo 51 años y soy el sacerdote que presidía la iglesia de Bojayá que estuvo en la mitad de un combate entre las Farc y los paramilitares entre el 1 y el 4 de mayo del 2002 y que fue destruida el 2 de mayo hacia las 11:30 de la mañana por una pipeta bomba lanzada por las Farc.
La iglesia fue destruida.
La iglesia.
Cuando digo «la iglesia» no hablo necesariamente del templo. La iglesia fueron aquellos niños en el altar, aquellas madres en embarazo en el altar, aquellos hombres que lloraron de angustia, toda esa congregación, mi congregación, que desde la madrugada del 1 de mayo, cuando se escucharon los primeros disparos de los fusiles, corrieron al templo a refugiarse. La iglesia éramos todos, somos todos, pero, sobre todo, aquellos 79 asesinados y enterrados en una fosa común que no escucharon los llantos de despedida, que no tuvieron un rezo, a quienes les fueron negados incluso los ritos del adiós final.
Mi nombre es Antún Ramos Cuesta. El padre Antún, me dicen. Intenté cuidar a mi iglesia durante los días y las noches de la masacre. Hice todo lo que pude. Cuando todo estaba destruido, ayudé a recoger los cadáveres, oré por nuestros muertos, lo vi y atestigüé todo, y hoy, 23 años después, he decidido contar mi historia.
¿Por qué?
Porque, para mí, Bojayá sigue siendo un trauma de todos, una herida no resuelta. Aunque Bellavista ya no exista en el lugar donde ocurrió la masacre y allí solo queden la iglesia y las ruinas de nuestras casas, la escuela y el puesto de salud, invadidas por la naturaleza indomable del Chocó, la herida continúa y el dolor es el mismo.
¿Cómo pretender que hemos sanado?
Imposible.
No es posible sanar cuando, 23 años después de la masacre, el Estado aún no ha pedido perdón.
El Estado colombiano no ha pedido perdón.
Pero el Estado tiene que hacerlo porque el Estado fue responsable. Porque durante varios años antes de la masacre, nosotros, la Diócesis de Quibdó, la Asociación Campesina Integral del Atrato y la Asociación de Cabildos Indígenas del Chocó, Asorewa, enviamos decenas de cartas alertando a las autoridades del aumento de la presencia guerrillera y paramilitar y del peligro que venía con todo eso. Y estoy seguro, porque los archivos existen, que entre enero y mayo del 2002 fueron enviadas al menos 10 alertas tempranas al Gobierno sobre el peligro que se cernía en Bojayá y no hicieron nada. ¿No les importábamos?
Así que tengo que contar esto, repetirlo y decir lo que solo yo sé, lo que nadie más ha sabido, los detalles siniestros del horror de aquellos días en Bojayá cuando los frentes 5, 34 y 57 de las Farc y el bloque Élmer Cárdenas de los paramilitares iniciaron una batalla que terminó 4 días después con 79 civiles muertos, 48 de ellos niños y 7 mujeres embarazadas. Tengo que contar lo que vivimos la noche del 1 de mayo del 2002, cuando más de 500 personas velamos en la iglesia mientras afuera la balacera continuaba. Tengo que contar lo que significa eso, la vigilia de miedo y zozobra adentro del templo, intentar calmar a los niños y a las niñas, pedirle a Dios y sentir que Dios se ha ido y luego recoger el cuerpo roto de Dios.
Cuando todo estaba destruido, cuando los paramilitares fueron aplastados por la guerrilla, los muertos recogidos y los guerrilleros se fueron; cuando el Ejército llegó y con ellos los periodistas, y cuando el general Mario Montoya mintió diciendo que aquello no fue un enfrentamiento, sino un ataque directo de las Farc, ahí, en ese momento, yo vi el Cristo mutilado, lo levanté y lo guardé.
El cuerpo mutilado de Dios.
Tengo que contarlo. Hoy, más que cualquier otro día de los 23 años que han pasado desde el día en que todo inició, necesito contarlo.
¿Quién es el autor? |
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Antún Ramos Cuesta es sacerdote y defensor de los derechos humanos. Estudió Teología, Filosofía y Ciencias Religiosas en la Universidad Católica de Oriente, Comunicación Social y especialización en Radio en la Pontificia Universidad Gregoriana (Roma) y tiene una especialización en Intervención Psicosocial en la Universidad Luis Amigó. Fue el párroco de Bojayá durante la masacre del 2 de mayo del 2002, en la que 79 personas murieron tras la explosión de un cilindro bomba en la iglesia del pueblo. Su testimonio ha sido clave en la lucha por la memoria y la justicia en Colombia. Participó en los diálogos de paz de La Habana y ha dedicado su vida a la construcción de la paz y la reconciliación en comunidades afectadas por la guerra. Actualmente, continúa su labor pastoral en el Chocó, acompañando a las víctimas del conflicto armado y el abandono estatal. |
Este fragmento fue publicado con autorización de la Editorial Sin Fronteras.