Entre monumentos dedicados al poder y a la modernidad emergen antimonumentos que claman justicia por Ayotzinapa, por San Fernando, por las mujeres víctimas de violencia… Son símbolos de lucha ciudadana que intentan desafiar la impunidad en el corazón de la Ciudad de México.

Por Víctor Casas

El Paseo de la Reforma es una avenida de la Ciudad de México, de 14,7 kilómetros, diseñada de forma monumental en el siglo XIX por el emperador Maximiliano de Habsburgo. En la actualidad conecta puntos neurálgicos como el bosque de Chapultepec, la Torre Mayor y el icónico Ángel de la Independencia. Este corredor, símbolo del poder económico y de la modernidad, se ha convertido en la última década en un espacio de memorias contestatarias a través de los antimonumentos, expresiones de resistencia ciudadana que dialogan con los grandes hitos arquitectónicos de la capital mexicana.

Los antimonumentos (o contramonumentos) en palabras de James Young son “espacios memoriales concebidos para desafiar las premisas del monumento”, pues, en vez de glorificar a figuras o eventos históricos, son intervenciones urbanas que interpelan, incomodan, denuncian y controvierten las versiones oficiales.

Uno de los antimonumentos más reconocidos de la avenida Reforma es el +43, ubicado frente a la Fuente de la República. Instalado en 2015, recuerda a los 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa desaparecidos la noche del 26 y la madrugada del 27 de septiembre de 2014, en Iguala, estado de Guerrero. Según los hechos hasta ahora probados, policías locales, en complicidad con el crimen organizado, participaron en el ataque y la desaparición forzada de los jóvenes. Este caso evidenció la profunda corrupción institucional en México y desató protestas masivas dentro y fuera del país.

El antimonumento +65, ubicado frente a la Bolsa Mexicana de Valores, recuerda a los mineros muertos en Pasta de Conchos, estado de Coahuila, en 2006. El 19 de febrero de ese año, una explosión en la mina de carbón dejó atrapados a 65 mineros. Las condiciones inseguras y la falta de medidas de rescate por parte de la empresa Grupo México y del Gobierno desataron la indignación nacional. Este caso evidenció la desprotección de los trabajadores frente a la negligencia corporativa y oficial. Tuvieron que pasar 18 años para que los familiares de las víctimas supieran noticias de sus seres queridos. Apenas en junio pasado se anunció el hallazgo de restos de por lo menos 13 mineros, a 143 metros de profundidad. 

Localizado estratégicamente frente a la Embajada de los Estados Unidos está el antimonumento +72, que recuerda a los 72 migrantes masacrados en San Fernando, estado de Tamaulipas, en agosto de 2010. Las víctimas fueron secuestradas mientras cruzaban México rumbo a Estados Unidos y asesinadas al negarse a colaborar con el cártel de Los Zetas. “Se les asesinó por la espalda y sus cuerpos fueron apilados y abandonados a la intemperie, acelerando con ello su proceso de descomposición”, afirmó en su informe la Comisión Nacional de Derechos Humanos.

El antimonumento ABC, instalado en 2017 justo frente al edificio del Seguro Social, recuerda a los 49 niños de entre cinco meses y cinco años que murieron en un incendio en una de las guarderías del Instituto Mexicano del Seguro Social en Hermosillo, estado de Sonora, el 5 de junio de 2009, en otro caso marcado por silencios e impunidad.

Delante del monumento a Cuauhtémoc, dos cruces fueron puestas por el colectivo Voces de la Ausencia, integrado por familiares de víctimas de feminicidio y desaparición, para denunciar la inacción estatal frente a la violencia de género, en un país en el que según ONU Mujeres, cada día son asesinadas entre 9 y 10 mujeres.

Esa violencia machista también se ve interpelada en la Glorieta de las Mujeres que Luchan, un antimonumento levantado en septiembre de 2021. Allí, activistas feministas derribaron la antigua estatua de Cristóbal Colón y la reemplazaron por la de una niña con el puño en alto, como representación de la resistencia frente al patriarcado.

No lejos de allí, otra glorieta que se transformó en los últimos años es la ahora conocida como Glorieta de los Desaparecidos, donde cientos de fotografías y mensajes de familiares denuncian la crisis de desapariciones forzadas en México, que supera las 100 000 víctimas.

Esta proliferación de antimonumentos genera preguntas respecto a su efectividad. Aunque la reiteración puede reforzar un mensaje, también puede vaciarlo de fuerza simbólica, desactivando su impacto al volverse rutinario, con la consecuencia de que pierde la capacidad de conmover o incomodar. Además, para muchos turistas y transeúntes estas expresiones pasan desapercibidas. En algunos casos, la ausencia de contexto hace que se vuelvan invisibles.

Nacieron del hartazgo de la sociedad, pero sin estrategias o activaciones para mantener vivo su significado, pueden convertirse rápidamente en mobiliario urbano. Como señala Elizabeth Jelin, las memorias no son una garantía automática de transformaciones sociales. Recordar a las víctimas y visibilizar la impunidad son pasos necesarios, pero nunca suficientes.

Entonces, el desafío en casos como estos es enorme: ¿Cómo transformar estas memorias contestatarias en acciones concretas y sostenibles que cuestionen al poder y movilicen a la sociedad? Lograr que estos antimonumentos, con el paso de los años, sigan despertando preguntas incómodas es esencial, porque si pierden su capacidad de interpelar, podrían convertirse en algo peor que el olvido: en paisaje.

En otros puntos de Ciudad de México también se han levantado antimonumentos, como el de la avenida Juárez, que recuerda la masacre de El Halconazo de 1971, retratada también por Alfonso Cuarón en la película Roma; mientras que en el Zócalo capitalino está el antimonumento 68, que recuerda la masacre de Tlatelolco; y ubicada frente al Palacio de Bellas Artes está la Antimonumenta, en memoria de las víctimas de violencias basadas en género.


Las opiniones aquí expresadas pertenecen exclusivamente a los autores y no reflejan una opinión o posición institucional de Hacemos Memoria ni de la Universidad de Antioquia.