La búsqueda de los desaparecidos demanda una imaginación y una creatividad que no tiene descanso, no solo hay que visibilizar, ante todo hay que movilizar, así que hay que crear incesantemente símbolos y metáforas que cuenten lo que viven, lo que hacen y lo que esperan las sobrevivientes, renovando las sensibilidades sociales para acompañar la búsqueda. Uno de esos símbolos es el Jardín de la Esperanza del CARE en San Carlos, Antioquia.
Por Andrés Suárez*
Fotos: Pastora Mira, San Carlos, CARE, 16 de noviembre de 2022
El Centro de Acercamiento para la Reconciliación y la Reparación, conocido por su sigla como CARE, es un lugar de memoria ubicado en el casco urbano del municipio de San Carlos en el Oriente antioqueño. Surgido del encuentro entre una iniciativa de víctimas y la administración municipal, el CARE tiene su sede en el antiguo Hotel Punchiná, el mismo que sirvió por años como centro de operaciones de los paramilitares en el municipio y que hoy en día sigue bajo la custodia de la Sociedad de Activos Especiales (SAE) sin que se haya resuelto su situación jurídica, así que podríamos definir el caso como el de una memoria en provisionalidad.
Siempre me llamó la atención que este lugar de memoria tuviera como sigla una palabra que en inglés significa cuidado, y no parece casual la coincidencia, porque la filosofía del CARE es el cuidado por el otro, porque siendo un lugar de memoria para las víctimas, también es un lugar de encuentro con los victimarios, de ahí que en su nombre se enfatice el acercamiento para la reconciliación, haciendo de la reconciliación una de las condiciones para la reparación.
Pero Pastora Mira, gestora, lideresa y cuidadora de la memoria, me cuenta que ese nombre, sin pensarlo, le permitió hacer un viaje para saldar cuentas pendientes con el pasado y remontarse hasta una dolorosa anécdota en la que el sectarismo político la privó del cuidado cuando más lo necesitaba, un regreso a la violencia bipartidista donde todo empezó para ella con el asesinato de su padre; un recordatorio de que la memoria del conflicto armado no se puede erigir sobre el olvido de la violencia bipartidista con la que no solo hay rupturas sino también continuidades.
El CARE (Cooperative for Assistance and Relief Everywhere) era el nombre que recibía una caja de alimentos que se ofrecía a personas en situación de vulnerabilidad por aquel entonces, pero ni siquiera esas ayudas escapaban al sectarismo político, porque por la filiación partidista de su padre asesinado, a su mamá, a ella y a sus hermanos le negaron aquella caja de care que tanto necesitaban en esos momentos difíciles.
Pero por esas coincidencias que el inconsciente siempre tiene en estado de latencia como un pendiente por realizar, el CARE que le negaron a Pastora en el pasado dejó de ser una caja de alimentos que podían alimentar el cuerpo, para convertirse en una casa de la memoria para cuidar y sanar las almas, el que seguramente se escribía en minúscula en el pasado, ahora lo hace en mayúsculas en el presente.
El espacio expositivo del CARE tiene objetos, fotografías y dibujos, pero en su recorrido hay un símbolo que es simple pero poderoso, porque su arte evoca el de los trabajos a mano que uno hacía en el colegio, o por lo menos los que hacíamos en mi generación, con cartulinas que forman las siluetas y un icopor que sirve de base para poner en escena el símbolo.
¿Qué es el Jardín de la Esperanza?
El Jardín de la Esperanza evoca un espacio de la naturaleza en el que conviven flores y libélulas, cada una lleva nombres, dando forma a una coexistencia que construye un símbolo sobre la experiencia de la desaparición forzada y la esperanza de la búsqueda.
¿Por qué hay flores y libélulas? Empecemos por las flores. Estas representan la experiencia de la desaparición forzada y en su centro yace el nombre de la persona desaparecida. En el documental San Carlos. Memorias del éxodo de la guerra, publicado por el Centro Nacional de Memoria Histórica y la Corporación Región en 2012, Pastora Mira cuenta que los pétalos nos recuerdan que todos son víctimas y que la persona desaparecida se vuelve el centro de la existencia de todas y todos los que la buscan y la esperan. Así que el sufrimiento y el dolor de vivir en el limbo de la incertidumbre no se queda en la víctima, sino que se extiende hasta sus familiares.
Sigamos con las libélulas. Sus siluetas llevan el nombre de una persona. En el documental, Pastora Mira indica que la libélula lleva el nombre de la persona desaparecida que ha sido encontrada y que ésta simboliza la liberación, tanto de la víctima que supera la angustia de haber estado perdida, como de los familiares que pueden poner fin a la incertidumbre y logran reencontrarse con su ser querido.
La coexistencia entre las flores y las libélulas no significa que este sea un símbolo estático y cerrado, todo lo contrario, esta es una historia abierta, pues se llama Jardín de la Esperanza porque lo que se espera es que todas las flores se conviertan en libélulas, lo que les recuerda a todas y todos que la búsqueda no cesa, que hay que encontrarlos a todas y todos, porque la meta es que el jardín de flores se transforme en un jardín de libélulas.
Cuando la flor se vuelve libélula, el dolor y el sufrimiento se liberan, pues la flor está sembrada en la tierra, anclada y atada a la tierra, así que la libélula representa el tránsito a la liberación, es el vuelo de la libélula, volver al aire que quita las ataduras, el que nos libera del peso para flotar, ese que también ha vivido la persona desaparecida que ahora deja la tierra en que permaneció perdida para ser un alma libre que ha sido encontrada.
¿Por qué una libélula? Animales que vuelan hay muchos, podrían ser mariposas amarillas en una alegoría macondiana que podría movilizar sensibilidades en otros desde el realismo mágico, o los colibrís, el mensajero de la memoria en la cosmovisión de los Awá. Se entiende que el símbolo se relacione con la capacidad de volar de un ser viviente en tanto metáfora de la libertad, pero elegir una libélula tiene un significado mucho más profundo para las víctimas del Oriente antioqueño.
Las libélulas y el agua
Una de las características del ciclo vital de las libélulas es su conexión con el agua. Son incubadas y permanecen en el agua hasta que se produce su metamorfosis de ninfa a libélula, pero sin abandonar nunca el agua, ya que viven por y para ella.
Siempre se encontrarán libélulas donde quiera que haya agua dulce, sea un río, una quebrada o incluso en un estanque, quizá por la riqueza hídrica del oriente antioqueño es que las libélulas son parte de la vida natural y cotidiana, razón por la cual se incorporan en la representación del jardín de la esperanza.
Pero esa relación con el agua va más allá y se conecta con una parte de la historia de la desaparición forzada: los ríos como fosas comunes. Las libélulas que nacieron en el agua, siempre retornan al agua, ellas se comen las larvas de muchos peces, esos mismos que han acompañado a cientos de desaparecidos que “viven” en el río, así que las libélulas aparecen allí como memoria, pero también como reclamo.
La libélula vive la mayor parte de su vida como ninfa en el agua y en la parte final de su vida salen de esta para volar. La metamorfosis de la libélula se representa entonces como un nexo entre la vida y la muerte, se les asocia con su capacidad de preservar las vidas del pasado, de transformar las almas y darles la oportunidad de regresar a la vida, así que una libélula es un alma reencarnada que vuelve a la vida y que establece un puente entre el mundo de la vida y el de la muerte en cuyo limbo yace el desaparecido.
Si las libélulas son almas que deambulan entre la vida y la muerte, su relación con el agua nos recuerda que allí “viven” muchos de los desaparecidos. Busquemos en el agua, busquemos en la tierra, pero sobre todo sigamos a las libélulas que nos hablan de los desaparecidos y hagamos posible que el jardín de flores se vuelva un jardín de libélulas.
¿Por qué no volver la libélula un símbolo de la lucha por la búsqueda de los desaparecidos y una esperanza para encontrarlos? Si las víctimas han creado el símbolo desde el dolor y la esperanza, no habría mejor forma de reivindicación a su creatividad y su ingenio amoroso que multiplicar las libélulas y ponerlas en las solapas de nuestras chaquetas, estamparlas en nuestras camisetas, hacerlas parte de nuestra vestimenta para recordarnos una y otra vez que la búsqueda de los desaparecidos no tiene fecha de caducidad, que ésta solo acaba hasta encontrar al último.
Las opiniones aquí expresadas pertenecen exclusivamente a los autores y no reflejan una opinión o posición institucional de Hacemos Memoria ni de la Universidad de Antioquia.
* Andrés Suárez es sociólogo y magister en estudios políticos de la Universidad Nacional de Colombia. Fue investigador y asesor del Centro Nacional de Memoria Histórica, así como coordinador del Observatorio de Memoria y Conflicto de la misma entidad.