«… No es fácil sentir que la época oscura de años pasados, cuando a todos nos estremecían las noticias de masacres, de nuevo hace presencia en este 2020 de alargada cuarentena, favorable para quienes imponen la ley de la fuerza y ante un Estado inepto para hacer aquello que le corresponde…»
Por: Judith Nieto López, escritora y profesora Escuela de Microbiología UdeA
Publicado por Alma Mater
Foto: Julián Roldán, Hacemos Memoria
Resulta difícil escribir sobre aquello que viene ocurriendo en Colombia, donde la violencia parece sembrada y abonada con la mayor de las crueldades: las recientes masacres de personas indefensas, muchas de ellas jóvenes y menores de edad, sucedidas entre el 9 y el 25 de agosto de este año.
Los escenarios de estas matanzas han sido algunos municipios del suroccidente del país, además de dos nuevas masacres acaecidas una en el barrio Los Álamos, del municipio de Venecia, Antioquia, donde fueron asesinados tres jóvenes —uno de ellos, menor de edad—, en una operación de exterminio similar a la del 11 de agosto en Llano Verde, en Cali, cuando perdieron la vida cinco niños; y la otra, en la vereda Paloquemao del municipio de Ábrego, en la tan afectada región del Catatumbo, Norte de Santander, donde tres hombres fueron asesinados.
De acuerdo con el Diccionario de la Real Academia Española, frente al término masacre se lee: “Matanza de personas, por lo general indefensas, producida por ataque armado o causa parecida”. Esta precisión de significado es necesaria ante la confusión semántica que generó en su discurso el primer mandatario colombiano en días pasados.
El nombre de estos siniestros hechos, llámense masacre, “asesinato colectivo” o matanza indiscriminada, no es lo que interesa, lo realmente preocupante, y mucho, máxime ahora que hemos vuelto a quedar cercados por el miedo, es la forma como tales acontecimientos han tomado fuerza y es visible el poco esfuerzo del gobierno central para conjurarlos.
No es fácil sentir que la época oscura de años pasados, cuando a todos nos estremecían las noticias de masacres, de nuevo hace presencia en este 2020 de alargada cuarentena, favorable para quienes imponen la ley de la fuerza y ante un Estado inepto para hacer aquello que le corresponde.
Duele confirmar que, con el regreso de las masacres, los sentimientos de angustia y desesperanza, que pensamos habían menguado luego de la firma de los Acuerdos de Paz, han vuelto a ocupar el primer lugar en el sentir de los colombianos. ¡Tristemente, sí!, hoy la violencia se exacerba y se muestra incontenible en manos de un gobierno que reacciona de manera escuálida frente al regreso de este tipo de asesinatos.
Aunado al panorama y, como ya es conocido, el agravante de esos hechos terribles que elevan cada vez más la cifra de asesinatos en este 2020, entre los que están líderes sociales, indígenas, defensores del medio ambiente y afrodescendientes, entre otros, es que ahora las víctimas son jóvenes e incluso menores de edad, como ocurrió recientemente en Venecia, Antioquia.
Por otra parte, lo más extraño de todo es el “misterio” que ronda a los autores de tales carnicerías —ocurridas en Cauca, Nariño, Arauca, Valle del Cauca, Antioquia y Norte de Santander—, victimarios sobre quienes supuestamente “recaen” las investigaciones de estos sucesos, pero de quienes no hay indicio alguno hasta el momento, excepto dos capturados, como sospechosos responsables de lo ocurrido en Cali, lo que de todos modos no significa que haya operatividad de la Justicia.
Para terminar, es importante señalar que las matanzas que han conmocionado al país en las últimas semanas son muestra de que hemos llegado al límite de la violencia y, como diría Elías Canetti, “llegar al límite es estar de cara a la visualización de la catástrofe”.
Este artículo fue publicado originalmente el 2 de septiembre de 2020, aquí.
Las opiniones aquí expresadas pertenecen exclusivamente a los autores y no reflejan una opinión o posición institucional de Hacemos Memoria ni de la Universidad de Antioquia.