Gustavo Suárez mantenía contacto con un hombre de Medellín que decía estar interesado en comprar su camioneta. El día del asesinato, esa persona lo llamó y acordaron una cita. Gustavo salió en su moto de su residencia en la vereda El Salado y fue interceptado por un sicario cerca al hospital de Jardín. Al parecer, el asesino usó un arma con silenciador.

Por: Juan Manuel Flórez Arias – Estudiante de Periodismo

El 18 de diciembre de 2000 llovía cerca de la quebrada La Linda, en Jardín. Juan Lázaro Toro, ingeniero forestal, realizaba un estudio junto a otros científicos y un habitante de la zona, Gustavo Alberto Suárez. A las once de la mañana, el investigador vio unos loros que despertaron su curiosidad.

Gustavo se los describió como quien no hace un descubrimiento: los veía desde la infancia, puede que hubiera cazado alguno en aquella época.
Pero entonces, Juan Lázaro supo que eran loros orejiamarillos, una especie en vía de extinción, cuya única población conocida se encuentra en Roncesvalles, Tolima, en la cordillera Central. Los que veía ahora estaban en la cordillera Occidental, a más de cuatrocientos kilómetros de allí, por lo que, con la naturalidad de un accidente, habían encontrado la segunda población de esta especie en el mundo.

El descubrimiento de esos loros orejiamarillos convirtió a Jardín en un destino de turismo ambiental y a Gustavo Suárez, en ornitólogo empírico. Durante los siguientes años, participó en la creación de la Fundación ProAves, a través de la cual se desarrolló el Proyecto del Loro Orejiamarillo en ese municipio, una iniciativa para la conservación de esta especie y su hábitat, la palma de cera.

También aportó al descubrimiento y registro de otras especies en el Suroeste antioqueño y en otros lugares de Colombia, incluso en países como Venezuela y Perú. Fue coautor de artículos científicos y enseñó a estudiantes de Biología y a otros curiosos de las aves a recorrer el monte, a observar y escuchar. Asesoró a varias ONG en la compra de predios para reservas naturales y administró algunas de ellas, como El Olinguito y la Mesenia-Paramillo, ambas de la Fundación Colibrí.

Era hijo de campesinos, nacido con la ayuda de una partera, acostumbrado a caminar descalzo y a madrugar a las cuatro a cargar leche para repartir en el pueblo. Gustavo sabía hacerse visible; con cada uno de sus gestos parecía decir: “Aquí estoy yo”.

La primera impresión de María Patricia Agudelo al verlo fue de disgusto. Ella acababa de llegar de Betania a estudiar el bachillerato nocturno en Jardín y la desconcertaba ese compañero que decía conocerla, aunque nunca se habían visto. Al desconcierto le siguió la atracción: sentirse identificada en un lugar en el que era una extraña, acabó por seducirla. Pronto, Patricia supo, y lo corroboró durante sus diecisiete años de matrimonio, que su esposo también sabía hacerse invisible. Lo había aprendido desde niño, durante sus recorridos por los montes cercanos a la Cueva del Esplendor con cauchera en mano, en busca de pájaros desprevenidos.

Durante su vida, no cambió de oficio; los acumuló. Fue campesino, bombero, tecnólogo agropecuario, parapentista, practicante de rápel. Tampoco dejó de ser un cazador, aunque esta afición pareciera contrastar con su posterior compromiso con la conservación ambiental.

Las cacerías de la infancia agudizaron sus sentidos, lo hicieron mejor observador. “Creo que no se pierde el espíritu de la cacería, se sustituye”, comenta Ana María Castaño, miembro de la Sociedad Antioqueña de Ornitología (SAO) y amiga de Gustavo a partir de sus jornadas de avistamiento. “En lugar de un disparo, hay una obturación y el trofeo no es el cuerpo de un animal, sino una fotografía”.

“Si yo me muero, tiene que ser en un accidente o que me den un tiro en la cabeza”, solía decirle Gustavo a Patricia. Varias veces estuvo cerca de cumplirse el primer presagio: se cayó de la moto, de una ‘chiva’ y, hace menos de un año, de un parapente a ocho metros de altura. La muerte, sin embargo, no le llegó con la naturalidad de un accidente, sino con un disparo. Fue cerca al hospital de Jardín, el 22 de enero, cuando se dirigía, en moto, a cerrar la venta de un carro con un desconocido de Medellín.

Patricia no sabe quién ni por qué mataron a Gustavo, tampoco por qué fue incluido en las listas de líderes asesinados; pero no cree que su liderazgo ambiental haya sido la causa de su muerte. “Si alguien hubiera sabido que lo iban a matar, a Gustavo lo salvan”, se dice. Bajo aviso, Gustavo sabía hacerse invisible, dejar de ser incómodo, si alguna vez lo fue. Sin aviso, sin amenaza, su muerte corre el riesgo de adquirir, equivocadamente, la naturalidad de un accidente.



Nombre: Gustavo Alberto Suárez.
Fecha del asesinato: 22 de enero.
Condiciones del crimen: Suárez mantenía contacto con un hombre de Medellín que decía estar interesado en comprar su camioneta. El día del asesinato, esa persona lo llamó y acordaron una cita. Gustavo salió en su moto de su residencia en la vereda El Salado y fue interceptado por un sicario cerca al hospital de Jardín. Al parecer, el asesino usó un arma con silenciador.
Hipótesis: Las autoridades atribuyeron el asesinato de Suárez a problemas personales y lo desligaron de su actividad ambiental. Familiares y amigos dicen no tener indicios sobre las causas; pero, entre las versiones que circulan en Jardín, se habla de que estaría relacionado con un negocio privado por la venta de un predio o con su oposición a la construcción de una vía entre Antioquia y Risaralda que pasaría sobre la reserva que administraba.
Liderazgo: Administrador de la reserva El Olinguito, en la vereda Macanas. Ornitólogo empírico y colaborador de varias ONG dedicadas a la conservación ambiental.
Contexto regional: El 98 por ciento del territorio de Jardín está solicitado en concesión para minería. En este y otros municipios de la región, se han creado movimientos de oposición a la minería a gran escala que han generado tensiones entre pobladores y empresas. Aunque no existe una marcada dinámica de conflicto, en la zona persisten actividades de extorsión, microtráfico y asesinatos selectivos.



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