«Tratar de acabar la violencia con ´otra violencia´ es como pretender curar una enfermedad con otra enfermedad», escribió Héctor Abad Gómez en su columna del Periódico El Mundo, el 12 de octubre de 1986. A treinta años de su asesinato, ocurrido el 25 de agosto de 1987, compartimos este texto para resaltar la vigencia de su pensamiento.
No es cierto que la violencia haya existido desde que el mundo es mundo. Por más de setenta mil años, antes de la revolución agrícola, los hombres (Homo sapiens sapiens) vivieron cazando y pescando; matando animales, es cierto, pero no matándose entre sí. Fue sólo cuando algunos delimitaron un territorio “propio” y se asentaron en él, cuando surgió lo que todavía llamamos “civilización” y algunos grupos humanos empezaron a organizar ejércitos, para conquistar más territorio, “territorio de otros”. Así comenzó la violencia organizada.
“Enseñar a hombres a que maten a otros hombres” –lo dijo Jorge Luis Borges– “es el mayor crimen que hasta hoy ha producido la humanidad”.
Tal crimen se ha venido cometiendo durante los últimos diez mil años de la historia humana, una “historia” que empezó hace dos mil quinientos milenios, con el Homo erectus, en el África oriental.
No es cierto tampoco que durante toda la era posterior a la Revolución Agrícola nos hayamos estado matando todo el tiempo. En distintas épocas y en distintos lugares, los hombres son o no violentos, no por naturaleza, sino de acuerdo con las circunstancias en las cuales les toca vivir. Aquí mismo en Colombia ha habido épocas durante las cuales nuestros índices de homicidios, por cien mil habitantes y por año, han sido más bajos, por ejemplo, que los actuales de los Estados Unidos de América.
La violencia es sólo un síntoma de males sociales profundos, tales como la injusticia, la pobreza, la mala distribución de las riquezas, la ignorancia o el fanatismo.
Tratar de acabar la violencia con “otra violencia” es como pretender curar una enfermedad con otra enfermedad. Eso es lo que hemos venido haciendo –sin éxito, por supuesto– durante los casi doscientos años de historia colombiana.
Por fortuna, el gobierno actual parece que está tratando de emprender otro camino, más lógico, más racional: atacar con vigor y eficiencia las causas profundas de estos males: el desempleo, la pobreza absoluta, la miseria, el hambre.
Si los principales recursos del país: humanos, materiales, financieros, económicos, espirituales, se vuelcan todos a favorecer a esos seis millones de colombianos, a ese 25% de compatriotas, que según nuestro actual Presidente viven en la “pobreza absoluta”, si empezamos siquiera a tener algún éxito en esa dura lucha, mejores días estarán por venir.
Si todas las llamadas “fuerzas vivas de la nación”: El gobierno, la industria, los gremios, la iglesia, los sindicatos, las universidades, los intelectuales, los periodistas, contribuimos en todas las formas que nos sea posible para ese gran propósito nacional, no habrá duda de que alcanzaremos éxito. Y esta será la única, la única forma de que no tengamos que seguir lamentando la violencia que nos abruma, que nos angustia, que nos hace a veces desesperar de lo que puede hacerse aquí y ahora.
Porque no es matando guerrilleros, o policías, o soldados, como parecen creer algunos, como vamos a salvar a Colombia. Es matando el hambre, la pobreza, la ignorancia, el fanatismo político o ideológico, como se puede mejorar este país.
* Publicado en el Periódico El Mundo (Medellín) 12 de octubre de 1986, p. 3 A.
Nota de editor: La Revolución Agraria en el Neolítico distingue el período histórico en el cual los hombres que antes eran cazadores, recolectores y nómades, decidieron asentarse en un lugar determinado, hacer las primeras siembras y empezar a dar forma a los primeros asentamientos humanos.