La música rural andina denunció la injusticia social, la violencia bipartidista, la corrupción y el abandono estatal del campo. Las canciones ¿A quién engañas abuelo? y Soñando con el abuelo, son ejemplo de ello.

 

Reseña por Felipe Osorio Vergara*

Imagen de portada: Colombia en acordes, acuarela de Daniela Ríos Henao

Cuando Ana y Jaime interpretaron a Ricardo Semillas en 1969, muchos vieron en ellos la influencia de la música de protesta latinoamericana y de la Nueva Canción Chilena que llegó desde el Cono Sur. Aparte de Ana y Jaime, también sonaban tímidamente Violeta Parra, Mercedes Sosa y Facundo Cabral, cuyas canciones sociales hacían eco en una Colombia en los estertores del Frente Nacional. Sin embargo, la música social no era ninguna novedad en el país.

Entre pasillos, bambucos, guabinas y sanjuaneros, la música rural de los Andes de Colombia ya había alzado su voz desde mediados del siglo XX contra la injusticia social, la violencia bipartidista, la corrupción y el abandono estatal del campo. Los tiples, guitarras y bandolas eran las armas de los campesinos para expresar su descontento en fondas, saraos y en las partidas de dominó o naipes en los corredores de las tapias. No eran meras composiciones para amenizar la estancia, sino que eran retratos de la vida cotidiana, cuadros de costumbres cantados que hacían mella, como mantras, en el corazón de una sociedad rural marcada por el analfabetismo y la oralidad: “En las letras de las canciones [de música Andina colombiana] surgen ciertas referencias a imaginarios compartidos (paisaje, vida de campo), conflictos (roles de género), condiciones individuales de vida (propiedad, pertenencias); es decir, a condiciones de vida que por La Violencia desaparecieron o cambiaron, de manera que ya solo viven en los recuerdos”, expuso Daniela Santana en su tesis de maestría Adiós al Huila: memoria, violencia y bambuco en Colombia (1951, 1957, 1969).

Las situaciones violentas que atravesó el país en el siglo XX son el tema central de los dos bambucos de los que se ocupa esta reseña: ¿A quién engañas abuelo? y Soñando con el abuelo.

¿A quién engañas abuelo? fue escrita por el compositor nortesantandereano Arnulfo Briceño en los años 70. La inspiración de la canción la obtuvo de “las circunstancias sociales, políticas e históricas del año de su nacimiento, 1938. (…) El desplazamiento fue una consecuencia de la violencia de aquella época y que, siendo muy niño, se incrustó esta vivencia en su mente, razón por la que varias de sus canciones narran los hechos padecidos por su familia”, relató Enerith Núñez en un artículo para la Revista (Pensamiento), (Palabra) y Obra. La versión más popular de la canción es la interpretada por el dueto Silva y Villalba.

Por otro lado, Soñando con el abuelo es un bambuco compuesto e interpretado por el cantautor antioqueño Javier Piedrahita, más conocido como Fausto. La escribió en Medellín en 1989 cuando “corría una época de mucha violencia. Pensaba que mi país y mi gente había tocado fondo, pero después seguimos bajando ¿Por qué llegamos a este punto de violencia?” recordó en 2020 en Cantando historias.

Ambos bambucos narran momentos de violencia que atravesó el país durante el siglo XX. ¿A quién engañas abuelo? se centra en la época de La Violencia desatada tras el asesinato del caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán, en 1948. En contraste, Soñando con el abuelo relata una desesperanza colectiva producida por el conflicto armado y la lucha contra el narcotráfico que desangró la Colombia de las décadas de los 80, los 90 y los primeros años del 2000.

En ambas canciones la figura del abuelo es central. El papel privilegiado de los mayores, heredado de la tradición indígena de venerar a los ancestros, ha tenido fuerza en el campo colombiano. De ahí que en los bambucos en cuestión se les diera protagonismo, pues son vínculo con el pasado, pero también con la memoria.

Por ejemplo, ¿A quién engañas abuelo? se remite al silencio del abuelo frente al asesinato de los padres del nieto: “Nunca me dijiste cómo, tampoco me has dicho cuándo / Pero en el cerro hay dos cruces que te lo están recordando”. Este silencio hace referencia a lo que la investigadora social Elizabeth Jelin sostiene en sus Trabajos de la Memoria como la voluntad de silencio; es decir, la decisión “de no contar o transmitir, de guardar las huellas encerradas en espacios inaccesibles, para cuidar a los otros, como expresión del deseo de no herir ni transmitir sufrimientos”. Sobre esto, añade Jelin, se da un tipo de olvido evasivo, que refleja un intento de no recordar lo que puede herir y que se da especialmente en grandes catástrofes y tragedias sociales como la guerra. Sin embargo, esta voluntad de olvido y silencio choca con la presencia de las cruces en el cerro, huella nemotécnica que hace recordar a los ausentes.

En Soñando con el abuelo, los abuelos son aquellos sabios a los cuales recurrir en busca de consejo: “les pregunté llorando: ¿Qué puedo hacer por mi pueblo?”. El aura onírica de la canción pareciese remitir a las visiones oraculares que tenían las culturas clásicas en busca de dirección para resolver problemas o tomar decisiones. Sin embargo, el problema a solucionar es la exacerbada violencia que se vivía en el país y que hace al protagonista, desesperanzado, buscar auxilio en sus ancestros.

En una y otra canción se narra la difícil situación del contexto en el que se enmarcan, desde matarse por colores: “a unos los matan por godos, a otro por liberales”; pasando por el desplazamiento: “Los peones se fueron lejos, el surco está abandonado”; hasta la corrupción e injusticia: “al ladrón tratan señor y al señor como un pirata”. Hay críticas a los políticos:

Aparecen en elecciones unos que llaman caudillos
Que andan prometiendo escuelas y puentes donde no hay ríos
Y al alma del campesino llega el color partidiso
Entonces aprende a odiar hasta quien fue su buen vecino
Todo por esos malditos politiqueros de oficio

Pero también hay críticas a la sociedad de la desconfianza fruto de la violencia y la ruptura del tejido social: «Aquí el hermano traiciona y se ufana al traicionar. Y el hermano va y nos vende y luego vuelve a cobrar».

Un análisis de ambos bambucos conectados por la figura del abuelo y la violencia que narran, da para una larga disertación. Sus líneas reflejan no solo inconformidad social, sino también la forma de ver el contexto violento desde la óptica popular. Este no fue más que un brochazo a las dos composiciones a la luz de su papel como productos culturales sustentados en la memoria de dos épocas violentas del país.

 

 

Las opiniones aquí expresadas pertenecen exclusivamente a los autores y no reflejan una opinión o posición institucional de Hacemos Memoria ni de la Universidad de Antioquia.


*Felipe Osorio Vergara es estudiante del pregrado en Periodismo de la Universidad de Antioquia.