Esta obra, que recrea la memoria del conflicto armado en Caicedo, es una de las primeras en reflexionar sobre la violencia reciente en el Suroeste antioqueño. Tercera reseña sobre experiencias escénicas creadas por víctimas del conflicto en Colombia.
Por: Jesús Eduardo Domínguez*
Foto de portada: archivo del grupo de teatro Encanto
“Solo los caminos reales, al igual que las trasegadas calles de piedra, conocen la historia de un pueblo, que para todo el mundo ha sido un pueblo fantasma; pueblo que sobre sus cansadas tapias de barro ha cargado cientos de generaciones y que ha guardado secretos del pasado, que hoy se desgarran de sus enormes paredes y bigas gigantes”.
Fragmento de Dolor caicedeño o Los ojos del ahora.
Un joven enfermo camina por el escenario, escucha disparos y grita: “¡ya no aguanto más!”. El recuerdo lo persigue: el dolor de su pueblo y la violencia que vivió en él. Pide un poco de agua y una joven lo acoge en su hogar; a cambio del favor, él le cuenta su historia, que no es otra que la del conflicto armado que vivió el municipio de Caicedo, Antioquia, a través de su historia personal. Este es el comienzo de la experiencia escénica Dolor Caicedeño o los ojos del ahora, realizada por el Grupo de Teatro El Encanto bajo la dirección de Jhon David Montoya Álvarez, un caicedeño que vivió parte de su vida en la vereda El Encanto y a los dieciocho años decidió montar este proceso artístico y de memoria. En la actualidad, once años después, trabaja en el Instituto de Cultura y Patrimonio de Antioquia (ICPA).
Esta obra relata los sucesos que marcaron la historia reciente de este territorio: la primera toma por parte de la guerrilla de las Farc el 13 de enero de 1995, segunda toma el 13 de abril de 1996 y la tercera toma entre el 13 y 14 de octubre de 1997, eventos en los que hubo múltiples asesinatos y destrucción de bienes públicos y privados. La puesta en escena también narra las represalias de los grupos paramilitares por estas acciones guerrilleras: asesinatos, torturas, desplazamientos y desapariciones forzadas.
En Caicedo, “no existía un proceso artístico que narrara y contara los hechos violentos vividos entre los años 1995 y 2000. En el proceso de creación de nosotros, como jóvenes inquietos en la vereda, se nos ocurrió montar una obra que contara estos hechos históricos. Yo, con las bases que me dio Dramaturgia en el Espejo [un proceso de formación en dramaturgia liderado por el ICPA y la Academia de Teatro de Antioquia], empecé a crear el guion, se lo comencé a mostrar a todos los integrantes del grupo de teatro El Encanto y ellos se motivaron”, comenta Jhon David Montoya en entrevista personal.
El proceso de montaje comenzó a principios del 2009 y al grupo lo conformaron 13 personas, entre niños, jóvenes y adultos; varias de ellas eran víctimas del conflicto armado. El mismo Jhon David sufrió el asesinato de un tío, además, su familia fue intimidada para llevar mercados a la vereda a los actores armados (tanto a la guerrilla como al ejército). Historias que fueron llevadas a la dramaturgia por él mismo. Una de ellas, Amanecer, que tuvo como imagen generadora el robo de uno de los caballos de su finca por parte de la guerrilla.
“La necesidad de montar una obra de teatro como Dolor Caicedeño, a los dieciocho años, fue porque nosotros los jóvenes rurales vivimos en medio del conflicto. Muchas veces, cuando salíamos de jugar un partido, nos encontrábamos en los caminos riales a grupos al margen de la ley o al Ejército, que nos producía el mismo miedo; a veces no sabíamos identificar qué grupo era. Teníamos la responsabilidad de contar lo que estaba pasando en el municipio. En ese momento, sin saberlo, la necesidad de hacer memoria, de que la gente y los jóvenes conociéramos nuestra propia historia”, explica Jhon David.
Esta necesidad es la que lleva a crear un personaje como Juan, el protagonista de la historia, que simboliza la memoria del dolor de un pueblo. Este joven narra diferentes memorias personales e historias de miembros de la comunidad. Cada que relata una historia se da paso a una narración con exposiciones, cuadros en movimiento y voz. Todo termina al llegar a su propia tragedia, que es la pérdida de su familia y el tener que haber dejado a su hermana menor al huir del municipio. Al final, el joven enfermo cae muerto y solo en ese momento la joven a la que le están narrando todo se da cuenta que Juan es su hermano, aquel que se fue del pueblo después de la segunda toma guerrillera.
La dramaturgia tiene una virtud: se puede reescribir, porque el teatro es fugaz, arde en el candil de una sola presentación hasta encenderse a la siguiente. Jhon David decidió reescribir parte de la obra. Cambió los personajes de Juan y su hermana para insertar una historia real, pues esta escena era el único fragmento de ficción que tenía la obra, algo que la misma comunidad le reclamó durante el estreno en 2010 cuando algunas personas le expresaron que querían que todo lo que estuviera en la escena fuera real. En el 2018, ocho años después del estreno, el director y dramaturgo decidió que el nuevo protagonista sería uno de los policías asesinados en la tercera toma guerrillera: Andrés Arévalo Vergara, de 20 años, asesinado mientras repelía el ataque insurgente desde la cúpula de la iglesia (lo único que quedaba en pie de dicha estructura después de la toma). Jhon David escogió esta historia porque estaba atravesada por una historia de amor con una joven docente de la vereda Altavista, Mercedes Cuarán, la cual entrevistó.
Y es que, para elaborar esta obra, Jhon David, a sus dieciocho años, investigó en diferentes libros del municipio las historias de la violencia y entrevistó a varias personas, como Fanny Arboleda, quien era comerciante del pueblo y fue víctima del conflicto armado por parte de los paramilitares en retaliación por las tomas guerrilleras. Según el testimonio recopilado por el dramaturgo y director, varios comerciantes fueron buscados por los paramilitares por haber pagado sobornos a la guerrilla; Fanny, cuando estaba a punto de ser fusilada en el parque del pueblo fue salvada por su hijo Edwin Mariaca, menor de edad para la época. El ruego del niño hizo que no la asesinaran, pero le exigieron salir del pueblo. Jhon David se dedicó a recopilar testimonios como estos, logrando un archivo de memorias personales y colectivas del conflicto armado. Cuando Fanny le estaba contando la historia, le pidió: “quiero que la historia la monten lo más real posible, que la gente sienta lo que yo viví”. Es decir, el dolor debía ser vivido de manera colectiva y había una necesidad de empatía y reconocimiento de las tragedias para entender y reflexionar las diferentes formas en que se vivió la violencia. Todo este proceso de montaje y creación comenzó desde el 2009 y el estreno fue el 30 de junio del 2010.
Este tipo de situaciones evidencian que lo interesante de muchas obras artísticas alrededor del conflicto armado, sobre todo aquellas que son lideradas por víctimas, sobrevivientes y resilientes, no es sólo la creación final, sino el proceso creativo que desarrollan, puesto que abren nuevas formas de entender y vivir lo que pasó. Dolor caicedeño no es la excepción: “El montaje de la obra fue un poco estricto, porque sin mucha técnica en el momento, logramos hacer un acercamiento a la construcción del personaje: cada uno lo investigó, lo caracterizó, dibujó su perfil. Luego, se hizo un trabajo de introspección del personaje y de catarsis, para que ellos pudieran vivir los acontecimientos que planteaba la obra de una manera real. Se hicieron ejercicios de acciones físicas, que en el momento no las conocíamos así, las llamábamos ‘imágenes poéticas’. Después, hicimos ensayos en espacios abiertos para el manejo de la voz, porque no teníamos mucha técnica. Los fusiles los hicimos con tablas y machetes. En la vereda recogimos ropa regalada. La sangre la hacíamos artesanalmente. Los ensayos no duraban más de hora y media, de cinco a seis y media de la tarde, porque como estábamos en una vereda, nos teníamos que ir por el miedo de las secuelas [retaliaciones de los paramilitares por las tomas de la guerrilla] y el tema del conflicto que se seguía presentando”, afirma Jhon David.
El proceso de montaje de esta obra refleja no sólo una disposición para el arte y una falta de apoyo desde lo estatal, sino una creación dentro del contexto del conflicto, de la violencia. Por lo tanto, se presentan dos dificultades que hacen que el esfuerzo tenga una relevancia mayor y unas dinámicas diferentes a otros procesos artísticos, como los que se llevan en las ciudades y que muchas veces son vistos como la memoria cultural del conflicto, olvidando experiencias como estas, que deben tener un mayor foco y relevancia como procesos simbólicos de reparación y sanación, pero también, como procesos artísticos que aportan en los territorios diferentes formas de sentir, ver y apreciar la vida y la muerte, el conflicto y la reconciliación.
Por ejemplo, a mediados del 2010 cuando se estrenó Dolor caicedeño, la obra se presentó en un lugar especial y simbólico para la comunidad dentro de las dinámicas del conflicto armado: “El estreno fue en el salón parroquial, un lugar donde en la última toma guerrillera estaban un grupo de jóvenes liderados por la parroquia, quienes tuvieron que salir por una ventana de un segundo piso, puesto que se estaban tomando el comando y la iglesia quedaba al lado. Al estreno fueron entre 150 y 200 personas, entre ellos, las víctimas. Cuando terminó la obra, el elenco acabó llorando y cuando encendieron las luces todo el auditorio estaba llorando. Fue el primer momento de catarsis colectiva que se vivió. La gente abrazaba a los actores y actrices y lloraba”, comenta Jhon David.
Dolor caicedeño o los ojos del ahora es una experiencia de diálogo entre diferentes generaciones con una inquietud y una necesidad: la de recuperar el pasado y romper el silencio que se tenía sobre estos hechos catorce años después de la primera toma. El teatro fue el amplificador de estas memorias, construyendo una memoria cultural del dolor de una comunidad y convirtiéndolo en algo más: “Transformar lo que antes fue violencia en arte”, afirma con certeza Jhon David. Una obra que refleja la necesidad de una catarsis y un duelo colectivo, de escucharse y verse reflejados en la escena —como el caso de Fanny Arboleda—, de mirar con unos “ojos del ahora” un pasado que aún palpita en el recuerdo de muchas personas, un dolor tan íntimo pero a la vez colectivo, un dolor con gentilicio, con pertenencia y arraigo: un dolor que está humedecido entre las tapias de barro y entre las grandes vigas, un dolor de pueblo, un dolor caicedeño.
Agradecimientos a Jhon David Montoya.
Las opiniones aquí expresadas pertenecen exclusivamente a los autores y no reflejan una opinión o posición institucional de Hacemos Memoria ni de la Universidad de Antioquia.
*Jesús Eduardo Domínguez Vargas es actor, dramaturgo y director de teatro. Investigador, en temas de arte, memoria y política. Miembro activo de Pequeño Teatro de Medellín y director de Tercer Timbre Teatro. Actor de la Escuela de Formación de Actores de Pequeño Teatro, filólogo hispanista de la Universidad de Antioquia, magister en escrituras creativas de EAFIT y candidato a doctor en Artes de la Universidad de Antioquia.