En noviembre de 2020 fue lanzado en el Catatumbo, Norte de Santander, el periódico Pacificultor. La primera edición de este medio de comunicación abrió sus páginas con la editorial que compartimos a continuación, escrita por monseñor Omar Alberto Sánchez Cubillos, exobispo de Tibú y actual arzobispo de Popayán.
Por: Mons. Omar Alberto Sánchez Cubillos – Pacificultor
Foto Twitter @episcopadocol
Cuando pienso en las personas sencillas, discretas que en estos años he conocido y que alguna vez, quizás en el patio de sus casas, vestidos de pobreza o de dolor, pero también en ocasiones adornadas de tanta dignidad, me han contado su vida, sus penurias, sueños y logros, aquello que entienden de cuanto pasa en este territorio. Cuando pienso en esas personas sensatas que normalmente no son escuchadas y pasan desapercibidas, que no han podido decir su verdad, su propuesta, su enseñanza ni compartir su vida, ya sea por su edad, por su condición social o económica, por su cultura, origen, entre otros, entonces es cuando estoy más convencido de que hay que actuar, porque no es justo y no merecen estar condenadas a tanto silencio, tanto olvido y exclusión.
En lugares como los nuestros, muchas veces los que más hablan y se hacen oír, quizá son los que más deberían callar; y son justamente ellos los que más fácilmente tienen a su alcance los medios, se les abren los canales que terminan amplificando y multiplicando sus voces con un protagonismo que realmente no merecen. Es importante aprender a distinguir entre quien vale la pena ser escuchado y quien simplemente debiera ser oído, porque en esta diferencia queda en evidencia lo que hace crecer o lo que simplemente contamina, el privilegio de escuchar a quien tiene algo que enseñar y de quien siempre podemos aprender; descubrir la diferencia entre una voz que suma y una que resta.
Con este sentimiento, en este marco de referencia, está naciendo Pacificultor, un medio de comunicación enfocado en servir a tantas voces fecundas a salir del olvido, de la indiferencia y hasta del desprecio, justamente porque merecen todo nuestro respeto, consideración y reconocimiento. Actores invisibles que bien valen ser escuchados, reconocidos como evidentes referentes para un territorio que se resignó a unos protagonistas que no merecemos y que nos roban el sentido básico de humanidad y nuestro futuro.
Toda palabra fecunda debe tener voz, así como el paisaje de la naturaleza más deslumbrante necesariamente está acompañado de un sereno y perfecto sonido, una voz que lo completa; sonidos que reflejan una realidad más profunda. ¡Por eso tienen derecho a ser escuchadas! esta es, por tanto, la vocación del periódico Pacificultor y como tal nace limpio, sereno, discreto: no nace para contestar a otros, nace porque lo verdadero, lo noble, lo honrado, lo auténtico, lo quijotesco, lo bondadoso, lo heroico, lo humilde, tiene derecho a ser escuchado, a ser sabido.
El futuro que queremos lo podremos ambicionar con fundada esperanza solo si conocemos las semillas auténticas que silenciosamente han acompañado tantos ruidos estridentes y desalentadores que marcan estas décadas de dolor. La esperanza no defrauda si aprendemos a ver cómo germina y avanza lo humilde, lo pequeño, lo frágil, lo limpio, en medio de la violencia, la soberbia, la prepotencia, la rudeza, el olvido y lo contaminante. Pacificultor está pensado para que tengamos claro qué hay realmente en esta tierra, con quién cimentar un futuro distinto, con quién hacer la diferencia, y que, de este modo, la realidad no se descomponga sin freno, ni se vea arrastrada por la desesperanza. En últimas, para observar con cuidado ese paisaje nuestro de futuro que pinta verde parejo y, sin embargo, está a la espera atenta de ver despuntar el dorado maduro del trigo que da fruto y que marcará la diferencia total con la inútil e invasiva cizaña. Creo firmemente en la bondad que he visto aquí en tantos seres humanos y en su poder trasformador, por eso pienso que tenemos derecho a esperar un futuro que brotará de esta bendita semilla.
Con ocasión de la apertura del Pacificultor, que es un eslabón más de un sueño que está pendiente en la Diócesis de Tibú —el Instituto de formación para la paz—, y que espero se logre algún día, tomo unas líneas para despedirme como Obispo de esta Iglesia Particular. Ha sido un verdadero privilegio haber hecho parte de esta Diócesis, de este territorio en este servicio tan especial. Doy gracias a Dios por haberme regalado estos nueve años con ustedes. Ha sido para mí un absoluto honor haber iniciado mi ministerio episcopal en esta memorable y fascinante tierra y haber podido compartir mi vida de fe con sus vidas, haber entrecruzado mi discreta historia con su gigantesca historia. Me han enseñado muchísimo y en mi corazón de pastor han esculpido para siempre una huella inalterable, marcada con cada rostro y cada mano que vi y estreché, con cada dolor que vi y experimenté, de cerca o a distancia, con cada situación que marcó el día a día de este territorio y, al tiempo, con tanto bien que a pesar del sombrío mal que nubla esta tierra, percibí de un pueblo en el que Dios siempre me habló.
Me voy con todos y me quedo con todos. Les agradezco por lo que, sin saberlo, han regalado para mi vida y mi ministerio. Vine uno, ahora soy otro: soy más por ustedes y con ustedes. Imploro la bendición de Dios para este su amado pueblo. ¡Gracias, Iglesia Particular de Tibú!
*Este editorial fue publicado originalmente en la primera edición del periódico Pacificultor en noviembre de 2020.
Pacificultor N° 1
La deuda social con los jóvenes de Luis Vero
Los jóvenes del corregimiento de Luis Vero, en Sardinata, se han organizado para múltiples propósitos. Continúan esperando que el colegio pueda ofrecer el bachillerato completo y opciones para proyectar su vida alejados de la guerra.
Hablar del Catatumbo y sus conflictos también es hablar del medioambiente, de los campesinos comprometidos con la pervivencia del territorio. Hablar del Catatumbo es hablar de historias como la de Aníbal Castillo.