Los señalamientos y ataques verbales a la alcaldesa de Bogotá, Claudia López, ejemplifican la manera como en la sociedad colombiana se ha instalado un lenguaje injurioso que genera exclusiones y promueve odios.

 

Por Judith Nieto*

Cada día preocupa más entender que parte de la sociedad colombiana parece sumida en el lenguaje de la ofensa y del agravio, que opera como única manera de comunicarse, de dirigirse al otro cuando se trata de establecer contacto con él o de buscar su respuesta. Sí, una rara costumbre a referirse a las personas de modo agresivo, independientemente de su condición social, sexual o rango político, ha cobrado fuerza en los últimos tiempos en Colombia, país que no desfallece ante la esperanza de algún día vivir en paz. Lo alarmante de esta actitud que ha vuelto habitual el lenguaje injurioso es que, en la mayoría de los casos, él mismo encarna en su contenido una clara muestra de exclusión. Ilustro esto, a propósito del lenguaje oprobioso en dos casos recientes que dejan ver la discriminación que se ejerce contra la actual alcaldesa mayor de Bogotá, Claudia López.

El primero ocurrió el 17 de septiembre, una semana después de los hechos de protesta contra el asesinato de Javier Ordóñez, estudiante de Derecho, que estremecieron la capital colombiana durante dos días. Ese 17 de septiembre, durante el evento de inauguración de un Centro de Atención Inmediata de la Policía en El Codito, extremo norte de Bogotá, hizo  presencia la senadora del Centro Democrático María Fernanda Cabal, situación que provocó un altercado verbal entre la congresista y los asistentes —en su mayoría jóvenes—, quienes exigieron que la señora Cabal se retirara del sitio, mediante insistentes voces de protesta que al unísono coreaban: “¡Fuera, vaga!”, en alusión a la forma displicente con que la senadora se refirió a los estudiantes universitarios en las protestas estudiantiles de 2019. Desdeñosa, como suele ser con los ciudadanos, y sin argumentos para permanecer allí, la “honorable senadora” increpó a uno de los indignados vecinos, con la pregunta capciosa: “¿Usted es funcionario de la alcaldía?”. A lo que obtuvo como respuesta: “No, y así fuera…”.

Ese tono de animadversión que subyace a la pregunta dirigida por la senadora a una de las personas del público muestra su antipatía hacia la señora alcaldesa de la capital y permite recordar que desde que Claudia López asumió como mandataria de los bogotanos no han sido pocas las tensiones manifiestas con miembros de partidos diferentes al suyo, en particular, con integrantes del partido de gobierno.

El segundo y descomedido caso de desencuentro por la vía del lenguaje contra la mandataria de Bogotá ocurrió el 19 de octubre, cuando arribó la minga indígena a la capital del país en procura de diálogo con el presidente Iván Duque, un acercamiento que pretendían debido a las inconformidades de esas comunidades, desesperadas “por la exclusión estatal y los procesos de violencia que ha vivido el país”, tal como se leía en un artículo del diario El Espectador del 18 de octubre, titulado: Las voces de la minga del suroccidente.

Como es bien sabido gracias a los medios de comunicación, la capital colombiana, en cabeza de su primera autoridad, preparó y dispuso la logística necesaria para recibir a los integrantes de la minga, a pesar y con distancia de todo tipo de reacciones a favor y en contra de la llegada de los indígenas desde el suroccidente del país. Luego del recibimiento y saludo por parte de la alcaldesa, la mandataria comentó vía Twitter: “¿Por qué los indígenas no podían tener la autorización para marchar, y en cambio, sí recibieron permiso los seguidores del expresidente Uribe cuando marcharon para protestar por la medida de aseguramiento contra su dirigente?”. Ante este reclamo, la señora ministra del Interior, Alicia Arango —tan pobre de argumentos como la senadora de su partido—, escribió a través del mismo medio: “A palabras necias, oídos sordos”. Este comentario, que no respondió a la inquietud expresada por la alcaldesa López, quien en su mensaje invocaba la equidad de derechos ciudadanos, adolece de la dignidad de quien ejerce un cargo en una cartera ministerial.

Sin duda, los dos casos aquí considerados dan cuenta de una actitud de odio hacia la señora alcaldesa. Uno y otro delatan un comportamiento de exclusión hacia la mandataria. Segregación que ha estado presente durante su periodo de gobierno, no obstante su diligente desempeño en el cargo para el que fue elegida popularmente.

La exclusión es un concepto que se entiende como rechazo y, si se atiende a Lacan, se funda en la fraternidad, porque esta tiene su base en un mundo de privilegios; los privilegios son para unos, por tanto, excluyen, dejan por fuera a quienes, por ejemplo, no pertenecen al grupo, a quienes “no son”. La fraternidad, entonces, funda la exclusión y será necesario, según Lacan, pensar en otro tipo de vínculo social, dado que el de la fraternidad ha obrado más en término de rechazo, de odio, si se quiere de asco, pues toda segregación remite a la repugnancia hacia el otro.

Según esta forma de apreciar la noción de exclusión y a mi modo de ver, la alcaldesa Claudia López es un claro caso de exclusión y, en mi concepto, tres razones se erigen como las causantes de esta discriminación visible: la primera, tiene que ver con el ejercicio de la política desde la condición femenina, papel que durante siglos estuvo reservado a los hombres; la segunda, radica en la manera como la alcaldesa, en el rol de una “Antígona contemporánea”, hace uso de la palabra y sin temor se dirige al primer mandatario de los colombianos, cuando las circunstancias así lo ameritan; y la tercera, radica en pertenecer a una comunidad diversa, una elección sexual y condición que la mandataria nunca ha ocultado, pero que, para parte del país, constituye una contravención moral.

Por último, es necesario reconocer que es imposible omitir la presencia del “odio” en todo comportamiento cercano a una fobia étnica, social, sexual, política, cultural o religiosa. Ejemplo de ello son los casos expuestos, encarnados en el lenguaje inconveniente usado hacia Claudia López, expresiones desobligantes que afianzan la idea del extraño clima político que vive el país, del ambiente que impide consideración y respeto frente a su gestión y de entender que su desempeño debe reconocerse independientemente de su elección para amar, pues ella representa la libre lucha de las mujeres por la decidida actividad política, en un sistema que aún hoy parece preferirlas encerradas, en silencio y segregadas del poder público.

 

Las opiniones aquí expresadas pertenecen exclusivamente a los autores y no reflejan una opinión o posición institucional de Hacemos Memoria ni de la Universidad de Antioquia.


* Judith Nieto es escritora y profesora de la Escuela de Microbiología de la Universidad de Antioquia.