Debajo de doce capas de pintura y una de pañete “apareció” una obra del artista Alipio Jaramillo en el edificio de la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá.

Por Rodrigo Torrejano-Jiménez, Archivos del Búho
Foto: Silvia Mantilla

Tras las capas blancas de la vieja añoranza estética de la ciudad universitaria de Bogotá existen marcas, nombres, formas, sonidos, rostros y testigos que renuncian al tiempo, cuya existencia se confunde con el ruido sordo, ahogado y frecuente, semejante al de un reloj envuelto en algodón, que cuenta un rumor acerca de un corazón cuya fuerza se resiste al olvido.

Las memorias, como acción, permiten comprender la relación que una sociedad o colectividad construye, desde el presente, con su propio pasado. Tienen relación con las formas en las que se materializa la identidad, con las maneras de narrar las historias comunes que le dan respuesta al cuestionamiento sobre quiénes somos.

Para contar la historia recurrimos al uso de símbolos, a la referencia de ideas e imágenes hegemónicas que intentan imponer un sentido único de la realidad. Por ejemplo, nuestra historia republicana está plagada de referencias heroicas a próceres, todos hombres – todos blancos-europeos, cuyas apreciaciones e ideas construyeron un imaginario común que desconoce a las mayorías.

La relevancia de esta formulación se encuentra en la relación entre la construcción de la realidad y la identidad a través de la producción de símbolos totalizantes que desconocen la complejidad de los procesos históricos. Ya sean nominaciones de lugares o instalaciones de monumentos, la historia oficial construye una geografía del pasado que elimina la diversidad y sitúa las narrativas sobre lo acontecido desde la óptica de los vencedores.

La Ciudad Blanca —o universitaria—, en su fundación (1938), representó el proyecto de renovación de la Universidad Nacional de Colombia en el contexto de la república liberal. Era la apuesta unificadora del proyecto de nación que encarnaba las aspiraciones del pueblo; así lo reconocía Germán Arciniegas en 1937. Como práctica, la Ciudad Blanca se convirtió en un proyecto urbanístico de carácter conservador que rápidamente abandonaría su pretensión integradora y se transformaría en un espacio urbano a imagen y semejanza de los próceres de una élite intelectual. Los monumentos de José Eusebio Caro y Francisco de Paula Santander, instalados tempranamente en la década de 1940 y desterrados a finales de 1968 y en 1976, son el estandarte de este imaginario.

La renuncia al proyecto integrador, la producción de un urbanismo excluyente alejado de la promesa de Karsen y Rother, así como el desconocimiento de la realidad social por parte de las consecutivas rectorías de las década de 1940 y 1950 conllevó a que la ciudad universitaria se convirtiera en “tierra de nadie”, como lo tituló el periódico El Tiempo a finales de 1950. Por eso, durante los años de La Violencia, del magnicidio de Gaitán, de la masacre contra nuestros compañeros del 8 y 9 de junio, y de la guerra contra el pueblo de Villarrica en 1954, la idea de la Ciudad Blanca representó la intención pacificadora de las elites. La eliminación de todo color fue la eliminación de toda idea política contraria a la permitida por el establecimiento.

Esta pacificación, como lo relata el poema de Afranio Parra, transformó en cuartel el centro de ciencia que representaba la universidad y selló la renuncia a la primera aspiración idealista de la Ciudad Blanca. El blanco, como símbolo, encarnó un proyecto conservador que blandía el imaginario fundacional de la Universidad Nacional como un estandarte que debía protegerse a como diera lugar, lejos de las transformaciones que exigía el pueblo que encontraba sentido a su derecho a rebelarse entre aulas y pasillos.

Generación tras generación se impusieron capas de blancos sin matices que pretendieron borrar una a una las marcas, formas, figuras, consignas, nombres e imágenes de generaciones de estudiantes, trabajadores, jóvenes y profesores que habitaron sus aulas. Uno a uno se fueron eliminando los vestigios de gestas y causas comunes que disputaban el sentido de los relatos hegemónicos sobre el ideario de la Universidad Nacional como Ciudad Blanca. Pero el ruido, semejante al de un reloj envuelto en algodón, no dejó de sonar.

De las paredes que nos hicieron creer que siempre fueron blancas brotó el color de otra historia. Entre las capas de la Ciudad Blanca emergieron un rastro, una huella y una marca para narrar las memorias de quienes habitaron estos lugares.

El mural de Alipio Jaramillo, artista gaitanista y estudiante de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional, apareció para contar una historia sobre una ciudad que nunca fue totalmente blanca. La emergencia de sus trazos y la aparición de sus colores nos invita a mirar de otra forma los espacios que habitamos y a descubrir lo que vive debajo de la Ciudad Blanca. La composición de formas relacionadas con el campo y la vida campesina, la humildad y el sentimiento de humanidad hacen parte de los 20 murales pintados e instalados en el corredor de la Facultad de Derecho de la ciudad universitaria y que llevaban los títulos de ‘Café’, ‘Despojo’, ‘La caña’, ‘La molienda’, ‘La cerámica’, ‘La danza’, ‘La colonización’ y ‘La siembra’, homenajes a la vida campesina, humilde y trabajadora de nuestro pueblo. Algunos de ellos hoy se encuentran preservados en la Universidad de Caldas, en Manizales, donde fueron recuperados después de su destierro.

Así como estos trazos de Alipio Jaramillo existen otros 121 lugares de memoria en el campus de la Universidad Nacional. Todos ellos, placas, marcas, espacios testimoniales, nominaciones, contramonumentos y vestigios, cuentan una historia llena de colores que nos invita a pensar y a preguntar: ¿Qué hay debajo de la Ciudad Blanca?


*Rodrigo Torrejano-Jiménez es sociólogo de la Universidad Nacional de Colombia, especialista en Memorias Colectivas, Derechos Humanos y Resistencias de la alianza CLACSO y FLACSO Brasil, y candidato a magíster en Geografía de la Universidad Nacional de Colombia. Es, además, investigador de Archivos del Búho. rtorrejanoj@unal.edu.co

 

 

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