La huelga de los estudiantes de la Universidad Industrial de Santander de 1964 movilizó a más de medio millón de personas en el país. Fue un acontecimiento que marcó la historia del movimiento estudiantil colombiano e influyó en algunos de los sucesos políticos y sociales más importantes de la década de los sesenta y comienzos de los setenta.

Por: Andrés Caicedo Hernández – Para Consejo de Redacción (CdR)
Foto: Estudiantes de la UIS marchando a través del cañón del Chicamocha en el trayecto Aratoca-San Gil. Fotografía de Carlos Chacón Soto.

 

La ciudad y la universidad

En mayo de 1964, los estudiantes de la Universidad Industrial de Santander, UIS, se declararon en huelga frente a las directivas: organizaron una guardia cívica universitaria, tomaron el control de las instalaciones y recibieron el apoyo de la ciudad. Fue el primer acto de este tipo que ocurrió en la historia de Bucaramanga.

Para 1964 el censo estudiantil rondaba los 1124 estudiantes. Muchos de ellos provenían de las provincias del departamento y solo 12 eran mujeres. Para muchos, llegar a Bucaramanga era estar por primera vez en un pueblo grande.

Y es que la ciudad era como una hacienda: la gente vivía una vida de clima caliente, los viejos fumaban tabaco y los jóvenes Pielroja. Los días olían a ylang ylang, la misma flor que utilizaban para el perfume Chanel No.5, y la música nacía de las chicharras macho, un insecto que chillaba y chillaba hasta reventar al final de las tardes.

En ese tiempo la universidad condensó el sentimiento de los principales actores de la vida política y económica de la región. La UIS era la institución que se proponía preparar a los técnicos para la industrialización no solo del departamento, sino del país.

Al principio era una universidad sin rejas ni muros, un espacio abierto a la comunidad. Había unos primeros edificios, unas primeras canchas y unas pocas residencias estudiantiles. Fue allí donde emergieron las historias.

 

Los estudiantes y el poder

La plataforma de organización estudiantil era la Asociación Universitaria de Estudiantes Santandereanos, Audesa, una asociación que tenía como objetivo el perfeccionamiento del nivel social, moral y material de los estudiantes de Santander y, en general, del estudiantado colombiano.

Al principio, las reivindicaciones eran por la mejoría de las condiciones académicas, pero desde mayo de 1957 se empezó a tejer un compromiso por el contexto sociopolítico de la universidad.

La generación de universitarios de la primera mitad del siglo XX recogió las exigencias que impulsó el movimiento estudiantil mexicano en 1875, cuando alcanzaron por primera vez en América Latina la tan anhelada autonomía universitaria. Esa lucha se replicó en 1918 en la Universidad San Carlos y Monserrat de Córdoba, Argentina.

Además de estas influencias, los universitarios colombianos tenían otros dos grandes hitos: por una parte, el asesinato del estudiante Gonzalo Bravo Pérez por parte del Estado en 1929, que se convirtió en conmemoración obligada el 7 y 8 de junio de cada año. Este hecho fue tan relevante y simbólico, que los mismos estudiantes empezaron a llamarlo como “el día del estudiante caído”.

Veinticinco años después, mientras gobernaba Gustavo Rojas Pinilla, el ejército disparó a mansalva y mató a varios jóvenes que caminaban por la carrera Séptima, en Bogotá. Los militares se justificaron diciendo que los estudiantes les habían disparado, pero lo cierto es que no se pudo probar que los jóvenes tuvieran armas de ningún tipo. Con una ráfaga cayeron varios jóvenes y el resto salió en desbandada. Se refugiaron en los cafés, tiendas y almacenes mientras el ejército se tomó las calles. Luego, poco a poco, fueron saliendo, recogieron a los heridos, los llevaron a los hospitales y se marcharon a sus casas.

La dictadura de Rojas Pinilla cayó. Los estudiantes de la UIS apoyaron el Comité de Huelga Nacional que se organizó para luchar por el derrocamiento del dictador. Y desde entonces, la lucha estudiantil de la Universidad Industrial de Santander fue afín al contexto político del país. Era un país distinto.

Audesa contra las directivas

Desde 1957 los estudiantes enfrentaron los intereses políticos de la clase dirigente en la universidad. Audesa, contra viento y marea, exigió la potestad para que el gobierno universitario se designara autónomamente. Esto llevó a unos primeros choques con el poder político que, en contravía de los intereses de los estudiantes, acogió el decreto 0277 proferido por la Junta Militar que sacó a Rojas Pinilla del poder. Ese decreto eliminó cualquier posibilidad para materializar la autonomía universitaria.

En esa época, durante una crisis financiera, llegó a la rectoría el doctor Rodolfo Low Maus, un alemán, amante del violín y formado como químico en Barcelona, España. Un hombre que tuvo que salir de Europa a causa de la guerra civil española y que terminó radicado en el país y comprometido con la universidad colombiana.

En sus años de rectoría, Low Maus logró consolidar una relación estable con los estudiantes. Su formación era distinta. En alguna oportunidad presenció una huelga de más de cien estudiantes de ingeniería eléctrica que protestaban por la deficiencia de uno de sus profesores. Contrario a lo esperado, se comprometió a escuchar a los jóvenes y destituyó al profesor.

Mientras tanto, los líderes estudiantiles del país trabajaban por unificar la acción universitaria. Se hablaba de la ACU, Asociación Colombiana de Universidades, o la primigenia FUN, Fondo Universitario Nacional. Las discusiones eran fuertes, bajo líneas de debate que creaban densos e interesantes escenarios políticos.

Además, la formación política estudiantil estuvo influenciada por las juventudes del MRL, Movimiento Revolucionario Liberal, y la Juventud Comunista, que fueron determinantes en las deliberaciones sociopolíticas en las universidades que se dieron en medio del bipartidismo y el Frente Nacional.

Los estudiantes leían las revistas cubanas, las impresiones del periódico Pekín informa o la revista China reconstruye. En esa época, pegaban en las paredes hojas con todo tipo de textos que llamaban “dazibaos”.

Se respiraba un respeto por la diferencia. Por ejemplo, para colocar dazibaos debían madrugar para encontrar un espacio y, una vez puestos, nadie podía rasgarlos. Luego, aparecieron los murales y los periódicos pequeños que se imprimían con mimeógrafo, una maquinita que duplicaba textos gracias a que un rodillo con tinta ejercía presión sobre el papel a través de los agujeros de una plantilla. Y todo esto sucedía mientras llegaban desde otras latitudes las noticias de la revolución cubana, de la ruptura entre China y la Unión Soviética y los acontecimientos propios de la Guerra Fría. Sucesos que removían el espíritu de una generación en primavera. 

Las causas

La huelga de 1964 tuvo un antecedente catalizador. En 1962 se creó una campaña anticomunista que impregnó de matices las relaciones de la élite regional. A Rodolfo Low Maus no lo reeligieron como rector por intereses de la Asociación Nacional de Industriales, Andi. El 6 de noviembre de ese año terminó su rectoría y al día siguiente los estudiantes de la UIS se enfrentaron a la policía.

Los estudiantes apoyaban la continuidad de Low Maus y estaban en contra del modelo universitario que pretendían imponer los industriales. Las directivas suspendieron el semestre y se decretó vacaciones. Entonces llegó a la rectoría Juan Francisco Villarreal, un químico egresado de la UIS e ingeniero de petróleos de la Escuela de Minas de Colorado, Estados Unidos.

Villarreal fijó unos acuerdos con los estudiantes. Pactó no tomar represalias, garantizar la libertad de cátedra, reestructurar el Consejo Superior para dar representación a los estudiantes, reconocer a Audesa como entidad representativa de ellos y propugnar por la eficiencia de los docentes.

Pero Villarreal quería cambiar la estructura de la universidad en Colombia y aplicar el sistema norteamericano. De manera que los acuerdos no se materializaron. Por ejemplo, él fue el que aplicó por primera vez en el país el promedio ponderado. Esta perspectiva de la educación fue mortal para muchos. Eran más los estudiantes que salían que los que entraban. Y los jóvenes de provincia quedaron en una posición de desventaja, pues muchos de ellos no tenían conocimientos que sí manejaban los egresados de colegios técnicos de la ciudad y debían realizar un esfuerzo sobrehumano para mantenerse en la universidad.

Otro hecho que impactó al movimiento estudiantil de la UIS fue el reemplazo de los “Planes de ayuda” de la UNESCO a la universidad, que gestionó Low Maus. Esa estrategia se cambió por la política emanada de la “Alianza para el progreso”, un paquete de medidas que lideró el presidente Guillermo León Valencia en equipo con el gobierno norteamericano, para frenar la ola revolucionaria en el país.

De izquierda a derecha: Julio Álvarez Cerón, rector honorario de la UIS, y Rodolfo Low Maus, rector de la UIS 1957-1962, foto del libro 50 años, Universidad Industrial de Santander. Humberto Silva Valdivieso, gobernador de Santander 1962-1964. Foto del archivo Vanguardia Liberal. Juan Francisco Villarreal, rector de la UIS 1962-1968. Foto del archivo El Frente.

La huelga

Para mayo de 1964 las diferencias eran insostenibles. Ante la posible consolidación de la huelga, las directivas de la UIS optaron por expulsar a los principales miembros de Audesa, lo que desencadenó una gran movilización.

En respuesta a las medidas de la rectoría, se celebró un plebiscito con 1044 estudiantes en el que 913 estuvieron a favor de declarar la huelga. Y desde ese preciso momento se tomaron la universidad. Otros, optaron por irse a sus pueblos.

Durante la huelga los estudiantes se repartían las jornadas en bloques de doce horas. El compromiso era tal, que muchos aprendieron a cocinar. Mientras tanto, algunos ciudadanos les llevaban mercados e incluso organizaron bazares que transformaban el campus universitario.

La segunda semana de junio estallaron unas bombas en la ciudad y, sin ninguna razón objetiva, la UIS fue ocupada por los militares aludiendo a la orden dada por el entonces gobernador Humberto Silva Valdivieso.

De inmediato, Roberto Silva, Gilberto Fernández, Orlando Ramírez, Julio Reyes, Marcelino Quinto, Gabriel Sandino, Humberto Arenas, Óscar Acevedo, Rafael Latorre y Alfonso Barón, todos estudiantes, se declararon, en representación del movimiento, en huelga de hambre.

La ciudad no soportaba que los militares asociaran a los jóvenes con terroristas. Para muchos fue una imagen poderosa ver la universidad alambrada como un campo de concentración y observar a los muchachos al borde de la muerte en una huelga de hambre. Pero la consigna era más fuerte: debían renunciar todos, el rector, el gobernador, todos.

Durante la huelga un evento memorable fue el paro cívico del 24 de junio. Gracias a la organización estudiantil, que publicitó y logró la empatía de la gente, las calles amanecieron solitarias y el transporte detenido. Fue algo inédito, ningún comercio abrió y muchas casas izaron la bandera de Colombia en sus fachadas. Los militares presenciaron una escena pintoresca, pues protegieron vanamente los predios de la universidad del polvo.

Entonces, el movimiento tomó una fuerza nunca vista. Un grupo de estudiantes decidió recorrer los 500 kilómetros que separaban a Bucaramanga de Bogotá, para informar a todo el país y hablar con el presidente de la República.

Y mientras los estudiantes comenzaban su epopeya, por esos días caía Marquetalia y los campesinos que se rebelaron buscaban refugio. Además, el clandestino Ejército de Liberación Nacional realizaba la primera marcha de 18 combatientes que desde San Vicente de Chucurí se dirigió al cerro de los Andes.

¿Y qué pasó con la marcha? Basta ver las páginas enteras de la prensa de la época para dimensionar lo que ocurrió. Los estudiantes movilizaron a medio millón de ciudadanos en la capital. Ya no eran solo los universitarios de la UIS, sino los estudiantes comuneros del siglo XX.

Estudiantes sobre la Cra. 13 en Bogotá. Cortesía del archivo fotográfico del libro “Un ideal traicionado” de Álvaro Acevedo Tarazona. Fotografía de Gustavo González.

Dos rostros visibles

Este fue un movimiento de todo un colectivo y acogió a un gran sector popular de la ciudad. Aun así, se destacó la participación de Jaime Arenas, entonces presidente de Audesa, y de Germán Sarmiento, líder de la marcha.

Jaime Arenas era miembro de una familia distinguida de la ciudad. Un joven alto, con una figura atractiva y una oratoria cautivadora. Tuvo un papel de liderazgo en la huelga y terminó convertido en una figura política nacional.

Desde 1965 trabajó con el cura Camilo Torres y el proyecto del Frente Unido. Y más tarde, en 1967, decidió ingresar al ELN. Pero Jaime terminó desertando del grupo guerrillero por diferencias con Fabio Vásquez.

Luego de publicar el libro La guerrilla por dentro, donde dio su versión de su paso por esa organización y denunció los fusilamientos de muchos de sus compañeros por la voluntad de la dirección de la guerrilla, fue asesinado con cinco balazos por hombres del ELN, mientras caminaba por la carrera cuarta con calle 18 de Bogotá, a las 11:35 minutos del 28 de marzo de 1971.

Por su parte, Germán Sarmiento era un hombre pragmático. Él dirigió la marcha en su recorrido hacia Bogotá. César Zabala, amigo de Germán, lo describe como un hombre que siguió haciendo durante toda su vida lo que aprendió en esa marcha.

Germán también se unió al ELN y permaneció allí por varios años. Pero como Jaime Arenas, terminó desertando en 1973 junto a Ricardo Lara Parada, Domingo Rodríguez e Iván Forero.

Según César, a Germán lo ayudó Gustavo Vargas, quien era profesor de la UIS. Él le colaboró para salir de Colombia y a partir de ahí se movió por muchas partes del mundo. Vivió en China y años después terminó refugiándose en París hasta el final de sus días, en 2011.

Jaime Arenas Reyes en la Universidad Nacional en 1963. Cortesía del archivo fotográfico del libro “Un ideal traicionado” de Álvaro Acevedo Tarazona.

Sobre la relación del ELN y el movimiento estudiantil del 64

Históricamente se ha querido asociar la movilización con el proyecto del ELN. Para el académico Andrés Quimbaya, quien se ha dedicado a estudiar esta guerrilla en sus primeros años, el surgimiento del grupo no tiene relación directa con las expresiones que se desarrollaron en la ciudad. Si bien en algunos sectores estudiantiles existía una afinidad con el propósito revolucionario, esta no fue una visión generalizada y oficial del movimiento estudiantil.

Los fundadores del ELN ubicaron la doctrina del foco guerrillero en el Magdalena Medio santandereano por bondades geográficas, una historia de luchas populares que tenía la región y la cercanía con sectores sindicales y estudiantiles, entre estos la UIS.

Pero lo cierto es que la Audesa no tuvo relación con la creación de la brigada José Antonio Galán, que dio origen al ELN, y la influencia del proyecto guerrillero fue solo a través de afinidades particulares, por ejemplo, la relación que tuvieron estudiantes como Víctor Medina Morón o Ricardo Lara Parada con la universidad y el papel de liderazgo de Jaime Arenas durante la huelga.

Para Andrés Quimbaya, Fabio Vásquez, líder de la naciente guerrilla, dio luces muy claras en una entrevista en 1966 en la revista Sucesos, de México. Fabio consideraba que la vanguardia de todo eran en primer lugar los campesinos, y luego los obreros.

De izquierda a derecho: Fabio Vásquez Castaño y su hermano Antonio. Foto del archivo CEET. Ricardo Lara Parada. Foto del archivo Revista Alternativa. N. 6, 1974. Julio César Cortez, líder de la Federación Universitaria Nacional. Cortesía del archivo fotográfico del libro “Un ideal traicionado” de Álvaro Acevedo Tarazona.

Las lecturas académicas

Tres historiadores regionales han reflexionado sobre la huelga del 64 en diversas publicaciones. Por un lado, Álvaro Acevedo Tarazona explica que esta huelga, y en especial la marcha, tuvo una importancia simbólica que, guardadas las proporciones, se asemeja a la que tuvo la Marcha de la Sal liderada por Gandhi, para liberar a la India del colonialismo inglés, o el repliegue de la Larga Marcha que Mao hizo para derrotar al ejército enemigo de la República China.

Para Libardo Vargas Díaz, este acontecimiento representó un hecho político nacional que significó el fortalecimiento de la organización estudiantil local representada en Audesa, y el impulso de una plataforma nacional materializada en la FUN en su modalidad funcional y política. La huelga cuestionó la autonomía de las universidades públicas que se pretendió implantar en el marco del Frente Nacional.

Y finalmente, la profesora Ivonne Suárez Pinzón interpreta los hechos como un movimiento antiimperialista victorioso. Que se opuso a los intereses de la élite y logró que la población civil se formara, se enterara y ayudara a combatir unas políticas nocivas para los estudiantes.

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Huelga de los estudiantes de la Universidad Industrial de Santander – 1964 by Daniela Chinchilla Camacho on Scribd

Epílogo

Una vida, muchas vidas

Mi nombre es Carlos Velandia, viví los acontecimientos a la edad de 12 años. Uno no tiene conciencia casi de nada. Mi vida no trascendía más allá de mi casa, mi barrio, la cuadra y el grupo de mis hermanos y amigos. Las incursiones más largas eran de juego a la hacienda Puyana, a Ruitoque o Bahondo.

Estudié en el Colegio Santander de Bucaramanga, el mismo en el que estudió Jaime Arenas. Era un colegio que nunca cerraba sus puertas. Cuando estaba en tercero de bachillerato fui parte del Comité Estudiantil Santanderino. Quizá me eligieron porque era extrovertido y tenía algo de liderazgo.

En el comité nos encargamos de organizar la semana del colegio y editar Horizonte, el periódico estudiantil. Recuerdo que también participé en el grupo de teatro. Ese espacio era diferente. Allí había discusión, análisis y contexto de todo lo que pasaba afuera y adentro del colegio. Entonces, me empecé a encontrar con gente que pensaba distinto. Para mí, era extraño y cautivador.

En el colegio escuché por primera vez historias del ELN. Recuerdo que las paredes de los baños y las puertas estaban rayadas con frases del estilo “¡Viva el ELN, viva Fabio Vásquez!”. Para mí era normal.

En quinto de bachillerato, un amigo se me acercó con unos pasquines del ELN y yo los repartí por las calles, por mi barrio. Y lo hice de la manera como se reparte cualquier papel, sin ningún miedo, porque el fenómeno del ELN se manejaba con mucha liberalidad.

Cuando llegué a la UIS sentí una cosa distinta. Había un ambiente de libertad, una diversidad de pensamientos, ya no había vigilancia. En ese lugar estaba todo el país. Se trataba de una universidad policlasista. A mi lado se sentaba la gente más rica del departamento y yo venía de una familia de clase media baja.

Mi padre era profesor y mi mamá costurera. Tenían el orgullo de que yo había pasado a la facultad de medicina: “Este es mi hijo, va pa’ médico”, decía mi padre cuando se encontraba a alguien en la calle mientras caminaba conmigo. Y yo me sonrojaba.

Muy pronto encontré la fiebre de la revolución, o el sarampión, así le llamaban. Fue una cosa impresionante. De la noche a la mañana me vi en discusiones que antes no tenía. Yo me sentía muy cómodo hablando y conspirando, tumbando gobiernos y haciendo revoluciones. Cada vez que había una protesta salíamos al caballo de Bolívar frente a la Universidad. Queríamos atravesar la ciudad hasta la gobernación.

Eran marchas de bastante piedra y consignas. Para nosotros era más importante la marcha que las piedras, porque la gente se enteraba y nos escuchaba. Recuerdo que llegué a hacer de un poema de Bertolt Brecht una consigna, yo gritaba: “O todo o nada / uno solo no puede salvarse / o los fusiles o las cadenas” y luego todo el mundo repetía en una sola voz. Se trataba del debate público en las calles. Y allí estaba Audesa y allí cabíamos todos.

Un día, un muchacho que estudiaba conmigo desapareció. La familia tenía total hermetismo. Yo me puse a preguntar por todo lado, hasta que me dijeron, “no está bien que siga preguntando por él”. Entonces entendí. Luego me enteré de que él estaba arriba, en el monte.

Me impresionó el asesinato del joven Jorge Eliécer Ariza. Era estudiante del Colegio Santander. Él simplemente estaba participando en una protesta, como lo hacíamos todos. Y el ejército con sus fusiles lo asesinó. A mí me dolió en el alma. Él era como nosotros. Sentí que esa fue la gota que rebosó el vaso y dije, “carambas aquí no hay nada que hacer, aquí hay que tomar las armas para construir una sociedad que respete a los jóvenes”.

Muchos llegamos a las filas del ELN a través de un proceso largo que nos llevó al planteamiento de la lucha armada. Mi vida se transformó. Fui plenamente consciente de que mis días en la universidad estaban contados. Mi familia no sabía nada. Tuve que hacer muchas rupturas con mi entorno social, con mis amigos, con mi novia. Sabía que mi proximidad la podía poner en riesgo. Y así, ingresé a la clandestinidad y me fui para el monte.

Esta historia forma parte del especial periodístico ‘Memorias en resistencia’, resultado de la formación virtual ‘CdR/Lab Cómo investigar y narrar la memoria histórica del conflicto’ de Consejo de Redacción (CdR), gracias al apoyo del Servicio Civil para la Paz de Agiamondo en Colombia.