Es innegable que hoy son noticia los migrantes de Medio Oriente al igual que los de Centro y Sur América, entre estos últimos los de Venezuela en el norte de Chile, los imparables de Tapachula o los varados en la ciudad colombiana de Necoclí en su éxodo hacia Estados Unidos.

 

Por: Judith Nieto*

Foto: Julián Roldán

Durante semanas el mundo ha observado a un numeroso grupo de inmigrantes que intenta pasar a Europa a través de la frontera polaca.  En el mismo periodo, la Unión Europea ha acusado al presidente de Bielorrusia, Alexander Lukashenko, de ser el artífice del desplazamiento de esta oleada de ciudadanos que ocupa la margen limítrofe entre Bielorrusia y Polonia y que procede en su mayoría de Medio Oriente y Asia.  Se trata de miles de errantes que llegan al lugar solo con la aspiración de pasar a uno de los países de la ‘aldea grande’ que es Europa. Para ello, sortean las mayores adversidades climáticas  al igual que el ataque de las fuerzas que custodian los mencionados límites. Luego, llegan a un mundo que por sus características económicas y políticas ha promovido la globalidad y la interculturalidad, y predica en pro de la diversidad. Sin embargo, como gentes ajenas a dicha realidad, encuentran un espacio que ensancha el confín de su territorio para impedirles el acceso y frenar sus pasos. Así, aunque ¡La indigencia clama acogida, solo escucha el “grito armado” de prohibido pasar!

De esa manera reacciona el continente que tiene una historia larga de migraciones, logradas tras romper fronteras hasta llegar a mundos lejanos, que los recibieron con cesiones, entregas e incluso bienestares y complacencias.  Así impugnan los europeos de hoy al extraño que invoca refugio y a quienes procuran, en circunstancias iguales a las anteriormente vividas por ellos, transgredir el lindero que otrora les salvó la vida y les permitió ocupar, ‘conquistar’, expropiar, invadir, colonizar…

Ahora se acusa a migrantes de Irán, Siria y Yemen de la “crisis migratoria en Europa”, personas que quieren abandonar sus lugares de origen por razones similares a aquellas que a lo largo de la historia han impulsado este tipo de fenómenos: la guerra, la pobreza o la vida inmerecida.  También están los desplazados por urgencias asociadas al comercio, pero este no es el caso de las conmovedoras migraciones que refiero. Son los recién venidos al mencionado borde quienes insisten con su “incómoda” llegada y mantienen su desafío en busca de asilo en algún lugar del viejo continente, pese a la advertencia de un ejército armado que vigila, amenaza y torna severamente hermético el paso al enjambre de extraños.

Infortunadamente, la respuesta europea representada por el comando de hombres que impide el cruce del límite a los forasteros, consiste, en ocasiones, en recibir a los migrantes con cañones de agua fría en medio de un invierno severo; en otras, con gas lacrimógeno e incluso con disparos por encima de la cabeza de seres humanos en flagrante riesgo de vida.  ¡De la barbarie se vale el mundo ‘civilizado’ para contener la caravana de hombres, mujeres, ancianos y niños que claman acogida!

A pesar de todo, en medio del frío que se obstina en descender a menos cero grados, los desterrados por un sancionado dictador europeo persisten en seguir en un paso limítrofe peligroso, rudo y hostil, con sus provisiones ya casi consumidas, en medio de una frontera física atestada de alargadas alambradas cuyas púas erguidas prometen lastimar y de una muralla humana de fuerza pública que los estruja, niega la llegada de ayudas y restringe la presencia de periodistas y reporteros que pongan la cámara en el mejor ángulo para informar al mundo acerca de las condiciones de estos migrantes precipitados a ninguna parte…

Quienes permanecen en el límite entre Bielorrusia y Polonia —otros han sido obligados a regresar a sus países de origen—, abandonados por quien los empujó al margen que los detiene, porfían en la súplica de acogida, pese a la esperanza cancelada, a la carne estrujada y a la dignidad ultrajada al pie de la frontera cuya cerca alambrada está cada vez más en alto.  Esta anomalía es la mejor forma de confirmar que el mundo declarado abierto para el consumo global, es amurallado para los pasos que se precipitan a cruzar el lindero prohibido.  Ellos, migrantes sin apuros, aguantan, y lo hacen pese a las palabras que reciben, salpicadas con gotas de imperativos pronunciados en lengua ajena que aun así resultan comprensibles para todos ellos: no hay paso, no sigan, no vengan, no crucen, no avancen“No vamos a darles acceso”.  Esto último, según Andrzej Duda, presidente de Polonia.

Es innegable que la alargada silueta que dibujan los migrantes que Lukashenko abandonó a su suerte es la misma que se amontona para darse calor, para sentirse acompañada, para insistir en arañar el límite cerrado, en aferrarse a la cerca que marca territorios, que raya sus rostros, que les aporrea su piel, que les sabotea la mirada y los precipita a ninguna parte.  ¡El paso está cerrado para el otro que asusta porque es de tierra extraña!

También es innegable que hoy son noticia los migrantes de Medio Oriente al igual que aquellos de este lado de la geografía mundial objeto de vicisitudes similares, entre estos últimos los de Venezuela en el norte de Chile, los imparables de Tapachula o los varados en la ciudad colombiana de Necoclí en su éxodo hacia Estados Unidos. Todos ellos de cara al horizonte común, a la barrera múltiple que detiene sus zancadas y les impide el paso y precipita a la fragilidad, son ¡Vidas condenadas al encierro de la noche que descosen la más distraída mirada!

 


* Escritora y profesora de la Universidad de Antioquia.