¿Qué pasa cuando uno narra su propia historia y construye una disposición simbólica de ella? ¿Qué pasa cuando las propias víctimas del conflicto armado disponen de sus testimonios para crear sus propias obras de arte, en especial, de teatro? Una reflexión sobre las obras escénicas creadas por víctimas.
Jesús Eduardo Domínguez Vargas*
Las narrativas del conflicto armado en Colombia se han abordado con diversas necesidades y objetivos desde diferentes perspectivas, como las ciencias sociales, el periodismo, el arte, la historia, los estudios de la memoria, entre otros. En ese abordaje, el arte ha sido uno de los campos más explorados a través de los audiovisuales, el teatro, la fotografía, las artes plásticas, el performance. En el presente texto me enfoco en una particularidad que se viene presentando en este fenómeno: las víctimas, no como fuentes testimoniales o imágenes generadoras para algunos artistas, sino como creadoras de sus propias narrativas y obras de arte. Por ello, haré énfasis en obras teatrales y experiencias escénicas.
La representación de las víctimas y su participación en la construcción de obras de teatro y experiencias escénicas en Colombia ha pasado por diferentes momentos: en un primer instante, los artistas lideraron proyectos en los que el material de sus obras surgía de los testimonios de las víctimas del conflicto armado. Algunas obras de esta fase son: Kilele, una epopeya artesanal de Felipe Vergara, en la que este dramaturgo recopiló diferentes testimonios de las víctimas de la masacre de Bojayá para crear la obra. Otra experiencia escénica es Hocico Inerte, en la que estudiantes de la Universidad del Valle recopilaron testimonios de madres que perdieron a sus hijos en el conflicto. Pero como segundo momento, las víctimas comenzaron a intervenir de manera directa en los procesos. Algunos de estos casos son Victus, obra en la que víctimas y victimarios están en escena bajo la dirección de Alejandra Borrero, o Antígona: tribunal de mujeres, del Grupo Tramaluna Teatro, creación colectiva bajo la dirección y el diseño escenográfico de Carlos Satizábal en la que participan mujeres víctimas del conflicto. A partir de estos dos momentos me surge una pregunta: ¿qué pasa cuando unas personas (artistas) narran las desgracias, vidas, sufrimientos de otras (víctimas)? Mi respuesta es que presenta un estado de jerarquías que debe tener sumo cuidado ético de parte de los artistas con los testimonios, porque su indebida representación puede llegar a tener consecuencias como la revictimización o estados en los que la víctima pasa a ser un subalterno al servicio del artista.
Pero ¿qué pasa cuando uno narra su propia historia, cuando uno construye una disposición simbólica de ella? Este es el tercer momento y el centro de este artículo de opinión, puesto que en Colombia ocurre un fenómeno que ha sido poco estudiado, apoyado y visibilizado: el arte creado por las mismas víctimas del conflicto. En éste, la víctima no funciona como un subalterno o subalterna de un artista, ni solo como partícipe de un taller o proceso de arte para sanar y llevar su duelo, sino como creadora que valida su testimonio desde su propia construcción simbólica. No es otro u otra desde afuera la que posibilita el arte, es ella (la víctima) la que se agencia desde y por el arte, la que crea y conserva la obra artística.
Cuatro experiencias escénicas, descritas en una serie de reseñas que escribí para Hacemos Memoria, ayudan a comprender este asunto en perspectiva de los últimos veinte años: Tocando la marea del Semillero de Teatro por la Vida y otras organizaciones de la Minga por la Memoria de Buenaventura, Valle del Cauca; Anunciando la ausencia del Grupo de Teatro El Tente del Meta y el Guaviare; Dolor caicedeño o los ojos del ahora del Grupo Teatro El Encanto de Caicedo, Antioquia; y Camino a casa de La Otra Danza de Bogotá. En todas ellas, víctimas del conflicto armado crearon obras tomando las memorias personales, colectivas y sociales como fuente de su material creativo, con procesos de intercambios generacionales, trabajos colaborativos y colectivos, uso de diferentes dispositivos y herramientas teatrales, musicales y escénicas.
La importancia de estas cuatro obras no radica solo en las presentaciones, sino en los procesos creativos y políticos de las personas que las integran, los cuales confluyen en estas prácticas artísticas. Y es que la diversidad de personas y contextos es enorme en estos casos: en Buenaventura son adolescentes, jóvenes, adultos y adultos mayores quienes crearon una obra a partir de sus propias memorias y de un informe elaborado con el Centro Nacional de Memoria Histórica sobre el conflicto armado, sus causas y consecuencias en este territorio; en Bogotá es una mujer, cuyo padre fue desaparecido, quien adapta a la escena un cuento infantil que habla sobre desaparición forzada para así crear una obra desde la danza, la música y el teatro; en Caicedo son niños y niñas, jóvenes y adultos, que liderados por un joven de dieciocho años recopilaron los testimonios de la violencia de los noventa para crear la primera obra de teatro sobre estos sucesos en el municipio; y en el Meta y el Guaviare son mujeres y adultas mayores, familiares de personas desaparecidas de manera forzada, las que lideran el proceso.
Estas experiencias escénicas no son solamente herramientas de las víctimas para potencializar su mensaje político, para denunciar o resistir, para reconstruir o hacer memoria, son formas de expresión estética y política que se emancipan no solo de los discursos hegemónicos que se apropian de las narrativas del conflicto, la violencia, la reconciliación y la paz, sino de los artistas mismos, no como una contraposición, pero sí como un proceso autónomo y alternativo que tiene características y procesos creativos, estéticos y políticos particulares, que deben ser comprendidos más allá de las formas de la memoria o del duelo, de un teatro comunitario o de la sola denuncia.
Las opiniones aquí expresadas pertenecen exclusivamente a los autores y no reflejan una opinión o posición institucional de Hacemos Memoria ni de la Universidad de Antioquia.
Tocando la marea: una obra en oleaje
Esta experiencia escénica representa la memoria del conflicto, la violencia, las búsquedas por la dignidad y la paz en Buenaventura. Primera entrega de una serie de reseñas sobre experiencias escénicas creadas por víctimas del conflicto en Colombia. Leer reseña.
Camino a casa, un león que ruge desde la memoria
Desde la danza, el teatro y la música, esta obra aborda la desaparición forzada, bajo la participación y dirección de Juana Ibanaxca Salgado, cuyo padre fue desaparecido en 1992. Segunda entrega de una serie de reseñas sobre experiencias escénicas creadas por víctimas del conflicto en Colombia. Leer reseña.
Dolor Caicedeño: un diálogo entre generaciones a través del teatro
Esta obra, que recrea la memoria del conflicto armado en Caicedo, es una de las primeras en reflexionar sobre la violencia reciente en el Suroeste antioqueño. Tercera reseña sobre experiencias escénicas creadas por víctimas del conflicto en Colombia. Leer reseña.
Anunciando la ausencia, una búsqueda incansable
En esta obra, creada por mujeres que buscan a sus seres queridos en el Meta y el Guaviare, los testimonios se enuncian entre las prendas de vestir de los desaparecidos y crean un puente para que las memorias íntimas se vuelvan colectivas. Cuarta reseña sobre experiencias escénicas creadas por víctimas. Leer reseña.
*Jesús Eduardo Domínguez Vargas: actor, dramaturgo y director de teatro. Investigador en temas de arte, memoria y política. Miembro activo de Pequeño Teatro de Medellín y director de Tercer Timbre Teatro. Actor de la Escuela de Formación de Actores de Pequeño Teatro, filólogo hispanista de la Universidad de Antioquia, magister en escrituras creativas de EAFIT y candidato a doctor en Artes de la Universidad de Antioquia.