En esta obra, creada por mujeres que buscan a sus seres queridos en el Meta y el Guaviare, los testimonios se enuncian entre las prendas de vestir de los desaparecidos y crean un puente para que las memorias íntimas se vuelvan colectivas. Cuarta reseña sobre experiencias escénicas creadas por víctimas.

 

Reseña por Jesús Eduardo Domínguez Vargas*

En portada: Anunciando la ausencia, teatro La Candelaria, 2015. Foto: archivo El Tente

 

Dedicada a María del Rosario Peña

“Mi búsqueda es incansable”. Esta frase define la obra Anunciando la ausencia del grupo de teatro El Tente, creado por Paulina Maecha, Carmen Mora y Nidia Mancera, tres víctimas del conflicto que se conocieron en Villavicencio en el año 2011 durante los talleres de las escuelas de formación a familiares de desaparición forzada lideradas por el Movimiento Nacional de Víctimas de Crímenes de Estado (Movice). En esta puesta en escena, “buscar” es la palabra que más se repite, porque es, en esencia, la palabra que identifica la lucha que han emprendido estas tres mujeres que buscan a sus familiares desaparecidos en medio del conflicto armado.

María Alicia León, secretaría y miembro del Grupo de Teatro El Tente, explica el nombre del grupo. Villavicencio, 2021

María Alicia León, participante de la obra, cuyo primo Alberto Orjuela Ramos está desaparecido desde 1987, nos cuenta que el teatro El Tente lleva ese nombre porque las mujeres que lo integran se consideran tentes (escuchar audio) que resguardan y protegen la memoria desde el teatro, la incidencia política en marchas, conmemoraciones e intervenciones, entre otros.

El grupo teatral El Tente se creó en el 2011 y está conformado por madres, esposas y familiares de víctimas de desaparición forzada del Meta y el Guaviare, y en el 2013 estrenó su obra Anunciando la ausencia en las instalaciones del Teatro La Vorágine en Villavicencio. Luego de eso, el grupo participó con esta puesta en escena en diferentes espacios a nivel nacional, como en el Festival Internacional de Teatro de Manizales en el 2018 y en el Teatro La Candelaria en Bogotá en el 2015.

Fotografía del grupo en la obra. Presentación en Bogotá en el Teatro La Candelaria, 2015. Foto: archivo Museo de Memoria de Colombia.

Audio 2. María Alicia León explica de dónde nace la obra. Villavicencio, 2021

 

Sobre la escena, con una luz azul tenue, reposan cinco cruces con las letras “N.N” en la parte de arriba. María Alicia León es la persona que comienza la obra. Está vestida de negro, tiene un sombrero grande con una mantilla que cubre su rostro. Acomoda diferentes elementos sobre el escenario. ¿Qué de relevantes tienen estos objetos? Esta obra tiene una característica importante como dispositivo teatral y escenográfico: objetos de la memoria que entran a la escena como un espacio de lo real llevado al teatro, como una intrusión performática que apoya los testimonios que se narran y que llevan al espectador a un mundo que se construye bajo las leyes del teatro y la ficción, pero que sienta sus bases en testimonios y objetos reales como fotografías y ropa de las personas desaparecidas. Después de un monólogo, sabemos que el personaje de María Alicia es la representación de la muerte, del olvido. Se escucha un ritmo de arpa llanera, entran a la escena seis mujeres vestidas con atuendos del Orinoco colombiano, tomando guarapo en totuma en una parranda llanera, en una celebración que trae el ambiente cultural de la zona, fracturado por las dinámicas de la violencia. El encuentro colectivo, la unión, se da desde la celebración: “¡Bailemos, que hace ratos no disfrutamos!”, dice una. La reunión se vuelve un espacio de sanación. Entra una mujer a la que llaman “Catira”, como suelen decirle a una mujer joven en el Meta, según María Alicia. Catira comenta que está buscando a un hijo desaparecido. Las demás le responden que se reúnen para lo mismo y la invitan a la búsqueda. Esas otras mujeres son Nidia Mancera, Amparo Buzato, Paulina Maecha, Carmen Mora, Martha Castro, Inés Peña, María Alicia León y María del Rosario Peña, quien falleció en el 2020 sin encontrar a su esposo y a su hermano desaparecidos.

“He buscado por toda la llanura, por toda la sabana del llano, a este hijo que me han desaparecido y que no he encontrado”, comenta una de ellas, mientras sostiene una de las cruces que estaba en el piso. Cada que una recibe la cruz, comenta su búsqueda. Pero siempre hay dos frases claras se repiten: “no lo he encontrado… seguiré buscándolo”. Luego, encuentran bajo los nichos de flores que dejó el personaje de María Alicia (La Muerte), ropa de sus seres desaparecidos, aquellos que llevan colgados en una foto sobre sus pechos. Una a una, cada que encuentran una prenda o un conjunto de ropa de su ser querido (ropa real de sus familiares), cuentan su testimonio. Entre cada testimonio hay un coro: “¡Sigamos buscando!” “Buscamos entre lagunas, entre las moricheras, por las fosas comunes, por las montañas y escombreras”.

La palabra “buscar” atraviesa toda la obra y nace como una resistencia a uno de los crímenes más dolorosos del conflicto armado en Colombia: la desaparición forzada. Un hecho victimizante que por lo general está acompañado de otras formas de violencia: desplazamiento forzado, asesinatos, violencia de género, entre otros. Según datos, este crimen deja 84.330 adultos y 9964 niños y niñas víctimas de este hecho, según cita el Comité contra las Desapariciones Forzadas de la ONU en mayo del 2021, basados en estadísticas de la Fiscalía General de la Nación de Colombia.

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Representación de la obra Anunciando la ausencia en el Teatro La Candelaria en Bogotá en el 2015. PH: Alejandra González Marroquín. Fotos: archivo del grupo de teatro El Tente.

 

Dentro de estos testimonios se escuchan los nombres de las personas desaparecidas: Deiber Castaño Mancera, Silvio Tulio Romo, Fabián Agustín Rozo, Fabián Augusto Rozo Montilla, Antonio Peña, José William Bonilla, María Cristina Cobo Mahecha y Zuly Jazmín Camelo Buzato, estas dos últimas con dos y ocho meses de embarazo. Y sobre una de ellas, María Cristina Cobo Maecha, hay una crónica escrita en el libro Verde tierra calcinada del cronista Juan Miguel Álvarez y el fotorreportero Federico Ríos. También se le hace un homenaje a “Rosita”, que perteneció en un inicio al grupo y murió sin ser reconocida como víctima y sin haber encontrado a su ser querido. No hay una dramaturgia establecida para cada monólogo/testimonio, son improvisaciones testimoniales (memoria oral), narraciones, que dejan en un estado de conmoción a los espectadores. No hay ficción en ello. El teatro y su mundo ficcional viven en la organización de las líneas dramáticas, la estructura fragmentaria de la obra y los recursos teatrales, pero los testimonios, los objetos y las fotos, crean una dislocación del mundo ficcional y llevan a un grado de catarsis y empatía diferente en el espectador: lo que se oye, se ve, es cierto, es real y está siendo “representado”, revivido, por las personas que sufrieron este hecho como víctimas indirectas y familiares de las personas desaparecidas. Una doble intrusión de lo real en la escena que lleva a vivir el hecho teatral de otra manera. También cabe aclarar, que la obra es una creación colectiva, que nació desde la oralidad y que en un proceso en el 2015 con Juana Ibanaxca Salgado (artista y víctima del conflicto), enviada en el 2015 por el Centro Nacional de Memoria Histórica como asesora y apoyo, logran establecer una dramaturgia escrita.

En la foto Deiber Castaño Mancera en una conmemoración por parte del Grupo de teatro El Tente. Imagen: archivo El Tente.

Pero este doble efecto no sólo tiene una sola vía. Estas mujeres en la escena viven una doble experiencia: la de rememoración y la de la representación simbólica por medio del teatro que podría no solo tener un efecto de duelo y sanación, sino de un despliegue estético a través de la fuerza de la construcción simbólica en la oralidad, en sus cuerpos y objetos, y una potencialización de sus discursos y testimonios a nivel político por medio de la escena, construyendo formas de creación y de reflexionar desde y con el arte. También, la de la confrontación directa con ese fantasma que es el victimario: al final, entra de nuevo La Muerte, el personaje de María Alicia, que ahora es confrontado por las mujeres como la figura del victimario y de la muerte a la vez. Ese personaje oscuro es expulsado de la escena para terminar con una exigencia por la verdad, la justicia y la no repetición de este hecho. Aunque María Alicia afirma que en las últimas adaptaciones de la obra ya no se expulsa a la muerte, porque entendieron que siempre estaría conviviendo con ellas, porque no era su enemiga, “porque es alguien que no juzga”.

Por lo citado por María Alicia, la obra y el grupo han ido cambiando con el tiempo, sufriendo modificaciones. En los últimos años se presentó una inquietud por el relevo generacional, marcado también por la situación de la pandemia. Para este intercambio, invitaron a jóvenes del grupo de joropo de la Corporación Arnulfo Briceño. También, ingresó Alejandra González Marroquín, encargada del archivo y de la parte audiovisual; han hecho articulaciones con grupos como el de Teatro al Parque con el proyecto Yoga al Parque, para hacer rutinas de yoga y sanación para poder seguir trabajando, puesto que es una labor ardua y pesada, que lamentablemente es poco apoyada por el Estado: “Nosotras somos como una familia, pero es un trasegar un poco difícil por las circunstancias económicas de las familias: la mayoría son desplazadas. El conflicto no solo nos destruye como personas, sino en cuanto a nuestra economía y territorio. Son daños fuertes e irreparables. Esto que hacemos nos permite irnos reparando y luchando”, afirma María Alicia.

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Fotos de un ensayo de la obra en Villavicencio, 2019. PH: Andrés Moreno Niño. Fotos: archivo del grupo

 

A pesar de esto, siguen buscando. Su búsqueda es incansable, son “mujeres buscando rostros, manos, pies, corazones. Todas y cada una de las partes que se vuelven constantes recuerdos”, como lo afirma un fragmento de la obra. Recuerdos que se vuelven carne en la oralidad y el testimonio, en las ropas de sus familiares transformadas en objetos de memoria, en una palabra, en una oración que se repite una y otra vez, que no solo afirma lo que sienten estas mujeres en la escena y en la vida, sino que también es una invitación a todos los espectadores que asisten a verla: “¡Sigamos buscando!”.

Audio 3. María Alicia León explicando de dónde nace la obra y sus efectos. Villavicencio, 2021

Agradecimientos a María Alicia León, a Alejandra González Marroquín (fotógrafa, miembro del grupo y encargada del archivo) y a todas las personas que conforman El Tente.

 

 

Las opiniones aquí expresadas pertenecen exclusivamente a los autores y no reflejan una opinión o posición institucional de Hacemos Memoria ni de la Universidad de Antioquia.


*Jesús Eduardo Domínguez Vargas: actor, dramaturgo y director de teatro. Investigador, en temas de arte, memoria y política. Miembro activo de Pequeño Teatro de Medellín y director de Tercer Timbre Teatro. Actor de la Escuela de Formación de Actores de Pequeño Teatro, filólogo hispanista de la Universidad de Antioquia, magister en escrituras creativas de EAFIT y candidato a doctor en Artes de la Universidad de Antioquia.