La desaparición de 43 estudiantes de Ayotzinapa, en septiembre de 2014, provocó que los familiares de personas desaparecidas en México emprendieran la búsqueda directa de sus seres queridos. Encontraron fosas y con sus propias manos removieron la tierra para sustraer los cuerpos. Un hecho que según Anne Huffschmid, doctora en Ciencias Culturales, plantea nuevos desafíos para las ciencias forenses en Latinoamérica.
Por Camilo Castañeda
Fotos: Anne Huffschmid
El deseo de Anne Huffschmid a los veinte años, cuando era estudiante universitaria en Berlín Occidental, era viajar a América Latina para conocer aquella región rodeada de mitos revolucionarios, como el del ‘Che Guevara’. Quería contrastar las ideas del “socialismo tropical” que ofrecía la región con las versiones grises que exponían los países del Este de Europa. Entonces, viajó a México, país que se convirtió en su lugar de aprendizajes y afectos. Trabajó como reportera cultural para la prensa mexicana y como corresponsal de un diario alemán. En la segunda mitad de la década del 90, Huffschmid retomó su trayectoria académica al abordar el movimiento zapatista desde un análisis discursivo, tema que se convirtió en su tesis doctoral.
«Me empecé a interesar por estudiar cómo la memoria de las violencias políticas, del pasado reciente, se materializaba en el espacio y en el presente urbano».
Más adelante, empezó a trabajar lo que ella denomina como topografías urbanas de la memoria, en la Ciudad de México y Buenos Aires. En Argentina, en el tribunal donde se realizaron los juicios contra los perpetradores de crímenes durante la dictadura, oyó, por casualidad, el testimonio de una investigadora forense que declaraba acerca de sus hallazgos. “Fue la magia de escuchar como ella convertía un puñado de huesos, de evidencia científica, en unas personas con nombre y apellido”. Quedó cautivada y decidió entonces investigar la incidencia y los sentidos sociales de la antropología forense como práctica de memoria. En los primeros años, enfocó la mirada en el quehacer de los científicos. Sin embargo, la desaparición forzada de los estudiantes de Ayotzinapa, en septiembre de 2014, marcó un giro crucial en su investigación.
¿Cómo influyó el caso de los estudiantes de Ayotzinapa en la investigación que desarrollaba sobre los procesos forenses en México y Argentina?
La desaparición de los 43 estudiantes desató, a partir de octubre del 2014, una nueva dinámica con la formación de brigadas de búsqueda de desaparecidos por parte de los mismos familiares. Esas personas se metieron en la tierra, descubrieron osamentas e incurrieron en una labor forense que no habían hecho antes. Las familias siempre habían buscado, la búsqueda estuvo siempre en su horizonte, pero eso de meter la pala y el pico en la tierra era algo nuevo y desafiante para todo el mundo. Entonces, me pregunté qué significaba eso y empecé a ampliar el foco que antes estuvo en los forenses, y ahora estaba en los familiares que hacían un trabajo «forense».
¿Por qué usa la categoría de “paisaje” para hablar del trabajo forense?
Con esta dinámica, los lugares y el campo donde los nuevos buscadores intervenían, cobraron un protagonismo que antes no tenían. Es por ello que decidí darles seguimiento a dos de esos procesos, una mega exhumación operada por un colectivo de familiares en Veracruz, y otra zona rastreada por buscadores en el Norte de México. Ahí fue apareciendo la noción de “paisaje”.
«Yo había trabajado el espacio cuando abordé lo urbano y pensé que, al meterme a la cuestión forense, de alguna manera tenía que dejar un poco atrás la categoría. Pero pronto entendí que el espacio lo atraviesa todo, no hay manera de desconectarlo de ninguna dinámica social y conflictiva».
Al inicio, lo nombré como paisaje por una especie de intuición y luego tomó mucho sentido cuando lo empecé a conceptualizar. Me di cuenta que se pueden leer los paisajes, que no son ni pura construcción cultural ni pura naturaleza, sino que se conecta con la noción de palimpsesto que ya había trabajado antes.
En ese paisaje hay capas: está la capa subterránea de los enterrados, están quienes los quieren encubrir, a la vez, quienes se meten a la tierra y quitan esas capas para sacarlos a la luz. Además, está la capa de la vida cotidiana, de los propios buscadores, pero también de los vecinos de la zona. Lo “forense” implica que ese paisaje se configura por su densidad, su tensión, y que ésta tiene que ver con la extraña interacción de una multiplicidad de cuerpos.
Puede hablarme de esas personas que están buscando a sus familiares desaparecidos en México, ¿Cómo aparecen ellos en eso que usted llama “paisaje forense”?
Los paisajes forenses que estamos explorando se constituyen por personas que no son ni los policías uniformados ni los forenses en sus trajes blancos. Se trata de esa otra gente que va, mete la pala, la varilla, recolecta y hace un sondeo inicial en las zonas donde se presume que hay fosas comunes.
En el sitio de Veracruz, donde no estuvimos desde el inicio de la búsqueda, nos mostraron las fotos del terreno con una vegetación desbordada, donde las personas estaban trabajando sin equipo, sin traje, parecían muy pequeños al lado de las lomas y los cerros, se intuían vulnerables y expuestos a la violencia inserta en el paisaje. Ver las fotografías de los hoyos donde estaban metidos hasta las rodillas, sobre las bolsas negras con pedazos de carne, de cráneos, los huesos, para mí fue un choque visual.
Eso era lo que no queríamos grabar, pero mirar la foto fue una prueba material de su exposición permanente a la violencia latente y manifiesta de la zona, sin que nadie en realidad los protegiera. Al mismo tiempo, y esto me parece muy importante, los veo a ellos mismos con el poder de meter las manos en la tierra. Y los veo orgullos cuando dicen que en determinado lugar encontraron un cuerpo. De algún modo, estas personas hacen el trabajo “sucio” y luego vienen los forenses profesionales a hacer un trabajo legalizado.
En Colombia empezará a funcionar la Unidad para la Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas y aquí los familiares también se han involucrado en los procesos ¿Cuáles son esos conocimientos que un familiar que ha buscado a un ser querido pude brindarle a instituciones como esas?
Sería importante sistematizar los saberes de esos familiares forenses, que va mucho más allá de que pueden proporcionar información sobre un ser querido desaparecido. Por un lado, estaría el saber al aprendizaje técnico, del trabajo en campo y también el esfuerzo físico. Por ejemplo, don Lupe, que es un experto en materia de técnicas de búsqueda, te demuestra que ellos conocen muy bien el terreno, las particularidades de la vegetación, las capas del suelo, porque llevan ahí año y medio continuamente en el campo, mientras que los peritos forenses nunca se quedan más que unos días. Además, han desarrollado una técnica tan eficaz como la varilla, que complementa al pico y pala. O los buscadores en el desierto, que saben distinguir una piedrita minúscula de un pedazo óseo. Además, es interesante destacar que llevan un registro minucioso de todo lo encontrado en las casi 150 fosas y casi 290 cuerpos.
Pero también hay un aprendizaje que tiene que ver con los procesos forenses en sí: los protocolos, no contaminar la escena, la cadena de custodia, el ADN, ellos están cada vez más conscientes de eso, a veces más que los propios policías. En fin, al principio fue una suerte de catarsis, pero ahora se hacen cada vez más expertos en un campo complejo e interdisciplinario.
¿Por qué decidió abordar este tema desde una perspectiva de investigación audiovisual?
No veía otra posibilidad. Los campos temáticos a los que la vida me ha llevado siempre me proponen unos formatos y unos métodos. En este caso, tiene que ver con el impacto escénico de lo que vi: era un performance forense. Siento que abordar la cuestión espacial y también visual me da un tipo de saber que la transcripción de una entrevista no me iba a dar. Entonces, desde el principio, la visualidad era un elemento importante.
Al principio, lo pensaba como un documental y una investigación por separado. Pero el proceso me demostró que las dos cosas no se pueden desligar, pues me di cuenta de que esa linealidad de un documental clásico me iba a obligar a dejar muchos aspectos de la investigación por fuera, pues era una linealidad que el tema en sí no tiene. Entonces, las dos cosas se fueron juntando y pensé que era un buen desafío proponer una metodología audiovisual de investigación que cumpliera un doble propósito: que diera cuenta de la complejidad de estos procesos y a la vez tuviera la posibilidad de trascender a un público estrictamente académico y a otro tipo de espectadores. Estamos en un terreno un poco incierto. Vamos a ver hasta dónde llegamos.